6 de abril de 2011

Capítulo 50.

Va a ser un día curioso.

Subimos a la habitación prácticamente en silencio. Observé cómo había dejado todo a un lado de la cama y sonreí ante ello. Agarró mi mano y tiró de mí hacia allí, donde se sentó. Le imité y, sin darme ni siquiera tiempo a decirle algo, me besó. Durante mucho, mucho, mucho tiempo. Me besó sin dejarme apenas respirar. Me besó con necesidad; la misma necesidad que yo tenía de besarle a él, de estar con él.
Sostuvo mi cara entre sus manos, clavándome sus ojos.
- Ha sido perfecto –susurró.
- Pero sólo porque tú eres perfecto. Y no me discutas –coloqué mi dedo índice en su boca, obligándole a callar-, lo eres y punto –sonreí.
Llamaron a la puerta y Mike se incorporó, diciendo un tímido “adelante”. Kate entró en la habitación y se abrazó durante unos segundos con su hijo. Verles así era conmovedor.
- Felicidades, cariño –susurró tras besarle en la frente. Después me miró y sonrió-. Hola, Judith.
- Hola, Kate –sonreí aún más. Cuánto adoraba aquellas escenas. ¡Cuánto echaba de menos a mis padres!
- Michael, cariño, han venido unos amigos de Joseph que desean felicitarte.
- Oh, mamá. ¿Es absolutamente necesario?
- Sí. Además, estoy segura de que te alegrarás de verles… Vaya, ¿y todos estos cuadros? –preguntó mientras se acercaba a la cama.
- ¿Te gustan? –Mike sonrió como tanto me gustaba a mí; podría iluminar el universo entero.
- Son muy bonitos, ¿se lo has regalado tú? –la mirada de Kate se posó en mí y yo asentí. Sonrió de tal modo que me hizo darme cuenta una vez más de lo mucho que la agradaba que yo estuviera al lado de su hijo. “Cuida de él –me dijo en cierta ocasión-, no le falles”. A día de hoy, las dos estábamos seguras de que iba a cuidar de él tanto como fuera posible-. Os espero abajo. No tardéis, por favor, no queremos hacerles esperar –añadió mientras cerraba la puerta tras ella.
Michael se tumbó en la cama, sin ninguna intención de moverse. Sonreí ante aquel gesto de auténtico niño y me tumbé sobre él. Me rodeó con sus brazos y exhibió su sonrisa picarona, casi maliciosa.
- ¿Y si nos quedamos aquí? –se inclinó para besarme el cuello consciente de que era prácticamente imposible que me negara a algo cuando hacía aquello.
- Probablemente me arrepienta pero… No, Mike, tienes que bajar.
Me sostuvo fuerte por la cintura y me depositó en la cama, colocándose él sobre mí. Me clavó su mirada mientras me levantaba ligeramente la camiseta y me acariciaba la tripa.
- No seas cruel.
- ¿Lo soy? –me susurró al oído, tras lo cual llevó su boca hasta mi cuello.
- Para, Mike…
Se incorporó ligeramente, lo justo para mirarme, y volvió a susurrar:
- Párame tú.
Genial. Como yo tenía una gran fuerza de voluntad cuando se trataba de él… Si había que esperar a que yo le parara, quizá dentro de 50 o 60 siglos habríamos salido de la habitación.
- ¿Cómo se hace eso? –Rió ante mi desesperación y me miró, deteniendo la “tortura”- Vaya, gracias.
- Sólo serán unos segundos, para que puedas descansar. No te hagas ilusiones, no voy a parar por ahora… -me guiñó un ojo y sonrió. Que insultante era para la especie humana que fuera tan guapo. Se había llevado el sólo toda la belleza. Menudo egoísta.
- Mike, escucha. Bajamos, estamos un rato y volvemos a subir a que continúes con tu tortura, ¿vale?
- No quiero bajar, Judi. Los amigos de Joseph son tipos aburridos.
- No lo hagas por Joseph, hazlo por Kate.
Me miró y yo, que sabía que había pronunciado las palabras mágicas, me incorporé ofreciéndole mi mano. La tomó a regañadientes y salimos de la habitación en dirección al salón.
Allí sólo se encontraban 5 personas, y 2 de ellas eran los padres de Mike. No sé por qué, pero me esperaba más gente.
- Por fin te dignas a aparecer –Joseph se acercó hasta nosotros, seguido de todos los demás-. Felicidades, hijo –le estrechó entre sus brazos durante pocos segundos, casi avergonzado por hacer aquello.
- Gracias, Joseph –Michael posó la mirada en los demás-. Hola, Will. Hola, Michelle, estás estupenda.
- Gracias, Michael. Tú también estás muy guapo. Felicidades –le besó en la mejilla y sonrió.
- Felicidades, muchacho. ¿Cuánto tiempo llevamos sin vernos? ¡Casi un año! –exclamó el tal Will mientras le tendía la mano.
- Hola, Michael –susurró una dulce voz.
¿Quién era ella? Lo exigía saber de inmediato. Morena, ojos azules, aspecto angelical, dulce sonrisa… Y por como miraba a Michael me hacía entender que el diablo se había presentado ante nosotros para robarme lo que más quería.
- Hola, Natalie. Estás muy guapa.
Oh, vaya, ¿en serio? Ninguno nos habíamos dado cuenta… Un momento, ¿¡Natalie!? ¿No era la chica de la que hace tiempo me había hablado Janet? ¿La misma que le gustaba a Michael? Genial. Es más, perfecto. ¿Y yo tenía que competir contra ella? Bajé la cabeza y el blanco de sus zapatos concentraron toda mi atención. Y ya puestos, pues analicé todo su vestuario con la esperanza de encontrar algún defecto. Vestido beis sin mangas y con un ligero vuelo, bolso pequeño y blanco, diadema en el pelo que resaltaba su color moreno… Acto seguido me miré a mí misma disimuladamente. Vaqueros caídos, zapatillas all star y camiseta de hombrera. Vamos, el deseo de belleza de todo hombre. Vale, doña perfecta, puedes quedarte a Michael.
La chica-diablo (me había permitido el lujo de rebautizarla y cambiarla el nombre) se acercó a Michael y le dio un abrazo.
- Felicidades, Mike. Tú también estás guapísimo.
Estupendo, de eso tampoco nos habíamos dado cuenta. Gracias por la aclaración.
¿Por qué no se casaban ya y acababan con mi sufrimiento?
Michael se separó un poco de ella y posó sus ojos en mí. Había llegado el momento de decirme que se había enamorado de otra.
- Natalia, Will, Michelle, os presento a mi novia, Judith.
Mi cara de sorpresa debió resultarle graciosa a Mike, pues soltó una risita. La chica-diablo me extendió una mano, sonriendo.
- Encantada –fingió. Por supuesto que fingió. La noticia de que Michael tuviera novia la agradó tan poco como a mí que ella estuviera allí. Reprimí los deseos de soltar una carcajada cargada de maldad, y la estreché la mano.
- Igualmente –sonreí haciendo gala de mis 4 años de clases de teatro.
Se giró de nuevo hacia Mike y comenzó a preguntarle por todos los aspectos de su vida.
No presté demasiada atención a la conversación. Preferí evadirme y pensar de cuántas formas podía hacer desaparecer a alguien y que nadie fuera capaz de responsabilizarme por ello. Vaya por delante que no era una persona violenta, más bien todo lo contrario. Paz y amor. Pero cuando se trataba de Michael…
Espera, espera, espera. ¿De verdad estaba celosa? Michael me había demostrado durante todo este tiempo lo mucho que me quería, ¿y ahora yo estaba celosa? ¿Yo, que nunca lo había sido? …
Pues sí, lo estaba. ¿Por qué la chica-diablo no paraba de sonreírle? ¿Y por qué le tocaba sus preciosos rizos? ¡Nadie se les tocaba! Nadie excepto yo, obviamente.
Desvié mi mirada hacia otro lado para no acabar con alguien antes de tiempo, o para no acabar yo dándome cabezazos contra la pared.
Me fijé en cómo Joseph y William mantenían una animada conversación, con alguna carcajada de vez en cuando. Me pregunté si de verdad era posible que alguien tan serio tuviera sentido del humor. De repente bajaron el tono de voz y Joseph le puso una mano en el  hombro; parecía estar convenciéndole de algo. Williams asintió y ambos se giraron hacia nosotros.
Y lo supe. No sé por qué, pero lo supe. Y esperé la inminente noticia mientras me deshacía en pedacitos.
- Escuchad, familia, he convencido a William para que os quedéis a comer aquí. ¿Qué os parece?
El pedacito de mi pierna derecha quiso patearle el culo, pero desechó la idea de inmediato.
- Es una ideal genial, Joseph –sonrió Michelle.
- No se hable más entonces, iré a avisar a las cocineras.
Eso, vete a avisarlas mientras a mí me dan nauseas.
Bajé la cabeza suspirando. Lo que iba a ser un día romántico con Mike, se había convertido en una reunión entre sus padres y unos amigos; y para rematar la jugada, la chica-diablo estaría presente todo el día.
Michael se acercó a mí y aferró mi mano, como si con ello quisiera darme fuerzas. Después miró a Natalie, que le miraba fijamente. Conocía esa mirada. Estaba segura de que así es como le miraba yo. Con amor, con deseo. Ella lo hacía de igual modo. Michael posó sus ojos en mí de nuevo, pero yo bajé la cabeza otra vez.
En ese momento, barajaba 3 opciones de acabar con ella.
Iba a ser un día curioso.