7 de julio de 2010

Capítulo 38.

La realidad supera a los sueños.

Acarició cada rincón de mi cuerpo con sus dedos, provocando mil millones de escalofríos. Había auténtica electricidad entre sus manos y mi piel, que reaccionaba ante cualquier movimiento suyo. Sus labios se mantuvieron sobre los míos durante varios minutos, besándome con dulzura, con ternura, y sobre todo, con una pasión a la que no me tenía acostumbrada. Cada beso estaba cargado de sentimientos; de deseo, de frenesí, de esa pasión que nunca me había mostrado hasta ahora, pero sobre todo, de amor. Trasladó su boca exaltada a mi cuello, acariciándole, besándole, mordiéndole; haciéndome perder la cabeza, y la noción del tiempo. Recorrió con máxima delicadeza cada recoveco de mi cuerpo mientras, poco a poco, se iba deshaciendo de mi ropa. No recuerdo cual fue el momento exacto en que quedé completamente desnuda, sólo puedo pensar en como sus manos se deslizaron a través de mi piel, y de mi alma, sosteniéndola como si fuera la suya propia. Tampoco sabría decir cuando él quedó en el mismo estado; lo único que recuerdo es como me coloqué encima suyo, mientras mis labios besaban toda su perfecta figura, que se mostraba ante mí con una belleza que jamás podría haber imaginado. Igual que hizo él, recorrí todo su cuerpo, rozando cada mínimo rincón de él, haciéndole sentir lo mismo que, anteriormente, me había hecho sentir a mí. La misma química, la misma electricidad que había experimentado cuando sus manos, sus labios, acariciaban mi piel, la sentí cuando besé todo su cuerpo.
Sus manos rodearon mi cintura en todo momento, sujetándola con firmeza, y sin perder seguridad. Se colocó nuevamente sobre mí, clavándome ese par de ojos negros que me habían hecho aprender a sentir, a desear, a amar.
- No quiero que esta magia se pierda nunca... -susurró-. Déjame hacerla eterna.
Me entregué completamente a él, queriendo que realmente lo hiciera eterno, queriendo ser suya para siempre, queriendo que me perteneciera hasta el fin de mis días; hasta que mi corazón dejase de latir. Dejé que me condujera hasta los límites del placer, del sentimiento. Sentía su respiración agitada, al igual que él la mía, y le abrazaba con más fuerza para sentirlo aún más cerca. En ningún momento dejó de mirarme a los ojos, sintiéndome, y haciéndome sentir que él estaba allí conmigo.
- Te quiero... -susurraba de vez en cuando en mi oído, haciendo que volviera a buscar sus labios con la mayor de las urgencias.
El mundo se detuvo, el tiempo se paró; sólo estábamos él y yo, fundidos en una sola persona; entregados el uno al otro. Buscándonos, notándonos, deseándonos, sintiéndonos. Amándonos...
Michael cayó rendido sobre la cama al cabo de unas horas, aún con la respiración acelerada. Mi corazón seguía latiendo a veinte mil por hora, y tampoco conseguía recuperar el ritmo de respiración natural. Rodé hasta él, y me apoyé en su pecho, dándole un suave beso. Acarició con su mano mi cabello, y me besó en la frente.
- ¿Qué hora crees que será? -le dije, una vez que volvía a ser persona.
- ¿Es eso lo primero que me dices después de estas horas tan mágicas?
Me incorporé y escruté su rostro, particularmente sus ojos. Volvían a tener esa dulzura que tanto amaba.
- Perdona... Um...-cavilé durante unos instantes todo aquello que pasaba por mi mente, y comprendí que las palabras no me iban a alcanzar-. Te quiero -sonreí, mientras me mordía el labio-. Te quiero muchísimo, Michael. Te quiero más que al aire que respiro, más que al suelo sobre el que camino. Te quiero más que a cualquier cosa que pueda haber en este mundo -escuchaba expectante mis palabras, mientras él también sonreía-. Y esto... Esto que acaba de pasar, ha sido... -cerré los ojos, y sonreí aún más. Recordé cada beso, cada caricia, cada respiración agitada...-. Ha sido mucho mucho mucho más que perfecto.
- Eso está mejor... Muchísimo mejor.
- ¿Y tú no tienes nada que decirme? ¿Ha sido como te lo imaginabas? ¿Ha sido tan especial como soñabas?
- No. Ha sido más de lo que me imaginaba. Ha sido más especial de lo que nunca había soñado.
Sonreí aún más, y noté como se me hizo un nudo en la garganta. Él también lo notó y me apoyó de nuevo en su pecho.
- ¿Has sentido alguna vez que la realidad supera a los sueños? -se detuvo, pero yo me sentía incapaz de decir una palabra-. Nunca me había imaginado al lado de una persona tan maravillosa. Al lado de alguien que me hiciera sentir tantas cosas como tú me haces sentir. Nunca hubiera imaginado que la vida me aguardaba tanto amor como el que tú me das. Nunca me hubiera imaginado que pudiera querer tanto a alguien, que pudiera desear tanto a una persona. Nunca, ni en mis mejores sueños, Judi. Quiero que tengas claro que eres mucho más de lo que he soñado alguna vez.
Me acurruqué con más fuerza contra él, y recogí una lágrima que resbaló por mi mejilla.
- Sensiblona -dijo, entre risas. Vi como alzaba la mano y cogía el reloj de encima de la pequeña mesa que había junto a la cama-. Son las cuatro y veinte. ¿Y si comemos algo?
- ¿Tú? ¿Me estás hablando de comida tú? ¿El mismo que siempre dice... “sólo como para sobrevivir, pero nunca tengo hambre”? -sonreí. Le había agotado-. Claro, has disfrutado tanto que ahora estás muy cansado y necesitas reponer fuerzas.
- Seguro que ni la mitad que tú.
- Uy que no...
- Si quieres te imito en estas últimas horas, a ver quien de los dos lleva razón. Me extraña que los vecinos no hayan llamado a urgencias al oírte.-rió a carcajadas y yo abrí la boca hasta el suelo. Me puse roja como un tomate y me separé de él-. ¿Te sorprendes de lo que digo?
- Idiota.
- Qué, sólo digo lo que hay.
- Idiota.
- Oye, que a mi también me ha encantado, boba. Pero ya sabes, tengo más capacidad de autocontrol.
- Idiota.
- ¿Sólo sabes decir eso?
- Sí. Idiota.
- Ven... -me atrajo de nuevo hasta él y me besó dulcemente, mordiendo mi labio inferior con ternura-. A mí también me has hecho perder la cabeza, te lo aseguro...
Le miré de nuevo y sonreí. Sí, lo había hecho.
- Voy a levantarme -dijo, de pronto-. Eh... No mires, ¿vale?
- ¿Cómo?
- Que no mires... Por favor, me da vergüenza -sonrió, tímidamente.
Cogió la almohada de debajo de mi cabeza y me tapó con ella. Cuando quise quitármela ya se había ido.
- Idiota... -murmuré.
- ¡¡Te he oído!! -oí a lo lejos y reí. Supuse que estaba en el baño.
Me estiré todo lo larga que era en la cama, y me di cuenta de que no podía parar de sonreír.
Hacía mucho tiempo que intentaba imaginar como sería este momento. Y recuerdo que lo imaginaba como algo mágico, como algo especial. Había soñado como Michael y yo nos fundíamos, convirtiéndonos en una sola persona, y lo había soñado como algo lleno de fuerza, de sentimiento, de pasión.
Pero esto... Esto escapaba a la imaginación, a las palabras. Magia, sentimiento, fuerza, unión. Todas aquellas palabras podrían aproximarse a ello, pero ninguna alcanzaba la magnitud suficiente para hablar de ello con exactitud. No había una forma posible de describir las horas que había pasado con él.
Como bien había dicho Mike minutos atrás... La realidad había superado a los sueños.

Capítulo 37.

¿Sigo soñando?

Esa noche dormí de nuevo plácidamente. La primera vez que abrí el ojo eran las 9 de la mañana, es decir, demasiado pronto para mí. Además no tenía nada que hacer, ¿para qué me iba a levantar? Me di la vuelta y seguí durmiendo.
Decidí dejar de hacer el vago a las 12. Tirada en la cama, me propuse limpiar toda la casa ya que llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Me levanté aún con los ojos medio cerrados y fui hasta el cuarto de baño a trompicones. Me lavé la cara, aunque como siempre me pasaba seguía sin poder abrir los ojos. Y así me dirigí al salón, más dormida que despierta, cuando le vi. Michael, tumbado en el sofá, con un libro en la mano. Oyó mis pasos y se incorporó, sonriendo. Me quedé parada, e hice una mueca.
- ¿Sigo soñando? -dije al fin. Por supuesto, se rio de mí a carcajadas; no sé si debido a mis malos pelos o a mi cara. Se acercó para abrazarme, todavía con la sonrisa en el rostro.
- ¿Y qué tipo de sueño es? -preguntó dulcemente. Ponía una voz tan sexy cuando hablaba de aquella forma...
- Um... Depende. Si te ríes de mi es un sueño de crímenes y demás, porque cogeré un cojín y acabaré contigo. Si por el contrario me besas... -hice una pausa y él, por supuesto, me besó- ¿Ves? Ahora ya es un sueño perfecto.
- ¿Y no sale el tal Sergio en el sueño? -se apartó de mí y se tumbó de nuevo en el sofá.
- Si, pero tiene pareja. Se llama Natalie y es morena con los ojos azules. No sé si te suena -le saqué la lengua y me dirigí a la cocina. Rebusqué mis galletas favoritas y me tiré en el sofá con él, ofreciéndole una.
- Háblame de él.
- ¿Qué quieres que te diga, Mike?
- Pues no sé... Estuviste dos años con él, seguro que tienes muchas cosas que contar. Además, le echas de menos, ¿no? -replicó.
No lo podía creer. ¡Estaba realmente celoso! ¡Se le notaba a kilómetros! No me miraba a la cara y el tono de su voz tenía un claro enfado, mezclado con reproche. ¡Celosísimo! No pude evitar reírme y fue cuando por fin me miró.
- Estás celoso.
- Sí. ¿Y qué?
- Pues que Sergio está a miles de kilómetros de aquí, no tienes porque estarlo.
- Ya, pero le echas de menos.
Suspiré.
- Estás celosísimo -me ignoró y siguió mordisqueando la galleta-. Y estás encantador cuando te pones así -me mordí el labio y me lancé sobre él, obligándole a tumbarse. Cogí su galleta y la dejé en la mesa.
- Oye, que ella si me prefiere a mí antes que a otro. Devuélvemela.
Esta vez fui yo la que le ignoré y busqué sus labios. Él me los ofreció en seguida y de nuevo apareció esa sensación de ardor. Al cabo de 10 minutos tuve que recordarme a mí misma la promesa que había hecho: ordenar la casa. Me incorporé y él permaneció tumbado.
- ¿Qué pasa? -dijo, confuso.
- Me he prometido recoger toda la casa.
- Hay tiempo... -volvió a tumbarme encima de él y besó mi cuello.
- Eres una peligrosa tentación... Prefiero evitarla -me escapé de sus manos y me puse de pie, dirigiéndome a la cocina.
- ¿No te han dicho que la mejor forma de librarse de la tentación es caer en ella? -me paré en seco y le miré. Aún seguía tumbado, mirándome fijamente. Ay, ay, ay. ¿Tenía que comportarse de esa forma justo cuando yo tenía otras cosas que hacer? Moví un par de veces la cabeza para despejarme y caminé de nuevo hacia la cocina.
- Michael, ven por favor -le llamé desde allí. Si aparecía de nuevo en el salón y le veía aun en el sofá, no tendría más remedio que comérmele. Él apareció al instante, colocándose el pelo. Sonreí ante ese gesto-. Estás guapísimo, no te has despeinado ni un poquito.
- No puedo decir lo mismo de ti.
Abrí la boca y le di con el trapo. Sonrió aún más.
- Pasaré por alto ese comentario. Ayúdame a coger ese otro trapo, anda. Este está muy viejo, así que ese prefiero ese, pero está muy alto y no llego -Marina, que era la más alta, y la más guerrera, había dejado el trapo en el armario con más altura, para así hacernos la puñeta a Nana y a mí.
- Enana -se puso de puntillas un poco, y lo cogió-. ¿Quieres que te ayude?
- ¿Qué?
Puso los ojos en blanco.
- Te voy a llevar al médico a que te revisen el oído.
- Te he oído perfectamente. Ese “que” no significaba sordera, sino incredulidad.
- Ya, claro. ¿Y que hay de irreal en que ayude a mi novia a limpiar su casa?
Lo pensé durante unos instantes, encontrando una fácil respuesta: “Michael Jackson limpiando el polvo”. Resultaba gracioso. Preferí callarme, porque seguramente no le sentaría muy bien.
- Michael Jackson limpiando una casa -dijo, de pronto, con esa sonrisa burlona en la cara-. Estabas pensando eso, ¿verdad?
- ¿Serías tan amable de dejar de colarte en mi cabeza? Y sí, estaba pensando eso. Tus fans me odiaran el triple cuando se enteren que encima te hago limpiar.
- Algún día te arrepentirás de decir ese tipo de cosas, te lo aseguro. Acabaré contigo.
- Estás juguetón hoy, ¿eh?
- No sabes cuanto...
Tuve que girarme de nuevo para mirarle. ¿Esa frase llevaba doble sentido?
- Vale, olvidaré ese comentario también.
Cogí el cepillo y me dirigí al salón. Lo dejé apoyado en una esquina y vi a Michael dirigirse con un trapo a la puerta de entrada. Se lo arrebaté ante sus miradas asesinas y comencé a repasarla, para después dirigirme al mueble donde se encontraban los libros, no sin antes recoger el que Michael había dejado en el sofá. Vi que estaba hecho un desastre, así que coloqué un poco los cojines y cuando levanté la cabeza vi a Michael observando muy fijamente el cepillo. Sonreí ante esa extraña imagen y seguí a lo mío. Fui hasta el mueble de los libros, coloqué Orgullo y Prejuicio, uno de mis favoritos, donde le correspondía y pasé un poco el trapo por entre los demás. Oía como Michael estaba tarareando una canción, pero no llegué a adivinar cuál era, porque lo hacía de una forma bajita.
- ¿Qué cantas?
- Music takin’ over. Estoy por ponerme a dar un concierto aquí mismo.
- Adelante, yo te animo -le miré sonriente y él curvó las comisuras de sus labios.
Agarró el cepillo, y con él en la mano comenzó a dar vueltas.
- Music is a teacher that can teach you right from wrong. Cause if you listen closely there’s a lesson in the song...
Se colocó en medio del salón, ante mi atenta mirada y siguió dando vueltas y moviendo sus pies de esa forma tan vertiginosa.
- Music is a doctor that can cure a troubled mind. Listen to the music, the rhythms and the rhymes...
Comencé a aplaudir efusivamente, y me senté en el suelo para poder verle mejor.
- ¡Michael guapo! -comencé a chillar.
Sonrió, y siguió a lo suyo...
- Music’s takin’ over. Music makes you dance... Y ahora, para el disfrute de mi siempre fiel público, interpretaré el tema... Dreamer -cogió el cepillo hasta colocarlo recto, y cerró los ojos-. I guess I'll always be a dreamer. Dreaming my life away, dreaming my life away... A romantic fool, that's what I am. I think about you, all day long -abrió los ojos y me señaló. Me mordí el labio y comencé a aplaudir de nuevo. La dulzura de su voz y la armonía que me transmitía es una sensación que nunca iba a olvidar aunque pasaran los años.
- Para finalizar con el concierto, quiero pedir que la chica más guapa del público...
- Y la única -apunté entre risas.
Me mató con la mirada y continuó, con el cepillo aún en la mano.
- ... Que la chica más guapa del público, suba, por favor, al escenario y baile conmigo la última canción -dejó el cepillo a un lado, me tendió la mano y me levantó.
- ¿Qué canción quieres que baile contigo, gran Michael Jackson?
Me cogió las manos y las depositó en sus hombros. Me agarró por la cintura atrayéndome hasta él, y sonrió.
- The eyes of love will watch you as you go from day to day... -comenzó a cantar, mientras me daba una vuelta.
- ¿Los ojos del amor me mirarán día tras día? -sonreí.
- The hands of love will catch you when you fall along the way...
- Siempre me has cogido cuando me he caído...
- My arms will hold and be with you your whole life through... Cause I am love. And I'm in love with you...
- ¿Sabes? Yo también estoy enamorada de ti... -me apoyé contra su pecho y sus suaves labios se posaron en mi pelo. Continuó cantándome, cada vez más bajito.
- Cause I am love... And I'd love to stay.
- Siempre te vas a quedar.
Sujetó mi mentón y me hizo mirarle a los ojos. ¿Cómo podía llegar a hacer que una simple mañana de limpiar el polvo acabase de esa manera?
- No sabes... No sabes todo lo que eres para mí -dije, mientras me volvía a apoyar en él.
- Creo que puedo hacerme una idea... -imaginé su sonrisa aun sin verla.
- No, no. Jamás podrás.
Levanté mi cabeza lo justo para encontrarme con sus labios y le besé con ternura.
Sonó el teléfono.
- Estaba tardando... ¿Qué sería de nuestros momentos sin el sonido de un teléfono de fondo? -sonrió.
- Algún día acabaré con la tecnología mundial, te lo prometo.
Me acerqué hasta él y respondí de mala gana.
- ¿Si?
- Oye, Judi, soy Lorena. Está Michael, ¿no?
- Sí, está.
- Vale, así tienes compañía. Que las Marinas y yo hemos decidido comer fuera, así que llegaremos a eso de las 5, quizá un poco más tarde.
- ¿Para esto llamas? -me llevé las manos a los ojos y me les apreté fuerte.
- Si... ¿Pasa algo? ¿He...interrumpido?
- Um... Sí, algo así.
- Uy, lo siento. Bueno, adiós.
- Adiós, Loreto, adiós.
- ¡No me llames así!
Colgué y busqué el trapo con la mirada.
- Bueno, el concierto ha acabado. Aún hay mucho por limpiar -dije, mientras me dirigía a coger a mi actual archienemigo: el trapo del polvo. No es que fuera una vaga, que en parte también, es que limpiar el polvo es algo que odiaba hacer. Resoplé y me dirigí hasta el armario de los libros de nuevo.
A los pocos segundos noté como Michael me agarraba por detrás, besándome en la oreja, lo que provocó un dulce cosquilleo en mí.
- Michael, tengo que hacer esto. Luego nos ponemos una peli y...
- No me digas que no... -me interrumpió. Me giré y vi sus ojos ardiendo. Recordé el día de la playa, en el sofá; ni entonces había visto tanto fuego en ellos.
- Mike... -no me dio tiempo a decir nada más. Me cogió en volandas y caminó hasta la habitación, llevándome como una princesa, mientras sus labios rozaban los míos.
Me depositó en la cama con sumo cuidado, como temiendo que me fuera a romper y se colocó encima de mí con más cuidado aún. Nuestros ojos chocaron, y saltaron chispas. Desplazó sus labios a mi oreja de nuevo y me acarició dulcemente, dándome pequeños mordisquitos, que lejos de resultar molestos, me provocaron mil millones de temblores más. Como pude, le aparté y le miré de nuevo.
- ¿Tú quieres? -dije, dubitativa.
- ¿Y tú?
- Yo... Sí.
Sonrió y volvió a acariciarme el cuello con su boca. Seguí sin reaccionar y entonces él levantó su cabeza de nuevo. Le cogí la cara y acaricié sus labios.
- ¿Estas seguro de esto, Mike?
Nuevamente volvió a sonreír durante unos segundos y recorrió mi cara con su mano.
- Estoy seguro de que estoy enamorado -fue todo lo que dijo antes de perderse de nuevo en mis labios.

6 de julio de 2010

Capítulo 36.

Poder.

- Y tú, Judi, ¿has tenido más novios aparte de Michael?
Le miré y sonreí con picardía. Ahora me tocaba a mí vengarme.
- Sí. Muchos.
- No sé si quiero escucharlo -se tapó los oídos y comenzó a caminar más deprisa.
- ¿Cuántos?
- Pues... No sé, pero bastantes. Soy un poco cambiante, es decir, un día me gusta uno y al día siguiente otro.
- ¡¿Eso también te pasa con Michael?! -exclamó, chillando prácticamente, lo que provocó que él se girara y se pusiera de nuevo a nuestra altura, pendiente de mi contestación.
- No, con Mike no me pasa.
- Ah... -se la veía aliviada y satisfecha con la respuesta, por lo que imaginé que ahora vendría otra-. ¿Y cómo se llamaban tus novios?
- Pues... Puf -sonreí. ¿Tenía que decir toda mi lista? Vi como Michael se llevaba las manos a la cabeza y suspiraba. Imaginaba lo que pasaba por su cabeza.
- Dime sólo algunos. ¡Al que más hayas querido! Aparte de Michael, claro.
- Vale, eso es más fácil. El que más he querido aparte de Michael... Se llama Sergio, y es español.
- ¿Y cómo es?
- Pues... Es alto, rubio, y muy fuerte.
- Es decir, que está cachas, ¿no?
Reí a carcajadas.
- Sí, algo así. Tiene un cuerpo muy bonito.
- ¿Y la cara?
- Oh, es muy guapo. Tiene los ojos verdes y una sonrisa preciosa.
- ¿Y es simpático?
- Es muy simpático y muy divertido. Nos reíamos mucho juntos.
- Vale, he oído bastante -suspiró Mike-. No hace falta que sigas hablando de lo perfecto que es.
- ¿Estuviste mucho con él? -Janet le ignoró por completo.
- Un par de años.
A Michael se le abrieron los ojos como platos y agarró mi brazo.
- ¿Y tú eres la que se cansa de los chicos? Me has timado.
Sonreí y le besé dulcemente.
- Luego te lo cuento.
- ¿Y le querías? -continuó Janet.
- Sí -respondí sin dudar. Sergio y yo habíamos mantenido una especie de relación sin llegar a ser nada serio, pero la verdad es que le quería. Ni la mitad, de la mitad, de la mitad, de la mitad de lo que quería actualmente a Michael, pero sí, le quise bastante.
- ¿Habéis visto como brilla el sol hoy? -Michael intentó cambiar la conversación, pero Janet le calló con una patada y se giró a mí de nuevo.
- ¿Y por qué le dejaste? Si has dicho que es majo y además le querías...
- Oye enana, tú de que lado estás, de parte del Sergio este o de mi parte.
- ¡Calla! -le dijimos a la par.
- Pues... Le dejé porque me vine aquí.
- ¿Lo echas de menos?
Lo pensé durante bastante tiempo. Era difícil de explicar. No lo echaba de menos, porque ahora tenía a Michael, con quien la complicidad y el amor habían sido mayores en dos meses que con Sergio en dos años. Pero sí lo echaba de menos, en el sentido de que era una persona a la que conocía desde siempre y a la que la tenía mucho cariño.
- Sí y no.
- Luego también me contarás ese sí -me replicó Michael.
- Y si él viniese aquí, a Los Ángeles, ¿volverías con él?
Noté la mirada de Michael clavada en mí y me giré para comprobar que así era.
- Me arrepentiré de escuchar eso, pero, adelante, responde. ¿Volverías con el guaperas ese? -suspiró Michael.
- Claro que no volvería con él -le dije aun mirándole. Me giré de nuevo y miré a Janet-. Ahora tengo a tu hermano, no quiero a ninguno más.
- Ah, vale- dijo Janet, aún con una sonrisa.
- Ah, vale -resopló Michael por enésima vez en media hora.
- No te preocupes Mike. Aunque sea rubio y todo eso, seguro que tú eres más guapo -dijo, Janet, colocándose a su lado. Después dirigió su mirada a mí-. ¿A que si?
- Claro... Como no va a ser más guapo que alguien rubio, alto, con los ojos verdes... -me mordí el labio y volví la vista hacía delante. Estaba disfrutando viendo a Michael tirarse de los pelos.
Janet, tan espontánea como siempre, cambio de conversación mientras yo seguía riéndome por dentro. Estuvimos paseando por todo el jardín, dando vueltas, y vueltas, y más vueltas. Nos sentamos cerca del lago a descansar un poco y seguimos charlando.
- ¿Sabes Janet? Aquí fue donde confesé a Michael mi amor.
- ¿¡Ah si!? ¡Cuéntamelo! ¡Cuéntamelo todo! -dijo, entusiasmada.
Miré como Michael se tapaba la cara y suspiraba.
- Vas a quedarte sin aire como sigas suspirando.
- No es necesario que la cuentes esto...
- ¿Por qué?
- Porque entonces estará recordándomelo durante días. Será una tortura.
Le miré, sonreí y volví mi cabeza hacia Janet.
- Resulta que Michael y yo...
Comencé a narrarle la historia, más o menos desde el principio, ante la atenta mirada de Janet y los movimientos negativos de cabeza de Michael.
- ...le puse muy nervioso antes de entrar al lago y algo me dijo que ese era el momento.
- ¡Guau! ¿Y que hiciste?
- Fácil. Le dije que si podía besarle.
- ¡Que valor! Y Mike te dijo que sí, claro.
- Sí.
- ¿Y cómo...?
- El resto ya lo sabes -interrumpió Mike, haciéndola cosquillas-. A partir de ese día vivimos felices y comemos perdices. No seas tan cotilla, enana.
Cuando Janet se incorporó de nuevo, la miré, compadeciéndome de ella.
- Si te sirve de consuelo, yo también sufro sus ataques de cosquillas.
Michael me echó hacia atrás, recostándome contra él.
- No sufres. Te encanta, y lo sabes -acarició mis mejillas y sonreímos-. Deberíamos irnos.
Cuando nos levantamos estaba anocheciendo, así que caminamos deprisa hacia la casa.
- Vuelve pronto... -casi suplicó Janet-. Bueno, sé que vienes a menudo, pero quiero decir para estar conmigo otro rato...
- Te prometo que estaremos juntas otro rato.
Nos dimos otro tierno abrazo y salió corriendo, como era habitual.
Me acerqué hasta Michael y le rodeé con mis brazos. Él sonrió ampliamente ante ese gesto, que demostró que todo lo anterior se había olvidado. Volvía a estar tranquila y feliz, disfrutando del hombre más perfecto del planeta.
- ¿Celoso de Sergio? -sonreí.
- ¿Y tú de Natalie?
- Um... Morena, ojos azules... Sí, bastante.
- Yo también del cachitas ese, para que te voy a engañar.
Reímos nuevamente y le besé.
- Tengo que irme...
- Tienes que contarme muchas cosas -refunfuñó-. ¿Dos años? ¿Cómo que dos años?
- Mañana te lo cuento, tonto. Llama a Sam, anda.
- Vale, espérame aquí -me dio un fugaz beso y salió corriendo el también. Otra cosa característica de los Jackson: para que ir andando, si puedes ir corriendo.
En menos de un minuto estaba de vuelta y en menos de dos Sam apareció por la puerta. Nos despedimos y caminé hacia el coche despacio, mordiéndome el labio y girándome varias veces para verle.
Era increíble. Todo era increíble. En menos de dos días me había hecho desilusionarme, me había hecho tener dudas, me había hecho querer dejarle... Y me había vuelto a enamorar, haciéndome olvidar todo eso.
El poder que Michael tenía sobre mí era cada más obvio.
______________

Chicas, vuelvo a escribir esto para daros las gracias. Lo he dicho muchas veces, pero no me canso, ni me cansaré. Esto es posible gracias a vosotras :)
Paola, Oli, Evelyn, María, Maga, Jean, JackLitz, Tati... Lo siento si se me olvida alguna, no os imaginais la poca memoria que tengo... T.T" Gracias por el apoyo diario que me ofreceis :) Vuestros comentarios me hacen sonreír, no sabeis cuanto :)
Sólo me gustaría pediros una cosa a todas... Yo quiero hacer esto mejor cada día, tengo muchas cosas que mejorar, y seguramente muchas otras que os gustaría que pusiera, o que cambiara... Me gustaría mucho que, aunque sea de vez en cuando, cada dos capítulos por ejemplo, escribieráis dándome vuestra opinión. Un comenatario de dos líneas, una, lo que sea, loque opineis de esto puede resumirse en tan sólo una palabra... Pero me gustaría que estuviera ahí. No hay forma de hacerlo mejor si no sé lo que opinais de esto. Tampoco os obligo a nada, esta claro :)
Bueno, un besazo inmenso a todas, inmensísisimo :)
Y recordad... It's all for L.O.V.E :)
Michael, you came and you changed my world.

5 de julio de 2010

Capítulo 35.

Chispa.

- Hasta el final... -respondí tras estar unos minutos abrazada a él.
Me separó y cogió mis manos, echando a andar hacia la casa.
- Tienes la tarde libre, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Qué te apetece hacer? Podíamos ir al salón y así tocamos las narices a Joseph.
- ¡¡Michael!!
- ¡Qué! Él es el que ha provocado esto, tiene que pagar por ello.
Le di un codazo y seguimos andando hacia la casa. Le veía de buen humor y sin embargo yo no estaba muy convencida de que esto fuera lo que tenía que hacer. Sabía que lo estaba dando demasiadas vueltas, y que quizá tenía que pensar menos en ello y volver a disfrutar al lado de Michael; pero no podía evitarlo. Yo le quería, vaya que si le quería, pero si algún día le fallaba... “¡Basta! ¡Cállate”, me recordé a mí misma.
Él confiaba en mí, por lo tanto yo también tenía que hacerlo. Punto y final.
Sin embargo, sus siguientes palabras no ayudaron mucho a la hora de liberarme de mi tortura.
- Ayer volvimos a discutir -me dijo, deteniéndose en la puerta de entrada.
- ¿Qué pasó?
- Lo de siempre. Y... No huyas, ¿vale? Pero habló de ti de nuevo -suspiré y me abrazó-. Dice que me distraes demasiado, que debería concentrarme más en el disco y que deberíamos vernos menos. Es decir, lo de siempre.
- Quizá lleve razón y debamos vernos menos -dije, tras meditarlo durante unos segundos.
- ¡Eh! Te he dicho que no vale volver a huir.
- No quiero huir, bobo. Y aunque quisiera, me ha quedado bastante claro que no me vas a dejar.
- Sólo te dejaría en el caso de que tú quisieras hacerlo realmente -me besó en la frente y desplazó sus labios hasta los míos, quedándose a solo unos centímetros, mostrándome esa perfecta sonrisa que tanto adoraba. Sabía que intentaba que mi buen humor volviera también, pero había sucedido todo tan rápido... Había habido confusión entre nosotros, habíamos estado sin saber nada el uno del otro un día, habíamos discutido (algo insólito hasta entonces), y ahora estábamos aquí de nuevo. Demasiadas cosas en poco tiempo; ni siquiera sabía como tenía que sentirme.
- ¡¡Hola!! -gritó Janet de pronto. Me separé de Michael, prácticamente lo empujé, y la di un tierno abrazo. Apenas había estado con ella 10 días, pero la había cogido un cariño inmenso.
- ¿Cómo estás, Janet? -la dije mientras la achuchaba.
- ¡Genial! -sonrió-. ¿Y tú?
Dudé. ¿Cómo estaba? Opté por la respuesta más fácil, con la atenta mirada de Michael depositada en mí.
- También.
Miró a Mike, que seguía observándome y le dio en el brazo para que centrara su atención en ella. Reaccionó y se dirigió a la pequeña.
- Dice papá que vayas. Está en el salón, con mamá. ¡Espera! -Michael había empezado a andar, pero Janet agarró su camisa-. ¿Qué vais a hacer luego? Voy a estar toda la tarde aburrida... -puso cara de pena y Michael volvió a mirarme.
- Si quieres podemos dar un paseo los tres -toqué su hombro y me miró, con ese brillo en los ojos que caracterizaba a todos los Jackson.
- ¿De verdad?
- ¡Claro! Será divertido.
- Espéranos aquí -dijo Michael deprisa. Agarró mi mano y salimos volando.
A los pocos metros de llegar al salón le detuve, preocupada.
- ¿Crees que es buena idea que vaya contigo? Seguramente no le sienta muy bien...
- No sé si le sentará bien o no, pero vas a venir -me agarró de nuevo y seguimos andando.
Entramos en el infinito salón que tenían, y Joseph y Katherine se incorporaron. Miré a Kate y sonreí, al tiempo que ella lo hacía. Caminó hasta mí y nos fundimos en un cálido abrazo.
- Hola, Kate.
- Hola, hija. ¿Cómo estás? ¿Cómo te lo pasaste en la playa?
- Guau, fue genial. Jermaine tiene una casa preciosa y el paisaje era increíble.
Oía como Joseph y Michael conversaban bajito y muy deprisa a unos cuantos pasos de donde nosotras estábamos. Preferí ignorarles de momento; obligaría a Michael a contármelo todo luego.
- ¿Verdad que sí? -continuó Kate-. Adoro ir allí... Es tan acogedor, está tan apartado de todo este mundo de luces, cámaras y noticias... Se respira mucha paz.
- No podría estar más de acuerdo.
- Michael me dijo que algún día buscará algo así para vosotros dos. Algo alejado de todo, algo que sólo sea vuestro. Lo está deseando.
Sonreí. Yo también lo deseaba.
- Judi, vámonos -observé el rostro serio de Michael y el de Joseph, aún más serio. Me acerqué hasta ellos y le lancé una mirada fugaz a éste último, cargada de muchos sentimientos, y no precisamente buenos. Me giré para despedir a Kate con la mano y agarré a Michael para salir de allí.
- Qué -dije una vez que estábamos suficientemente lejos del salón-, ¿qué te ha dicho?
- Luego hablamos -respondió al ver aproximarse a Janet. Cambió el gesto y mostró una sonrisa. Sabía que le gustaba tenernos a las dos cerca. Adoraba a Janet, siempre me hablaba de ella con buenas palabras-. ¿Vamos al jardín?
- ¡¡Genial!! -respondió ella, siempre con ese entusiasmo.
Pasamos la tarde caminando, charlando, riendo. Me contó cosas de Michael de hace unos cuantos años que, muchas, provocaron que riera a carcajadas y otra que le agarrara aún más fuerte de la mano. Janet era alegre, divertida y extrovertida. Tenía ciertos gestos que me recordaban mucho a Michael y su forma de hablar a veces también se le asemejaba.
- Pues a Michael le gustó hasta hace poco una chica.
- ¿¡Ah si!? -me faltó suelo para abrir la boca-. Cuéntame todo lo que sepas.
- Janet, tu habitación y la mía están muy cerca, morirás en una guerra de cojines si...
- ¡Tú calla! -le reproché.
- Se llama Natalie, y tiene 3 años más que él. Es morena y tiene los ojos azules. Es muy guapa -abrí aún más la boca, mirándole a él, que mantenía la vista fija en el suelo, sonrojado por completo-. Es hija de unos amigos de mis padres.
- Vaya, no me habías dicho que competía con nadie. Y menos que ese alguien era tan guapa.
- Tú eres más guapa -sonrió Janet y la devolví la sonrisa.
- Natalie no es nada mío.
- Pero te gustaba -apuntó Janet, levantando las cejas.
- Eso, te gustaba -apoyé yo, sonriendo.
Michael me miró con incredulidad.
- No, no me gustaba.
- Sí, sí te gustaba.
- ¿Por qué dices eso, a ver?
- Porque veía como la mirabas -siguió diciendo Janet.
- ¿Y cómo la miraba, lista?
- Pues... ¡No lo sé! ¡Pero no de la misma forma que miras a todo el mundo!
Era divertido ver como se peleaban. Estaba pasándomelo realmente bien y sonreía sin parar. Una vez más, había logrado animarme.
- No te rías, no es cierto eso que dice.
- Ya, ya -le saqué la lengua y me giré para mirar a Janet-. ¿Así que te fijas en como mira a la gente? ¿Y a mí como me mira? -indagué, mientras me mordía el labio y le miraba de reojo.
- ¡Parece que te va a comer! -rió.
- ¡¡JANET!!
Reímos aún más y me giré para ver su rostro, sonrojado de nuevo.
- Ya podrías hacerlo -le susurré al oído. Levantó la vista y nuestros ojos chocaron. Esa chispa, esa magia que había entre nosotros, pudo apreciarse una vez más.

Capítulo 34.

Hasta el final.

Nos miramos sin decir nada durante varios segundos; segundos lentos, segundos eternos. Seguía temblándole el labio inferior y pude ver en sus ojos tristeza y preocupación. Retorné a los pensamientos del día anterior, donde la única salida que había encontrado era esa: irme. No es que yo quisiera alejarme de él, es que no podía convivir con la idea de que podía hacerle daño. No podía permitir eso.
- No voy a dejar que te vayas -rompió el silencio y se aproximó hasta mí. Agarró mis manos y me clavó sus ojos, como hacía siempre-. No tiene sentido.
- Yo le veo bastante sentido, Michael...
- Escucha, no es tanto como tú piensas, de verdad. Es verdad que, en cierto modo, me puede perjudicar el hecho de estar contigo ahora que se aproxima el disco y demás, pero te aseguro que estoy dispuesto a correr el riesgo de tenerte a mi lado -sonrió tímidamente, pero dejó de hacerlo cuando contempló mi semblante, todavía serio-. Judi, por favor. No podemos... Separarnos. Sólo el hecho de decirlo ya me duele.
- Mike, tú... No entiendes esto. Ya no es sólo por el disco, por lo que pueda perjudicarte en él y por todas esas historias. Es... -miré al cielo y solté sus manos-. Es todo. No me había dado cuenta hasta ahora, pero yo... Yo puedo hacerte más daño que nadie. Tienes tanta confianza depositada en mí que a veces me da miedo. Si yo cometiera un error, si hiciera algo inapropiado sin darme cuenta, si un día no puedo estar a tu lado, si...
- Tengo tanta confianza porque me has demostrado que puedo tenerla. Me lo has demostrado día tras día.
- Te lo he demostrado hasta ahora. ¿Qué pasará si, mañana, por lo que sea, te fallo en algo?
Reflexionó durante unos segundos y me miró de nuevo.
- ¿Eso es lo que te preocupa? ¿La mucha confianza que tengo en ti y las posibilidades de que me falles?
Suspiré. Sí, me preocupaba realmente. Nunca me había parado a pensarlo, pero ¿qué hacía yo con alguien como él? Dejando a un lado las múltiples cualidades que era evidente que tenía y de las que yo carecía... ¿Qué hacía yo, una terremoto, una revolucionaria, una alocada en las relaciones, con alguien tan “serio” en ese sentido como era Michael? Tenía muy claro mis sentimientos hacía él, pero lo tenía muy claro hoy. ¿Y mañana, lo seguiría teniendo tan claro? Yo siempre había ido de flor en flor, los novios no me duraban más de cinco meses y me cansaba en seguida de todos los chicos. ¿Qué pasa si mañana me canso de Michael? ¿Y si encuentro a otro? Hoy por hoy, no existía ninguna posibilidad de que eso pasara. Pero... ¿Y mañana? ¿De verdad Michael había sido capaz de cambiarme y hacer que asentara la cabeza de una vez? Por lo que había vivido con él hasta ahora, podía responder un rotundo sí. Él había roto todo en mi interior y lo había ordenado de nuevo. Me había hecho sentir amor por primera vez y había hecho que quisiera compartir mi vida con alguien de una forma seria. Pero... La duda de que eso fuera a ser así siempre me invadió por primera vez ayer. Al fin y al cabo, la cabra siempre tira para el monte. Y si un día se me cruzaban los claves, algo muy común en mí y decidía dejarle... Él me odiaría de por vida y, lo que es peor, sufriría. No podía permitirme eso. Simplemente, no podía.
- Michael, te quiero, te quiero muchísimo. Y necesito estar contigo, tanto como necesito respirar. Pero hay una cosa que necesito aún más... Que tú estés bien. Que todo vaya bien, que no haya nada que pueda causarte daño alguno. Tu sonrisa, tu felicidad, tu alegría. Eso lo necesito aún más. Y si para ello tengo que dejar de respirar... Lo haré.
- Judith...
- No, déjame acabar. Suena a tópico, pero es la verdad: tu sonrisa es la mía y tu dolor lo siento más que el mío propio. Si yo... -cogí aire de nuevo. El pecho empezaba a dolerme y las lágrimas afloraban de nuevo-. Si hay una mínima posibilidad de que yo pueda dañarte, estropear algo en tu vida, aunque sea algo insignificante, entonces tengo que alejarme. Sólo hay una cosa que me duele más que perderte y es causarte daño.
- Pero no, no es así. No lo ves con claridad. En todas las relaciones siempre hay riesgos, siempre hay dificultades y posibilidades de que algo salga mal. Pero no por eso se deben acabar. ¿Recuerdas todos mis miedos, todas las inseguridades que tenía en un principio? ¿Que hubiera pasado si hubiera decidido no continuar con esto por miedo a que saliera mal? -no dije nada y él volvió a aferrar mi mano-. Me aseguraste que no tenía porque ser así, que las cosas no siempre acababan mal y confié en ti.
- No tenías que haberlo hecho.
El desconcierto se reflejó en su cara y buscó mi mirada, que estaba fija en el suelo.
- No puedes decirme eso. No ahora después de... Tanto -se le quebró la voz y las lágrimas aparecieron de nuevo en mí. Evité su mirada de todas las formas posibles, pero tras unos segundos en silencio, sujetó mi mentón y me obligó a mirarle-. ¿Tú razón para irte se limita sólo al miedo que tienes por hacerme daño?
- ¿Y te parece poca razón?
- Insuficiente, sí. Es evidente que puedes hacerme daño, pero yo también puedo hacértelo a ti.
- No de la misma manera. Tú no vas a salir corriendo en cualquier momento.
- ¿Y tú si? -de nuevo desconcierto. Estaba segura de que no entendía a lo que me refería.
- No lo sé, Michael, no lo sé. Hasta ahora nunca había sido así, ¿vale? Nunca había querido, nunca había amado, nunca había vivido tantas cosas con una sola persona. No sé hasta cuando va a durar esto.
- ¿Por qué piensas eso ahora? Ayer me decías que esto era para siempre.
- Es precisamente eso lo que trato de explicarte. Ayer decía una cosa, pero hoy digo otra. Así soy yo. No tengo cabeza; y si la tengo, la tengo mal amueblada. ¿Que pasará cuando, a lo mejor no mañana, pero dentro de unos meses me canse de esto?
- Si puedo tenerte a mi lado hasta entonces, me arriesgaré a que eso ocurra.
- No, no, no. No. Porque entonces te haré daño.
- Si acabamos con esto ahora, me harás daño ahora.
- Mejor ahora que dentro de unos meses.
- No -respondió rotundo-. Déjame que decida lo que es mejor para mí, ¿vale cabecita loca? Quiero tenerte conmigo, y además, ¿sabes qué? Confío en ti. Tú lo hiciste, confiaste en mí, confiaste en esto, a pesar de mis miedos, mis dudas, mis inseguridades... A pesar de que todo parecía indicar que esto no iba a ir a ninguna parte. Confiaste. Creíste. Y me trasmitiste a mí lo necesario para creer también. Yo lo haré ahora. Te devolveré toda esa confianza que me diste un día -iba a protestar, pero su dedo índice en mis labios lo impidió-. Sé que no me fallarás, lo sé. De verdad que creo que esto va a salir bien, y que dentro de 10 años nos reiremos de todos estos momentos absurdos -sonrió y me miró fijamente, mostrándome la dulzura que nuevamente había en sus ojos. Se le veía seguro, confiado de lo que decía.
- Eres un cabezota -dije, una vez que me dejó hablar-. Quien avisa no es traidor.
- Dime una cosa.
- ¿Cuál?
- ¿Quieres que esto acabe?
- ¿No me escuchas cuando hablo? Quiero no hacerte daño y si para eso tiene que...
- Shh, calla. No te he preguntado si quieres hacerme daño o no. Mi pregunta ha sido clara, quiero una respuesta clara. ¿Quieres que esto acabe?
- No.
- ¿Me quieres?
- Sí. Mil veces sí.
Sonrió ampliamente y repasó mis labios con sus dedos.
- Es suficiente. No me importa nada más.
Me atrajo hasta él sosteniéndome por la cintura y me besó de tal forma que hizo que me olvidara de todo lo acontecido en las últimas horas.
- Hasta el final -me susurró al oído.