30 de marzo de 2012

Capítulo 71

Encontraremos la forma.

En el momento en que Michael insistió en que no le acompañara a su casa, yo decidí hacerlo aún con mayor decisión. Pese a que durante toda la tarde se había mostrado como el chico alegre y divertido que es, sabía que aquella pregunta sobre sus padres había trastocado sus pensamientos y les había sobrevolado todo el tiempo que estuvimos charlando con mi familia. Lo noté en su expresión y en sus gestos. Una de las ventajas de pasar tanto tiempo con una persona es que acabas conociéndote cada mínimo detalle suyo a la perfección. Lo conocía. Y sabía que le había afectado.
Mis padres y mi hermana se despidieron calurosamente de Michael, a pesar de que éste había prometido que haría todo lo posible para poder despedirse de ellos mañana en el aeropuerto, tal como iba a hacer yo. Me gustó la idea, pero sabía que sería difícil. A pesar de haberse distanciado últimamente mucho de Joseph, seguía informándole con bastante frecuencia de los lugares a los que iba a ir. Y estaba cien por cien segura de que Joseph le diría que no era buena idea que fuera a un aeropuerto, donde cada día se pasean millones de paparazzis en busca de sus exclusivas. Así que por primera vez, y sin que sirviera de precedente, estaría de acuerdo con algo que Joseph le aconseja a Michael.
Cuando bajamos a la calle, Sam aún no había llegado, así que decidimos esperar dentro del portal para evitar posibles altercados. Mi calle no era realmente muy transitada, pero cuanto menos nos expusiéramos mejor. Con el éxito de Off the wall todo se había “complicado” un poco; a Michael le resultaba muy difícil pisar la calle sin que nadie se le echara encima. A mí no me importaba en exceso, era él quien se preocupaba demasiado por ello. “Acabarás cansándote…”. Pronunciaba esas palabras completamente seguro de ellas. Después suspiraba y agachaba la cabeza. Y yo me reía. ¿Cansarme? ¿De qué? ¿De Michael? No tenía sentido.
- No parecías muy convencida de que mañana vaya a acompañaros al aeropuerto –dijo de pronto, interrumpiendo mis pensamientos.
- Es complicado, Mike. Me alegraría que pudieras venir, pero si no puedes no pasa absolutamente nada, quiero que lo tengas claro –me acerqué a él y acaricié su nariz con la mía, sonriendo. Algo que él no hizo.
- Hasta el día que pase.
- Para.
- Llevo razón.
- No, no la llevas.
- Llevo razón y un día se demostrará.
Suspiré y abrí la puerta del portal. Encontrarme con el coche conducido por Sam fue un alivio. Si no deteníamos aquella conversación acabaríamos discutiendo, o semi-discutiendo.
- Ya está Sam, vamos.
En el trayecto a su casa, mientras Michael y Sam charlaban, no pude evitar pensar en cómo Michael y yo habíamos cambiado en ese aspecto. Es verdad que desde que volví de España la paz había reinado entre nosotros, pero aún así sí habíamos tenido alguna que otra conversación que podría haber desembocado en un enfado –que logramos evitar poniendo los dos de nuestra parte-. Eso era impensable para nosotros en un principio. Supongo que por miedo a decir algo hiriente demasiado pronto o tal vez porque realmente no nos conocíamos bien el uno al otro, pero lo cierto es que no discutimos por primera vez hasta que no pasó un tiempo largo. Algo que no puede decirse de los últimos meses. Pese a ello, sentía que eso nos había hecho más fuertes. A mí, desde luego, me había servido para valorar mucho más a Michael. Puede que en ocasiones fuera demasiado cabezota, demasiado poco adulto o demasiado desconfiado. Pero eran minucias comparadas con todo lo que me aportaba. Ahora sí podía decir que le conocía bien. Y desde luego no iba a permitir que nada me volviera a separar de él.
Aparté los ojos de la ventana para dirigirlos a él, inclinado ligeramente sobre el asiento delantero para poder hablar tranquilamente con Sam. No sé si era realmente consciente de mi suerte por tenerle a mi lado. Pues claro que no iba a permitir que nada me volviera a separar de él.
Quedé con Sam unas dos horas más tarde en la entrada principal para que me llevara de vuelta a casa. Según me habían dicho mis padres, querían dar un paseo por el barrio, así que tenía tiempo suficiente para hablar con Michael sin prisas.
Caminamos hasta nuestro árbol de siempre, a unos diez minutos de la entrada, en completo silencio.
- ¿Te has enfadado? –preguntó finalmente al tiempo que se sentaba y se apoyaba en el árbol. Le miré sin entender.
- ¿Enfadarme por qué?
- Nuestra charla en el portal.
- Querrás decir nuestro intercambio de cinco frases escuetas –me senté yo también y sostuve su mano.
- Siete –apuntó.
Puse los ojos en blanco y de reojo le vi curvar ligeramente los labios.
- ¿Por qué iba a enfadarme? ¿Porque pienses que en un tiempo me habré cansado de ti, lo cual significa que no te acabas de creer que quiero estar contigo? Que va, por esas cosas no me enfado.
- Odio tu ironía.
- No, no la odias. Te encanta y además la imitas –levanté las cejas y sonreí. Esta vez el también lo hizo-. No me he enfadado, Mike, pero como comprenderás no me hace mucha gracia que pienses que voy a salir corriendo. Y esta conversación la hemos tenido muchísimas veces, no quiero volver a ello, de verdad.
- Confío en ti. Pero también sé que las circunstancias no son demasiado… Favorables a nosotros.
- Encontraremos la forma de que lo sean.
- ¿Cómo?
Lo medité unos segundos. Necesitaba encontrar una respuesta lo suficientemente convincente para aparcar el tema por ahora. Cuando creí que nada podría salvarme de aquello, decidí recurrir a lo más fácil.
- Mírame a los ojos.
- Aham.
- ¿Me quieres?
- Sí.
- ¿Qué hay más favorable que eso? –mostré la cara que suelo mostrar cuando quiero que la persona con la que hablo se de cuenta de que llevo razón y acto seguido le besé, sin darle opción a contestar.
Me lo devolvió de buena gana mientras acariciaba mis mejillas. Antes de que me hiciera perder la noción del tiempo, decidí detenerle. Nos quedamos frente a frente y de la forma más dulce posible, le susurré:
- Te quedaste demasiado pensativo cuando mi padre te preguntó sobre los tuyos –le di tiempo para que contestara, pero en lugar de eso se alejó ligeramente de mí. Supuse que necesitaba un impulso así que se lo di-. Háblame de ello.
- ¿De lo siempre? –suspiró. Sabía que aquello le dolía, pero guardárselo dentro no ayudaba.
- De lo que haga falta. Repíteme trescientas veces una cosa que seguiré escuchándola con la misma atención y con el mismo interés que la primera vez que la dijiste.
Sonrió y acarició de nuevo mi cara.
- En realidad… Hay algo de lo que todavía no te he hablado.

29 de marzo de 2012

Capítulo 70.

Muy familiar

- ¡Hola! –respondió jovial mi hermana. Imaginé que se había lanzado a darle dos besos. Así que también imaginé que Michael estaría sonriendo por aquel gesto tan cariñoso.
Me levanté y caminé hacia la puerta, adelantando a mis padres, que también iban hacia allí. Me acerqué a él y le di un suave beso en la mejilla. Me sonrió y supe que nada podía salir mal.
Así que con más confianza de la que imaginaba me giré colocándome frente a mis padres, que mostraban una expresión entre fascinación y alegría.
- Michael –le miré-, te presento a mis padres, Fernando y Nieves, y a mi hermana, Alba –dije en un perfecto inglés-. Mmm… -miré a mis padres y señalé a Michael-. Os presento a Michael, mi novio –dije en un perfecto español.
Mi padre avanzó dos pasos hasta él y le tendió la mano. Mike la estrechó con agrado.
- Es un placer conocerle por fin –dijo en un torpe español. Me reí ante aquello y mi padre levantó las cejas; de sorpresa, supuse.
- Igualmente –sonrió-. Mi hija te ha enseñado español, por lo que veo.
- No, papá. Bueno, lo he intentado, pero sólo logré que aprendiera palabras sueltas –suspiré y le miré negando con la cabeza por su poco interés por aprender mi lengua materna. Palabras como “farola” o “croqueta” se las sabía de memoria, sí. Pero solamente porque las consideraba “graciosas”. Era un caso perdido-. Esto ha sido de su cosecha propia.
- Oh… –mi padre volvió a mirarle y sonrió- Que amable.
Se separaron y Michael caminó ligeramente hasta mi madre.
- Encantado de conocerla, es usted muy hermosa.
- Igualmente, cielo –sonrió y después me miró a mí-. Judith, dile que no me trate de usted o empezará cayéndome mal desde el principio –me taladró con la mirada. Sin duda eso era algo que había aprendido a hacer de ella.
- Tranquila, no creo que vuelva a dirigirse a ti en español. Probablemente sea la única frase con sentido que sepa –sonreí y volví a mirarle.
- No te he entendido, pero por la cara de maldad que has puesto seguro que has dicho algo malo de mí –enarcó una ceja y sonreí.
- Malísimo –le saqué la lengua-. Y esta es mi hermana, Alba.
- Encantada –dijo la enana en inglés.
- Igualmente –Michael sonrió ampliamente y yo respiré con tranquilidad.
Primera toma de contacto superada.
A partir de ahora vendría lo más pesado, por ponerle un calificativo: traducir cada frase de cada uno a ambos idiomas.
- Que bien te lo vas a pasar –sonrió Alba, adivinando mis pensamientos.
La di un codazo y le susurré:
- Pon de tu parte o esta noche dormirás en el suelo –después les miré a todos y sonreí-. ¿Nos sentamos?
En ese momento decidí que todo aquello que quisiera decir lo haría en un primer momento en español. Después, se lo explicaría a Michael. Cuando éste hablara, primero se lo contaría a mis padres y después contestaría, con mis respuestas y con las de mi familia. Y cuando ésta hablara, primero se lo traduciría a Michael y después contestaría, con sus respuestas y con las mías. Debí haber puesto una cámara que grabara todo aquello.
Sorprendentemente, la comida transcurrió amena, divertida. Y muy familiar. Mis padres, como era lógico, querían saberlo todo él. A dónde quería llegar en el mundo de la música, cuál era su mayor objetivo, si seguiría grabando discos en solitario, dónde pensaba vivir en los próximos años... Qué le había hecho fijarse en mí, qué pensaba de nuestra relación, a dónde quería que llegara... Sus padres también salieron a la luz y Michael contestó a cada pregunta con gran respeto y objetividad, sin dejarse llevar por los sentimientos. Me asombró, pero a la vez no. Supuse que estaba demasiado acostumbrado a disimular una buena relación con ellos ante las cámaras.
En la hora que estuvimos sentados en la mesa, le formularon alrededor de nueve mil preguntas. Preguntas que, por supuesto, tenían que pasar por mi traducción para que Michael pudiera responderlas. Y respuestas que también tenían que pasar por mi filtro de idioma.
Ahora bien, Michael tampoco se quedó nada corto. Con su habitual curiosidad, quería saberlo todo de ellos. Su trabajo, cómo se sentían en él, sus amigos, si me echaban de menos, los estudios de mi hermana… Todo.
Una vez acabada la comida decidimos trasladarnos al sofá, donde el interrogatorio continuó. Fue una gran satisfacción para mí comprobar que parecían caerse bien entre ellos, a pesar de la gran barrera que suponía el idioma. Michael describió a mi padre como “buena gente y divertido”, y a mi madre como “un ángel”. De mi hermana dijo que era una copia de mí por lo que sólo había palabras buenas.
Todos coincidieron en que Michael era un gran chico.
Así que yo sonreía sin parar, conteniendo las ganas de comérmeles a besos y abrazos a todos. Qué fácil estaba resultando.
- ¿Por qué no han venido sus padres? Me gustaría haberles conocido –preguntó mi padre de pronto. Debí haberle advertido de que no preguntara aquello, pero por alguna razón se me pasó por completo. Y era normal que mi padre quisiera conocer a los padres de mi novio. Era lo que se había hecho toda la vida.
- No creo que fuera buena idea –afirmé muy segura-. Mejor dejamos ese tema aparcado.
- ¿Qué ha preguntado? –la expresión de Michael cuando le miré me hizo comprender que había entendido, al menos en parte, lo que mi padre había dicho.
- Nada, nada –traté de ocultar.
- Judi… -me suplicó con la mirada y no me quedó otra: no podía esconderle nada cuando hacía aquello.
- Que por qué no han venido tus padres.
Mantuve la vista fija en él pero apartó su mirada de la mía y sonrió; imaginé que con ironía. Después miró a mi padre y dibujó una sonrisa, esta vez más amplia.
- Estaban ocupados –dijo al fin.
Dirigí la mirada a mi padre cuando transcurrieron unos segundos y le expliqué brevemente que tenían una vida muy ajetreada.
- Vaya, es una pena –señaló con evidentes signos de tristeza-. De verás me hubiera gustado conocerles.
Se lo traduje a Michael y éste respondió de inmediato:
- Ellos también hubieran estado encantados de conoceros, de verdad.
Sostuve su mano y temí por la alegría que había abundado en él durante este tiempo. No quería que se esfumara.
Siempre había admirado de mi madre la capacidad para darse cuenta de cuándo algo no va bien. Y sobre todo cómo sabía cambiar las situaciones y conducirlas hacia donde no hicieran daño.
- ¿Cómo es posible que no te de vergüenza subirte a un escenario ante millones de chicas que gritan tu nombre? –preguntó de pronto, acabando con el silencio que se había instaurado.
Sonreí ante aquello y la di las gracias con la mirada. Ciertamente era un ángel.
Michael rió cuando le pregunté aquello y volvió a ser el mismo de siempre en apenas unos segundos.
La alegría volvió. Las sonrisas con ella.
Aún quedaban trescientas millones de preguntas que realizarse.

Capítulo 69.

Un momento para la familia

Cuando a las ocho de la tarde sonó varias veces el timbre, cada una estaba en una punta de la casa. Yo me encontraba en el sofá con Nana, hablando de todo y nada a la vez, con ese punto de tristeza en la mirada que surgía cuando recordábamos a Lorena. Ella estaba en su cuarto desde hacía ya dos horas. Marina, por su parte, seguía en el baño. Probablemente habían pasado dos horas también desde que se había metido a duchar.
Pero sonó el timbre y en menos de veinte segundos todas estábamos paradas frente a la puerta. Nos miramos entre nosotras y finalmente Nana se decidió a abrir.
Lo primero que vi fue el rostro sonriente de Alberto, el padre de Marina, que corrió a abrazarse a ella seguido por Marta, su madre, y Alba, su hermana.
Después atravesaron el umbral Ángel, Reyes y Ángela, padres y hermana de Lorena.
Los padres de Nana, Antonio y Maribel, y su hermano, Iván, fueron los siguientes en pasar.
Finalmente yo sonreí ante la imagen de mis padres, Fernando y Nieves, y mi hermana, Alba, y también me abracé a ellos.
Una vez finalizada la ronda de besos y abrazos, y con la calma reinando de nuevo en la casa, establecimos un horario que nos permitiera cambiarnos a las dieciséis personas que allí nos encontrábamos antes de que pasara una hora, para poder llegar al restaurante con tiempo. Optamos por que cada padre y madre se cambiara en la habitación de su hija, después pasarían los hermanos y por último nosotras, a las que nos describieron como “las más tardonas”, probablemente con la mayor razón del mundo.
Milagrosamente, cuarenta y cinco minutos después todos estábamos listos para celebrar lo que sería la última noche de este año que había sido tan diferente; tan inolvidable.
Fui la última en salir de casa, echando un vistazo a lo que había sido mi hogar en todo este tiempo. Cerré la puerta, me observé los zapatos negros, sonreí y bajé corriendo las escaleras.

La cena en el restaurante no puede describirse como algo normal cuando los que cenábamos éramos nosotros. Lo único que faltó fue que las madres se tiraran comida. Los demás lo hicimos.
Reímos, hablamos más fuerte de lo normal e incluso en algunos momentos cantamos. Pero tratándose del día que era todo estaba permitido. Y más sabiendo que sería la última noche que tendríamos así en mucho tiempo; las cosas a partir de ese día comenzarían a cambiar con la marcha de Lorena.
En ocasiones bajaba la cabeza y trataba de imaginarme cómo sería mi vida después de perder a una persona que me había acompañado cada día durante más de quince años; no podía ni pensarlo. Al final llegué a la conclusión de que sólo podía resignarme, aceptarlo y tratar de acostumbrarme a ello. Tarea difícil. Estos pensamientos siempre solían acabar con una pequeña patada de Marina por debajo de la mesa. La miraba y sonreíamos, aunque en el fondo las dos pensábamos lo mismo: nada sería igual.
Entonces volvía a desconectar y observaba como mi padre divertía a todos con sus chistes, como Alberto le acompañaba de buena gana, como Antonio reía sin pasar, como Ángel se unía al festival del humor y como Iván trataba de poner un poco de orden, algo en lo que dejó de insistir después de muchos intentos, pasando él también a formar parte de la fiesta. Después miraba a mi madre, que charlaba animada con las demás. Muy animadas. Mi hermana, Alba y Ángela, por su parte, cotilleaban acerca de todo aquello que puede pasar por la cabeza de una adolescente. Después surgía un tema común y dieciséis voces trataban de hablar a la vez.
Así dimos entrada al nuevo año, con un momento para la familia difícil de olvidar por mucho que pase el tiempo.
El show no terminó ahí. Quedaba lo mejor: dormir dieciséis personas en un piso construido para cuatro. Como supimos con bastante antelación que íbamos a tener la visita de todos los padres, decidimos comprar un par de colchones que colocaríamos en las habitaciones de Nana y Lorena; la mía y la de Marina ya contaban con un colchón de más. Así que los padres dormirían en las camas en las que solíamos dormir habitualmente nosotras, y en los colchones, sobre el suelo, dormiríamos los hijos. Fue divertido, y difícil, lograr una cierta coherencia en las colocaciones a pesar de que todos parecíamos tenerlo muy claro desde un principio. Cuando finalmente lo logramos, caímos todos rendidos por el cansancio.
Cerré los ojos y creía seguir escuchando risas.

Risas que continué escuchando al día siguiente en la comida de Año Nuevo. No fue muy diferente a la cena de la noche anterior, excepto porque el cansancio era un poco más grande. Pero las ganas de pasarlo bien, todos juntos, eran las mismas. Así que se pasó igual de rápido.
Después decidimos enseñarles la ciudad, al menos en parte. Andamos lo que no está escrito y cuando llegamos a casa el agotamiento se había multiplicado por mil.
Para entonces yo ya estaba dándole vueltas a lo que iba a ser el día siguiente. Había hablado con Michael por la mañana alrededor de quince minutos, los suficientes para que, de repente, los nervios crecieran en mí. Nunca les había presentado un chico a mis padres. Por si eso fuera poco, nunca les había presentado un chico que no hablara su idioma. Vamos, que iba a ser un espectáculo. Además, sabía que Mike también era un manojo de nervios, lo que hacía que aumentaran los míos. Me tumbé en la cama, o como se pueda llamar a un colchón en el suelo, y prácticamente recé para que todo saliera bien. Cerré los ojos y traté de visualizar a Michael al lado de mis padres y de mi hermana. A los pocos segundos sonreí. Era una imagen preciosa.

Me había pasado toda la mañana en la cocina con mi madre: comida para cinco. Marina se había llevado a su familia a conocer a Adrien; Nana se los había llevado a un restaurante y Lorena a otro. Así que en casa quedábamos mis padres, mi hermana y yo; de momento.
Me senté en el sofá junto a mi hermana y miré el reloj. No era habitual que Michael llegará tarde y ya llevaba quince minutos de retraso. Por mi cabeza pasaron ideas tan absurdas como que se había arrepentido; me fustigué mentalmente por desconfiar de él y volví a mirar el reloj: dieciocho minutos tarde. Suspiré y dirigí mis ojos a mi hermana, que me observaba divertida.
- ¿Nerviosa? –preguntó con su habitual tono gracioso en la voz.
La hice una mueca y volví a mirar al frente.
- Casi nada.
Entonces sonó el timbre. Me levanté al instante pero Alba me empujó hacia atrás, haciendo que volviera a caer.
- De eso nada –sonrió-, abro yo.
Observé desde el sofá como caminaba hacia la puerta mientras me mordía el labio. Mi madre había salido de la cocina y mi padre apareció en el salón; también les lanzaba a ellos miradas de reojo.
Oí como la puerta se entornaba y cerré los ojos. Que nervios más tontos.
- Hola –su dulce voz sonó a lo lejos.

26 de marzo de 2012

Capítulo 68.

Despedidas.

31 de diciembre de 1979.
- A mí me siguen gustando más los zapatos grises que los negros –comentó Marina tras mirarme de arriba a abajo.
- El negro es más elegante –Nana la dirigió una rápida mirada y después volvió a observarme a mí-. Yo me pondría esos.
- El vestido tiene tonos grises. El gris va bien.
- El vestido, en su mayoría, es negro. El negro va bien.
- Sí, pero toda de negro parece que va a un funeral, no a una cena.
- No va toda de negro… El vestido tiene tonos grises –Nana le guiñó un ojo y después se acercó para mirarme más de cerca-. No puedo creer que faltando sólo unas horas sigas sin saber qué ponerte.
- ¡Sé el 90% de las prendas que voy a llevar puestas! –Protesté al tiempo que me quitaba los zapatos-. Sólo me falta el calzado.
- Y la chaqueta.
- Y los complementos.
Las dirigí una mirada asesina y coloqué los zapatos de nuevo en su lugar. Después volvería a pensar en ello.
- Chicas –Lorena asomó la cabeza en mi dormitorio y las tres nos giramos para observarla-, ¿podéis venir al salón? Quiero hablar con vosotras.
Intercambiamos una fugaz mirada y la seguimos. Estaba sentada en una esquina del sofá, con pocas muestras de alegría en su rostro y con las manos entrelazas y apoyadas en sus rodillas. Marina se sentó a su lado y Nana al lado de ésta. Yo opté por el suelo.
- Lo he estado pensando mucho… -comenzó, sin dejar de mirar el suelo-. Hace tiempo que llevo dándolo vueltas, de hecho, y por fin he tomado una decisión… -suspiró y nos miró una por una-. Creo que es hora de volver a España.
Soltó aquellas palabras a tal velocidad que fue difícil encontrarlas un sentido nada más oírlas. Al cabo de unos segundos miré a Nana, que miraba fijamente a Lorena, y después a Marina que, sin embargo, me miraba a mí. Nos lo dijimos todo: que se fuera no era una noticia sorprendente.
- ¿Lo has pensado bien? –Pasados unos minutos, Nana rompió el silencio.
- Sí, aquí no tengo mucho más que hacer. Entiendo que vosotras estéis a gusto, pero yo… Hace meses que dejé de trabajar y echo de menos España.
- ¿Cuánto tiempo llevas pensándolo? –preguntó de nuevo Nana, aunque ya conocía la respuesta: un par de meses.
- Más o menos desde Septiembre. El verano fue difícil para mí, ya lo sabéis. No ha sido algo fácil de decidir, pero sé que es lo mejor para todos –suspiró de nuevo y me miró-. No sabía si esperar hasta después de la cena para decíroslo, pero al final he decidido que sería mejor así. Mis padres ya están al tanto de ello.
Asentí y aparté bruscamente mi mirada de ella. Por supuesto que no era una sorpresa que se fuera. Lorena ya no era feliz aquí, con nosotras. Probablemente las cosas hubieran sido diferentes si hubiera puesto un poco de su parte, pero estaba claro que lo que ella deseaba era volver. Que no hubiera encontrado un trabajo desde junio era algo decisivo, pero ninguna de nosotras dudaba que el acontecimiento que más había alimentado su voluntad de irse era que hubiera vuelto a tener contacto con su exnovio. Desde que en agosto decidió llamarle por primera vez, iniciando así un ciclo de siete llamadas telefónicas por semana, dejó de preocuparse por muchas de las cosas que sucedían aquí. Al parecer, su ex, un chico mucho mayor que ella que la dio más tristezas que alegrías, la echaba de menos. Nosotras no mostramos excesivo interés cuando volvió a hablar con él, ¿qué podíamos hacer? La había hecho daño; y cuando una hermana sufre no puedes volver a ver con los mismos ojos a la persona que la ha hecho sufrir. Pero tampoco puedes prohibirla nada.
- Os voy a echar de menos, de verdad. Pero una tiene que saber donde está su sitio… Y el mío ahora mismo no está aquí –se puso de pie y miró al frente-. Ya sabéis que no me gustan las despedidas… Quiero que esta noche cenemos con nuestra alegría habitual y que celebremos el año nuevo como siempre hemos hecho, ¿vale? Quién sabe, a lo mejor en un tiempo he vuelto por aquí…
Reí silenciosamente ante aquello. Todas sabíamos que no volvería.
El timbre me hizo levantar la cabeza. Me incorporé casi de un salto y corrí hasta la puerta.
- Hola –sonrió Michael, extendiendo su mano y tocándome la mejilla-. ¿Han venido ya mis adorables suegros? -Puse los ojos en blanco sonriendo y tiré de su camiseta hacia adentro-. ¿Qué te pasa? No tienes buena cara.
- Ahora te cuento –susurré.
- ¡Hola! –saludó efusivamente a las chicas cuando entró en el salón.
Ninguna se había movido de su posición, excepto porque Lorena se había vuelto a sentar. Las tres miraban al frente. Estaba convencida de que no habían vuelto a cruzar una palabra. Michael se giró hacia mí confundido y le indiqué con la mirada que fuera a la habitación. Una vez allí, cerré la puerta.
- ¿Qué ha pasado? ¿Habéis discutido?
- Lorena se va.
Me senté en la cama cabizbaja.
- ¿A dónde?
Incliné la cabeza para mirarle y comprendí que no se había enterado de nada. Sonreí y extendí la mano. Él me la sostuvo y se sentó a mi lado.
- Vuelve a España.
- Vaya… Lo siento mucho –me acurrucó en sus brazos-. ¿Os lo ha dicho hoy?
- Sí…
- Menudo día ha elegido, ¿no? ¿No se supone que hoy todo tiene que ser risas y alegrías?
Reí de buena gana y le miré.
- Se supone. Pero también se supone que se volverá con sus padres y no quería esperar hasta el último día para decírnoslo… -volví a bajar la cabeza y cerré los ojos. Odiaba las malas noticias en un día en que se supone que todo debían ser risas y alegría-. En fin, prefiero no hablar de ello por ahora –me puse de pie y fui en busca de mis zapatos-. Aún no me he decidido, ¿cuál de los dos me pongo? ¿Gris o negro?
- Mmm... Negro.
- Perfecto –sonreí.
- Y hablando de padres… -detuvo sus palabras y volví a mirarle-. ¿Cuándo vienen los tuyos?
- Aún les quedan tres o cuatro horas, así que si has venido para verles siento la decepción –me senté sobre él y le di un suave beso.
- He venido a verte a ti, boba. Pero también quiero conocerles a ellos… -dijo esto último casi avergonzado, lo que provocó una carcajada en mí-. ¿Qué te hace tanta gracia? –inquirió.
- ¿Te da vergüenza conocerles?
- Me da la misma vergüenza que le daría a cualquier chico conocer a los padres de su novia.
- Que mono eres cuando te pones así… -le toqué la nariz e hice que sonriera. Sabía que estaba nervioso-. Puedes posponer la vergüenza y los nervios, he pensado que es mejor que les conozcas una vez pasada la cena.
Mostró sorpresa en su rostro y arrugó la nariz.
- ¿Por qué?
- Bueno, estarán cansados del viaje, tienen que cambiarse e irnos derechos al restaurante. No hay tiempo para grandes presentaciones.
- Pero sólo quiero saludarles, nada más.
- Pero eso puede esperar.
- No quiero esperar.
Suspiré.
- No seas cabezota, anda. El miércoles organizo una comida y así os conocéis tranquilamente –bajó la cabeza pero se la subí de inmediato-. Sólo son un par de días más. Además, así aprovechas para estudiar frases en español con algún sentido, no quiero ejercer de traductora todo el tiempo.
Me sacó la lengua y le imité.
- He aprendido bastante español desde que estoy contigo, ¿eh?
- ¿Tanto como para decirle a mi madre lo guapa que está, a mi padre lo elegante que es y a mi hermana lo mucho que se parece a mí?
- Tanto y más –volvió a sacarme la lengua y sonreí-. Pero seguiré practicando para dar buena impresión.
- Así me gusta.
- Y ahora tengo que irme –se levantó de un salto y se colocó el pelo-. Ya que me niegas conocer a mis suegros, creo que voy a llevar a mi madre a dar un paseo. Así se relaja un poco.
- Me parece muy bien –me acerqué hasta él y le abracé-. Dala un beso de mi parte.
- Eso está hecho. Pásalo muy bien esta noche –se inclinó a darme un beso y me acarició la cara. Se apartó ligeramente y me clavó sus ojos. Sonreímos.
- Sé que no celebras estas cosas, pero… Espero que tengas un buen comienzo de año, Mike.
- Tú también, pequeña –volvió a besarme tiernamente-. Los negros –dijo señalando al lugar donde colocaba los zapatos. Sonrió y yo hice lo mismo-. Hasta el año que viene –abrió la puerta y me guiñó un ojo.
- Te quiero.
- Yo casi nada.
Le saqué la lengua y sonrió de nuevo.
Me senté en la cama e hice lo mismo. Había sido un muy buen año.