3 de julio de 2013

Capítulo 86



Muy simple

Un par de minutos después aún no le había dirigido ni una sola mirada. ¿Cómo era capaz, después de todo, de seguir desconfiando de mí? ¿Cómo, después de meses demostrándole un amor absoluto, era capaz de decir que le ocultaba cosas? ¿Cómo era capaz de decirme todo aquello sabiendo que me dolía? Era como si me clavaran un puñal en el corazón. Después de todo lo que había hecho por él, ¿aún seguía teniendo dudas acerca de mí?
- No entiendo que te enfades –comentó, de pronto.
Esta vez sí le miré.
- ¿No lo entiendes? –Pregunté, con un notable tono de molestia en mi voz.
- No, no lo entiendo. Esto no estaría pasando si me hubieras dicho lo que ha pasado desde un principio.
Resoplé, cerré los ojos y traté de calmarme. Traté de ponerme en su lugar y llegué a comprender mínimamente que le hubiera molestado. Sólo mínimamente.
- Michael –dije, tratando de sonar relajada-, no te lo he dicho antes porque estabas hablando tú. Te he visto preocupado y nervioso, y he pensado que sería mejor que te tranquilizaras antes de contarte algo que estaba claro que te iba a poner más nervioso.
Volví a mirarle, mostrando seguridad. No tenía nada que ocultarle. Y sinceramente me dolía que pensase que fuera así.
Creía que se había tomado sus pequeñas vacaciones para poder acabar con el estrés que venía soportando desde hace meses, y que volvería más tranquilo. Pero parecía exactamente la misma persona que se había marchado semanas atrás.
De nuevo la misma pregunta acudió a mí: ¿iba a ser siempre así?
- Cuéntamelo, por favor –suplicó a los segundos.
- Iba a hacerlo de todos modos, aunque no me lo pidieras –carraspeé ligeramente y comencé a hablar-. John ha venido a pedirme perdón. Cuando ha aparecido por la puerta no he querido escucharle pero, no se cómo, he caído en la cuenta de algo que nunca había pensado –espere unos segundos, tratando de encontrar las mejores palabras para explicar aquello. Supuse que no las habría, iba a sentarle mal de igual modo-. Yo también le hice daño –soltó una risita y giró la cabeza hacia otro lado-. Mike, estaba con él, teníamos una relación, y de la noche a la mañana dejé de verle, de llamarle y de contestar a sus llamadas. ¿Eso no es hacer daño a una persona?
- ¿Eso justifica que se comportara como se comportó contigo?
- Jamás he dicho que lo justificase. Sólo digo que… Se merecía que le escuchase, porque hasta hace nada siempre había pensado que la culpa era suya y sólo suya. Y no es así. Yo también tuve parte de culpa.
Agachó la cabeza y comenzó a hacer movimientos de negación. Hubiera dado un millón de dólares por saber lo que estaba pensando.
Si los tuviera, claro.
- Oye, escucha –me acerqué más a él, salvando la distancia entre nosotros, y atrapé sus manos-. Me he quitado un peso de encima y no ha significado nada más que eso. Me alegro de haber podido hablarlo con él. Alégrate tú también, por favor, aunque sólo sea por mí.
Me miró de reojo.
- Por favor –insistí.
- No es justo que utilices el chantaje emocional.
Reí. ¿Había recuperado su buen humor? Si no era así, estaba dispuesta a devolvérselo.
- Tú también deberías disculparte con él, la culpa de todo fue tuya, en realidad –los ojos se le salieron de sus órbitas y, cuando estaba a punto de decir algo, coloqué mi dedo índice sobre sus labios-. Me robaste el corazón, ¿recuerdas? Si no fuera por tu culpa –recalqué esas palabras, dándolas el sentido que quería que tomaran-, yo seguiría con John.
Sonrió y suspiré de alivio.
- No te enfades, por favor, te prometo que iba a contártelo. No soporto que desconfíes de mí de esa manera, Mike, te lo aseguro. Eso sí que no es justo.
Esta vez, quien suspiró fue él.
- Lo siento. Sé que últimamente no me estoy portando bien.
- No es eso.
- Sí es eso. Estoy demasiado alterado.
- Lo estás –admití-, pero todos tenemos malas épocas.
- ¿Y la mía cuándo se va a acabar?
- Cuando menos te lo esperes.
Acaricié su rostro con lentitud y se acurrucó junto a mí. No soportaba verle así pero con el paso del tiempo había aprendido que había poco que podía hacer al respecto. No era mi culpa que se sintiera como se sentía; al contrario, sino fuera por mí, estaría aún peor. Eso lo sabía, era muy consciente de ello, y estaba orgullosa de poder significar tanto para él. De poder salvarle, como me dijo en una ocasión.
El problema es que no podía salvarle de todo lo que pasaba por su cabeza. Era alguien tan simple y tan complicado a la vez.
Era increíblemente fácil hacer que disfrutara con cualquier mínimo detalle, hacer que sonriera, hacer que estuviera contento… Y sin embargo, al mismo tiempo, era increíblemente difícil hacer que mantuviera esa sonrisa. ¿Por qué? Seguramente se debiera a la magnitud de ideas que pasaban a lo largo del día por su cabeza. Ideas que le habían acompañado desde la niñez y que, probablemente, sería muy difícil que abandonara algún día. Ideas como la desconfianza. Ideas como la soledad. Había crecido con ellas, había aprendido a ver el mundo con ellas, a través de ellas. Sintiéndose solo y desconfiando de las personas. Así era él.
Cuando, a medianoche, el cansancio hizo que ambos nos fuéramos a la cama, todo eso que había estado dando vueltas durante gran parte del día volvió a mí de nuevo. Michael me abrazó como solía hacer siempre y, en sus brazos, fui capaz de entender algo muy simple; y muy complicado a la vez.
La misma pregunta aterrizó en mi cabeza de nuevo: ¿iba a ser siempre así? ¿Iba a desconfiar siempre de mí? Ahora ya tenía una respuesta. Sí, sería siempre así. Michael desconfiaba de mí, y con casi total seguridad lo haría durante toda su vida. Y yo, ¿estaba dispuesta a aguantarlo?
Y entonces fue cuando lo entendí. Allí, en sus brazos, fui totalmente consciente de ello.
Era muy complicado, pues su desconfianza me dañaba de una manera que pocas personas podían siquiera sospechar, por lo que era complicado que cualquier entendiera que quisiera estar con él el resto de mi vida. Pero realmente quería. Y la razón de esto, era muy simple: lo amaba. Y lo que viniera, si venía a su lado, lo superaría.

2 de julio de 2013

Capítulo 85



Eso mismo me pregunto yo

Cerré la puerta con delicadeza y caminé hasta el salón, donde se encontraba John, de pie junto al sofá. Parecía realmente nervioso y me miraba como si llevara años sin verme. Y como si no supiera qué esperar de mí.
Noté como mi anterior expresión de enfado había desaparecido por completo; sorprendentemente, no estaba tan enfadada como cabía esperar en un principio. Y la razón no era ni más ni menos la creciente culpabilidad que estaba experimentando. Por supuesto, no estaba dispuesta a olvidar lo horriblemente mal que me trató, pero desde luego estaba dispuesta a escucharle; y eso era más de lo que podía haber dicho hacía tan solo cinco minutos.
- Siéntate –le dije al cabo de unos segundos, tendiéndole la mano hacia el sofá.
Lo hizo al instante y me senté en el mismo sofá que él, pero alejada unos cuantos centímetros.
- Siento muchísimo todo lo que pasó –se aproximó a mí con lentitud y dudé de sus intenciones-. Me porté realmente mal contigo.
- ¿Esto es alguna especie de truco para conseguir algo? –Pregunté, desconfiada.
- Es un lo siento de veras, porque de veras lo siento –Su voz me recordó al chico que fue conmigo en los inicios de nuestra relación-. No sé cómo pude hacerte aquello, no sé cómo pude actuar de esa manera. Yo te quería realmente, y… Te hice un daño espantoso.
Parecía sincero. Mantuve mi mirada fija en él en busca de algún gesto que me indicara que debía seguir desconfiando, pero todo en él me decía que estaba diciendo la verdad. Lo sentía de veras.
- Entiendo que no quieras saber de mí, y entiendo incluso que no seas capaz de perdonarme, pero necesitaba decírtelo. Desde que pasó todo aquello hasta hoy he estado reuniendo las fuerzas necesarias para venir aquí y conseguir pedirte perdón. No te imaginas lo mal que lo he pasado.
- Reconozco mi parte de culpa –dije al instante-. Yo tampoco debí haberme portado así contigo, fue… -Agaché la cabeza-. Estuvo mal –dije al fin-. De pronto dejé de contestar a tus llamadas y cambié radicalmente contigo y tú no merecías eso después de cómo te portaste –hice una pausa-. Así que yo también lo siento.
Asintió, y la ausencia de palabras creó uno de esos silencios incómodos que no gustan a nadie. Aparté mi mirada de él aunque era consciente de que él no haría lo mismo. Tenía la sensación de que quería decirme algo más.
- ¿Qué tal te va todo? –Preguntó tras unos segundos.
- Bien –sonreí tímidamente-, no me quejo, ya sabes. ¿Y a ti? –Pregunté educadamente.
- Bien, todo bien. Conocí a una chica –dijo de pronto, haciendo que volviera a mirarle-, pocos meses después de terminar lo nuestro. Estoy muy feliz con ella.
Sonreí de nuevo.
- Me alegro. Seguro que es una chica fantástica.
- Se parece mucho a ti.
No debía haber dicho eso. Volví a posar mi mirada en otra parte.
- Perdona, yo…
- Tranquilo.
El silencio incómodo dio paso a una conversación incómoda que cada vez deseaba más que terminara.
- ¿Tú estás con…?
Dejó la frase inacabada. ¿Debía decirle que sí, que estamos juntos y felices, o eso le enfadaría? “La verdad por delante…”
- Con Michael, sí. Estamos bien.
- Y… ¿Cómo es? ¿Te trata bien?
Daba la sensación de estar… ¿Preocupado? Le miré confusa.
- Es genial. Y sí, muy bien.
- ¿Le quieres?
Bajé la cabeza en señal de afirmación.
- Me alegro. No mereces que nadie te haga sufrir.
¿Por qué de repente todo el mundo parecía preocuparse por mi relación con Michael?
Supuse que era el momento de acabar con todo aquello, pero tomó la palabra de nuevo.
- Si algún día quieres quedar a tomar algo… Sólo como amigos –aclaró a los segundos-. Sabes donde encontrarme –exhibió una sonrisa demasiado forzada.
- Vale, sí. No estaría mal. Esto… Tengo que hacer varias cosas por aquí –mentí-, puede que otro día nos veamos.
- Sí, claro, ya me voy.
Se levantó con rapidez del sofá y yo hice lo mismo.
- Bueno… -Se giró hacia mí y me tocó suavemente el hombro-. Cuídate.
- Y tú –sonreí.
Recorrió la distancia que le separaba de la puerta y salió de casa.
No había ido tan mal. ¿No? Parecía realmente arrepentido por lo que había pasado, y estaba tan calmado que por un momento me hizo olvidar todo lo que había pasado con él. Hasta me había quitado un peso de encima, pues nunca me había parado a pensar realmente en el daño que yo le hice a él. Y seguramente fue mucho. Él me quería, claro que me quería, y le traté como si no hubiera significado nada para mí. Michael apareció y me olvidé de todo lo anterior de una manera tan brusca… Y nunca me había parado a pensar en el daño que pude hacer a otras personas. No fue justo por mi parte y me alegraba sinceramente haber podido disculparme con él.
Ahora venía la segunda parte de la cuestión. Contárselo al pariente.
Sabía que Michael se enfadaría por cinco cosas. La primera, haberle querido escuchar. La segunda, haberle dejado entrar en casa. La tercera, haberme quedado sola con él. La cuarta, haberle pedido yo perdón. Y la quinta, no habérselo querido contar en cuanto le viera.
Porque no, no haría tal cosa. A nadie que conociera a Michael y que estuviera en su sano juicio se le ocurriría contarle una cosa tan seria justo después de haber pasado horas al lado de su padre. Sabía que se enfadaría por no habérselo querido contar antes, pero acabaría entrando en razón. Solo necesitaba unas horas para que se relajara a mi lado y después sería perfectamente informado de todo.
Media hora después apareció, sorprendentemente, en casa.
- ¡Mike! –Me abalancé sobre él-. Qué pronto has venido.
- Estoy exhausto –caminó hasta el sofá sin ni siquiera darme un beso y se tumbó en el más grande-. Ha sido una mañana agotadora. ¿Cómo una sola persona puede acabar con toda tu energía? –Colocó las manos sobre la frente y cerró los ojos.
Evidentemente, ahora no era buen momento para contarle nada.
- Bueno, pero ahora estás aquí, conmigo –me arrodillé en el suelo y le besé dulcemente en la mejilla, inclinándome hacia él-. ¿Tan mal ha ido?
- Vamos a retrasar la grabación del disco hasta Abril.
Mentalmente, aplaudí, hice mil volteretas en el aire y lloré de felicidad. Más tiempo para mí.
- ¿Por qué? –Fingí indignación y traté de ocultar una sonrisa.
- Lo creen mejor así. De momento vamos a ultimar los detalles de la nueva canción y después pasaremos a lo demás.
- ¿Y qué opinas de eso?
- ¿Importa?
Enarqué una ceja.
- A mí sí.
Sonó más borde de lo que me hubiera gustado y me miró al instante. Se acercó más a mí y rodeó mi cuello con su brazo izquierdo.
- Ya sé que a ti sí –me aproximó hasta él para poder besarme y no tuve intención alguna de apartarme-. Es sólo que… Parece que a nadie más le importa, y eso que soy el artífice del disco.
“Y tus hermanos”, pensé, pero tampoco era buen momento para añadir algo así. Lo cierto es que no me gustaba mucho meterme en todos esos asuntos familiares que se traían. Es cierto que no se portaban nada bien con Michael, pero muchas veces él tampoco se portaba bien con ellos. Era como el pez que se muerde la cola; jamás finalizaría todo aquello.
Continuó explicándome todo lo que habían acordado esa mañana y a medida que lo hacía la poca vitalidad con la que había entrado por la puerta se desvaneció por completo. Al rato oímos cómo se abría la puerta y se incorporó en el sofá.
- Seguro que es Nana –comenté para que volviera a tumbarse. Asintió y permaneció sentado, así que me levanté del suelo y me senté a su derecha, sosteniendo sus manos.
- Hola, Michael –saludó Nana, colocando las bolsas de la compra sobre la mesa del salón-. ¿Te quedas a comer, no?
- Si me invitas… –sonrió.
- Siempre estás invitado –se acercó hasta nosotros y me miró. Supe al instante lo que iba a decir y comencé a negar sutilmente con la cabeza, pero fue demasiado tarde-. ¿Qué tal con John?
Permanecí inmóvil y sentí como, a mi lado, Michael se giraba para mirarme. Para asesinarme con la mirada, más bien.
- ¿Qué John? –Preguntó.
Torcí el labio indicándole a Nana que había metido la pata hasta el fondo.
- ¿Ha venido John? –Continuó preguntando.
- Voy a hacer la comida… -Dijo Nana, girándose lentamente-. O a meter un rato la cabeza en la pila, a ver si con suerte me ahogo.
- ¡¿Ha venido John?!
- Aguanta media hora bajo el agua Nana, y ya luego me cuentas qué tal –elevé la voz para que pudiera oírme, pues ya había entrado en la cocina.
Michael seguía a lo suyo.
- ¿Ha venido John y no me has dicho nada?
Me enfrenté a él reuniendo el valor de donde pude. Sabía que se enfadaría por no decírselo nada más verle, tal y como ya había pensado antes, pero no contaba con el hecho de que fuera a ser otra persona quien se lo dijera. Eso le enfadaría aún más.
- Mike –comencé con tranquilidad, girándome por completo hacia él-, estabas contándome qué tal tu mañana, no iba a interrumpirte. Cuando acabaras…
- Que John haya venido es más importante que un estúpido disco –me cortó.
- ¿Es más importante para ti? Porque para mí desde luego no.
- Te hizo daño –fue todo lo que dijo-. Y se presenta aquí, sin aviso… –Su rostro cambió de pronto-. ¿O no es la primera vez que viene?
Le miré con incredulidad.
- ¿Qué estás diciendo?
- ¿Ha venido más veces?
- ¡¡No!! –Exclamé-. Claro que no, de ser así te lo habría contado.
- ¿Igual que me has contado esto?
- Michael, iba a contártelo. ¿Por qué iba a ocultártelo?
- Eso mismo me pregunto yo.
- Oh, por favor –puse los ojos en blanco y retiré mi mirada de él.
La misma desconfianza de siempre volvía a estar presente. Y con ella, desde luego, no contaba.
¿Iba a ser siempre así?

1 de julio de 2013

Capítulo 84



Culpa

Una semana después todo parecía haber vuelto a la normalidad; y la tranquilidad también había vuelto a mí. Ese lunes, incluso, tenía día libre en el restaurante. Habían sabido reconocer mi trabajo duro de esas últimas semanas y me habían compensado con dos días para que me relajara. Lo agradecí tan profundamente que estuve a punto de llorar al conocer la noticia; me contuve, por suerte.
Y por suerte también, nuestra particular relación con Alex marchaba a las mil maravillas. Era un chico más simpático aun de lo que había parecido en un principio, colaboraba con todas las tareas de la casa sin rechistar ni escaquearse, incluso hubo un par de días en los que nos había preparado una cena exquisita. Nos dijo que era un regalo por la buena acogida que había tenido; no se daba cuenta de que él sí había sido un regalo para nosotras. Que todo fuera bien con él significaba dos cosas. Una: estaba segura de que, por fin, había encontrado un amigo de verdad en Los Ángeles, algo que echaba mucho de menos desde que me fui de España. La segunda: se acabaron las horas extra en el restaurante. Alex parecía tener un buen colchón económico que nos permitía estar, de nuevo, aliviadas con el piso. No es que nos sobrara, pero por primera vez desde la marcha de Lorena no nos faltaba, y eso era importante. Muy importante.
Así que gracias a mi día libre y a mi buen humor esa noche dormí más de diez horas seguidas del tirón, algo que hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no conseguía hacer. La noche anterior Michael había decidido no quedarse a dormir para hoy poder madrugar y ultimar los detalles para la grabación de su nuevo disco, que sería inminente. Por una parte, lo lamenté; siempre era fantástico poder disfrutar de la compañía de mi precioso novio. Pero por otra… Toda la cama para mí sola. Necesitaba dormir como lo había hecho y lo disfruté realmente.
- Buenos días, dormilona –sonrió Nana desde el sofá, una vez que reuní fuerzas para dejar de hacer pereza y levantarme.
- ¡Buenos días! Qué bien he dormido, ya podría ser siempre así.
Me senté a su lado y me estiré todo lo que fui capaz, al tiempo que se me escapaba un bostezo.
- No creo que sigas teniendo sueño –comentó.
Negué con la cabeza mientras me hacía un ovillo en el sofá y sonreí. Qué bien me encontraba.
- ¿Vas a salir a algún lado?
- Tengo que ir a comprar varias cosas, estaba esperando que te levantaras para decírtelo. Marina se ha ido a otra entrevista de trabajo.
- Ojala haya suerte.
- Ojala.
Todos lo deseábamos profundamente.
El sonido del timbre nos sobresaltó a las dos, y Nana me dirigió una mirada de sorpresa.
- ¿Michael? –Preguntó.
- No creo, iba a estar toda la mañana ocupado.
Me levanté de un salto, albergando la esperanza de que sí fuera Michael. Sabía que era difícil que se presentara allí tan pronto, hacía un par de días me había comentado que ese disco le iba a mantener muy ocupado y algo alejado de mí durante un tiempo. Maldije el disco y a la música en general; pero entonces me tarareó un par de canciones y se me pasó. El mundo también debía disfrutar de él.
Era difícil que fuera él, pero no imposible, desde luego. Se trataba de Michael, ¿había algo que fuera imposible viniendo de él?
Caminé deprisa hasta la puerta y la abrí, ni corta ni perezosa.
La vida es curiosa, y cuando menos te lo esperas tiene algo preparado para sorprenderte. Hay cosas que no vemos venir y que ni siquiera somos capaces de imaginarnos, y, de repente… Ocurren.
- Hola.
La voz de John al otro lado de la puerta me resultó extraña; y desagradable. Tanto tiempo sin saber de él, ¿qué quería de mí ahora? Es más, ¿qué quería yo de él? Nada. ¿Para qué aguantar sus tonterías? No tenía por qué.
Mi primer impulso fue cerrar de nuevo la puerta, sin ni siquiera dirigirle la palabra, pero su brazo me lo impidió.
- Por favor, escúchame. Necesito hablar contigo.
- No veo por qué puede interesarme lo que vayas a decirme.
Seguí empujando para acabar definitivamente con aquello, pero, como siempre había ocurrido, era más fuerte que yo. Imaginé otra escenita como las pasadas y una punzada de nervios se clavó en mi estómago. ¿Qué querría? Temía sinceramente que viniera a hacerme daño.
- Si no te vas llamaré a la policía –mi nerviosismo era absolutamente perceptible-. Lo digo en serio. Vete.
- Vale, escucha.
Levantó las manos, dejando de empujar la puerta, por lo que definitivamente fui capaz de cerrarla de un portazo. Me apoyé en ella, haciendo más presión y suspirando profundamente. Nana apareció ante mí al instante, interrogándome con la mirada.
- John está al otro lado.
- ¿John el capullo?
- El mismo –suspiré nuevamente.
¿Qué narices hacía ahí?
- Judith, escúchame, por favor –oíamos su voz, ligeramente distorsionada por la separación que había puesto entre nosotros-. Por favor, te lo pido por favor.
No contesté. Permanecimos en silencio, los tres.
- De acuerdo, lo haremos así entonces –tomó la palabra de nuevo al cabo de unos segundos-. Aunque seas incapaz de creerme, vengo a pedirte perdón. Me porté como un auténtico imbécil y llevo meses intentando reunir el valor suficiente para venir aquí a suplicarte que me perdones. ¿Cómo pude tratarte así? Ni siquiera me reconozco cuando miro atrás –las últimas palabras fueron menos audibles que las demás, y acto seguido suspiró-. Sabía que esto iba a ser así, que ni siquiera ibas a querer escucharme, pero al menos me quedo tranquilo sabiendo que he sido capaz de reconocer lo que hice y de pedir perdón.
“He sido capaz de reconocer lo que hice y de pedir perdón”. Repetí mentalmente aquellas palabras.
Entonces, la imagen del John que conocí acudió a mí. El mismo John que me ayudó a adaptarme nada más llegar, el mismo John que me ayudó a encontrar trabajo, el mismo John que me enseñó Los Ángeles sin ninguna otra intención que pasar tiempo a mi lado. Nunca me lo había preguntado, pero… ¿Qué fue, de repente, de ese John? Cuando todos los problemas empezaron, ¿dónde quedó ese chico agradable y generoso? ¿Dónde quedó ese buen chico que creía haber conocido?
La punzada de nervios que había sentido instantes antes se convirtió en culpa. Por alguna razón siempre había atribuido todo lo que pasó a su personalidad. Ahora, mirándolo con perspectiva, por primera vez, reconocí que tenía mucha culpa en todo lo que pasó. Él me trató mal, muy mal; pero yo tampoco me porté nada bien con él.
¿Dónde quedó ese buen chico? Yo había hecho que se encondiera.
Al menos, merecía ser escuchado.
Me giré con la intención de abrir la puerta y Nana se colocó al instante a mi lado.
- ¿Qué se supone que haces?
- Tengo que hablar con él.
- ¿Desde cuándo? –Nana parecía sorprendida. ¿O enfadada?
- Desde que hace cinco segundos me he dado cuenta de que yo también tengo gran parte de culpa de todo lo que pasó.
- ¡Te empujó y acabaste en el suelo! –Chilló.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar aquello.
- Tienes razón. Y eso no lo va a borrar nadie. Pero quiero hablar con él.
Abrí la puerta y me le encontré cabizbajo, con las manos juntas y moviéndolas con nerviosismo. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos y comprendí que estaba verdaderamente arrepentido. Me hice a un lado mostrándole que le dejaba pasar y me susurró un “gracias”.
Cuando me giré para contemplar a Nana parecía incluso más hostil que antes.
- Vete a comprar lo que tengas que comprar, no pasa nada –le dije, una vez que John ya se había dirigido al salón.
- No pienso dejarte sola con él –me espetó.
- Voy a estar bien. De verdad, confía en mí.
- Confío en ti. En quien no confío es en él.
- Tú le has visto igual que yo. ¿Le veías enfadado? –No dijo nada-. Está arrepentido. Por favor, déjanos solos.
Nana miró para otro lado. Ella sí estaba enfadada. Seguramente no entendía por qué quería hacer eso, pero realmente quería. De pronto me sentía profundamente culpable. Había estado tan pendiente de Michael y de lo que pasaba con él que no había sido verdaderamente consciente del daño que le había hecho a John.
- Por favor –la supliqué de nuevo.
Volvió a mirarme con malos humos y se alejó de mí, dejándome completamente pasmada. Odiaba que se enfadara conmigo.
En menos de diez segundos había aparecido bolso en mano; dispuesta a salir de casa. La sostuve por los hombros y la di un abrazo.
- Estaré bien.
- Eso espero –correspondió mi abrazo y salió por la puerta.
Suspiré. Yo también lo esperaba.

27 de junio de 2013

Capítulo 83



Todo

Desperté abrazada a él y esa era la mejor noticia que había tenido en los últimos días. Así que le achuché contra mí deseando no tener que soltarle nunca, nunca, nunca. Escuché cómo se reía y me besó en el pelo, achuchándome él también contra sí mismo. Adoraba esa sensación. Realmente pensaba que no existía una mejor. Despertarse abrazado a la persona que quieres y saber que ella te quiere por igual.
- Buenos días –dije, al fin, queriendo oír su voz de una vez.
- Buenos días, pequeña. ¿Qué tal has dormido?
- Pues… -Me incorporé y le besé dulcemente-. Muy bien. ¿Y tú?
- Pues… -Me tumbó de nuevo y pasó su dedo índice por mi brazo, provocando que me estremeciera-. Fatal, al lado de una chica feísima –Me besó y le aparté teatralmente.
- ¡Cómo osas! -Di un salto de la cama y me coloqué frente a él, con gesto de enfado-. Te has quedado sin desayuno –enarqué una ceja.
Se mordió el labio inferior y en seguida supe lo que estaba dispuesto a hacer. Se levantó él también de un brinco y vino directo a por mí.
- Si no quieres darme el desayuno –me dio un rápido beso-, tendré que cogerlo yo mismo.
Me abrazó con fuerza y me levantó del suelo entre risas. Cuando volvió a depositarme, tenía la sonrisa más sincera que le había visto en mucho tiempo.
- ¿Vas a desayunarme a mí?
- Aham –me besó de nuevo, dejándome sin aliento. Jamás podría acostumbrarme a su manera de besarme, de abrazarme o de tocarme.
- Te veo contento –comenté mientras, después de unos segundos, comenzamos a vestirnos.
- Lo estoy, me ha venido muy bien descansar estos días.
- No sabes cuánto me alegro.
Me hice una coleta como pude y me miré al espejo, sabiendo que la imagen no iba a ser precisamente algo agradable. A pesar de haber dormido mucho mejor que en los últimos días no estaba del todo descansada. Necesitaría muchas horas de descanso y paz para recuperarme de los días tan agotadores que estaba teniendo.
Pese a todo, su presencia siempre me transmitía calma suficiente para soportar lo que venía por delante. Me abrazó por detrás y me besó con ternura en el cuello.
Me di la vuelta, agarré su mano y nos encaminamos a la cocina. Era increíble, pero tenía hasta hambre, algo de lo que últimamente escaseaba.
Rápidamente elegimos un par de bollos de la cocina y calentamos dos vasos de leche que nos llevamos a la mesa del salón; allí era donde nos gustaba desayunar.
- Buenos días –una voz masculina a mis espaldas me sobresaltó. Todavía no me había acostumbrado ni por asomo a la presencia de Alex en la casa.
- Ah, Alex, buenos días –me giré y le sonreí amablemente.
- Buenos días –susurró Michael, en un tono de voz casi imperceptible.
Le miré extrañada, pero en seguida volví a concentrar mi atención en Alex.
- ¿Ya te vas? –Pregunté lo suficientemente alto para que me oyera, pues ya estaba dentro de la cocina.
- ¡Sí! –Oí su voz en la distancia. A los dos segundos se asomó para poder mirarme-. He quedado con dos amigos.
- Te levantas con mucha energía –comenté, sorprendida. Quién pudiera.
- Qué remedio, ya llego tarde –desapareció de nuevo en la cocina y, no más de diez segundos después, volvió a aparecer colocándose la cazadora-. Me voy. Te veré luego –pasó por mi lado y me tocó con suavidad el hombro-. Adiós, Michael –le saludó con la mano y Michael hizo lo propio con la cabeza.
Volví a mirar a mi precioso novio, cayendo en la cuenta de que no le había comentado nada acerca de mi nuevo compañero de piso.
- Sí, de eso quería hablarte -pareció leerme la mente-. ¿Desde cuando vive con vosotras?
- Mmm… ¿Un día? –Sonreí.
- ¿Y no pensabas decírmelo?
- ¿A través de tus llamadas inexistentes? –Le asesiné con la mirada haciendo que se riera.
- Tienes razón.
- Se llama Alex, y es amigo del novio de Nana. Es un chico muy simpático, te gustará.
- Mientras no te guste a ti… -Introdujo el bollo en la leche y, cuando ésta salpicó, reí a carcajadas. Era todo un experto en hacer que cualquier cosa que mojara en leche se rompiera-. No quiero ni una risita más.
Verdaderamente, él también estaba conteniendo la risa.
- Háblame de Natalie –le dije de pronto.
Clavó de nuevo su mirada en mí.
- No ha pasado nada, Judi.
- Eso ya lo sé –le lancé un beso.
- Todo ha ido bien. Quiero decir, todo lo bien que puede ir con ella –puso los ojos en blanco-. ¿Cómo una persona puede insistir tanto en algo que sabe que no va a conseguir?
- El día que la asesine dejará de insistir –sentencié.
- Pero si no eres capaz de hacer daño ni a una mosca –me tiró un pequeño trozo de bollo. ¿Quería comenzar una guerra?
- Las moscas me caen bien. Ella no.
- Alíate con ellas y asesinadla entre todas –se levantó, cogió su taza, caminó a mí y me dio un beso en la frente-. Voy al baño.
- ¿Con la taza? –Pregunté, divertida.
- Tonta –me dijo mientras se dirigía a la cocina.
Me dejó sola con mis pensamientos y supe que debía contarle lo de Edward. Al menos, parte de lo de Edward. No sería una buena idea contarle toda la versión a no ser que quisiera discutir con él tan pronto; y no quería, acababa de llegar. Pero odiaba ocultarle cosas, y más ese tipo de cosas. Una pareja debe basarse en la confianza y si no somos capaces de hablar de todo… ¿Qué nos queda? Debería aprender a confiar en mí tarde o temprano.
Me aliviaba el hecho de que no fuera una persona violenta; de ese modo descartaba por completo que todo ese asunto provocara una pelea entre Michael y Edward.
Regresó del baño y se sentó en el sofá.
- Pareces algo cansado –comenté, colocándome junto a él.
- Fue un viaje largo, y contigo es imposible dormir mucho –me guiñó un ojo. Adoraba su picardía.
Lamenté tener que acabar con ese momento, pero supe que tenía que hacerlo.
- En realidad, hay algo de lo que quiero hablarte.
Se revolvió en el sofá y se colocó de tal manera que pudiera verme mejor. Sostuvo mis manos con delicadeza y tomé aire con disimulo.
- Te acuerdas de Edward, ¿verdad?
- Cómo olvidarme del hombre que quiere robarme a mi novia.
Bien empezamos.
- Resulta que el otro día… -No sabía cómo seguir y me reí por puro nerviosismo.
- ¿Te ha besado? –Preguntó de pronto.
- Lo intentó.
- ¿Y qué hiciste?
- Le aparté y le dije que le daría un bofetón.
- Esa es mi chica –me abrazó riéndose.
- Me esperó una noche cuando salí del restaurante –continué hablando una vez que nos separamos-. Hacía muchísimo frío y sabes que uno de mis mayores miedos es morir congelada. Se ofreció a llevarme a casa y acepté. Sabe que estoy contigo.
- ¿Se lo dijiste? –Parecía sorprendido.
- No, ya lo sabía, no me dijo cómo pero lo sabía.
- Aham. Sigue.
- Poco más –mentí.
- Judith.
Que pronunciara mi nombre de aquella manera me hizo entender que significaba un “Judith, cuéntamelo todo”.
- Vale –me rendí-. Básicamente me dijo que no entendía cómo podía estar contigo cuando era evidente que me quitabas un montón de cosas.
- ¿Y qué le dijiste?
- Que no se atreviera a hablar de ti o de lo que tenemos cuando no tenía la más mínima idea de nada.
Permaneció callado.
- ¿Y qué piensas?
- Que no tiene la más mínima idea de nada.
Sonrió.
- ¿Te quito cosas?
- Sí –dije con sinceridad-. ¿Y? –Mi pregunta le sorprendió-. La pregunta no es qué me quitas, sino qué me aportas.
- ¿Y qué te aporto?
Parecía nervioso.
- Todo.
Nunca había sido más sincera en mi vida. Él me lo daba todo.

Capítulo 82



Ahora la decisión es tuya

Un sábado en el restaurante siempre es ajetreado, y, por supuesto, aquel sábado 16 de febrero no iba a ser una excepción. No estaba segura de si era mi impresión o si realmente estaba más lleno de lo habitual. En cualquier caso, lo cierto es que no me faltó trabajo. Cualquiera podría pensar que eso era justo lo que necesitaba, porque en muchas  ocasiones el trabajo era lo único que conseguía liberar a mi mente de los pensamientos que solían rondarla.
Por alguna razón, ese sábado sí fue una excepción en ese sentido. El exceso de trabajo se juntó con mi nerviosismo y ocasionó más de un incidente: platos en el suelo, despistes, incluso alguna que otra mala contestación muy impropia de mí.
Pero no podía evitarlo: estaba realmente nerviosa. Era consciente de que cuando regresara a casa Michael iba a estar esperándome allí. ¿Cómo no estar nerviosa?
Por otra parte, no podía evitar pensar que quizá habría decidido no ir a verme, puesto que salía tarde de trabajar y él estaría agotado por el viaje. Eso me ponía más nerviosa aún.
Cuando por fin, a eso de las dos de la madrugada, ascendía las escaleras de mi portal, no podía evitar pensar en esa segunda opción. ¿Y si no había venido? No, no, no. Moví rápidamente la cabeza de un lado a otro evitando seguir pensando en aquello y, respirando hondo, introduje la llave en la cerradura de la puerta de mi casa. Nervios.
- ¿Hola? –Susurré, dando por hecho que el 75% de los habitantes de esa casa estarían dormidos; todos, excepto yo.
No hubo respuesta.
¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido?
Caminé despacio hasta el salón, echando un rápido vistazo por si, tal vez, se había quedado dormido en el sofá.
Negativo. Allí no había nadie.
Nervios.
¿Y si no había venido?
Sólo quedaba una opción y no estaba dispuesta a que mis ideas me torturaran mucho más tiempo: si no había venido, quería saberlo ya. Así que caminé deprisa hasta mi habitación y abrí la puerta con energía.
Por supuesto, allí estaba.
Abrazado a uno de mis peluches. Y dormido como un angelito.
Ahogué la risa que me provocaba esa imagen y me fustigué a mí misma mentalmente. ¿¡Cómo no iba a venir!?
Caminé despacio hasta él y le di un tierno beso en la frente. Respiré su olor y el mundo me pareció un lugar mejor. Acaricié su dulce rostro con cuidado, siendo consciente de que si seguía así le despertaría. Quería que continuara dormido pero, por otra parte, no podía evitarlo. ¡Llevaba demasiado sin verle! Y había sido demasiado duro. ¡Y ahora estaba allí!
Sonreí en la penumbra y me mordí el labio. ¿Existía un ser más bonito en toda la tierra?
Decidida a dejarle dormir, me alejé de la cama lo suficiente para desvestirme sin hacer excesivo ruido. Deposité la ropa en la pequeña silla que siempre estaba presente en mi cuarto, me puse mi viejo pantalón para dormir y rebusqué cuidadosamente una manta en el armario para echársela por encima al angelito que tenía dormido en mi cama.
Me acurruqué junto a él y fue justo entonces cuando noté que su respiración cambiaba. Me incorporé ligeramente para comprobar su estado y pude apreciar cómo sonreía ligeramente. Se abalanzó sobre mí y me estrujó entre sus brazos.
- Mmmm… -Susurró.
Reí. Seguía completamente dormido.
- A dormir, señorito Jackson.
- De eso nada… -Susurró de nuevo mientras buscaba mis labios. Me dio un tierno y duradero beso que me hizo recordar por qué estaba con ese hombre. Lo amaba realmente. Se separó de mí unos centímetros y me besó, de nuevo con ternura, en la frente-. Te he echado de menos, y ahora te tengo, ¿crees que voy a seguir durmiendo?
Su voz sonaba más despejada y deduje que realmente no tenía intención alguna de volverse a dormir.
- Mañana me seguirás teniendo –insistí-. Y pasado. Y dentro de diez días.
- ¿Y de diez meses?
- Y de diez años –asentí, acariciándole de nuevo. Se había colocado sobre mí y sus perfectos rizos caían sobre mi frente.
- ¿Estás cansada? –Preguntó a los pocos segundos.
- Un poco, he tenido bastante trabajo –hice una mueca recordando lo patosa que había estado hoy. Después, hice otra mueca recordando lo pesada que, también, había estado. “¿Y si no viene?”, me repetí a mí misma con burla, “qué idiota puedo ser a veces. ¿Cómo no iba a venir?”
- Entonces si quieres, sólo si tú quieres, nos dormimos.
Dormir era lo último en lo que estaba pensando.
- ¿Llevas mucho esperándome?
- Casi veintiún años.
Su respuesta me dejó perpleja. Realmente me había echado de menos.
- Qué bobo eres.
- Por suerte has aparecido. Y ahora, eres mía –susurró junto a mi oído, provocándome un cosquilleo indescriptible.
- Toda tuya.
Busqué sus labios con urgencia, como acostumbraba a hacer. Sostuvo mi cara y me besó de buena gana durante un largo rato.
Entonces caí en la cuenta de algo. Sin saber cómo, aterrizó en mis pensamientos. ¿Por qué Kate quería que se olvidara de mí durante unos días?
Y al preguntarme aquello, fui consciente de otra cosa. No estaba en absoluto preocupada por lo que hubiera pasado con Natalie, porque sabía que no había pasado nada. ¿Había aprendido, por fin, a confiar en él absolutamente?
- ¿Qué ocurre?
Michael me conocía bien, y había notado que me había “desentendido” ligeramente de sus besos. Sólo ligeramente.
- Nada –contesté al instante. No eran horas para hablar de esos temas.
- Si vuelves a mentirme te mataré a cosquillas –afirmó convencido, provocando mi risa.
Reí, sí, pero realmente me daba miedo. La última vez que me había dicho aquello había estado, sin exagerar, cuarto de hora torturándome a cosquillas. Sin parar. No estaba dispuesta a que volviera a suceder tal cosa.
- Vale, es algo –confesé-. Pero no creo que sea un buen momento para hablar de ello.
- Siempre es buen momento para que hablemos.
- Mike, hace quince minutos estabas completamente dormido.
De pronto, se levantó de un salto y sin previo aviso encendió la luz de la habitación.
- Y ahora estoy completamente despierto –abrió los ojos todo lo que pudo y volvió a tumbarse, esta vez a mi lado.
- Vale… Cabezota –atrapé uno de sus rizos y comencé a juguetear con él-. Sólo me preguntaba por qué Kate querría que te alejaras de mí estos días –le dije sin rodeos.
- Bueno… -se incorporó un poco, atrayéndome con él-. Al principio yo tampoco lo entendía, la verdad. Cuando llegamos allí me hizo jurar que no cogería el teléfono hasta que volviéramos. ¿Cómo iba a decirla que no? Se lo prometí y no hice más preguntas. Supuse que necesitaba tranquilidad para todos. Pero cuando pasaron dos días la necesidad de saber de ti se volvió más grande que cualquier promesa –sonreí ante aquellas palabras-. Y hablé con ella. La dije que sólo quería saber si estabas bien. Y entonces…
- ¿Y entonces? –Pregunté, inquieta.
- Me dijo que los últimos meses no habían sido fáciles para ninguno de los dos. Y que era mucho más que evidente lo mucho que nos queríamos, pero quizá… -Permaneció callado unos segundos, supuse que estaba sopesando cómo hablarme de ello-. Quizá ninguno de los dos estábamos preparados para una relación tan seria, más teniendo en cuenta que ambos habíamos huido de ellas toda nuestra vida. Y que probablemente de ahí vinieran parte de nuestros problemas. Gran parte de culpa también la tiene la vida que yo llevo –clavó sus ojos en mí, que hasta entonces habían estado vagando por la habitación-. Entiendo que pueda resultarte difícil una relación así, con tantas… Restricciones –hizo una mueca-. Y ahí fue cuando me dijo que debía pensar, porque ahora vienen tiempos mucho más difíciles de los que hemos tenido hasta entonces. Grabaciones de disco, conciertos… Demasiado tiempo con Joseph. Además de los problemas que mi madre y él están teniendo últimamente, que es algo que me afecta inevitablemente.
Me sorprendió la madurez de sus palabras.
- Pero… ¿Y en qué tenías que pensar? –Pregunté, sin acabar de comprender.
- En si realmente lo que sentía por ti era tan fuerte como para involucrarte en todo lo que viene a partir de ahora.
Tomé aire. Y recé porque fuera más que fuerte.
- Así que he estado pensando bastante y… -Rió-. Me ha parecido una tontería, la verdad. No he llegado a ninguna conclusión que no supiera. Te quiero. Y no me imagino mi vida sin ti. Ni quiero imaginármela –me lancé sobre él y le abracé con fuerza-. Ahora la decisión es tuya –dijo a los pocos segundos.
Me separé de él y le interrogué con la mirada.
- Puedes decidir alejarte de mí antes de que todo empiece. Ni te imaginas lo que viene por delante.
- ¿De verdad me estás preguntando esto?
Estaba atónita. ¿Alejarme?
- Sí, de verdad quiero saberlo.
- Michael –sostuve su cara con firmeza y le miré fijamente-. Hasta el final –fue toda mi respuesta.

25 de junio de 2013

Capítulo 81

 Estoy completamente seguro

Con la aprobación de mis dos amigas en el bolsillo, la tarde después de la charla y todo el día siguiente se me hicieron mucho más cortos que el resto de los anteriores. Era impresionante cómo seguía necesitando de ellas para aclarar mis ideas, ¿iba a ser así toda la vida? Yo sola no había sido capaz de deducir lo que ellas me habían dicho claramente en apenas tres minutos: es mucho más lo que me aporta que lo que me quita. Nadie, absolutamente nadie a lo largo de mi vida, me había dado tantísimo como me daba Michael.
Y aun así, de vez en cuando seguía teniendo dudas acerca de nuestra relación. ¿Por qué? Bueno, con los ánimos mucho más calmados llegué a la conclusión de que las dudas forman parte de la naturaleza del ser humano. Y no iba a renunciar a ella.
Así que fin del problema. O al menos de ese problema.
La verdadera duda que me asaltaba ahora era si Michael me seguía queriendo, y todas las evidencias parecían estar gritándome un rotundo “no”. ¿Cuántos días llevaba sin saber de él? ¿Mil, más o menos? Suspiré mientras abría la puerta del portal y, antes de cerrarla, eché un último vistazo al cielo cubierto de estrellas.
Mientras subía las escaleras caí en la cuenta de que ese era el día que habíamos concertado para que Alex se trasladara a vivir a nuestra casa definitivamente, así que imaginé que la tarde había supuesto una cantidad de idas y venidas con sus pertenencias. Lo cierto era que, aunque en un principio no me hizo excesiva gracia, en esos momentos la idea me agradaba bastante. Una nueva amistad siempre significaba un poco de aire fresco en cualquier vida; y teniendo en cuenta cómo estaba la mía, me venía bien que alguien me ayudara a respirar.
- ¡Hola! –Exclamé al entrar, soltando una risita por la cantidad de cajas que vi tiradas por el suelo.
Mi risita se convirtió en carcajada cuando observe a los tres, Marina, Alex y Nana, tumbados en el sofá medio adormilados. Alex fue el único que se dignó a levantarse para saludarme y lo agradecí con un beso en la mejilla.
- ¿Así que por fin te has instalado? Me alegro –me quité la bufanda y la chaqueta y la dejé en una silla del salón.
- Instalarme no es precisamente la palabra que yo emplearía. ¿Ves todas esas cajas? Las hemos abandonado a las ocho de la tarde –volvió a sentarse en el sofá y vi cómo Marina asentía, sin ni siquiera mirarme.
Me senté en el sillón de al lado y observé la estampa. Parecía que se conocían de toda la vida. Alex estaba sentado en medio de las dos y los tres tenían los pies apoyados en la pequeña mesa que teníamos junto al sofá.
- Así que habéis estado ayudándole. Me sorprendes, Marina -hizo una especie de ruido con la boca, haciéndome entender que se sentía incapaz de hablar-. Creo que deberías irte a la cama.
- Apoyo la moción –se levantó con tal lentitud que me pareció imposible que llegara a su cuarto antes de tres o cuatro horas-. Buenas noches –nos levantó la mano y, sin mirarnos, siguió caminando. Estaba completamente dormida.
- Yo también me voy, chicos –Nana se incorporó también y nos dio un beso a cada uno-. Hasta mañana.
Me reí con ganas y miré a Alex.
- Acostúmbrate -ambos reímos-. ¿Ha sido muy dura la mudanza?
- No sabía que tenía tantas cosas en mi poder, de verdad. Cuando hemos empezado a sacar cajas y más cajas he creído oportuno venderlo todo para no colocarlo. Y seguramente me haría rico, porque no sabes la cantidad de cosas que tengo ahí guardadas –señaló las cajas amontonadas en el suelo y reí de nuevo.
- ¿Y Marina te ha ayudado? Si que debe estar aburrida.
- Ha colaborado como la que más.
- Deberías saber que eso ocurre pocas veces. Llamarla “vaga” me parece bastante insuficiente para calificar cómo es -rió a carcajadas y lo lamenté por él. No sabía lo que le esperaba con Marina en ese sentido-. Ya lo irás comprobando, no quiero asustarte.
- Vale, gracias por el aviso. ¿Hay algo más de vosotras que deba saber?
- Mmm...
Y, de pronto, se me ocurrió. ¿Debería contarle lo mío con Michael? Claro que debería. ¿Qué haría Alex, sino, el día que Michael aparecería en casa de pronto? Abrir la boca hasta el suelo, sin duda. Reí mentalmente ante la idea. Ese era el efecto que Michael provocaba en las personas.
- ¿Tan malo es lo que tienes que contarme? ¿No me digas que voy a tener que salir corriendo?
- No, tranquilo. Sólo que deberías saber… -lo sopesé unos segundos y elevé las cejas. No se lo creería-. Estoy saliendo con Michael Jackson.
Permanecí callada mirándole y observé la expresión de diversión en su rostro.
- Oh, sí. Y yo con Diana Ross, pero chsss… -Susurró-. Es un secreto.
Puse los ojos en blanco.
- Es cierto.
- ¡Y lo mío! ¿Cuándo hacemos una cena de parejitas?
Iba a contestarle pero de pronto ya nada me parecía importante. El teléfono estaba sonando y eran más de las doce de la noche. ¿Quién iba a llamar un viernes casi a la una de la madrugada? Corrí al teléfono y contesté al instante.
- ¿Sí?
- ¿Judi?
Su voz hizo que mi corazón latiera a cinco mil por hora. Sin embargo, permanecí muda. Tragué saliva y cerré los ojos; cuando volví a abrirlos, vi que Nana y Marina habían salido de su cuarto, y me miraban adormiladas.
- ¿Estás ahí?
- Sí –contesté, escueta.
No es que estuviera enfadada –bueno, quizá un poco-, ¿pero por qué no había llamado hasta ahora?
- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
Permaneció en silencio.
- Siento no haberte llamado, pequeña –supuse que había notado algo extraño en mi tono de voz-. Mañana me tienes de vuelta. Tengo ganas de contarte todo. Y tengo ganas de abrazarte. Te he echado de menos.
- Sí, se ve… -Susurré.
- Perdóname, de verdad. Mi madre no me dejaba estar cerca del teléfono, y…
- ¿Ni siquiera para llamarme? –Le corté. Cerré los ojos de nuevo. ¿Debería ser así de brusca?
- Ni siquiera para eso. Quería que… Desconectara.
Vaya, eso era nuevo. Su madre quería que Michael desconectara de mí. Su madre, Kate, esa persona que en repetidas veces me había demostrado su adoración, esa persona que en tantas ocasiones me había dado las gracias por estar con Michael… Quería que su hijo desconectara de mí.
- También quería que pensara en todo lo que nos ha pasado en los últimos meses.
Esa frase también me pilló desconcertada. ¿Quería que Michael pensara? ¿En qué? Como no podía ser menos viniendo de mí, me asusté.
- ¿Y has llegado a alguna conclusión? –Pregunté finalmente.
- Sí –esperé impaciente-. Estoy completamente seguro de que eres lo mejor que me ha pasado.
Suspiré aliviada ante tan repentina declaración y agradecí que siguiera siendo mío. Observé que las chicas me miraban inquietas y sonreí como pude. Obviamente, después de aquello estaba mucho más tranquila.
- No sabes cómo me alegra oír eso.
- Tengo que colgar, tengo que terminar de hacer la maleta. En unas horas estaré allí de nuevo y, en cuanto llegue, correré a verte. Te quiero, pequeña.
- Y yo a ti Mike.
“Siempre”.
En cuanto colgué el teléfono las chicas avanzaron hacia mí.
- ¿Era él?
- Sí –conseguí decir tras unos segundos y unos cuantos suspiros-. Está bien, y vuelve mañana.
- Parecías preocupada.
- Es que me ha dicho que su madre ha querido que desconectara de todo, incluso de mí –esperé a que las chicas dijeran algo, pero ante su silencio hice una mueca-. ¿Por qué Kate querría eso?
- Mucho sentido no tiene, la verdad… -Marina miró a Nana y después ambas me miraron.
- También me ha dicho que ha estado pensando en los últimos meses.
- ¿Y? –Preguntaron al unísono.
- Dice que está seguro de que soy lo mejor que le ha pasado.
Ambas sonrieron. Y yo también.
Después dirigí mi mirada hacia Alex, que nos miraba atónito desde el sofá.
- ¿Crees que podrá presentarme a Diana Ross? –Preguntó al fin.
Los cuatro reímos. Y por primera vez en unos cuantos días, me fui a la cama con buenas sensaciones.

18 de febrero de 2013

Capítulo 80


Suficiente para nosotras

A la mañana siguiente me levanté decidida a hablar con las chicas, sabiendo que ambas libraban y podríamos tener un rato para hablar tranquilamente. Estaba ligeramente asustada por las respuestas que podía encontrarme, y más aún por las consecuencias. ¿Qué pasaría si hasta mis dos ángeles pensaban que Michael no era bueno para mí? Estaba asustada, sí, pero no me importaba, necesitaba saber qué pensaban de todo aquello.
Sorprendentemente, cuando me dirigí al salón ninguna de las dos estaba allí. Tampoco en la cocina, ni en el baño. Miré el reloj y vi que eran las once de la mañana, ¿a dónde podían haber ido a esas horas?
- ¿Qué haces despierta tan pronto?
La voz de Nana detrás de mí me sobresaltó y di un brinco que provocó una sonrisa por su parte. Estaba recién levantada.
- Eh... No podía dormir -me dirigí hasta la cocina y abrí la nevera-. ¿Quieres un zumo? ¿Marina sigue durmiendo?
- Qué pregunta, claro que sigue durmiendo. Y nosotras deberíamos estar haciendo lo mismo, sobre todo tú, creía que estabas muy cansada de tanto trabajar. Y un zumo sí, gracias.
Serví el zumo en un par de vasos y me dirigí con ellos hasta el sofá del salón; Nana me siguió.
- Estoy cansada, pero no quiero dormir más.
- ¿Pasa algo?
- No, es solo que, bueno...
- No sabes nada de él, ¿verdad? -Negué con la cabeza y me miré las manos, que rodeaban el vaso-. No te preocupes, Judi. Te quiere, lo sabes.
La miré y supe que era el momento, pero no sabía muy bien cómo plantearlo. Hace mucho tiempo conocí a un chico que me dijo que las personas no deberíamos preguntar aquello de lo que no querríamos saber la respuesta. ¿Quería saber la respuesta a todo lo que pasaba por mi cabeza?
De pronto se me encendió la bombilla y supe cómo debía llevar todo aquello.
- Piensa en mí hace un año -la solté de pronto-, cuando estaba con John. ¿Qué opinabas de él?
- ¿Antes o después de comportarse como un capullo?
- Antes, el después es evidente.
- Creía que era un buen chico, la verdad. Le veía contigo y... Me gustaba. Para ti -añadió con una mueca.
- ¿Qué más?
- ¿Qué más? No sé, ¿qué más quieres que te diga? -Se rió.
- ¿Te gustaba la pareja que hacía con él?
- Sí y no.
- Explícate.
- Él te trataba bien, y creo que te llegó a querer bastante. Cuando os veía juntos pensaba... Están bien, pueden llegar a algo, hacen buena pareja. Pero entonces me fijaba en ti y... Tú no sentías gran cosa por él. Te lo pasabas bien con él y agradecías su compañía, pero... No es como con Michael, por ejemplo. A los dos meses ya estabas enamoradísima de él.
- A los dos meses y a las dos semanas -añadió Marina por detrás, para después obsequiarnos con un gran bostezo-. ¿Qué hacéis hablando de estos temas tan pronto? Acaba de amanecer.
- ¿Amanecer? -Nana y yo nos reímos a carcajada limpia.
- Eres una auténtica marmota, Marina, de verdad. Háztelo mirar.
- Cuando muera donaré mi cuerpo a la ciencia.
Volvimos a reírnos y entonces sentí la mirada de Nana clavada en mí.
- ¿Por qué me has preguntado esto?
Ya no había vuelta atrás.
- Bueno... Sólo me estaba preguntando si... A John le veíais mejor chico para mí que Michael -lo solté de carrerilla y Marina, que estaba tumbada en el sofá, se incorporó casi de un salto.
- John era un capullo, cómo puedes preguntarte eso.
- Me refiero al John de antes. Al John que me trataba bien, al que me cuidaba, al que me quería.
- Puede que al principio fuera un príncipe azul, pero al final demostró cómo era realmente, y eso es lo que cuenta.
- Olvidaos de lo que hizo, ¿vale? Pensad sólo en el John bueno.
- No podemos olvidar algo así -sentenció Nana.
Suspiré. Tendría que intentarlo por otro camino.
- Vale, pues nada de John. Pensad en... Sergio. Sí, Sergio. ¿A Sergio le veíais mejor chico que Michael?
- ¿A qué viene esto, Judith?
- Sólo... Contestad, por favor.
- No, explícanos por qué quieres saber todo eso.
Las dirigí una rápida mirada a las dos y cogí aire.
- La otra noche, cuando os conté lo de Edward... No dijisteis nada. Quiero decir, me dijo un montón de cosas horribles, cosas que no tiene por qué decirme alguien que no me conoce a mí, ni a Michael, ni sabe nada de lo que tenemos. No sabe nada de lo que hay entre nosotros y se atreve a juzgarnos de esta manera. Estaba verdaderamente enfadada y cuando os lo conté... No dijisteis nada.
- ¿Qué querías que te dijéramos? -Preguntó Nana, parecía confundida.
- No lo sé, algo. Unas palabras de odio hacia él, por lo menos.
- ¿Odio?
- ¿No? -Las miré durante unos segundos a las dos y su expresión me lo dijo todo-. Así que pensáis que lleva razón.
- Pensamos, como tú, que no es nadie para juzgarte.
- Pero lleva razón -añadí.
- Judith...
- Adelante, juzgadme vosotras.
- No hagas un mundo de esto.
- No estoy haciendo un mundo, simplemente agradecería que mis mejores amigas tuvieran la confianza suficiente para decirme cuándo un chico las parece bien para mí y cuando no.
Silencio. Me recosté contra el sofá y cerré los ojos. Nana fue quien empezó a hablar de nuevo.
- Nadie ha dicho que Michael nos parezca mal para ti.
- No, sólo os parece que me está robando muchas cosas de mi vida.
- ¿Nos has preguntado cuántas nos parece que te está dando? -Nana alzó la voz y la miré. Parecía enfadada-. No saques conclusiones que no son, en ningún momento hemos dicho que lleve razón.
- Tampoco se la habéis quitado.
- Porque en parte la lleva -miré a Marina esperando a que continuara y se acercó más a mí-. No puede llevarte a pasear por ahí, ni podéis hacer un montón de cosas que cualquier pareja normal puede hacer.
- Somos una pareja normal -pronuncié cada palabra recalcándola, tratando de convencerlas a ellas. Y a mí misma.
- Lo sois porque os queréis, pero... Oye, ¿qué te vamos a contar que no sepas? Eres tú la que vive el día a día con él, si no te has dado ya cuenta de las cosas que no podéis hacer juntos...
- Cosas insignificantes. No necesito que me lleve al cine o a comprar un helado o...
- Exacto -me cortó Nana-. ¿Por qué no lo necesitas? -Esperó unos segundos y entonces siguió-. John, Sergio... Todos los chicos que han pasado por tu vida han podido hacer todo eso que Michael no puede, ¿y? ¿Han significado algo para ti? O, al menos, ¿han significado tanto como Michael? -Volvió a detenerse, esperando que yo sola me diera cuenta de todo eso-. Creo que hablo por las dos cuando te digo que nunca te habíamos visto tan bien -Marina asintió y me acarició el hombro-, ni siquiera sabíamos que fueras capaz de querer tanto a un chico -se rió.
- ¡Eh! -Fingí enfadarme pero solté una risita.
- Lo que te quiero decir es... Qué importa lo que te quite, a día de hoy es mucho más lo que te aporta, ¿no?
- Lo es para mí. Pero vosotras... Quería saber lo que pensabais.
- Queremos que estés con él tanto tiempo como tú quieras estar con él. Te hace feliz, eso es suficiente para nosotras.
- ¿De verdad?
- ¡Pues claro! Es un gran chico y te quiere. No podemos pedir más.
Agaché la cabeza y me mordí el labio. Tampoco había sido para tanto. Sonreí tímidamente y volví a mirarlas.
- Gracias.
- Siempre pensando mal de nosotras -se burló Marina-, yo ya no sé qué tenemos que hacer.
- Se me ocurre una idea... -miramos a Nana y sonrió ampliamente-. Vámonos a dar un paseo por esta maravillosa ciudad y después te invitamos a comer, ya que tienes un novio que no puede hacerlo.
- Ja, ja. Muy graciosa.
- Lo sé -se incorporó y me tendió una mano-. Venga, a vestirse todo el mundo.