28 de abril de 2010

Capítulo 23.

I can't help it.

Cuando salimos del cine los últimos rayos de sol aun alumbraban las calles, así que decidimos volver andando en lugar de coger un taxi. El camino de vuelta fue exactamente igual: hablando, riendo, caminando de la mano. ¿Se podía ser más feliz de lo que lo era yo?
Me comentó que le gustaría quedarse a dormir a casa, una idea que a mí, más que genial, me pareció perfecta. Cenamos con las chicas, con las que cada vez tenía mejor relación, y nos metimos en seguida en la habitación. Para desgracia nuestra esa noche tampoco nos dejaron lavar los platos.
Fui un momento al baño a ponerme el pijama (más bien, unos pantalones de chándal y una camiseta vieja) y cuando llegué me le encontré tirado en la cama, con los ojos cerrados. Me pregunté si en 2 minutos que había tardado en volver se había podido quedar dormido.
Con cuidado, me recosté junto a él, que abrió los ojos y sonrió. Entonces rodé, hasta colocarme prácticamente encima de él. Sonrió aún más y, como siempre hacía, agarró mi cara delicadamente atrayéndome más hacía él, hasta que nuestros labios chocaron. Seguía sin poder describir el millón de sensaciones que sentía cada vez que eso pasaba. Colocó su otra mano en mi cintura, e hizo que finalmente me tumbara encima de él.
- Eh, un momento -me incorporé, dejándole anonadado en la cama.
- ¿He hecho algo mal? -preguntó, tímidamente.
- Pues... Sí. Bueno, ahora no. Pero sí. Has hecho algo mal -se incorporó el también y pude ver la preocupación en su rostro-. El otro día me dijiste que tenías un montón de razones para pensar que esto pudiera salir mal. Para empezar, no estoy de acuerdo: esto no va a salir mal. Pero aún así, dejando al lado la evidencia -recalqué esa última palabra y entrelacé mis manos con las suyas- de que todo va a ir bien, quiero que me digas por qué piensas de ese modo. Por qué piensas que algo puede fallar.
Suspiró
- Ya te dije que tengo muchas razones...
- No quiero que me repitas eso, quiero que me digas cuáles. Estoy segura de poder tirar cada una de esas razones a la papelera.
Volvió a suspirar y se apoyó en el respaldo de la cama. Me coloqué justo en frente de él, dejando poco espacio entre nosotros.
- La primera razón, y supongo que la principal, es que... -tomó aire y me di cuenta de que esto le iba a costar-. He crecido entre gente que sólo me quería por mi talento, nunca han valorado la persona. Nunca les ha importado si no he tenido tiempo para jugar y crecer, o cómo me encontraba realmente. Sólo les importaba lo que pudiera hacer delante del público. Y ahora... Ahora ocurre igual. La gente sólo quiere al artista, al que sale al escenario y hace la función. La gente quiere estar cerca de mí por lo que pueda proporcionarles el artista, el que tiene talento y gana dinero; el que puede comprarle caprichos si al final consiguen una relación con él; el que les da la comodidad de saber que aunque tengan apuros, aparecerá mi influencia para sacarles de ellos. A nadie parece importarle lo que yo, Michael, pueda darles; no les importa si soy simpático, callado, gracioso, amable o tímido. Nadie conoce como soy, y nadie quiere conocerlo porque a nadie le importa. A nadie le importa lo que hay detrás de focos, micrófonos y dinero... -bajó la cabeza -. He aprendido que no puedo confiar en nadie...
- Michael, todo eso... Sabes cuánto siento que haya sido así. Pero tiene que saber que yo sí... -bajé la mirada, cayendo en la cuenta de todo. Solté sus manos y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mis pupilas se inundaron de lágrimas en cuestión de segundos-. Tampoco confías en mí... -hice un máximo esfuerzo por hablar sin tartamudear.
Al cabo de unos segundos, suspiró de nuevo y comenzó a hablar.
- Sí, confió en ti. Claro que confío. Fue inevitable hacerlo.
Continué con la mirada baja, aún así notaba como clavaba la suya en mí.
- Oye, escucha... -intentó levantar mi cabeza, pero fue inútil, pues la volví a bajar de nuevo, evitando contemplar su rostro-. Judith, ya te lo dije, me salvaste de todo, ¿recuerdas? ¿Como no voy a confiar en alguien que me salvó hasta de mi mismo? Muchas inseguridades y muchos miedos se fueron cuando tú llegaste.
- Aún así, si me has dicho todo esto...
- Si te he dicho todo esto es porque, sí, claro que tenía el miedo de las intenciones que pudieras tener conmigo; de que yo me ilusionara y que para ti esto no significara más que “un pasatiempo con alguien famoso del que luego me podré aprovechar” -aquella última frase la dijo de tal modo que me hizo pensar que no era la primera vez que la decía.
- Mi única intención ha sido siempre poder disfrutar de tu compañía.
- Lo sé, pequeña-. Volvió a agarrar mis manos y las acarició como sólo él sabía a hacer-. Sé que tú no eres como los demás, pero aún así... Entiéndeme, no creo que pueda liberarme pronto de ese miedo.
Tiró de mí hacia él y me apoyó en su pecho. Acarició mi cara con ternura y me susurró:
- Eres más de lo nunca he tenido.
Busqué sus labios con urgencia y él me los ofreció en seguida, devolviendo mi beso con ganas y aferrando mi cara con firmeza. Adoraba cuando hacía aquello, sólo podía significar que me quería cerca de él.
- Estoy segura de que tarde o temprano mandaré ese miedo lejos de aquí -sonreí levemente, separando unos centímetros nuestros labios-. Aunque creo que deberías hablarme de tus otros motivos; ya sabes, para acabar con ellos.
Volvió a besarme, mientras deslizaba su dedo por mi brazo.
- ¿Tiene que ser ahora? -exhibió una gran sonrisa, una de mis preferidas: la que escondía picardía.
Volvió a besarme, siempre de aquel modo tan arrebatador, y con sus manos me fue guiando hasta que me coloqué encima de él.
- Um... Creo que podré esperar -dije, perdiéndome nuevamente en sus labios.

Colocó su mano en mi cara y me la sujetó, como siempre hacia, con firmeza. Era increíble lo dudoso que se mostraba a veces y sin embargo la seguridad que parecía tener en sí mismo cuando se trataba de hacerme perder la cabeza, que era lo que estaba haciendo en esos momentos. Apoyó su otra mano en mi cintura, y comenzó a trazar círculos imaginarios, provocándome mil y un escalofríos. Abandoné sus labios y le besé con dulzura por todo el cuello, hasta llegar a su oreja, que la mordí ligeramente. Pude sentir como se estremecía. Buscó mis labios y me besó de tal modo que creía que íbamos a salir de allí en llamas. Solté su cara, coloqué mis manos en su cuello y comencé a bajar delicadamente hasta llegar al fin de su camiseta. Tiré de ella para arriba y volví a sentir como temblaba.
Imprevisiblemente, detuvo mis manos y retiró nuestros labios.
- ¿Qué pasa? -pregunté, temiendo haber ido demasiado lejos. Nunca habíamos hablado de ello, pero sabía perfectamente que el no había estado con ninguna otra chica. Y también conocía de sobra sus ideas acerca de esto, a pesar de que tampoco me las hubiera mencionado. Con Michael, tenía que ir poco a poco. No era para nada como cualquier chico de 21 años, que busca llevarte a su cama a la primera de cambio. De hecho, eso le daba igual.
- Nada. Estoy cansado -bostezó-. Deberíamos dormirnos.
- Vale -me tumbé a su lado y me apoyé contra su pecho, disimulando las ganas que tenía de haber seguido besándolo durante mucho, mucho tiempo-. Hasta mañana, Mike.
Me abrazó con dulzura y me cantó al oído hasta que me quedé dormida.
Cuando desperté a la mañana siguiente, él estaba mirándome con los ojos abiertos como platos.
- Buenos días, pequeña.
- Buenos días... ¿Cuánto llevas despierto?
- Pues... Una hora, o así.
- ¿Y por qué no me has llamado?
- Estabas tan achuchable durmiendo...
Levanté la cabeza para mirarle y me mostró una gran sonrisa que, sin embargo, pronto se desvaneció.
- ¿Estás molesta por lo de ayer?
- ¿Ayer? ¿Qué pasó ayer? -me hice la tonta aunque sabía muy bien a que se refería.
- Pues... A que... -comenzó a sonrojarse y yo a sonreír. Se incorporó un poco y yo hice lo mismo para poder observarle más de cerca-. A que no deje que... Siguieras.
- ¡Ah! Que va, no pasa nada. Estabas cansado, ¿no? No iba a obligarte a seguir despierto. Algún día lo haré, pero de momento creo que no -sonreí.
Sonrió él también y agarró mis manos. Comencé a jugar con un pequeño rizo que le caía por el lado izquierdo y me apoyé en su hombro.
- Tengo que hablarte de algo -dijo de pronto.
- Tú dirás.
- Verás... -tomó aire, lo que me indicó que aquello de lo que quería hablarme no era nada fácil para él. Imaginé de qué se trataba-. Yo nunca... Nunca he estado con ninguna chica.
- Ya lo sé, Mike. Y no me importa.
- Pero... No soy como los demás, ¿sabes?
- Eso también lo sé.
- Quiero decir, que... Yo no busco un rollo, ni una noche; como buscan los demás. Cuando veía a mis hermanos como se acostaban con chicas y al día siguiente no se acordaban de su nombre, lo único que sentía era asco. Yo no quiero ser así. Prefiero... Quiero esperar. Hasta que sienta que de verdad quiero hacerlo. Espero que no te importe...
- ¡Claro que no me importa! -me incorporé y le cogí la cara, mirándole a los ojos para infundirle confianza-. Me encantas tal y como eres; no quiero que cambies ni tus ideas ni tus pensamientos. ¿Vale? -le besé, retirándome deprisa y salté de la cama-. Vamos a desayunar, anda.
Cogí un pantalón y una camiseta al azar y me fui al baño a cambiarme. Cuando regresé a la habitación, Michael me llamó desde el salón.
- ¿Son tus padres? -dijo, señalándome una fotografía que estaba encima de un mueble.
- Sí... ¿Cómo lo sabes? -pregunté asombrada. Alrededor de esa foto había otras tres, con los padres de las Marinas y de Lorena; y en cambio supo que esos eran los míos.
- Por las descripciones que me hiciste de ellos.
- Michael, esas descripciones te las hice hace casi dos meses... ¿Todavía te acuerdas?
- Claro -sonrió.
Me mordí el labio inferior. ¿Por qué era tan tan tan tan perfecto?
Fuimos hasta la cocina y calenté dos vasos de leche, que por cierto, la odiaba. Pero Michael se empeñó, y a ver quien era la lista que teniéndole delante le decía que no a algo.
- Por cierto, ¿qué canción me cantaste anoche? -dije, dando un mordisco a una galleta, y ofreciéndole a él.
- I can’t help it. Está en el disco. ¿Te gustó?
- No me acuerdo muy bien lo que decía. Pero recuerdo que la melodía me pareció preciosa -volví a dar otro mordisco, y le miré intrigada-. ¿De qué habla?
- I can’t help but love you. It’s getting better all the time... -comenzó a tararear-. And I’m so glad I found you, girl. You’re an angel in disguise...
Esbocé una gran sonrisa.
- Es algo así como... -mordió otra galleta y sonrió-. Alguien que se está enamorando, y no puede evitarlo.

24 de abril de 2010

Capítulo 22.

Para nosotros sí tiene sentido.

Como siempre hacía, cuando llegué a casa reuní a todas las chicas y las conté lo que había pasado. Acabaron dando botes por toda la casa. Y yo también.
Me desperté al día siguiente con las pilas cargadas y la mañana en la guardería se me pasó volando. Como había tenido un par de días libres, también me tocaba trabajar por la tarde, así que aproveché para ir a comer con Isa, una amiga que había conocido nada más llegar a Los Ángeles. Ella también trabajaba en la guardería y conocerla había sido una suerte, no solo porque me ayudó a adaptarme mejor sino también porque era muy agradable, en seguida nos hicimos grandes amigas. Conectábamos a la perfección; era como si tuviéramos delante el reflejo de la otra.
Nos reímos un buen rato, como siempre hacíamos, y nos pusimos al día, ya que llevábamos mucho tiempo sin quedar para charlar. Me contó que todo seguía genial con Fran, su novio, que también era español, y que estaban pensando en irse a vivir juntos. Yo la conté todo lo referente a Michael y se alegró como si de su propia historia se tratase. Finalmente, tuve que volver a trabajar, y ella se encaminó a comprarle un regalo a Fran. Nos despedimos con un cálido abrazo y me dirigí hacia la guardería de nuevo.
Las pocas horas que tenía que estar allí por la tarde también se me hicieron muy cortas.
Volví a casa con ganas de darme una ducha de horas y horas, pero lo que me encontré... Bueno, era aún mucho mejor.
- Hola, Mike -sonreí. Eché un vistazo a toda la casa y vi que no había nadie excepto él-. ¿Se puede saber como has entrado? ¿Ahora te vas a dedicar a allanar moradas? -me dirigí hasta la habitación a dejar la cazadora y en menos de 10 segundos volvía a estar frente a él. No podía perder nada de tiempo si él se encontraba allí.
- Lo había pensado, por si me falla lo de cantar, pero no... Me ha abierto Marina. He llegado a tiempo, porque estaba a punto de irse a... No me acuerdo a donde me ha dicho -soltó una risita, mientras se humedecía los labios. ¿Se puede comer a alguien solo con mirarle? Si se puede, entonces en ese momento me le comí.
- ¿A trabajar? -sonreí, mientras me acercaba a él y le rodeaba con mis brazos.
- Sí, creo que sí. ¿Cómo ha ido el día?
- Bastante corto. No esperaba encontrarte aquí...
Su rostro se llenó de confusión.
- ¿Quieres que me vaya?
- ¿Qué clase de pregunta idiota es esa? -le regañé, mientras le besaba. Que fácil iba a ser acostumbrarme a la sutileza de sus labios.
Como siempre hacía, a los pocos minutos me separó y tomó mi mano para conducirme al sofá. Una vez sentados, iba a dispararle un millón de preguntas que no me dejó hacerle el día anterior, pero para mi sorpresa, se inclinó hacia mí para continuar besándome. Un gesto que, como poco, fue inesperado. Como no se le escapaba una, noto mi atontamiento y se separó, algo aturdido.
- ¿No quieres...?
Le miré con una mezcla entre asombro e incredulidad. ¿Cómo cabía en su cabeza que alguien en este mundo no quisiera ser besado por él?
- ¡Claro que quiero! -le cogí la cara y le acaricié sus perfectos labios-. Además, prometiste recompensarme el otro día...
Exhibió una sonrisa, que yo diría que escondía picardía, y volvió a acercarse a mí.
Apoyó de nuevo sus labios en los míos y una infinidad de escalofríos recorrieron mi cuerpo. La forma en la que me besaba debería ser ilegal, completamente ilegal. Le devolví el beso, agarrando su cuello y bajé poco a poco mi mano derecha hasta su pecho. Él abandonó mis labios y trasladó su boca a mi cuello, provocando más millones de escalofríos en mí. De un modo despacio y disimulado me tumbé, atrayéndole conmigo. Se colocó encima de mí y de nuevo volvió a buscar mi boca. Mordió mi labio inferior y tiró levemente de él, con una perfecta sonrisa en su rostro. Se incorporó, tirando de mí hacia arriba y sonrió aún más. El corazón me latía a tal velocidad que pensaba que se me iba a salir del pecho.
- ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta? -dijo, levantándose del sofá.
- ¿¡Qué!? Estás bromeando... ¿Verdad?
Tiré de su camiseta hacia abajo y le hice sentarse de nuevo.
- Hace buen día... ¿Cómo nos vamos a quedar aquí?
Le miré fijamente. Más bien, le asesiné. Ese tipo de miradas se me daban muy bien y la verdad es que era la que más cuadraba con la situación.
- ¿Por qué no lo has pensado antes de provocarme una taquicardia?
Rió con grandes carcajadas y se levantó de nuevo.
- Anda vamos. Prometo...
- No prometas recompensarme que al final se te van a juntar tantas promesas que vas a tener que estar años para cumplirlas -dije levantándome yo también.
- ¿Y qué hay de malo en estar años recompensándote? -dijo, agarrándome por la cintura y besándome de nuevo. Cuando le iba a agarrar, sin ninguna intención de volverle a soltar, se separó mostrándome una de sus estupendas sonrisas.
- Por lo que acabas de hacer, deberías ir a la cárcel. ¿A ti te parece normal hacer estas cosas? -quería estar enfadada, de verdad que quería, pero es que con su gran sonrisa a sólo unos centímetros de mí, era muy difícil. Me sentía bastante idiota, ya que Michael podía hacer lo que quisiera conmigo. Y además, él lo sabía-. Bueno -dije, intentando cambiar de tema, y desviar mi atención hacia otra cosa-, ¿dónde piensas llevarme?
No me contestó. Me cogió la mano, y salimos de casa.
Bajamos corriendo las escaleras. Supuse que Sam estaba esperándonos abajo, pero cuando llegamos no había nadie. Le interrogué con la mirada y el sonrió.
- Vamos a dar un paseo -hizo intención de andar, pero yo me quedé quieta, sosteniendo aún su mano.
- Michael... No. No puedes ir por ahí como si fueras alguien... -intenté buscar la palabra adecuada, pero comprendí que la única que había era la única que no le iba a gustar-. Normal. Porque no lo eres -soltó mi mano y cambió la expresión de su rostro, que se tornó disgustado-. Sabes a lo que me refiero, Mike -le agarré nuevamente y le acaricié con dulzura-. La gente correrá a por ti en cuanto te reconozca. Sabes que será así.
Bajó la mirada, y suspiró.
- Sólo quería darte un día... Normal. Salir a pasear como hace cualquier pareja -sonreí levemente ante esa palabra. “Pareja”. Sonaba bien-. No quiero que estemos de casa en casa, escondiéndonos, porque nadie quiere llevar una relación así y tarde o temprano te cansaras de todo esto. No quiero que te canses, Judith...
- A mí me da igual donde estar si puedo estar contigo -solté sus manos para cogerle la cara y le obligué a mirarme-. No me voy a cansar de esto. Nunca. Tienes que tenerlo claro.
Intenté mirarle como el solía mirarme a veces, para convencerme de la verdad de sus palabras, pero comprendí que mi mirada no causaba tanto efecto como ese par de ojos negros.
- Y me da igual tener que correr porque nos persigan una legión de fans locas... Si también lo hago contigo. Así que... Correré el riesgo de morir aplastada; sólo si te tengo a ti de la mano. Anda, vamos.
Esta vez fui yo la que quise comenzar a andar, pero me detuvo, aferrando mi cara y dándome uno de esos besos que parece que sólo vas a ver en las películas. Separó nuestras cabezas a los pocos segundos y pude apreciar perfectamente la gran sonrisa que se hallaba en su cara. Se mordió el labio inferior, un gesto que ya conocía perfectamente, e inició el trayecto.
- ¿Qué te parece si vamos al cine?
- Me parece buena idea.
- Genial entonces. Pero... Vas a tener que llevarme. No sé dónde puede estar el cine más cercano. No suelo andar mucho por estos barrios, ¿sabes?
- Ah, ¿no? -bromeé.
El cine al que siempre iba con las chicas no estaba a más de 20 minutos de mi casa. Así que fuimos caminando, agarrados de la mano, riendo y hablando de todo, como era habitual en nosotros. Por supuesto, mucha gente nos miraba y en sus caras podía hallar una pregunta, que estaba segura poder adivinar: “¿Es ese Michael Jackson?”
Por suerte, nadie excepto una chica se acercó a nosotros. La chica resultó ser simpática y sólo pidió que Michael la firmara en una pequeña agenda que llevaba. Le deseó suerte y siguió su camino. Me giré para comprobar lo que, estaba también segura, iba a encontrar: la chica parada en medio de la calle y mirando como se alejaba.
- Guau, Michael, no se me ocurre por qué, pero causas sensación -hice una pausa, haciendo como que meditaba-. Ah, bueno, quizá se deba a esa sonrisa que muestras cada vez que hablas con alguien; o a la forma en la que taladras el corazón de las personas con tus dos ojos negros; o no, no, mejor, a la voz dulce que pones cuando...
- Oh, cállate -dijo, empujándome contra un banco que había al lado nuestro. Me apoyé en él y le lancé una de mis miradas malévolas-. El cine está ahí, ¿no? Te echo una carrera. A ver si se te da igual de bien correr que hacerme la pelota.
Me sacó la lengua y echó a correr de tal manera que veía imposible ganarlo. Aun así, yo hice lo mismo.
Solamente me sacó unos segundos y cuando llegué me apoyé a su lado en la pared.
- Bah, no se te da, ni por asomo, igual de bien.
- Ya, claro -conseguí decir, mientras recuperaba la respiración-. No te estaba haciendo la pelota, listo.
- Ya, claro -me guiñó un ojo-. ¿Entramos? -me tendió la mano y la cogí sin pensármelo dos veces.
Michael pagó las entradas y compró dos cuencos enormes de palomitas. Parecerá una exageración, pero se nos quedó corto. Nos pasamos la película entera tirándonos las palomitas, haciéndonos cosquillas, cambiándonos de asiento a asiento... Como estábamos en la última fila, nadie se enteraba de nada. De vez en cuando oíamos como la gente lloraba (nos metimos a ver un drama; ni siquiera recuerdo el título) y nos mirábamos con una sonrisa espléndida en el rostro. Sólo presté atención una vez y acabé yo también llorando (soy una estúpida sensiblona) en los brazos de Michael, mientras él, entre risas por supuesto, me daba besos y me acariciaba la cara. Como aquella primera vez, y última, que había prestado atención había salido fatal, decidí no volver a hacerlo.
La gente nos miró aún más, y de peor forma, cuando salimos del cine riendo a carcajadas. Luego me enteré que finalmente se había muerto el protagonista, así que evidentemente no tenía sentido que saliéramos riéndonos cuando la gente estaba conmocionada.
Sin embargo, para nosotros si que tenía sentido que saliéramos riéndonos después de que Michael hubiera tirado varias palomitas encima del moño de una señora y ésta ni se hubiera inmutado.
Sí, éramos como dos niños pequeños. Pero, ¿y lo bien qué nos lo habíamos pasado mientras la gente había estado llorando?
Una vez más comprendí que cuando Michael estaba, el mundo desaparecía a mi alrededor; para mí sólo existía el mundo que había creado, donde únicamente estábamos él y yo.
Y tenía bastante claro que mundo prefería.

22 de abril de 2010

Capítulo 21.

16 de mayo de 1979.

- Um... Quizá otro día. Se supone que has venido a pasar el día con Janet, no es justo que te secuestre, ¿no crees?
Se levantó, y me tendió la mano para que yo hiciera lo mismo. No tenía ninguna gana de volver al mundo de las personas normales, prefería quedarme con él en nuestro pequeño universo que habíamos ido construyendo poco a poco; pero tenía razón, lo mejor iba a ser que volviéramos. No sé si quería escuchar todas esas razones por las que calificaba este sentimiento precioso como algo malo.
En seguida me invadió la duda de saber si esto se había quedado en una simple tarde. Parecía que con él todo se iba a desvanecer en cualquier momento. Todo lo que había vivido hasta ahora parecía sacado de un auténtico cuento y no estaba muy convencida de que los cuentos estuvieran hechos para princesas de mi estilo: sin renombre ni palacio.
Me preocupaba el hecho de que continuáramos siendo simples amigos, sin tener nada más. Pero aún más me preocupaba que algo cambiara. Si bien había rezado día y noche porque nada me apartara de su lado, posiblemente había sido yo misma la que lo acabara de hacer.
Como no podía estar mucho rato desconociendo algo que, era evidente, quería saber, cuando Michael comenzó a andar le cogí de la mano y le hice girarse para mirarme.
- ¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Va a cambiar algo?
- No, si tú no quieres.
Volvió a girarse, pero di tres pasos ágilmente y me coloqué delante de él.
- Michael... ¿Qué somos? O... ¿Qué vamos a ser? O... No sé. Dime algo. Dime qué piensas de esta tarde.
Cogió mis manos y sonrió.
- Ya te dicho que yo también siento todo eso que tú has dicho. Así que, si quieres, podemos... Ser algo más que amigos.
La típica sonrisa de embobamiento/enamoramiento fue la que se dibujó en mi cara. No sabía ni qué decirle. Estaba segura de que esta vez sí me iban a fallar las rodillas.
Las largas noches en vela durante su ausencia, las tardes custodiando el teléfono, las discusiones con un John que ya estaba completamente olvidado... Todo eso acababa de ser recompensado.
- Tú... ¿Quieres?
- ¡¡Claro!! -salí de inmediato de mi trance y me lancé a sus brazos. Él devolvió mi beso entre risas y me apartó con cuidado-. Pero odio cuando haces estas cosas, que lo sepas.
Rió y me cogió de la mano.
- Venga, vamos.
El resto de la tarde la pasamos en el salón de su casa, con Janet y Kate jugando a diferentes juegos. Lo pasamos realmente bien. Una vez, a Michael le tocó salir a imitar a un elefante que iba pisando nueces para que Kate lo adivinara. Terminamos las tres dobladas de la risa en el sofá y Michael acribillándonos con malas miradas, para después reírse el también. Fue una tarde muy muy muy divertida. Se me hizo demasiado corta; me hubiera quedado allí unas cuantas horas más.
Kate me animó a que fuera otro día a verlas y Janet la apoyó con grandes botes por los sofás. Me despedí de ambas con calurosos abrazos y salí con Michael a buscar a Sam.
- ¿Lo has pasado bien?
- Muy bien. Ha sido muy divertido.
- Ojala las tardes fueran más largas, ¿verdad? -comentó, mientras veíamos acercarse a Sam.
- Ojala, Mike...
Vi en la puerta a Janet y a Kate despedirme con la mano, y yo hice lo mismo. Después, posé mis ojos en Mike, que me miraba fijamente.
- Bueno, que descanses. Te llamaré y...
- No tardes, por favor -dije, casi suplicando.
- No tardaré, te lo prometo.
Se inclinó y me dio un beso en la mejilla, muy muy muy cerca de los labios. Giré un poco la cabeza intentado encontrarme con esos labios que tanto me habían hecho soñar, pero él se retiró a tiempo y yo gruñí, cual perro cabreado.
- No te enfades, anda. Prometo recompensarte -me guiño un ojo y comenzó a caminar hacia la puerta, donde estaba su madre y su hermana.
Eché un último vistazo a lo que ya consideraba como mi segunda casa y me metí en el coche.
16 de mayo de 1979.
Sin duda, había sido un día que nunca, por mucho que pasaran los años, iba a olvidar.

21 de abril de 2010

Capítulo 20.

No va a fallar nada.

Su mirada no mostró sorpresa alguna, ni siquiera desconcierto. Siguió contemplándome de esa manera tan irresistible que haría temblar hasta a una piedra.
Vi como entreabría un poco los labios e imaginé que la respuesta iba a llegar.
- Sí... -susurró.
Sin duda alguna, era la palabra que más deseaba oír en estos momentos, pero asombrosamente no fui capaz de hacerlo de inmediato. Mi cabeza comenzó a dar vueltas y mis manos perdieron firmeza alrededor de su cuello.
Un momento... ¿Tanto tiempo esperándolo y ahora no iba a ser capaz de hacerlo?
Sí, sí iba a ser capaz. Claro que iba a ser capaz.
No retiré mis ojos de los suyos y me incliné lo suficiente como para rozar sus labios de la forma más delicada que podía. Los presioné suavemente y los retiré. Esperé unos segundos y lo repetí. Entonces él me devolvió el beso y cogió mi cara con su mano derecha, atrayéndome más hacía él. Recuperé la solidez de mis brazos e hice lo mismo. Sus labios acariciaban los míos con ternura, con sutileza.
Al cabo de unos minutos, Michael separó nuestras cabezas con cuidado y rozó mis labios con su dedo suavemente.
- Deberíamos salir -sonrió. Se dio la vuelta y comenzó a nadar hasta la orilla.
Inspiré hondo para intentar recuperar mi respiración habitual, trastocada por sus perfectos besos, e hice lo mismo.
Cuando llegué vi como asesinaba con la mirada al sol que se había ocultado tras una nube, impidiendo que nos secáramos. Me reí y me miró, asesinándome a mí también. Me acerqué hasta él y le rodeé con mis brazos, apoyándome en su pecho.
- Gracias... -le dije.
- ¿Por qué? -preguntó, abrazándome él también.
- Por hacer que una tarde cualquiera pueda ser tan especial.
- En ese caso debería darte las gracias yo también... En verdad, debería agradecértelo más que tú a mí.
Me retiré de su pecho y le miré, mostrándome totalmente en desacuerdo.
- No, no. Perdona, señorito Jackson, pero eso no es así. Lo que has hecho tú por mí... Bueno, podría entrar en detalles, pero la verdad, para lo poco vergonzosa que soy yo, esto sí me da vergüenza decirlo. Creo que de momento no te voy a hacer ninguna declaración de amor.
- Salvarme -dijo, de repente.
- ¿Qué? -le miré sin entender.
- Que me has salvado.
- ¿Salvar...? ¿Salvarte? ¿De qué...? -tartamudeé.
- De todo. Creía que estaba solo y que siempre lo iba a estar. Puedes estar rodeado de mucha gente y sin embargo sentir que no hay nadie, ¿no? Así me sentía yo. Cuanto más solo me encontraba, más triste estaba y más me apartaba de todo el mundo, lo que creaba en mí más tristeza. Era como una cadena interminable, en el que el único final que veía era ese: la soledad. No notaba que le importara a nadie; probablemente a la gente le importara Michael Jackson, pero no Michael a secas. Lo que pudiera decir o pensar no tenía significado para nadie, ni siquiera, en ocasiones, para mi propia familia. Pensaba que nunca iba a encontrar a ninguna persona que realmente me quisiera por lo que era, no por quien era; alguien que llenara el vacío inexplicable que sentía. Pero apareciste y de repente muchas cosas cobraron sentido. Me salvaste de los demás y de mí mismo.
Sus ojos se clavaban en los míos con tal intensidad que pensaba que estaba leyendo mi mente. Incapaz de pronunciar una palabra después de haber escuchado todo eso, le abracé, más fuerte que de costumbre. Seguramente le estaba haciendo daño, pero daba igual, necesitaba que supiera lo mucho, muchísimo, que me importaba. Me separó como pudo (no se lo puse nada fácil ya no quería dejar de estrujarle) y me besó en la frente.
- ¿Ves? Te debo mucho -sonrió-. Um... ¿Qué te parece si nos vestimos?
Caminó hasta el árbol donde había dejado ordenadamente su ropa y yo fui recogiendo lo que iba encontrando de la mía. Me pregunté cuándo volvería a verle de ese modo.
Tras ponerme la camiseta, agarró mi mano y me llevó hasta un árbol que se encontraba a unos pocos pasos. Se sentó, apoyándose en su enorme tronco y tiró de mí hacia abajo, recostándome contra él.
- Ahora quiero oírte yo a ti.
- ¿Y qué quieres oír exactamente?
- Tu declaración de amor -rió.
- Mi declaración... Claro... -suspiré-. No me hagas esto, por favor.
Levantó mi cabeza, que estaba apoyada en su pecho, y buscó mi mirada. Como sabía que si me enfrentaba a esos dos ojos negros iba a acabar cediendo, decidí esquivarla y taparme la cara con las manos, volviéndome a recostar contra él.
- No me digas que te da vergüenza esto y no te da vergüenza preguntarme... En fin, lo que me preguntaste hace un rato en el lago.
- Lo que te pregunté hace un rato en el lago es sólo una pregunta al fin y al cabo. Decirte esto supone desvelarte mis sentimientos.
- Ah, claro, y de ello depende la salvación del mundo -dijo, burlándose de mí-. Venga, no seas así.
Intentó descubrirme la cara, y cuando al cabo de varios intentos vio que era imposible, comenzó a hacerme cosquillas. Sabía perfectamente que era uno de mis puntos débiles.
- Dímelo o no pararé nunca. Y sabes que voy en serio.
Acabé, como siempre, tirada en el suelo, con él inclinado sobre mí, riendo casi tanto como yo.
- Tú verás, te aseguro que puedo seguir así días y días.
- ¡Vale, me rindo! ¡Te diré lo que quieres oír! -dije, una vez que me dolía la tripa de tanto reírme-. Ven, túmbate.
Tiré de su camiseta hacia abajo y le hice colocarse a mi lado. Nuevamente, le tuve tan cerca que mi capacidad de autocontrol acabó por los suelos. Me acerqué más a él y le cogí la cara para darle un suave beso.
De verdad que nada podía compararse con la sensación que sentía cuando sus labios chocaban con los míos. Por ello era comprensible que, una vez que lo había probado, no quisiera dejar de hacerlo.
- No me líes -dijo, al cabo de unos minutos, retirándose y apoyando su dedo índice en mi boca, como hizo la primera vez-. No me hagas desviar mis prioridades hacia otra cosa.
- Ah, ¿qué puedo hacerlo?
- Sí. Pero no estamos hablando de cuánto poder podrías ejercer sobre mí, sino...
- ¿Puedo ejercer poder sobre ti?
- Mucho.
Sonreí. Seguro que no era ni la mitad de la mitad del poder que el tenía sobre mí, pero el tener un poco significaba que sentía, aunque fuera mínimamente, lo que sentía yo.
- ¿Y cuánto...? -detuvo mis palabras con su dedo y puso los ojos en blanco.
- No me hagas volver a las cosquillas -dijo, mientras destapaba mi boca.
Se supone que tenía que comenzar a hablar pero en lugar de eso me quedé observándole. Estaba muy muy muy guapo. El sol hacía que su tez morena fuera realmente hermosa y que su sonrisa brillara tanto que podría competir con la luz del mismo sol. ¿Cómo alguien podía ser tan bello?
Abrió la boca, para protestar imaginé, pero esta vez fui yo la que le callé.
- ¿Eres consciente de lo hermoso que eres? -Quitó mi mano de su boca, y se dispuso a hablar, pero una vez más, le detuve-. No me digas que no. Eres realmente bello. ¿Y sabes que es lo mejor de todo? Que no sólo lo eres por fuera -acaricié su cara, para después apoyar la mano en su pecho, sintiendo los latidos de su corazón bajo ella-, también lo eres por dentro.
Agarró mi mano y la tocó con esa ternura tan propia de él.
- ¿Querías una declaración de amor? Bueno, no sé si esto lo será, pero... Sólo quiero que sepas que hasta que tú llegaste, yo no era capaz de sentir muchas cosas que ahora son lo más normal dentro de mí. Tú has cambiado todo. Has cambiado mi forma de pensar, mi forma de entender las cosas, mi forma de ver el mundo... En tan sólo dos meses, Michael. Llegaste, y destrozaste mis esquemas; rompiste todo en mi interior. Conseguiste que aparecieran por primera vez las verdaderas ganas de ver a alguien, la verdadera ansiedad por no poder hacerlo, la verdadera necesidad de que ese alguien este a tu lado, las famosas y geniales mariposillas dentro del estómago cuando ese alguien se acerca... La felicidad que te da saber que está ahí. No sé si eso podrá llamarse o no amor, sólo sé que me alegro de que hayas sido tú, y no otro, el que haya hecho todos estos cambios. Y me alegro porque sin duda tú eres la mejor elección que alguien puede realizar.
Solté aire y le miré, intentando hallar algo nuevo en su rostro. Pero no dijo nada.
- ¿Ves? Hablo demasiado. He dicho cosas que no querías oír, ¿verdad? ¿Por qué no me callas? O mejor... ¿Por qué me dejas empezar a hablar?
- Me gusta todo lo que has dicho.
- Entonces, ¿qué pasa?
- Nada... Es sólo que yo siento lo mismo.
En ese momento me le hubiera comido, entero, sino hubiera sido por la expresión que se mantenía en su rostro. También podría haber dado saltos y subirme por los árboles, sino hubiera sido porque él se mantuvo quieto, como si no le importara.
- Y eso... ¿es malo? -dije, mordiéndome el labio inferior.
- Sí y no. No es malo mientras todo siga así. Si algo falla... Entonces si será malo.
- No va a fallar nada. No tiene por qué fallar. No sé por qué piensas así.
- Créeme, tengo mis motivos para pensar así.
- Adelante, estaré encantada de oírlos.

19 de abril de 2010

Capítulo 19.

¿Puedo besarte?

Una vez hubo acabado la comida todos se fueron yendo poco a poco. Me dio hasta pena despedirme de ellos, sobre todo de Jermaine. Cierta vez Michael me había comentado que era con quien más proximidad tenía y que a raíz de su separación del grupo, se habían distanciado mucho, pero él le echaba constantemente de menos. Ahora podía entender, aunque solo fuera un poco, el por qué.
Cuando la casa se quedo “vacía”, Michael me invitó a dar un paseo por el jardín, como hacía cada vez que iba allí. Me resultaba muy agradable compartir con él momentos en los que no fuera necesario hablar; en los que no fuera necesario decir nada. Con muchas personas resultaba incómodo, pero con él era todo lo contrario. Era muy hermoso ver como Michael admiraba todas aquellas cosas que para otros eran insignificantes. Él realmente sabía mirar más allá de las apariencias. Sabía captar toda la esencia de las cosas. Y eso le convertía en una persona ciertamente bella.
- Te voy a llevar a un sitio que a mí me parece precioso -dijo, al cabo de un rato.
Seguimos caminando durante un largo tiempo. Nunca me había podido explicar como podían tener un jardín tan extenso. Siempre había llegado a la conclusión de que lo que habíamos hecho los anteriores días era caminar en círculos, porque sino no había manera de concebir como era tan inmenso todo aquello.
Finalmente, llegamos al lugar que quería enseñarme. Se paró en seco y apretó mi mano. Lo que se presentaba ante nosotros era un lago con un agua prácticamente cristalina, rodeado de árboles por todas partes. Solo había un pequeño caminito de tierra que, supuse, habían hecho para poder bañarse.
- ¿A qué es genial? -sonrió.
- Mucho, Mike.
Como en tantas otras ocasiones, la bombilla lució en mi cabeza.
- ¿Y si nos damos un baño?
- ¿Ahora? -preguntó, confuso.
- ¡Claro! ¿No te apetece? ¡Si hace muchísimo calor!
- Ya, pero... No sé, no tenemos... Bañador aquí -bajó la cabeza. Supuse que la idea de bañarse sin bañador le avergonzaba.
- Venga, anda... ¡Con el buen día que hace! Quién sabe cuando volveremos a tener otro día igual.
- Judith, estamos en California, aquí siempre hace bueno -dijo, poniendo los ojos en blanco. No pude evitar acordarme de Janet cuando hizo ese mismo gesto esta mañana.
- Venga... Por favor, por favor... Por favor...
Suspiró y se recostó contra un árbol.
- Michael... Por favor... Por favor... -le miré poniendo esa cara de niña buena que tan bien se me daba. Cuando me di cuenta de que era inútil, decidí obligarle-. Yo me voy a bañar y tú también -le saqué la lengua.
Me quité las zapatillas, los pantalones y la camiseta. Podía imaginarme su cara roja como un tomate, pero no me importó. Caminé hasta el lago y metí despacio los pies. El agua no estaba caliente, pero tampoco estaba para nada fría.
- Venga, que esto tiene pinta de estar muy bien.
Me giré y le vi mirándome, anonadado.
- ¡Vamos! -grité, mientras me acercaba a él-. O te quitas tú la camiseta o te la quito yo -le dije, con picardía.
- ¡De eso nada!
Me acerqué más a él para demostrar que iba en serio y tiré de su camiseta hacía arriba. Ese simple movimiento provocó un escalofrío en mí y, creí ver, otro en él.
- ¡Vale! ¡Vale! ¡Vale! Ya me la quito yo.
- Así me gusta -sonreí.
Comencé a caminar de nuevo, pero mi instinto me dijo que ahí se iba a quedar la cosa. Me giré y vi como depositaba su camiseta en el suelo. Le observé durante unos segundos. Es verdad que estaba delgado, pero tenía una silueta muy bonita. Sus brazos parecían fuertes, al igual que su pecho. Me miró enrojecido y se quedó quieto. Volví a acercarme a él, sonriendo.
- ¿Quieres que te ayude a quitarte los pantalones?
- ¡¡NO!!
Reí a carcajadas, siendo consciente desde el principio de lo que iba a provocar esa pregunta en él.
- Bueno, entonces te espero dentro. Como tardes mucho, vengo a por ti y te meto de las orejas -intenté mostrarme enfadada, pero teniéndole delante y de esa forma resultaba muy poco creíble.
Me adentré en el agua y comencé a nadar hasta quedarme en el centro. No me giré, sabiendo que si él notaba que le miraba iba a poner más difíciles las cosas. No pude evitar reírme pensando en todas las reacciones que había sido capaz de provocar en él.
- La verdad es que si que está buena -susurró, tras de mí.
- Y tú que no querías meterte... -sonreí.
Estuvimos un rato enorme jugando dentro. Nos salpicábamos, nos perseguíamos, nos hundíamos el uno al otro... Nos lo pasamos realmente bien. Estaba segura de que nuestras risas podían oírse a kilómetros de aquí.
Cuando ya teníamos escamas en vez de piel, decidimos que era momento de salir.
- Solo una cosa más... -dijo Michael, mientras me hundía. Incluso debajo del agua podía escuchar su risa.
Cuando volví a la superficie iba a comenzar a regañarle o a vengarme según lo viera, pero lo que me encontré me frenó por completo.
Su rostro estaba a muy muy pocos centímetros del mío. Podía sentir su respiración agitada y seguramente el también podía sentir la mía. Esperé unos segundos para comprobar su reacción, pero no hubo ninguna: no se movió de donde estaba.
Entendí que, sí tenía que haber un momento para intentar algo, era ESE.
Así que rodeé su cuello con mis brazos delicadamente y le susurré.
- Michael...
Esperó unos segundos para contestar; unos segundos en los que no apartó sus ojos de los míos.
- ¿Si?
Continué mirándole a los ojos para intentar adivinar qué pasaba por su mente. Lo que me encontré en ellos fue una pequeña diferencia respecto a como les había visto otras veces: juraría que estaban ardiendo.
- ¿Puedo besarte?

Capítulo 18.

Quien no arriesga no gana.

A la mañana siguiente me levanté aun con esa canción metida en la cabeza... “Keep on with the force. Don’t stop ‘til you get enough.” No solo era buena, también era pegadiza. Maldije, pero solo un poquito, a Michael por haber hecho que no pudiera parar de recordarla.
Corrí la persiana y pude comprobar que hacía un sol espléndido. Tan espléndido como mi sonrisa. Estaba segura de que mis padres la podían ver desde España, porque hacía mucho mucho tiempo que no la exhibía tan amplia. Al pensar eso, eché bastante de menos a mi madre interrogándome acerca del chico que había provocado esa gran felicidad y a mi padre bromeando con que alguien iba a sufrir daños si se enteraba él de que andaba con alguno. Después, la cotilla de mi hermana también lo querría saber todo de ese chico.
Bien, pues ese chico se llamaba Michael; Michael Jackson. Y era mucho más hermoso por dentro que por fuera; y eso era bastante difícil teniendo en cuenta lo tremendamente guapo que era.
Ese chico había roto mis esquemas y descolocado todo en mi interior.
Hasta hace poco más de 2 meses me sentía incapaz de sentir nada por ningún chico. Entraban y salían de mi vida con más pena que gloria. Ninguno había significado nada para mí; o quizá algo, pero no más que un par de semanas pasándolo bien. Ninguno me había hecho sentir algo especial; algo más que esa diversión. Ninguno me había hecho comerme la cabeza; si no me quería, ya habría más que sí lo hicieran. “Chicos en la tierra, más que peces en el mar”, era mi lema.
Y sin embargo, ahí estaba ahora. Completamente deslumbrada por alguien al que jamás iba a poder aspirar. Y aún sabiendo eso, no podía hacer nada para evitar estar irremediablemente atada a él.
Era increíble como había cambiado todo. Como había marcado las diferencias desde el principio.
¿Qué se supone que tenía que me hacía perder la cabeza de ese modo?

Desayuné cuatro galletas y un zumo deprisa, porque, como de costumbre, había estado demasiado tiempo vagueando en la cama y no quedaban más de 20 minutos para que Sam pasara a buscarme. Corrí a la habitación aún con una galleta en la boca y me puse unos vaqueros claritos, con calzado cómodo y una camiseta de hombrera amarilla. El día era soleado, así que seguramente haría bueno toda la tarde, pero como con Michael nunca se sabía cuando iba a acabar el día, cogí también una chaqueta por si me quedaba hasta tarde. Una vez revisado mi vestuario, intenté dominar mi alborotado pelo lleno de rizos, que con la intensa luz del sol lucirían más rubios que habitualmente.
Cuando bajé a la calle Sam ya estaba allí.
- ¡Buenos días! -dije, alegremente-. Me alegro de volver a verte.
- Buenos días, señorita. Para mí también es un placer verla. Está guapísima -dijo, mientras me abría la puerta trasera.
El trayecto se me hizo más largo que otros días, seguramente debido a las ganas de volverle a ver. Había pasado mucho tiempo sin él, así que tenía que recobrar todos esos días perdidos.
Cuando bajé del coche, la primera persona a la que vi fue a Janet, que corrió entusiasmada hacía mí y me dio un abrazo.
- Felicidades, Janet. Ayer Michael me chivó que era tu cumpleaños -la dije, revolviendo su pelo.
- ¡Muchas gracias! -sonrió-. Me alegro mucho de que hayas venido. ¿Te quedas esta tarde, verdad? Podríamos dar un paseo los tres, Michael, tú y yo. ¿Te apetece?
- Claro. Me parece perfecto.
Despedimos a Sam y comenzamos a andar hacia la entrada.
- ¿Sabes? Mike me habla mucho de ti.
- ¿Ah si? Espero que lo haga bien, entonces.
- ¡Muy bien! Dice que eres una gran persona, que tiene una gran confianza en ti y que además se lo pasa genial contigo.
Me sonrojé por completo y a Janet no se la escapó ese detalle. Como había hecho la primera vez que la había conocido, parecía que me le estuviera vendiendo.
- ¿Tú también piensas lo mismo de él?
- Sí -dije, segura-. Michael es el mejor chico que he conocido nunca.
- Yo también lo pienso -sonrió. Noté de inmediato el gran cariño que le tenía-. ¿Sabes que otra cosa pienso? -se detuvo justo antes de entrar en la casa-. Que le gustas.
Me quedé muda, con una mezcla de asombro e incredulidad; y lo segundo prevalecía sobre lo primero. Apelando a todas las razones posibles por las que una persona comienza a sentirse atraída por otra, no tenía ningún sentido que Michael se sintiera atraído lo más mínimo por mí. Él podía aspirar a mucho, mucho, mucho, muchísimo más.
- No creo, Janet. Michael y yo somos sólo amigos.
- Sí, claro -puso los ojos en blanco-. Oye, que se os nota, ¿eh? Él me lo reconoció el otro día.
- ¿¡En serio!? -chillé.
- No, pero mira como has reaccionado -se rió-. Yo si fuera tú, le diría algo -me guiñó un ojo-. Venga, vamos a entrar. El pobre debe estar nervioso esperándote.
Agarró mi mano, y como había hecho en otras ocasiones, me arrastró tras ella.
- Hola, Michael -saludé, cuando entramos al salón.
Él estaba en el suelo, sentado, cual niño pequeño. Se incorporó, y sonrió.
- Hola -contestó amablemente, mientras se acercaba a mí. Para mi gran sorpresa, me dio un beso en la mejilla. Miré a Janet que se estaba riendo disimuladamente, y después posé mis ojos en los de Michael, tan dulces como siempre-. ¿Estás preparada para pasarlo bien? -dijo, para después morderse el labio inferior. Era un gesto que repetía mucho, pero que debería suprimir, ya que hacía que mi corazón latiera más deprisa, lo cual era vergonzoso. En muchas ocasiones llegué a pensar que él podría oírlo.
- Estoy preparada.
 - Entonces, vamos.
Hasta la hora de comer estuvimos dando vueltas por toda la casa. Me condujeron por varios pasillos diferentes, y enormes, y me enseñaron todas las habitaciones que había. Tenían algo que contar de cada cuadro y de cada foto familiar que veíamos. Era muy gracioso verles pelear por quien me relataba cada cosa.
Tras un gran rato caminando por esa casa que parecía interminable, Michael me agarró de la mano para correr y así llegar antes que Janet al “pequeño museo”, como lo llamaban ellos, que querían enseñarme. Resultó ser la habitación donde guardaban los discos que habían grabado los Jackson 5, cada premio que habían recibido y cada recuerdo de cada actuación. Cuando llegamos a esa habitación, Michael no soltó mi mano y permanecimos agarrados todo el tiempo que estuvimos allí.
- Mira esta foto -me dijo Janet, en cierta ocasión-. Michael tenía 12 años. ¿A qué era guapísimo?
- Sí, mucho -sonreí. Realmente salía guapo, con un jersey de lana y una espléndida sonrisa, como siempre.
 - Pero bueno, ahora lo es más, ¿no? -dijo, mientras me daba un codazo.
- Sí, ahora también es muy guapo. Deberías dejar un poco de belleza a los demás chicos, Michael, te tienen que tener mucha envidia -sonreí, mientras le hacía cosquillas.
- Que dices... -dijo ruborizado.
No pasó mucho más tiempo hasta que fuimos a comer. Cuando aparecimos en el salón, entre risas y demás, me encontré con prácticamente toda su familia. Estaban todos o casi todos sus hermanos; y su padre, al que todavía no conocía. Crucé dos palabras con él, nada más. Supuse que mi presencia en la casa no le agradaba mucho, aunque no logré imaginar por qué. Michael me presentó amablemente a todos sus hermanos, que me resultaron simpáticos, y tuve una pequeña charla con Jermaine sobre como conducir con precaución.
Todos me miraban como si... Hubiera hecho algo grandioso. Como si el hecho de estar allí, de que Michael me hubiera llevado, fuera increíble. Estaba convencida de que ninguno se creyó que éramos solamente amigos, a pesar de que Michael me presentó como “mi gran amiga”. O bien porque era la primera vez que Michael llevaba a una chica o bien porque creían demasiado evidente que entre nosotros había más que amistad, lo cierto es que los susurros, las risitas y las bromas no cesaron en toda la comida. A mi no me importó, hasta me lo pasé bien. Además, el ver a Michael con sus preciosos coloretes era una imagen a la que nunca podría renunciar.
Por ese hecho precisamente me llegué a plantear seriamente lo que me dijo Janet. ¿Y si realmente era algo más que su “gran amiga”? No es que pensara que yo reuniera las condiciones suficientes para que alguien como Mike se fijara en mí, pero quizá había una remota posibilidad... Por lo que me había demostrado y dicho hasta ahora, Michael era muy tímido; no en el sentido de introvertido, que también, aunque solo hasta cierto punto; tímido en el sentido de que nunca sería capaz de dar el primer paso con una chica. Los pocos minutos en los que no fui yo el centro de las bromas por parte de todos los Jackson, los dediqué a pensar en esta dudosa probabilidad y llegué a pensar realmente en actuar; en hacer algo. Al fin y al cabo, quien no arriesga no gana. Aunque en esta ocasión tenía mucho que perder... Si por alguna razón mi relación con Michael acababa ahí, no sabría hacia donde encaminar mi vida. El simple hecho de recordar esas casi tres semanas con su ausencia me hizo estremecerme y tuve que recordarme a mí misma que lo principal era tenerle a mi lado. Pero mirándolo desde otro punto... Éramos dos personas adultas, las cosas se podían hablar. Si sólo me quería como una amiga, sería la mejor amiga que podría tener, y le prometería que jamás tendría otros propósitos con él. Pero si él también sentía algo más... No podía esperar mucho tiempo más para saberlo.
Cuando me trajeron un maravilloso helado de chocolate como postre, mis pensamientos estaban dirigidos a un solo objetivo: arriesgar, para ganar.

15 de abril de 2010

Capítulo 17.

O quizá sí...

El 15 de mayo, dos semanas y media después de esa horrenda tarde, no guardaba esperanza alguna de volver a verle, pero tampoco podía borrar la huella que había dejado en mí.
Como cada mañana cuando no tenía que trabajar, estaba tumbada en la cama vagueando, sin nada mejor que hacer. Hacia una hora que había sonado el teléfono un par de veces, pero, sin ninguna gana de levantarme, no le había cogido. Estaba absorta, mirando al techo, cuando fue el timbre lo que sonó esta vez. Evidentemente, no me iba a levantar tampoco. No me importaba quién fuera o qué era lo que quería. Le ignoré por completo y seguí peleándome con mi cabeza para que no evocara aquellas imágenes de un chico moreno, tumbado al sol, con una sonrisa tan estupenda que...
El timbre volvió a sonar, dos veces. Y transcurridos unos segundos, otras tres veces. Resoplé y malhumorada me levanté.
- ¡¡Ya voy!!
Me hice una coleta para esconder mis malos pelos (aunque el resultado fueron unos pelos aún peores) y me puse un par de calcetines para no andar descalza. Mi aspecto era espantoso, la verdad. Llevaba una camiseta de hombreras que solo usaba para dormir, y unos pantalones viejísimos que tenían el mismo uso.
Caminé hasta la puerta arrastrando los pies, como era habitual en mí. El timbre volvió a sonar otras dos veces hasta que llegué y justo un segundo antes de abrir la puerta, volvió a sonar.
- He dicho que ya...
No pude continuar la frase porque, sí, ahí estaba ÉL. Tan increíblemente guapo e impecable como lo recordaba mi memoria. Lucía esa camiseta amarilla que tanto me gustaba, y que tan bien le quedaba, y unos pantalones vaqueros de un color oscuro. Su sonrisa, aunque leve, también estaba presente.
- Hola -dijo, tocándome el hombro. Su ligero toque me hizo estremecerme y tuve que ordenar a mis rodillas que no me fallaran-. ¿Puedo pasar? -su voz sonaba tímida, como en los primeros momentos que habíamos compartido.
Me eché a un lado y dejé que entrara en casa su perfecta figura. ¿Cómo alguien podía ser tan deslumbrante?
Todavía sin poder pronunciar una palabra, le seguí con la mirada hasta que se quedó en el centro del salón. Avancé unos pasos más hasta él, aún sin creerme que estuviera aquí. Cuánto había echado de menos su aura embriagadora...
- ¿Cómo estás? -preguntó.
- Eh... Bien -logré contestar.
- Siento no haber venido antes, Judi. He estado ocupado con la grabación del disco y todo eso. Tengo que contarte muchas cosas, ¡muchísimas! -su sonrisa disminuyó cuando vio que yo no reaccionaba-. De verdad, lo siento.
Comenzó a acercarse. Agarró mi mano, que tanto había extrañado su delicado tacto y me clavó sus dos ojos negros. En ellos no podía haber mentiras... Sí me decía todo aquello, es porque era verdad. Tenía que ser verdad. ¿Qué sentido tenía engañarme sino era así? Destruí por completo la barrera que había creado para protegerme de su perfección y me dejé cautivar una vez más por él.
Saqué las fuerzas que hasta que él apareció por la puerta creí que no iba a tener nunca más y comencé a hablar.
- Creía que no habías venido por lo que pasó el otro día. De hecho, pensaba que... -tragué saliva-. Que no ibas a volver.
- ¿Qué no iba a volver? ¿Por qué pensaste eso? -me miró confuso.
- No dijiste nada, Michael. No me dijiste ni una palabra después de aquello. Ni te despediste. No he recibido ni una llamada por tu parte desde entonces -el recuerdo de aquellos angustiosos días hizo que el nudo en la garganta volviera a aparecer-. ¿Qué querías que pensara? Sé que fue mi culpa. No te merecías esos gritos ni esas tonterías por parte de John, y lo sé. Por eso sé que no me dijiste nada. Y por eso creí que no ibas a volver. Simplemente te habías cansado de mí y no tenías porque aguantar algo que no iba contigo... Además... -iba a mencionarle el beso que le robé, estando segura de que también tenía algo que ver, pero preferí callarme. Quizá si yo le restaba importancia, él se olvidaría de ello.
- ¿Además qué?
- Que nunca ha tenido ningún sentido que quisieras compartir cosas conmigo, que me dejaras entrar en tu mundo. Que quisieras que yo estuviera a tu lado y que tú quisieras estar al mío.
Su expresión cambió por completo.
- No, no digas eso. No digas eso, por favor. ¿Por qué no tiene sentido? ¡Eres la persona más increíble que he conocido nunca! ¿¡Cómo podría querer alejarme de alguien así!? No vuelvas a pensarlo, ¿me oyes? ¡Nunca! -cogió mi otra mano y apretó ambas dos con dulzura-. Te prometo que yo no te voy a fallar nunca. Te prometo que jamás te voy a dejar sola. Te lo prometo aquí y ahora. Voy a estar contigo. Hasta el final, Judith -dijo, reproduciendo exactamente las palabras que yo le había mencionado anteriormente.
Se acercó aún más a mí y me abrazó con ternura, como siempre lo había hecho.
Volví a sentir su aroma, su delicadeza, su presencia... Volví a sentirle a ÉL y todo pareció cobrar más sentido.
Me susurró un par de veces al oído lo mucho que me había echado de menos y me condujo de la mano hasta el sofá, donde permanecimos toda la tarde.
No volvimos a mencionar el tema y Michael actuó como siempre; como el chico agradable y simpático que me había mostrado desde el principio. Yo lo preferí así, preferí que lo olvidara todo. Seguramente no se imaginaba lo mal que lo había pasado durante esas casi tres semanas en las que él no había estado, pero daba igual. El dolor remitió en cuanto él volvió a aparecer y lo que me importaba era eso: que había vuelto.
Comenzó a contarme cuanto habían progresado en el disco y lo contento que estaba con ello. Me cantó un poquito del primer single que iban a sacar y no tuve ninguna duda (y estaba segura que él tampoco) de que iba a ser un éxito. A mi parecer, mostraba a un Michael desconocido. Para empezar, había sido él el que había escrito la letra, por lo que era totalmente suya esa canción. Además, iba a demostrar que podía hacer lo que él quisiera con su voz. De hecho, a mi me dejó petrificada. No entendía mucho de música, pero estaba convencida de que iba a deslumbrar e impresionar por completo. Resultaba tan sexy cantando aquello...
- ¿Cómo dices que se llama? -pregunté, una vez hubo acabado.
- Don’t stop ‘til you get enough.
Le miré durante unos segundos y puse carita de cordero degollado para así poder realizarle la siguiente pregunta.
- ¿Me la cantas otra vez?
Como era habitual en él, sonrió, para después comenzar de nuevo con ella.
Nos pasamos toda la tarde riendo, excepto cuando le pedía que me volviera a cantar y me quedaba tan embobada que era incapaz de decir una sola palabra en los minutos siguientes. Entonces él, para hacerme despertar, se tiraba encima de mí y me hacía cosquillas. Más de una vez, y más de dos, acabamos en el suelo.
Nunca nadie jamás se imaginará cuánto había echado de menos esos momentos con él. Me di cuenta que cada vez que sonreía, era como si me diera a mí años de vida. Daba igual que aquel beso no hubiera significado nada para él y daba igual que nunca lo fuera a significar. Mientras pudiera tenerle a mi lado, daba igual todo lo demás.
Cuando llegaron las chicas, a eso de las 8, Michael y yo habíamos renunciado al sofá al caernos por quinta vez, y estábamos tirados en el suelo. La sonrisa que exhibieron todas solo fue comparable con la mía al ver solucionado todo este asunto. Una vez más, me di cuenta de que mi felicidad era la suya.
Michael se incorporó de inmediato y comenzó a ponerse rojo. Le salían unos coloretes tan monos cuando estaba avergonzado...
- Esto... Yo me voy, ¿vale?
- Puedes quedarte a cenar -le invitó Nana, amablemente-. No te vamos a comer, Michael.
Vi la sonrisa maliciosa de Marina y me acerqué disimuladamente a ella para poder interrumpir lo que estaba segura que iba a decir.
- Bueno, nosotras tres no te vamos a comer, quizá Ju... -mi codazo llegó a tiempo, y no terminó la frase.
Michael aceptó y mientras las chicas hacían unas patatas fritas, nosotros dos pusimos la mesa. Sin exagerar, tardamos 25 minutos en ponerla. Cada cubierto era un perfecto juguete con el que hacer algo. Cuando quisimos empezar a cenar, hubo que buscar la servilleta de Marina porque había volado en un ataque inesperado por mi parte hacia Michael.
La cena fue divertida. Parecía que las chicas y Michael se entendían a la perfección, aunque de vez en cuando, como cualquier persona en su sano juicio, se quedaban atontadas con él. Ciertamente, era difícil no hacerlo.
Acabamos de cenar y Michael se empeñó en que los dos fregáramos los cacharros, pero ante la experiencia anterior, las chicas se negaron por completo y nos mandaron al sofá, donde nos reímos a carcajada limpia por el temor que nos tenían.
- Es tarde, voy a tener que irme.
Le agarré del brazo y me estruje contra él.
- No, anda, quédate un rato más. ¿Con quién me voy a reír sino de las chicas?
Me acarició la cabeza como hacía siempre.
- Mañana es el cumpleaños de Janet -me dijo, de repente-. En realidad, nosotros no celebramos los cumpleaños, pero podrías venir a pasar la tarde y así la ves. Seguro que la hace ilusión. Según lo que me ha dicho, la has caído muy bien.
Una vez dijo eso, nos incorporamos y él comenzó a caminar hacia la puerta.
- Me parece buena idea.
Se detuvo, y me observó, mostrando esa sonrisa para la que ya no encontraba adjetivos.
- Genial entonces. Sam vendrá a recogerte a eso de la 1, ¿vale? Adiós chicas -dijo, mirando hacia la cocina. Todas le contestaron a coro-. Hasta mañana, Judi.
Le seguí con la mirada hasta que cerró la puerta como solo él sabía hacer y después miré a la cocina yo también. Las tres sonrieron y yo fui a arrojarme al sofá, sabiendo que después vendrían ellas para hacerme millones de preguntas y analizarlo todo.
Por primera vez en mucho tiempo, era completamente feliz.