22 de julio de 2011

Capítulo 57.

Miedo y cobardía.

- Espero que luego me cuentes todo como si tu vida dependiera de ello -Angie me alcanzó en mi camino hacia la cocina y me lanzó una tremenda mirada asesina-. ¿Cómo has sido capaz de callarte una cosa así durante tanto tiempo? Yo no podría.
- Supongo que contarlo significaba hacerlo real. No quería hacerlo más tiempo real. Quería olvidarme.
- ¿Y lo has conseguido?
La miré fijamente y la di la respuesta con la mirada. No quería decirlo en voz alta porque entonces, como acababa de decir, significaba hacerlo más real. Pero tampoco podía huir de una verdad tan evidente como que no me había olvidado de él.
- No –dije al fin-. Ni siquiera estoy segura de haberlo intentado realmente.
Entramos en la cocina al tiempo y cogimos lo necesario para volver a las mesas que nos correspondían. Ahora aquellos pensamientos estarían azotándome toda la noche. Genial.
¿A quién pretendía engañar? Pues claro que no me había olvidado de él. El corazón me había latido a cuatro mil por hora cuando su mirada se había cruzado con la mía después de dos meses sin vernos.
- Perdone, ¿nos puede traer otra botella de agua? –un joven sentado en la mesa que servía me sacó de mis pensamientos. Como me había estado pasando durante toda la noche, sólo cuando me llamaban la atención era capaz de lograr una mediana concentración.
- Sí, claro, ahora mismo se la traigo –sonreí.
Caminé de nuevo hasta la cocina, esta vez pensando cuántas veces había hecho el mismo recorrido y cuántas me quedaban por hacer. Realmente estaba contenta con aquel trabajo; a pesar de ser excesivamente cansado en noches como esa, pero no podía tener queja. Cobraba un buen sueldo y había buen ambiente entre todos los compañeros, algo que no siempre se encuentra.
De repente alguien agarró mi mano por detrás. No me hizo falta girarme para adivinar de quién se trataba.
- No puedo creer lo que has hecho.
Decidida a enfrentarme a él de nuevo, me giré.
- ¿A qué te refieres? –pregunté, casi enfadada.
Los ojos de Michael centelleaban, como si también él estuviera enfadado.
- Has rechazado servir en nuestra mesa.
Reí. Qué crío era.
- Por supuesto. ¿Qué pensabas que iba a hacer? ¿Servir a Natalie con la mayor de las sonrisas? Simplemente he evitado una situación que no sería agradable para ninguno de nosotros… Mejor dicho, no sería agradable para la mayoría.
- ¿Qué quieres decir? –preguntó confundido.
- Que Natalie disfrutaría viendo como he pasado de ser tu novia a servirle la comida.
- No sé por qué dices…
- No te hagas el sorprendido –le corté-. Sabes que es así. Y ahora, si me disculpas, tengo que seguir trabajando.
Me agarró la mano de nuevo y me impidió avanzar.
- Michael –le dije con un tono cortante.
- Eres una cobarde.
Solté mi mano de la suya y mantuve su mirada.
- No sabes nada.
- Lo único que sé es que has acabado con lo nuestro por miedo a que yo lo hiciera.
- ¿Ocurre algo? –preguntó Andrew, otro de los camareros responsables, cortando así nuestra conversación. Dirigió su mirada a Michael y después la posó en mí, que bajé la cabeza con las palabras de Michael aún resonando.
- No, no se preocupe –contestó Michael.
- ¿Judith?
Levanté la cabeza y Andrew me interrogó con la mirada.
- Está todo bien –logré decir.
- Judith es una vieja amiga –comentó Michael de pronto-. ¿Le importa que se la robe un par de minutos? No tardaremos.
Andrew dirigió de nuevo su mirada hacia mí y asentí, con el nudo en la garganta.
- De acuerdo –sonrió finalmente.
Ante la aprobación de uno de mis jefes, Michael agarró mi mano y se encaminó hacia los cuartos dedicados al personal. Sabía que allí nadie nos molestaría.
Una vez dentro me solté de su mano, ante su cara de confusión.
- Veo que te gusta poco vernos así de nuevo.
- Ni siquiera sé qué hago aquí. Debería estar trabajando, pero claro, cualquiera niega nada al señorito Jackson –miré para otro lado y resoplé.
- Sólo quiero hablar contigo –dijo tras unos segundos.
- Yo no. ¿No te das cuenta?
- Pues vas a tener que hacerlo.
De nuevo pulso de miradas.
- Eres un crío –dije al fin.
- Y tú una cobarde –sonrió.
- Todo hablado entonces. Un placer, como siempre –quise irme pero me agarró de nuevo.
- No ha pasado nada con Natalie –dijo de pronto.
Le miré, ardiendo en deseos por abrazarle, por volver a sentirle cerca. Todo lo cerca que fuera posible.
Retiré mi mirada en cuanto ese deseo se fue haciendo irrefrenable.
- No sé por qué me puede interesar eso… -susurré.
Sujetó mi mentón y me obligó a mirarle de nuevo. No sabría decir qué escondía la expresión de su rostro, pero ojala hubiera podido evitar mirarlo.
- ¿De Edward si te interesaría?
- ¿Pero qué dices? –reí. Genial, ahora venía un ataque de celos.
- Conozco a ese hombre. No es tan bueno como parece.
- No necesito que me digas eso. Soy mayorcita para saber de quién me rodeo.
- No le conoces. Aléjate de él todo lo que puedas.
Abrí la boca.
- No eres mi padre. Es más, no eres nada mío.
- Ah, ¿no?
- No. Y ni siquiera sé cómo tienes la decencia de decirme esto cuando eres tú el que ha venido acompañado de la persona que hizo que esto se acabara.
- La única persona que ha hecho que esto se acabara eres tú. No trates de buscar excusas para justificar tu miedo y tu cobardía, porque Natalie sólo ha sido un hecho aislado. Si no hubiera sido ella, hubiera sido otra cosa. En cuanto surge un problema prefieres rendirte a luchar. Siempre que las cosas se han complicado mínimamente has decidido que lo mejor era acabar con todo.
- No tienes ni idea –sollocé.
- Ni siquiera te has parado a pensarlo, pero es cierto. La razón por la que esto se ha acabado es absurda. Y estás tan ciega y tan segura de que llevas razón que no eres capaz de darte cuenta de que es ridículo. ¿Y sabes lo peor? Que me has demostrado que eres capaz de luchar por todo… Excepto por esto. Siempre has tirado la toalla al mínimo obstáculo. ¡Las relaciones no funcionan así! Necesitan esfuerzo y necesitan lucha. Y tú no has dado nada de eso.
- No sé cómo puedes decir eso, Michael. No sé cómo…
- Yo no sé cómo puedes seguir negándolo. Dime, ¿cuántas razones te he dado para acabar con esto? –me miró fijamente, quizá esperando mi respuesta. Lo único que obtuvo fueron lágrimas resbalando por mi cara-. Ninguna. Yo no te he dado ninguna. Han venido siempre de fuera, de otras cosas que no tienen nada que ver con mis sentimientos o, en teoría, con los tuyos. Te quería y quería estar contigo y es lo único que de verdad te tenía que haber importado. Si estábamos juntos podríamos con todo lo demás.
- Cállate, por favor… -susurré de nuevo.
- Quieres que me calle porque sabes que es verdad. No sabes cuánto me gustaría que no fuera así, que hubiera sido distinto. Que hubieras sido distinta. Que hubieras tenido valor.
Me tapé la cara con las manos y no pude soportarlo más, así que di rienda suelta a las lágrimas que desde hacía un buen rato querían salir. Michael trató de descubrir mi cara pero fue inútil; lo último que quería es que viera cómo me derrumbaba.
Finalmente apoyó sus manos en mis hombros y yo mi cabeza en su pecho. Y allí me desahogué, como había hecho siempre. Abrazada a él. Le rodeé tan fuerte que estaba segura de estar haciéndole daño, pero necesitaba sentirle cerca de mí otra vez, aunque fuera por unos instantes. Aunque después cada uno fuera a irse por su lado de nuevo. Aunque nunca más volviera a hacerlo.
Sostuvo mi cara con sus manos y me limpió las lágrimas que seguían descendiendo.
- Tranquila… -susurró-. No quería que te pusieras así…
- Lo siento… -le miré como pude y traté de tranquilizarme-. Lo siento mucho. Siento… Todo. Perdóname, por favor.
- Cada uno es como es… Y cada uno reacciona de una forma ante las cosas. Y yo debo respetar tu decisión… -atrapó mis últimas lágrimas y sonrió tímidamente-. Aunque a veces me gustaría obligarte a volver conmigo, la verdad –sonrió de nuevo, esta vez más ampliamente-. Pero no puedo hacerlo –soltó mi cara y se cruzó de brazos, como si estuviera incómodo-. Cuídate, pequeña –besó mi frente y salió disparado.
Y las paredes se me cayeron encima. Y yo empecé a sentirme diminuta, insignificante; todo a mi alrededor parecía inmenso y yo sin embargo me sentía pequeña, muy pequeña.
Y me tiré al suelo, apoyándome contra una de las paredes del cuarto. La cabeza me daba vueltas y las palabras resonaban en ésta de forma continua; parecía que nunca iban a callarse. Me tapé los oídos y agaché la cabeza, con una gran angustia aprisionándome el pecho.
¿Lo peor? ¿Lo que más dolía? Que Michael no se había equivocado en nada.
- ¿Judith?
Levanté la cabeza y me encontré con Andrew, que se había agachado hasta colocarse a mi altura. Algo me decía que mis días como camarera habían terminado.
- Michael me ha dicho que no te encontrabas bien, que te habías mareado un poco. Quédate aquí el tiempo que necesites, ¿vale? No te preocupes.
Le miré confundida. Michael acababa de salvar mi puesto de trabajo.
Se levantó y yo hice lo mismo, con una lentitud bastante considerable.
- No te preocupes, Andrew. Ya estoy bien. Sólo ha sido… Un instante. Por el calor, los nervios y… Bueno, todo eso. Pero estoy bien.
- ¿Segura?
- Sí –sonreí.
- Pues manos a la obra –me devolvió la sonrisa.
Agradecí infinitamente que Andrew hubiera aparecido. Lo último que necesitaba era quedarme sola en una habitación torturándome con millones de pensamientos que no conducían a ninguna parte.
Me ocupé de las mesas alejadas de esa mesa 15 que quería esquivar de todas las maneras posibles.
Sólo decidí asomarme una vez y echar una ojeada a ella, cuando ya había pasado casi una hora.
Y ya no estaba.
Se había ido.
Y se había llevado mucho de mí.

21 de julio de 2011

Capítulo 56.

Lo llena todo.

Caminé deprisa, tal vez creyendo que evitaría lo que, estaba segura, iba a pasar. No quería verlo y sobre todo no quería tenerlo cerca. No quería ver sus ojos ni quería escuchar su voz. Así que por eso caminé deprisa. Por eso huí.
Pero no, no lo evité. ¿Cómo hacerlo? Michael nos superaba a cualquiera, siempre iba un paso por delante. Con lo cual…
Antes de que me diera tiempo a abrir la puerta del baño alguien sujetó mi mano desde atrás, impidiéndome avanzar. Ese alguien tenía nombre y apellidos. E hizo exactamente lo que sabía que iba a hacer.
No me giré, en un nuevo intento por ignorarle.
- Judith –dijo desde atrás. Adiviné que se encontraba a apenas un paso de mí y que si me giraba quedaríamos el uno frente al otro. Así que continué mirando el baño al que me había impedido llegar, suplicando que se marchara. Pero no lo hizo-. Mírame, por favor.
Yo tampoco hice eso. Y entonces fue él quien se colocó frente a mí, sin soltar aún mi mano.
- Hola –dije al fin, con la voz temblorosa, para variar. Estúpidos nervios, estúpido restaurante y estúpido Michael. Y por extensión, estúpido amor.
- ¿Qué haces aquí? –preguntó confuso-.  ¿Y la guardería?
- Tuvieron que cerrarla –acerté a decir.
- Vaya… -bajó la cabeza y contempló nuestras manos aún unidas-. Cuánto tiempo –susurró mientras me miraba de nuevo.
Solté mi mano de la suya y miré hacia otro lado.
- Tengo que volver al trabajo.
Traté de darme la vuelta pero me sostuvo por la cintura antes de que hiciera intención. ¿Dónde había ganado tanta seguridad? El Michael que vi por primera vez no hubiera sido capaz ni de venir tras de mí.
- ¿Ni siquiera quieres preguntarme cómo estoy?
Qué tontería. Claro que quería. Y también quería abrazarle. Y cientos de cosas más.
- Esto… Sí. ¿Cómo estás?
Hizo una mueca.
- Bien, gracias. ¿Y tú?
- Bien… -lamenté que no sonora muy creíble y cerré los ojos un segundo, hecho que confirmó que mi “bien” no era una verdad. Estúpida.
- ¿Seguro? –se acercó aún más a mí y colocó su otra mano en mi cintura también. Tuve que recordarme que había que respirar.
- Sí, y… Tengo que volver fuera. Me alegro de que todo vaya bien.
Bajé la cabeza pero él sujetó mi mentón y me obligó a mirarle. Estaba a menos de 5 centímetros de mí. Acarició mi mejilla y comenzó a acercarse más. Con cautela. Con lentitud. Pero seguro de lo que hacía. Y seguro de que yo no podía frenarle. Acarició mis labios con los suyos sin llegar a convertirlo en un beso y comencé a volverme loca.
- Mike, por favor… -me aparté de él lo justo para no sentir su respiración acelerada sobre mí.
- Mis sentimientos no han cambiado… -susurró.
- Mi opinión respecto a esto tampoco –dije, tajante. Me zafé de sus brazos y me di la vuelta, pero a los dos pasos ya le tenía delante de mí de nuevo-. Michael, para ya. Tengo que irme.
- No seas cría –me espetó, medio sonriendo-. Esto es una ridiculez, es evidente que no estás bien y sin embargo te empeñas en acabar con todo.
- ¿Y tú qué sabes si estoy bien o no? –pregunté casi indignada.
- ¿Vas a decirme ahora que sí lo estás?
- No, no voy a decirte nada porque me voy – traté de avanzar pero me lo impidió de nuevo. Le taladré con la mirada, como hacía tiempo que no hacía, y para mi sorpresa rió-. ¿Te resulta gracioso esto?
- No voy a dejarte ir hasta que no hablemos.
- Está todo hablado, absolutamente todo.
- No, Judith, primero tenemos…
- Vale ya, Michael –le corté-. Sé que no eres capaz de entenderlo, pero tengo obligaciones y responsabilidades que cumplir, así que basta ya. Y no tengas el valor de decirme que soy una cría cuando eres tú el que te comportas constantemente como tal –observé su expresión y me arrepentí al instante de lo que dije. Cerré los ojos de nuevo y suspiré-. Lo siento, no quiero discutir… Tengo que irme. De verdad me alegro de que todo vaya bien. Cuídate.
Y salí disparada, completamente convencida de que esta vez no iba a seguirme.
- ¿Se puede saber dónde estabas? –Tom me agarró del brazo nada más salir del cuarto y me llevó hasta la cocina-. ¿Tú sabes el lío que hay ahí fuera montado? Necesitamos doblar el personal y no que de repente empecéis a desaparecer –me sacó fuera de nuevo y comprobé que el restaurante se había llenado del todo.
- Sí, lo siento, es que me encontraba un poco mareada de repente –logré decir. Mareada, y confundida, y enfadada conmigo misma y con Michael. Una de las cenas más importantes del año se estaba celebrando en mi lugar de trabajo, lo que implicaba que yo tenía que estar al 100% para ofrecer lo mejor de mí misma, y sin embargo era incapaz de concentrarme. ¿Cuántas veces había utilizado ya el adjetivo “estúpida”? Joder, que estúpida era-. Lo siento, de verdad. No volverá a ocurrir.
- Eso espero. No hagas que nos arrepintamos de haber confiado en ti a pesar de tu juventud. Actúa como tú sabes.
En ese momento salió Michael del lugar donde instantes antes había salido yo y pude apreciar el desconcierto en la cara de Tom, que repentinamente se recuperó de éste y se acercó hasta Michael.
- ¡Señorito Jackson! –exclamó, apreciablemente entusiasmado-. Espero que esté todo a su gusto, le acompaño hasta su mesa.
Ambos me dirigieron una última mirada. Aunque cargadas con un significado completamente distinto.
- ¡Échame una mano con la mesa 17, acaban de llegar! –Nico pasó como una bala a mi lado y aprecié el tono de súplica en su voz, así que con media sonrisa me dirigí hacia la mesa que me había indicado.
Sorprendentemente no conocía a nadie de los que se encontraban allí sentados, por lo que imaginé que se trataban de los ricachones de los que me habían hablado antes. Eran un grupo de cinco hombres, de unos treinta o treinta y cinco años cada uno.
- Buenas noches caballeros –sonreí educadamente-. ¿Qué desean tomar?
Los cinco hicieron gala de sus buenos modales y entre alguna broma anoté lo que me habían ido diciendo. Parecían de muy buen humor y yo agradecí que no me hubiera tocado una mesa llena de divas y divos con la fama subida más allá de la cabeza.
- En pocos minutos les traeré todo lo que han pedido. Que disfruten –sonreí de nuevo.
- ¡Disculpa! –oí a los escasos segundos, cuando ya me estaba dirigiendo hacia la cocina. Me di la vuelta y me choqué de frente contra uno de los hombres a los que había atendido.
- Perdone, lo siento mucho –dije tímidamente. Qué vergüenza. Ya lo que me faltaba. Molestar a los clientes.
- Tranquila, no ha sido nada. Y por favor, no me llames de usted, me haces sentir viejo. Es como si de repente me dirigiera a ti por usted, cuando estoy convencido de que no superas los veinticinco años –sonrió-. ¿Me equivoco?
Entreabrí los labios con la intención de responder pero lo único que pude hacer fue reírme. ¿Qué se supone que estaba haciendo aquel hombre?
- Lo siento, ni siquiera me he presentado. Me llamo Edward. Un nombre un tanto antiguo, lo sé, no va acorde conmigo, créeme –me guiñó un ojo y mi incredulidad aumentó por mil. Reí de nuevo y agaché la cabeza. Ni siquiera sabía qué decir-. ¿Y tú? ¿Es mucha molestia que me digas tu nombre?
- Ninguna –respondí al instante-. Me llamo Judith. Y Edward me parece un nombre bonito, la verdad –dicho esto sonrió ampliamente. Caray, que hombre más guapo.
- Encantado, entonces. Y perdona, no quería entretenerte.
- Igualmente, y no te preocupes, para eso estoy, para atenderos –sonreí-. Pero la próxima vez no te molestes en levantarte de la mesa, no es necesario. Dime, ¿qué es lo querías?
- Sólo hacerme ver. Quizá al final de la noche tengas a un hombre esperándote. Espero que no te resulte muy viejo.
Me guiñó otro ojo y volvió a su mesa.
Pues estupendo, justo lo que necesitaba ahora. Más distracciones.
Me giré dispuesta a llegar a la cocina de una vez por todas pero dos ojos negros se interpusieron en mi camino. Y no, no estaban en frente de mí. Ni siquiera se encontraban cerca. Pero no importaba a la distancia a la que estuvieran: lo llenaban todo. Es como si no hubiera nada más en la sala.
Michael me miraba de aquella forma tan… Diferente. Como nunca me había mirado. No acerté a adivinar la expresión de su rostro, pero imaginé que aun en la distancia había estado atento a la conversación que había mantenido con el atractivo Edward. Y que no le había gustado nada. Sobre todo aquel extraño y desconcertante guiño de ojos.
Ignoré como pude su presencia y llegué hasta la cocina casi rezando por haberlo conseguido. En menos de 10 minutos estaba llevando la cena a Edward y a sus acompañantes, que no dudaron en mirarme de arriba a abajo a pesar de ser demasiado evidente que lo estaban haciendo. También tuve que ignorar esto y desearles una buena cena a todos, bajo la atenta mirada de Edward, de sus acompañantes… Y de Michael.
¿Pero es que no podía trabajar a gusto sin que 10 ojos tuvieran su entretenimiento en mí?
- ¿Cómo vas? –Angie me sacó de mis pensamientos.
- Bueno… Tom me ha echado una especie de mini bronca, mi ex novio está por aquí, y está intentando ligar conmigo un treintañero guapísimo que se encuentra sentado a sólo una mesa de separación de mi ex. Por lo demás… Bien. ¿Y tú? –sonreí como pude y canalicé mis nervios bajó un inmenso suspiro.
- Mi noche no está siendo tan emocionante como la tuya, ni mucho menos –rió Angie-. Pero bueno, ¿quién es tu ex? ¿Y el treintañero? –me dio varios codazos y ambas reímos.
- Chicas, la mesa 8 y la mesa 15 quieren pedir otra tanda de raciones –nos dijo Tom, apareciendo de la nada-. Me lo acaban de decir y les he dicho que en seguida irían a anotárselo. Yo tengo que atender a un cliente importante amigo íntimo del jefazo.
Angie asintió y se dirigió hacia la mesa 8 sin darme tiempo a reaccionar.
Ah, no. No, no, no y no. No. Mil veces no.
Corrí tras ella y la agarré del brazo, sintiendo como todos los ojos de la mesa 15 estaban puestos en mí. Una vez más.
- Angie, ve tú a la 15, por favor.
- ¿Por qué? –me miró sin entender. Me mordí el labio izquierdo y la rogué con la mirada que me hiciera caso-. Ah, vale, situaciones incómodas. No te preocupes. Voy yo.
Sonreí satisfecha.
- ¡Un momento! –exclamó de pronto, reclamando mi atención de nuevo-. En la mesa 15 no hay treintañeros. No me digas que…
Me miró con la boca abierta y asentí. Di la vuelta, caminé deprisa y puse buena cara una vez más para atender a los que se encontraban sentados en la mesa que me habían asignado, dando gracias internamente por no tener que enfrentarme a los únicos ojos que realmente me importaban…

15 de julio de 2011

Capítulo 55.

... Y entonces me miró.

Cuando taché en el calendario el 15 de noviembre de 1979, no pude evitar pensar cómo había cambiado mi vida en dos meses. Estábamos ya a mediados de mes, con el invierno acechando cada vez con más fuerza y todo patas arriba teniendo en cuenta cómo estaba hacía no mucho tiempo.
Para empezar, la guardería se había acabado. Por unas razones u otras los padres habían decidido no mantener allí a sus hijos y el número de éstos descendió de tal modo que la dueña se vio obligada a cerrarla. Y yo me hundí, no tanto por la pérdida de trabajo, más bien por perder a todos mis niños de repente. Justo lo que menos necesitaba en esos momentos, perder a más gente a la que apreciaba.
La parte buena de todo eso es que hacía casi un mes que tenía trabajo de nuevo. Y no era un trabajo cualquiera. Estaba de camarera en uno de los restaurantes más de moda de todo Los Ángeles, y cada noche podía deleitarme con la presencia de alguna que otra estrella del momento. ¿Cómo había acabado allí? Los más creyentes lo llamarían milagro, yo prefería llamarlo suerte. Aunque tampoco descartaba la primera opción ya que sin haber ejercido de camarera en mi vida, ahora cobraba casi el mismo sueldo que un compañero mío que llevaba 20 años en la profesión. Resultó que la hermana de una de mis compañeras de guardería era la novia del hijo del dueño del restaurante, y que necesitaban personal. Dicho así sonaba a milagro, a quién quiero engañar. Cuando me contrataron no conocía ni a la hermana, ni al novio, ni al dueño. Ahora me codeaba con grandes estrellas. Amén.
Aquella noche estaba más cansada de lo habitual. Había habido mucho jaleo, más teniendo en cuenta que estábamos a jueves. Un par de actores con sus respectivas mujeres y varios millonarios con sus respectivas amantes. Así era la vida de la gente rica, supongo.
Me metí en la cama y me arropé hasta arriba, cerrando los ojos con fuerza y contrayendo mi cuerpo para ver si así lograba entrar en calor. Quise dormirme de inmediato, pero como siempre los mismos pensamientos sacudían mi cabeza y pedían paso. Y yo los dejé entrar, perdiéndome en ellos y tarareando una vieja canción cuya letra no dejaba sabía ya de memoria: “I’ll be there…”

Descansé medianamente bien, y me levanté siendo consciente de que ese iba a ser un día aún más duro. En no sé qué local de no sé qué parte de Los Ángeles celebraban no sé qué fiesta, y muchos de los asistentes pasarían después a cenar al restaurante. Es decir, que esa noche tocaba estar descansada, radiante y simpatiquísima con todos los clientes, ya que la mayoría era gente importante y reconocida mundialmente. No convenía crear en ellos una mala imagen.
Cuando me contaron cómo iba a ser la cosa, un nombre voló por mi cabeza inmediatamente, pero saqué una escopeta y acabé con él. Había jurado hacerlo cada vez que eso pasara, y sólo me permitía recordarle por las noches, acostada en la cama, donde mi locura ya no pudiera obligarme a llamarle desesperadamente por teléfono. A veces la tentación era demasiado grande, pero hasta entonces había lidiado bien con ella. Normalmente, el recuerdo nunca me molestaba demasiado durante el día, salvo en contadas ocasiones; y era algo que agradecía profundamente. Había aprendido a vivir con ello; o más bien, había aprendido a vivir sin él. A veces.
Eran las 12 de la mañana cuando decidí que era hora de levantarse y me arrastré hasta el salón. Solté una carcajada cuando contemplé el lamentable espectáculo que se hallaba ante mí.
- Somos penosas –dije mientras observaba a mis tres amigas tumbadas en los sofás, cada una en una postura.
- Habla por ti, yo estoy en mi período de descanso y me siento muy orgullosa –sonrió Marina mientras me tumbaba al lado de ella.
- Tú siempre estás en esos períodos. Eres una marmota.
- ¿Y tú? ¿No estás nerviosa? –preguntó Lorena, y todas las miradas se dirigieron a mí.
- ¿Nerviosa por qué? ¿Por tener que servir la cena a todas las estrellas del momento? No, que va. Si algo sale mal no volveré a salir de casa en mi vida y ya está –reí.
- ¿Y preocupada? –esta vez fue Nana la que realizó la pregunta. Ella me conocía bien.
Todas me miraron de nuevo, pero yo dirigí mis ojos al suelo. Sí. Lo estaba. No había vuelto a verle desde hacía dos meses, ni tenía ningún tipo de noticias suyas.
- Un poco, la verdad. Pero nadie me asegura que vaya a estar allí, y aun así tengo que aprender a vivir con ello.
- Exacto –sonrió Marina.
- Por cierto, si va Bowie, por favor, dile que si quiere casarse conmigo –suplicó Nana.
- Ponte a la cola –la saqué la lengua. Me tiró el cojín y rebotó en Marina.
- ¡Oye! No me metáis en vuestras peleas por los matrimonios –dijo ésta, simulando enfadarse.
- No te preocupes Nana, sabes que quiero que mis hijos sean morenos. Bowie es demasiado rubio –sonreí.
- Siempre puedes decirle que se tiña el pelo de moreno –comentó Lorena. Todas las miramos y reímos a carcajada limpia.
- Claro, porque teñirse implica también un cambio en la genética, ¿no Lorena?
- ¡Pero que lista es mi niña!
- Dejadme en paz. Hoy no hago yo la comida, por listas –se levantó y se fue mientras todas reíamos. Hizo falta una sola mirada entre las tres para levantarnos corriendo e ir tras ella. Nana se tiró encima mientras Marina y yo la freímos a cosquillas. En poco más de media hora había comenzado a hacer unos estupendos macarrones.
Y así pasé el resto de mi día libre, entre risas con tres de las personas que más quería en este mundo. No tenían comparación con nada.
Entraba a las seis y media en el restaurante, por lo que a las cinco salí de casa. Prefería llegar con tiempo que ser impuntual, al fin y al cabo tenía que estar tremendamente agradecida por lo que me habían ofrecido. Ese trabajo no tenía precio.
Así que llegué antes de la hora y al final fueron ellos los que se mostraron agradecidos conmigo. Lo cierto es que desde un primer momento me acogieron muy bien, y a pesar de mi inexperiencia y mi juventud me habían tratado como a una más, y me habían ayudado en todo lo necesario. Desde luego, no podía quejarme de mi suerte. Desde que había llegado allí no me había encontrado más que con gente amable y simpática dispuesta a ofrecer su ayuda siempre. Un lujo.
Me cambié nada más llegar y me puse a disposición de los clientes.
Según las informaciones que teníamos, la fiesta acababa sobre las nueve y media, quizá antes, por lo que la gente comenzaría a aparecer hacia las diez. Las casi cuatro horas que estuve esperando se me hicieron eternas. No había mucho trabajo, así que la mayoría las pasé de conversación con Nico y Angie, dos de los compañeros con los que mejor había congeniado. Angie tenía un par de años más que yo, y había nacido en Nueva York, pero decidió trasladarse aquí porque quería probar suerte en el mundo del cine. Hasta ahora, según me había contado, había tenido más bien poca. Pero no perdía la esperanza. Nico era cubano de padres españoles, pero llevaba casi toda su vida en Los Ángeles. Tenía unos 10 años más que yo y había pocos hombres en este mundo más atractivos que él. Compartía casa con su novia desde hacía 4 años, así que, como Angie decidía, estaba fuera del mercado.
Cuando el reloj de la pared dio las nueve y media un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo.  Estaba justificadamente nerviosa. ¿Y si aparecía? ¿Cómo tenía que comportarme con él? Comencé a suspirar y a beber agua sin parar, hasta que Nico me escondió la botella y bromeó tres o cuatro veces sobre que a pesar de la multitud de famosos que vinieran nadie sería más guapo que él.
Evidentemente, ni él, ni Angie, ni nadie de ese lugar, sabían que yo había estado varios meses con uno de esos famosos que podían aparecer por aquí. Así que para ellos, mis nervios eran injustificados.
Me metí en la cocina y decidí que no iba a salir de allí hasta que no fuera completamente necesario. De esa forma me evitaría sustos.
A los quince minutos vinieron a por mí. El restaurante ya estaba casi lleno, por lo que no tuve más remedio que salir. Y no quería hacerlo, pero lo hice: mi vista recorrió cada rincón del lugar en busca de alguien a quien ya no estaba segura de si quería ver o no. Cuando terminé de revisar todo pude responder a esa pregunta: sí, quería verle. Y no estaba allí. Me dije a mí misma que era mejor así, que el verle sólo empeoraría las cosas. Además, había puesto punto y final.
Me puse manos a la obra y comencé a atender a todo aquel que lo requería, siempre tratando de mantener la compostura a pesar de tener delante a mi querido Bowie, entre otros. Actores, cantantes, directores de cine y otras personas que no conocía de nada y que según me explicaron más tarde eran importantes empresarios. Todos ellos vestidos con sus mejores galas. Cómo no.
- Judith –exclamó Tom, uno de los camareros jefes-, acaba de entrar un grupo de personas, acompáñales a la mesa quince, por favor. Son seis. Están en la puerta de entrada.
Dirigí mi mirada a la puerta y me detuve en seco. No. No. No. No.
Pero sí. Allí estaba él. Tan escandalosamente guapo como siempre. Acompañado por sus padres… Y por Natalie y los suyos. Cerré los ojos y sentí cómo se me caía el mundo a los pies. ¿Y yo tendría que ser la que les acompañara? Me hicieron falta 5 segundos para darme cuenta de que era incapaz de hacer tal cosa, así que busqué a Angie desesperadamente y me moví deprisa hasta ella.
- Angie, ¿sabes quién ha venido?
- Calla, no doy abasto. No sé quién es el hombre más guapo que hay en este lugar. ¡Están todos tremendos! -Exclamó mientras seguía caminando y se dirigía a una mesa con un par de platos-. Que aproveche, ahora les traigo lo demás –sonrió. Se dio la vuelta y yo continué siguiéndola.
- Yo sí sé quién es el más guapo de los aquí presentes –traté de sonreír-. Michael Jackson –se paró de inmediato y yo me detuve con ella-. Acaba de entrar por la puerta. Tom me ha pedido que le acompañe a la mesa quince, pero con lo patosa que soy y lo nerviosa que puede llegar a ponerme, creo que prefiero no hacerlo. ¿Por qué no te encargas tú? Está en la puerta de entrada.
- ¿¡Yo!? ¿¡En serio!? –Me dio un beso enorme y echó casi a correr hacia la puerta-. ¡Gracias!
Suspiré inmensamente y me dirigí hacia una mesa que acababa de reclamar la atención de un camarero. Tenía que mantenerme distraída, pero sobre todo concentrada. Si quería pasar desapercibida, era fundamental que procurara no tirar nada al suelo. Y si tenía la cabeza en otra parte –en la mesa quince, concretamente-, es lo que iba a pasar. Anoté lo que me pidieron y me dirigí a la cocina tan rápido como pude, tratando de recuperar la calma.
- ¿Cómo va la cosa? –preguntó Steven, nuestro chef, un hombre inglés, cuarentón y muy bonachón.
- Está bastante lleno, pero algo me dice que aún no ha venido todo el mundo. Va a ser una noche larga –sonreí, extendiéndole el nuevo pedido.
- Ven en cinco minutos a por ello, Judi.
- Aquí estaré.
Salí de la cocina. Y lo vi de frente, pero alejado. Ligeramente recostado en el asiento. Sonriendo. Charlando. Animado. Precioso. Como salido de un cuento. Llevaba un traje azul oscuro y una camisa blanca que resaltaba su piel. Impresionante. Como siempre.
Y entonces, como si algo se lo hubiera dicho, miro hacia donde yo estaba. Y me vio. Se incorporó en el asiento, manteniendo sus ojos fijos en mí. Fui incapaz de saludarle. Retiré mi mirada y caminé hacia el cuarto de baño destinado al personal.
Con el corazón a cuatro mil por hora.

14 de julio de 2011

Capítulo 54.

Tiempo y olvido.

Sabes que tiene que acabar. Sabes que no está bien y tienes que poner punto y final. Sabes que es lo correcto. Sabes qué es lo que tienes que hacer: alejarte y volver a empezar. Olvidar y seguir adelante. Y sin embargo, aunque sabes que tienes que hacerlo, duele tanto que parece que algo dentro de ti te dice que te estás equivocando.
Esa sensación tan dispar se había apoderado de mí durante los últimos diez días. Sabía que era mejor así, le daba 500 vueltas y siempre llegaba a la misma conclusión: al principio dolería pero con el tiempo todos comprenderíamos que era lo mejor. Que esa decisión era la acertada. Pero por otro lado…
Las chicas habían conseguido animarme un poco; como siempre había ocurrido. Cada día salíamos a dar un paseo y al cabo de diez días el mundo no me parecía un lugar tan horrible, aunque todos notaban que mi vitalidad y mi alegría habían disminuido considerablemente. Me repetí tantas veces que era sólo cuestión de tiempo que al final me llegué a creer que lo único que necesitaba para olvidarme de Michael era tiempo. Y precisamente con el tiempo me daría cuenta de que pensar eso sí fue una gran equivocación…

Esa mañana no tenía que trabajar y decidí que había llegado el momento de dejar de compadecerme de mí misma, cargar las pilas y continuar con mi vida; dejando que el paso de los días hiciera el resto.
Tras tomarme mi característico y escueto desayuno, me puse ropa vieja y cogí el trapo y el cepillo siendo consciente de que no lo iba a soltar en todo lo que quedaba de mañana. Así me mantendría distraída y además daría una sorpresa a las chicas dejando la casa reluciente.
Mi primer objetivo fue la cocina y me lo tomé casi como un reto personal: hasta que no dejara todo impoluto no me movería de allí.
A la hora y media pude, por fin, cruzar el umbral para dirigirme al salón.
Y maldije la hora en que decidí convertirme en la señora de la limpieza.
Obedeciendo a las señales que, estaba segura, me mandaba el sofá, caí rendida sobre él, lanzando el trapo lo más lejos posible. Estaba agotada. Y lo peor es que sabía que era más agotamiento psicológico que físico. Y de eso tardaría más en recuperarme.
Y de repente, como me ocurren a mí las cosas, se me encendió la bombilla. Me levanté de un brinco y me fui a la habitación a cambiarme de ropa. Saldría a dar un paseo. Porque sí. Porque me apetecía que el sol me iluminara y porque me apetecía ver gente, ver mundo. Y porque si seguía tumbada en el sofá mucho más tiempo terminaría sintiéndome inútil y vaga. Y yo no era así.
Así que me puse ropa cómoda y caminé decidida hasta la puerta, sin ni siquiera coger llaves. Quería salir de allí. Escapar.
Pero cuando abrí la puerta lo que me esperaba era algo completamente distinto. De sopetón. Sin previo aviso. Y recordé todo lo que quería haber olvidado. Corazones acelerados. Ojos negros. Michael.
- ¿Qué haces aquí? –pregunté con un hilillo de voz. No estaba segura de que me hubiera oído, pero no iba a repetir la pregunta. Bastante había hecho con no caerme al suelo…
Esperé su respuesta pero no llegó. Bajó la cabeza, se dio la vuelta y comenzó a andar escaleras abajo.
Y yo, por el inmenso poder que seguía ejerciendo sobre mí, ordené a mis piernas que se movieran y salí tras él.
- ¡Michael! –grité-. Michael, espera, por favor –comencé a bajar más deprisa las escaleras preguntándome a qué velocidad las había bajado él para que ni siquiera le viera.
Al llegar al primer piso me choqué con él de frente. Estaba parado y con los brazos cruzados. Se le veía incómodo, como angustiado. Y no soportaba verle así.
- ¿Qué hacías frente a la puerta de mi casa? –pregunté, de nuevo con la voz temblorosa y soportando la mirada triste que se fijaba en mí. No sabía cuánto tiempo más podría verle así.
- No lo sé muy bien… -contestó finalmente.
- ¿No pensabas llamar?
- No.
Su respuesta fue tan seca y rotunda que un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era increíble el caudal de sensaciones que era capaz de hacerme experimentar y la enorme sensibilidad que tenía cuando se trataba de él.
- ¿Entonces…?
- Ya te he dicho que no lo sé. Supongo que he estado esperando a que ocurriera lo que ha ocurrido hoy. Que salieras. Simplemente eso.
- Un momento… ¿No es el primer día que vienes? –sollocé.
- No.
Aparté mi mirada de él y la dirigí hacia la pared, hacia el suelo, hacia el techo; hacia cualquier parte y hacia ninguna. Hacia donde fuera con tal de dejar de mirarle a él, y la tristeza que era evidente que desprendía.
- Lo siento –dijo de pronto, logrando que volviera a mirarle.
- ¿Lo sientes por qué?
- Por venir. No quería molestarte. Ni siquiera tengo nada que decirte, yo… Siento haberte molestado, de verdad.
Y no pude soportarlo más. Me acerqué a él salvando la distancia entre nosotros y sostuve su cara con ambas manos, acariciando ese precioso rostro. Cerré los ojos y apoyé mi frente en sus labios, como esperando que éstos reaccionaran. Siendo sincera, no había una cosa que más deseara.
Rodeó mi cintura con sus manos, acercándose aún más a mí. Podría haberme quedado allí, en ese momento, toda la eternidad. Y sin embargo sabía que tarde o temprano tendría que acabar.
De pronto se separó de mí y me obligó a mirarme, esta vez aferrando mi cara.
- Vamos a olvidarnos de los últimos días, por favor –el tono casi suplicante con el que dijo aquello me hizo estremecerme de nuevo. ¿Cómo alguien como él podía estar pidiendo eso de aquella forma?-. Siento todo lo que ha pasado, pequeña. Siento haberme comportado así aquel día. Perdóname, por favor.
- Michael, escucha…
- Escúchame tú a mí –me cortó, recobrando seguridad en su voz. Me acarició el pelo y me clavó su mirada. Como hacía siempre-. Te quiero, y eso debería ser suficiente.
Suspiré y me alejé de él, poniendo de nuevo esa dolorosa distancia entre nosotros. Me contempló vacilante y volvió a acercarse.
- No es suficiente –logré decir-. A veces no es suficiente sólo con querer, Michael.
- No empieces otra vez con lo de los mundos distintos, por favor. Porque te juro que soy capaz de construir un mundo solo a nuestra medida, sólo para nosotros. También soy capaz de llevarte a 10.000 kilómetros de aquí, donde no nos conozca nadie, si con eso consigo mantenerte a mi lado. Soy capaz de cualquier cosa.
- No puedes hacer eso…
- ¿Por qué? Dame una sola razón –iba a darle 300, pero continuó hablando-. Nada se compara a ti. Repito, nada. No me importa tener que dejar atrás toda mi vida para estar contigo, Judith. No me importa en absoluto, y lo haré si es necesario.
- Jamás te pediría eso.
- No necesito que lo hagas. También soy capaz de raptarte y llevarte conmigo –volvió a rodearme con sus brazos y sentí que mi fuerza de voluntad iba disminuyendo poco a poco.
- No me digas eso, por favor…
- ¿Por qué?
- Porque lo haces más difícil.
- ¿Más difícil el qué?
- El olvidarme de ti.
Esta vez fui yo la que le tiró 50 cubos de agua fría. Pude sentirlo en su rostro y en la firmeza que perdieron las manos que me rodeaban. Su actitud se tornó nerviosa y sentí que había llegado el momento de acabar con esa conversación. Me separé de él como pude y traté de ser breve.
 - Tengo que irme –agaché la cabeza y sacando fuerzas de donde no las había me incliné para darle un suave beso en la mejilla-. Cuídate, Mike.
Comencé a bajar las escaleras rápidamente mientras trataba de contener las lágrimas. Cuando estaba a punto de salir del portal, Michael me detuvo. Realmente esperaba que hiciera eso.
- No te vayas, por favor… No vuelvas a hacerlo. No quiero que te olvides de mí, ni de lo nuestro. Quiero que estemos juntos y que seamos felices. Quiero una vida a tu lado, y me da igual que clase de vida. Sólo quiero estar contigo.
- Es mejor así… Tarde o temprano acabarás olvidándote tú también de esto.
- ¡Pero no quiero olvidarme! ¿Por qué tengo que olvidarme de los meses más felices de mi vida? ¿Por qué tengo que olvidarme de la persona que me ha hecho así de feliz? Por favor, Judith.
- Michael… Te lo pido yo también por favor. Olvídate de esto y olvídate de mí –sonó duro, muy duro. Quizá demasiado. Parecía como si a mí no me importara nada todo aquello, y desde luego no era así. Empecé a sentirme como un monstruo sin sentimientos, manteniéndome firme a pesar de las suplicas de la persona que quería. No quería hacerlo, pero al final lo hice: las lágrimas empezaron a caer. Era una llorica insoportable.
- ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que nos vayamos lejos? ¿Quieres que te baje la luna? ¿El sol? ¿Quieres que te lo pida de rodillas? –hizo un gesto que me hizo darme cuenta de que estaba dispuesto a hacer esto último. Le sujeté por los hombros y le di un empujón.
- No vuelvas a hacer eso nunca. Nadie merece que se lo hagas, nadie vale tanto como tú. No te olvides de eso, por favor… No quiero que hagas nada, sólo que te cuides y que no dejes que nadie te haga daño. Y que algún día puedas perdonarme por todo esto –fue a hablar pero le detuve como era habitual entre nosotros: colocando mi dedo índice en sus labios-. Jamás haría esto si no fuera porque lo considero necesario. Sólo hay una cosa más importante por encima de lo mucho que te quiero: tu bienestar; he perdido la cuenta de las veces que te lo he dicho. Para mí eso es lo más importante. Y sé que por muy bien que estemos ahora, de aquí a un tiempo no será así. No soy lo que tú necesitas, y a nadie le duele más que a mí darse cuenta de eso. Pero es hora de abrir los ojos y ser realistas. Esto ha sido precioso y eres lo más bonito que jamás pasará por mi vida, pero… Se acabó –no sabía cómo había sido capaz de decir todo aquello mientras él me miraba de esa forma. Podía sentir su dolor y estaba segura de que él también el mío. Aun así no dejaba de pensar que estaba haciendo lo correcto-. Cuídate mucho, y no olvides lo que vales –retiré mi dedo de sus labios y le besé. Durante apenas 5 segundos, los suficientes para saber que a ambos nos había sabido a despedida-. Brillas, Michael.
Me di la vuelta y abrí la puerta del portal.
- ¿De qué me sirve hacerlo si no te tengo a mi lado? –pronunció estas palabras lentamente, como si pesaran, como si fuera un peso enorme que llevar encima. Y yo sabía que eran las últimas que escucharía de él.
- Haz feliz a la gente –dije con una media sonrisa. Lo extraño es que no fue forzada, pues sabía que lo que acababa de decir era verdad. Michael podría hacer felices a muchas personas, porque tenía ese don. A mí ya me había aportado mucho, ahora tocaba prestárselo al mundo.
Toda mi vida agradecería esos meses junto a él.
Ahora era el momento para que el resto de personas también pudieran disfrutar de él.
De la estrella que más brillaba en este universo.

11 de julio de 2011

Capítulo 53.

Has roto tus promesas.

Tres días después del cumpleaños de Michael, mi vida consistía en ir de la cama al sofá, del sofá al trabajo, del trabajo al sofá y del sofá a la cama. Las veinticuatro horas que tenía un día las repartía en esas tres tareas, de las cuales únicamente una me ayudaba a evadirme ligeramente de los pensamientos que a cada rato sacudían mi cabeza. Las chicas trataban de animarme como podían, aunque sabían que era inútil todo lo que intentaran hacer: el dolor solo se cura con el tiempo. Y precisamente era eso lo que parecía más eterno, el tiempo. Los segundos parecían minutos, los minutos horas, y las horas días. Jamás hubiera imaginado que un día se me iba a hacer tan largo, me sobraban horas por todas partes. No encontraba ninguna distracción lo suficientemente llamativa que consiguiera despertar mi interés.
Y, por supuesto, no tenía ninguna noticia de Michael. Aunque tampoco la esperaba. Algo me decía que había pensado seriamente en todo lo que le había dicho y había llegado a la única conclusión lógica: que yo tenía razón.
Procuraba no pensar demasiado en ello, pero cuando lo hacía me preguntaba qué habría pasado ese día con Natalie. Realmente me preguntaba muchas cosas, pero esa era la pregunta que con más frecuencia aparecía en mis pensamientos. Quizá porque de ella se derivaba todo lo demás. Que hubiera pasado algo con Natalie, significaba que Michael había decidido que era mejor así, olvidar y empezar de nuevo al lado de una persona que podía aportarle todo lo que él necesitaba. Eso también significaba que yo no era tan importante en su vida como hasta ahora me había hecho creer… Si, por el contrario, no había ocurrido nada especial con esa chica… Bueno, eso prefería no pensarlo, porque significaba que Michael me quería de verdad y que yo había decidido acabar con algo realmente importante para los dos. Y cuando, durante unos segundos, esa idea volaba en mi cabeza, me daban ganas de darme cabezazos contra la pared. Así que prefería pensar que Michael estaba feliz al lado de esa chica. Dolía más, sí, pero al menos no tenía por qué autolesionarme. Simplemente había acabado con algo que tarde o temprano tendría que acabar. Así era mejor.
La mañana del 1 de septiembre me encontraba agonizando en el sofá, comiendo 3 o 4 galletas contadas y debatiéndome entre vestirme para continuar tumbada en el sofá o quedarme con el pijama para continuar tumbada en el sofá. De momento, ganaba la segunda por goleada.
Estaba tranquilamente deprimida mirando al techo cuando sonó el timbre. Deseché por completo la idea de arrastrarme hasta la puerta para evitar poner buena cara a alguien que estaba segura no quería ver. Y estaba segura porque no quería ver a nadie. Las chicas se habían llevado llaves, perfectamente conscientes de que mi actual estado, casi vegetativo, me iba a impedir levantarme a recibirlas. Así que no, no me levantaría.
Pero volvió a sonar. Otra vez. Y después otra. Y después aporrearon la puerta. Y entonces algo superó mi depresión: los nervios. Tanta llamadita me había puesto nerviosa, así que me levanté, sin ninguna gana.
- Voy –dije lo suficientemente alto para que me oyeran.
Pero llamaron otra vez.
- ¡Que voy! La paciencia es la madre de la ciencia –dije, mientras había la puerta.
- Has roto tus promesas –fue todo lo que dijo. Mi cara cambió por completo al ver el rostro cansado de Kate. No lo esperaba, por supuesto, pero fue más la impresión que me causó verla así lo que hizo que me embriagara una extraña sensación de malestar.
- No te esperaba por aquí… -fue todo lo que logré decir.
- Por supuesto que no, tú ya te has lavado las manos –la miré sin entender. Parecía enfadada, y eso no me gustaba nada. No me agradaba la idea de tener que rememorar todo otra vez pero tampoco quería que pensara que “me había lavado las manos”, como había dicho.
- Pasa, por favor.
Atravesó el umbral y cerré la puerta, mientras observaba cómo miraba de un lado a otro. Imaginé que Michael le había hablado de mi casa y sonreí al ver como Kate comprobaba que todo era tal cual lo había descrito Michael; era increíble la capacidad de observación que tenía y cómo podía describirlo todo tal cual era.
De pronto una pregunta me vino a la cabeza. Y quise detenerla, pero no pude. Allí estaba, aporreando la puerta de salida, esperando a que la diera la opción de aparecer. Así que no me aguanté.
- ¿Cómo está Michael?
Kate se giró y me miró. El enfado se había esfumado de su cara y ahora sólo conservaba esa expresión de cansancio a la que me tenía acostumbrada.
- No he venido para hablar de Michael. Si quieres saber eso, deberías preguntarle a él –se acercó al sofá y se sentó. Así que no sólo había venido a perturbar mi aburrida calma, sino que encima no me iba a dar ninguna información de él. Genial.
- Perdona el desorden, es que he estado…
- Mal –me cortó-. Has estado y estás mal, no hay más que verte. Tienes ojeras y sigues en pijama –pronunció estas palabras como una auténtica madre preocupada por sus hijos-. ¿Dónde ha quedado la vitalidad que siempre has exhibido? Espera, no contestes, se la llevaron las palabras que pronunciaste hace tres días, ¿verdad?
- Kate, yo…
- Escucha, querida. No vengo a convencerte de que vuelvas con mi hijo, esa es cosa tuya y cosa suya. Vengo a hablarte de ti. De lo que eres y de lo que has representado durante este tiempo, no solo para Michael, sino para todos. Y es algo que tú deberías saber, pero por alguna extraña razón lo has olvidado. Sólo quiero que me escuches –apoyó la mano en el sitio contiguo a donde estaba sentada, invitándome a que la acompañara en el sofá. Así que lo hice-. Te dije que no tenías que considerarte inferior a nadie, y no me hiciste caso. Lo primero que tienes que saber es que no debes compararte con nadie, porque todos somos diferentes. Natalie ha tenido la suerte, o la desgracia, de nacer en una familia bien posicionada, y eso la permite tener ciertas ventajas en el mundo, pero desde luego no significa que sea más que tú, ni que nadie. Deberías dejar de pensar que los demás esperamos algo más de ti, porque eso no es así. Tú eres como eres y así te queremos todos; creo que el problema está en que eres tú la primera que no te aceptas y que esperas algo más. Eres una buena persona y quieres a mi hijo, es todo lo que quiero saber de ti y estoy convencida de ello. Y tú deberías saber que esas dos cosas son suficientes para todos, pero sobre todo para Michael –bajé la cabeza, no soportaba oír todo aquello-. Lo único que saco de todo esto es que has roto tu promesa de estar a su lado.
- No, Kate –reaccioné, con lágrimas brotando de mis ojos-. Jamás hubiera hecho eso si no lo hubiera considerado necesario. Yo quiero a Michael muchísimo, pero creo que lo mejor es dejar las cosas así, tal y como están. Y ahora escúchame tú a mí, por favor… Cuando le vi con Natalie y después, cuando discutimos, la única sensación que había en mí es que yo sobraba en todo aquello, y de repente todo encajó. Michael puede llegar a ser muy feliz con esa chica, más de lo que es conmigo, porque tarde o temprano las diferencias que existen entre su realidad y la mía se harán más notables.
- Cariño, todas las parejas tienen cosas opuestas.
- No de este tipo. No hablo de gustos dispares o de pensamientos diferentes, hablo de mundos completamente distintos –sentencié con las mismas palabras que había sentenciado días antes y que tanto me había hartado de repetir.
- ¿Crees que el no ser alguien reconocido mundialmente puede afectar a vuestra relación? Porque eso no es cierto, y te diré una sola razón, pero hay muchas: la calma que tú le aportas no se la puede dar nadie.
No podía negar aquello, pero eso no era suficiente.
- Te dije que haría todo lo posible para que Michael estuviera bien –bajé de nuevo la mirada-. Pienso que lo correcto es alejarme de él, en unos meses ni se acordara de mi nombre y todo estará bien. Conmigo no puede ser feliz, Kate. Y ojalá fuera distinto… Pero no lo es.
Permanecimos unos segundos en silencio y atrapé las lágrimas que seguían cayendo por mi rostro.
- Te estás equivocando con todo esto, Judith. Estás muy equivocada, y espero que cuando te des cuenta no sea tarde –presionó suavemente mi mano y se levantó-. Michael no sabe que he estado aquí –la miré, suplicándola sin querer con la mirada que me convenciera de volver al lado de su hijo. Comencé a llorar de nuevo y sostuve mi cabeza entre las manos. Si era lo correcto, ¿por qué me dolía tanto? ¿Y por qué tenía una sensación tan horrible en mí? Se agachó y me dio un tierno beso en la frente-. Cuídate.
Y se marchó, dejándome otra vez sumida en la nada.