11 de abril de 2010

Capítulo 11.

Promesas.

No sé cuánto tiempo permanecimos allí, abrazados. Solo sé que él no quería separarse. Y yo tampoco.
Dejé que derramara cada lágrima encima de mi hombro, mientras le acariciaba el pelo con máxima delicadeza. De vez en cuando le apartaba un poco de mí para cogerle la cara, para mirarle a los ojos y atrapar sus lágrimas. Quería que supiera que sí, que estaba allí. Y que no tenía ninguna intención de irme. Le acariciaba suavemente y entonces él se echaba de nuevo sobre mí.
Verle así era una tortura. Una completa tortura.
Hubiera dado mucho, muchísimo, por volver a verle sonreír.
- Estoy aquí, Michael... Voy a estar siempre que quieras -le susurraba de vez en cuando al oído.
De verdad que no sé si pasaron minutos, o horas, hasta que pudo calmarse un poco.
Se retiró de mí, lo suficiente para mirarme a los ojos. Como las veces anteriores, le acaricié y detuve lo que, parecían, eran sus últimas lágrimas.
- Gracias... -consiguió decir entre sollozos.
Cogiéndome de la mano, me llevo hasta la cama, donde nos sentamos. No podía apartar mi mirada de él, en cambio, él solo miraba al suelo, con las manos sobre sus rodillas.
Al cabo de unos minutos así, me acerqué y le besé el cuello delicadamente. El se irguió y me miró fijamente. Sus ojos habían vuelto a cobrar su dulzura a la que me tenía acostumbrada y me ofreció una tímida sonrisa.
- Siento todo esto -dijo, intentando excusarse.
- No tienes que sentir nada, Michael. Absolutamente nada.
Cogió mi mano, sin dejar de mirarme y me llevó de nuevo hacia él, apoyando mi cabeza en su pecho. Podía sentir cada latido de su corazón...
- Gracias, de verdad. No tenía que haberte hecho pasar por esto, lo sé y lo siento.
- Ya te he dicho que no tienes que sentir nada -dije incorporándome, pero sosteniendo su mano-. Estoy aquí y voy a seguir estando, ¿vale? No importa lo que te pase, puedes contar conmigo, de verdad.
- Eso suena muy bien -dijo, sonriendo.
Nos quedamos mirándonos durante unos segundos. Parecía querer adivinar qué pasaba por mi mente, para saber si poder hablarme con total confianza.
- ¿Quieres hablarme de algo? -pregunté, apretando más fuerte su mano-. Porque conmigo puedes hacerlo.
- En realidad... No hay mucho que contar. Es más de lo mismo... Es lo de siempre. No hay nada que pueda hacer...
Estuve a punto de preguntar qué era “lo de siempre”, pero algo me dijo que había dejado de hablar conmigo y se lo estaba diciendo a sí mismo.
Bajé la cabeza y solté un suspiro. Nadie imaginaba cuánto me dolía todo aquello. Cuánto dolía ver al chico de la sonrisa perfecta pasar por todo eso. La vida no es justa si alguien tan dulce tiene que pasarlo tan mal.
- Me siento solo -dijo finalmente.
Levanté la cabeza y le miré. Solté su mano para agarrar su cara y noté como una lágrima descendía por la mía. No era mi dolor lo que sentía; era el suyo.
- No estás solo. Me tienes a mí. Sé que no soy mucho, pero...
- Eres más de lo que nunca he tenido -me dijo, deteniendo mi lágrima.
Seguramente ahora era él quien escuchaba mi corazón, pues latía a un ritmo frenético.
Ante mi sorpresa, se tumbó en la cama y, agarrándome de la mano, me tumbó a su lado. Me apoyé de nuevo contra su pecho, y me besó en el pelo.
- Michael...
- ¿Sí?
- Te prometo que yo no te voy a fallar nunca. Te prometo que jamás te voy a dejar solo. Te lo prometo aquí y ahora. Voy a estar contigo. Hasta el final, Michael.

3 comentarios:

  1. que bonitoo :)

    lo dejas siempre en lo mejor! mala!! xD

    continua pronto...! bss:D

    ResponderEliminar
  2. Que sepa usted, oh gran Judith, que has hecho llorar a mí.

    Ser capítulo precioso, tú tener que continuar.
    Tú tener también que imprimir foto de Paco
    Jajajaja

    (LLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL)

    ResponderEliminar
  3. Eso último es lo que me hubiera gustado decirle si lo hubiera conocido en persona.

    ResponderEliminar