Todo
Desperté abrazada a él y esa era la mejor noticia que
había tenido en los últimos días. Así que le achuché contra mí deseando no
tener que soltarle nunca, nunca, nunca. Escuché cómo se reía y me besó en el
pelo, achuchándome él también contra sí mismo. Adoraba esa sensación. Realmente
pensaba que no existía una mejor. Despertarse abrazado a la persona que quieres
y saber que ella te quiere por igual.
- Buenos días –dije, al fin, queriendo oír su voz de
una vez.
- Buenos días, pequeña. ¿Qué tal has dormido?
- Pues… -Me incorporé y le besé dulcemente-. Muy bien.
¿Y tú?
- Pues… -Me tumbó de nuevo y pasó su dedo índice por
mi brazo, provocando que me estremeciera-. Fatal, al lado de una chica feísima
–Me besó y le aparté teatralmente.
- ¡Cómo osas! -Di un salto de la cama y me coloqué
frente a él, con gesto de enfado-. Te has quedado sin desayuno –enarqué una
ceja.
Se mordió el labio inferior y en seguida supe lo que
estaba dispuesto a hacer. Se levantó él también de un brinco y vino directo a
por mí.
- Si no quieres darme el desayuno –me dio un rápido
beso-, tendré que cogerlo yo mismo.
Me abrazó con fuerza y me levantó del suelo entre
risas. Cuando volvió a depositarme, tenía la sonrisa más sincera que le había
visto en mucho tiempo.
- ¿Vas a desayunarme a mí?
- Aham –me besó de nuevo, dejándome sin aliento. Jamás
podría acostumbrarme a su manera de besarme, de abrazarme o de tocarme.
- Te veo contento –comenté mientras, después de unos
segundos, comenzamos a vestirnos.
- Lo estoy, me ha venido muy bien descansar estos
días.
- No sabes cuánto me alegro.
Me hice una coleta como pude y me miré al espejo,
sabiendo que la imagen no iba a ser precisamente algo agradable. A pesar de
haber dormido mucho mejor que en los últimos días no estaba del todo
descansada. Necesitaría muchas horas de descanso y paz para recuperarme de los
días tan agotadores que estaba teniendo.
Pese a todo, su presencia siempre me transmitía calma
suficiente para soportar lo que venía por delante. Me abrazó por detrás y me
besó con ternura en el cuello.
Me di la vuelta, agarré su mano y nos encaminamos a la
cocina. Era increíble, pero tenía hasta hambre, algo de lo que últimamente
escaseaba.
Rápidamente elegimos un par de bollos de la cocina y
calentamos dos vasos de leche que nos llevamos a la mesa del salón; allí era
donde nos gustaba desayunar.
- Buenos días –una voz masculina a mis espaldas me
sobresaltó. Todavía no me había acostumbrado ni por asomo a la presencia de
Alex en la casa.
- Ah, Alex, buenos días –me giré y le sonreí
amablemente.
- Buenos días –susurró Michael, en un tono de voz casi
imperceptible.
Le miré extrañada, pero en seguida volví a concentrar
mi atención en Alex.
- ¿Ya te vas? –Pregunté lo suficientemente alto para
que me oyera, pues ya estaba dentro de la cocina.
- ¡Sí! –Oí su voz en la distancia. A los dos segundos
se asomó para poder mirarme-. He quedado con dos amigos.
- Te levantas con mucha energía –comenté, sorprendida.
Quién pudiera.
- Qué remedio, ya llego tarde –desapareció de nuevo en
la cocina y, no más de diez segundos después, volvió a aparecer colocándose la
cazadora-. Me voy. Te veré luego –pasó por mi lado y me tocó con suavidad el
hombro-. Adiós, Michael –le saludó con la mano y Michael hizo lo propio con la
cabeza.
Volví a mirar a mi precioso novio, cayendo en la
cuenta de que no le había comentado nada acerca de mi nuevo compañero de piso.
- Sí, de eso quería hablarte -pareció leerme la
mente-. ¿Desde cuando vive con vosotras?
- Mmm… ¿Un día? –Sonreí.
- ¿Y no pensabas decírmelo?
- ¿A través de tus llamadas inexistentes? –Le asesiné
con la mirada haciendo que se riera.
- Tienes razón.
- Se llama Alex, y es amigo del novio de Nana. Es un
chico muy simpático, te gustará.
- Mientras no te guste a ti… -Introdujo el bollo en la
leche y, cuando ésta salpicó, reí a carcajadas. Era todo un experto en hacer
que cualquier cosa que mojara en leche se rompiera-. No quiero ni una risita
más.
Verdaderamente, él también estaba conteniendo la risa.
- Háblame de Natalie –le dije de pronto.
Clavó
de nuevo su mirada en mí.
-
No ha pasado nada, Judi.
-
Eso ya lo sé –le lancé un beso.
-
Todo ha ido bien. Quiero decir, todo lo bien que puede ir con ella –puso los
ojos en blanco-. ¿Cómo una persona puede insistir tanto en algo que sabe que no
va a conseguir?
-
El día que la asesine dejará de insistir –sentencié.
-
Pero si no eres capaz de hacer daño ni a una mosca –me tiró un pequeño trozo de
bollo. ¿Quería comenzar una guerra?
-
Las moscas me caen bien. Ella no.
-
Alíate con ellas y asesinadla entre todas –se levantó, cogió su taza, caminó a
mí y me dio un beso en la frente-. Voy al baño.
-
¿Con la taza? –Pregunté, divertida.
-
Tonta –me dijo mientras se dirigía a la cocina.
Me
dejó sola con mis pensamientos y supe que debía contarle lo de Edward. Al
menos, parte de lo de Edward. No sería una buena idea contarle toda la versión
a no ser que quisiera discutir con él tan pronto; y no quería, acababa de
llegar. Pero odiaba ocultarle cosas, y más ese tipo de cosas. Una pareja debe
basarse en la confianza y si no somos capaces de hablar de todo… ¿Qué nos
queda? Debería aprender a confiar en mí tarde o temprano.
Me
aliviaba el hecho de que no fuera una persona violenta; de ese modo descartaba
por completo que todo ese asunto provocara una pelea entre Michael y Edward.
Regresó
del baño y se sentó en el sofá.
-
Pareces algo cansado –comenté, colocándome junto a él.
-
Fue un viaje largo, y contigo es imposible dormir mucho –me guiñó un ojo.
Adoraba su picardía.
Lamenté
tener que acabar con ese momento, pero supe que tenía que hacerlo.
-
En realidad, hay algo de lo que quiero hablarte.
Se
revolvió en el sofá y se colocó de tal manera que pudiera verme mejor. Sostuvo
mis manos con delicadeza y tomé aire con disimulo.
-
Te acuerdas de Edward, ¿verdad?
-
Cómo olvidarme del hombre que quiere robarme a mi novia.
Bien
empezamos.
-
Resulta que el otro día… -No sabía cómo seguir y me reí por puro nerviosismo.
-
¿Te ha besado? –Preguntó de pronto.
-
Lo intentó.
-
¿Y qué hiciste?
-
Le aparté y le dije que le daría un bofetón.
-
Esa es mi chica –me abrazó riéndose.
-
Me esperó una noche cuando salí del restaurante –continué hablando una vez que
nos separamos-. Hacía muchísimo frío y sabes que uno de mis mayores miedos es
morir congelada. Se ofreció a llevarme a casa y acepté. Sabe que estoy contigo.
-
¿Se lo dijiste? –Parecía sorprendido.
-
No, ya lo sabía, no me dijo cómo pero lo sabía.
-
Aham. Sigue.
-
Poco más –mentí.
-
Judith.
Que
pronunciara mi nombre de aquella manera me hizo entender que significaba un
“Judith, cuéntamelo todo”.
-
Vale –me rendí-. Básicamente me dijo que no entendía cómo podía estar contigo
cuando era evidente que me quitabas un montón de cosas.
-
¿Y qué le dijiste?
-
Que no se atreviera a hablar de ti o de lo que tenemos cuando no tenía la más
mínima idea de nada.
Permaneció
callado.
-
¿Y qué piensas?
-
Que no tiene la más mínima idea de nada.
Sonrió.
-
¿Te quito cosas?
-
Sí –dije con sinceridad-. ¿Y? –Mi pregunta le sorprendió-. La pregunta no es
qué me quitas, sino qué me aportas.
-
¿Y qué te aporto?
Parecía
nervioso.
-
Todo.
Nunca
había sido más sincera en mi vida. Él me lo daba todo.