27 de junio de 2013

Capítulo 83



Todo

Desperté abrazada a él y esa era la mejor noticia que había tenido en los últimos días. Así que le achuché contra mí deseando no tener que soltarle nunca, nunca, nunca. Escuché cómo se reía y me besó en el pelo, achuchándome él también contra sí mismo. Adoraba esa sensación. Realmente pensaba que no existía una mejor. Despertarse abrazado a la persona que quieres y saber que ella te quiere por igual.
- Buenos días –dije, al fin, queriendo oír su voz de una vez.
- Buenos días, pequeña. ¿Qué tal has dormido?
- Pues… -Me incorporé y le besé dulcemente-. Muy bien. ¿Y tú?
- Pues… -Me tumbó de nuevo y pasó su dedo índice por mi brazo, provocando que me estremeciera-. Fatal, al lado de una chica feísima –Me besó y le aparté teatralmente.
- ¡Cómo osas! -Di un salto de la cama y me coloqué frente a él, con gesto de enfado-. Te has quedado sin desayuno –enarqué una ceja.
Se mordió el labio inferior y en seguida supe lo que estaba dispuesto a hacer. Se levantó él también de un brinco y vino directo a por mí.
- Si no quieres darme el desayuno –me dio un rápido beso-, tendré que cogerlo yo mismo.
Me abrazó con fuerza y me levantó del suelo entre risas. Cuando volvió a depositarme, tenía la sonrisa más sincera que le había visto en mucho tiempo.
- ¿Vas a desayunarme a mí?
- Aham –me besó de nuevo, dejándome sin aliento. Jamás podría acostumbrarme a su manera de besarme, de abrazarme o de tocarme.
- Te veo contento –comenté mientras, después de unos segundos, comenzamos a vestirnos.
- Lo estoy, me ha venido muy bien descansar estos días.
- No sabes cuánto me alegro.
Me hice una coleta como pude y me miré al espejo, sabiendo que la imagen no iba a ser precisamente algo agradable. A pesar de haber dormido mucho mejor que en los últimos días no estaba del todo descansada. Necesitaría muchas horas de descanso y paz para recuperarme de los días tan agotadores que estaba teniendo.
Pese a todo, su presencia siempre me transmitía calma suficiente para soportar lo que venía por delante. Me abrazó por detrás y me besó con ternura en el cuello.
Me di la vuelta, agarré su mano y nos encaminamos a la cocina. Era increíble, pero tenía hasta hambre, algo de lo que últimamente escaseaba.
Rápidamente elegimos un par de bollos de la cocina y calentamos dos vasos de leche que nos llevamos a la mesa del salón; allí era donde nos gustaba desayunar.
- Buenos días –una voz masculina a mis espaldas me sobresaltó. Todavía no me había acostumbrado ni por asomo a la presencia de Alex en la casa.
- Ah, Alex, buenos días –me giré y le sonreí amablemente.
- Buenos días –susurró Michael, en un tono de voz casi imperceptible.
Le miré extrañada, pero en seguida volví a concentrar mi atención en Alex.
- ¿Ya te vas? –Pregunté lo suficientemente alto para que me oyera, pues ya estaba dentro de la cocina.
- ¡Sí! –Oí su voz en la distancia. A los dos segundos se asomó para poder mirarme-. He quedado con dos amigos.
- Te levantas con mucha energía –comenté, sorprendida. Quién pudiera.
- Qué remedio, ya llego tarde –desapareció de nuevo en la cocina y, no más de diez segundos después, volvió a aparecer colocándose la cazadora-. Me voy. Te veré luego –pasó por mi lado y me tocó con suavidad el hombro-. Adiós, Michael –le saludó con la mano y Michael hizo lo propio con la cabeza.
Volví a mirar a mi precioso novio, cayendo en la cuenta de que no le había comentado nada acerca de mi nuevo compañero de piso.
- Sí, de eso quería hablarte -pareció leerme la mente-. ¿Desde cuando vive con vosotras?
- Mmm… ¿Un día? –Sonreí.
- ¿Y no pensabas decírmelo?
- ¿A través de tus llamadas inexistentes? –Le asesiné con la mirada haciendo que se riera.
- Tienes razón.
- Se llama Alex, y es amigo del novio de Nana. Es un chico muy simpático, te gustará.
- Mientras no te guste a ti… -Introdujo el bollo en la leche y, cuando ésta salpicó, reí a carcajadas. Era todo un experto en hacer que cualquier cosa que mojara en leche se rompiera-. No quiero ni una risita más.
Verdaderamente, él también estaba conteniendo la risa.
- Háblame de Natalie –le dije de pronto.
Clavó de nuevo su mirada en mí.
- No ha pasado nada, Judi.
- Eso ya lo sé –le lancé un beso.
- Todo ha ido bien. Quiero decir, todo lo bien que puede ir con ella –puso los ojos en blanco-. ¿Cómo una persona puede insistir tanto en algo que sabe que no va a conseguir?
- El día que la asesine dejará de insistir –sentencié.
- Pero si no eres capaz de hacer daño ni a una mosca –me tiró un pequeño trozo de bollo. ¿Quería comenzar una guerra?
- Las moscas me caen bien. Ella no.
- Alíate con ellas y asesinadla entre todas –se levantó, cogió su taza, caminó a mí y me dio un beso en la frente-. Voy al baño.
- ¿Con la taza? –Pregunté, divertida.
- Tonta –me dijo mientras se dirigía a la cocina.
Me dejó sola con mis pensamientos y supe que debía contarle lo de Edward. Al menos, parte de lo de Edward. No sería una buena idea contarle toda la versión a no ser que quisiera discutir con él tan pronto; y no quería, acababa de llegar. Pero odiaba ocultarle cosas, y más ese tipo de cosas. Una pareja debe basarse en la confianza y si no somos capaces de hablar de todo… ¿Qué nos queda? Debería aprender a confiar en mí tarde o temprano.
Me aliviaba el hecho de que no fuera una persona violenta; de ese modo descartaba por completo que todo ese asunto provocara una pelea entre Michael y Edward.
Regresó del baño y se sentó en el sofá.
- Pareces algo cansado –comenté, colocándome junto a él.
- Fue un viaje largo, y contigo es imposible dormir mucho –me guiñó un ojo. Adoraba su picardía.
Lamenté tener que acabar con ese momento, pero supe que tenía que hacerlo.
- En realidad, hay algo de lo que quiero hablarte.
Se revolvió en el sofá y se colocó de tal manera que pudiera verme mejor. Sostuvo mis manos con delicadeza y tomé aire con disimulo.
- Te acuerdas de Edward, ¿verdad?
- Cómo olvidarme del hombre que quiere robarme a mi novia.
Bien empezamos.
- Resulta que el otro día… -No sabía cómo seguir y me reí por puro nerviosismo.
- ¿Te ha besado? –Preguntó de pronto.
- Lo intentó.
- ¿Y qué hiciste?
- Le aparté y le dije que le daría un bofetón.
- Esa es mi chica –me abrazó riéndose.
- Me esperó una noche cuando salí del restaurante –continué hablando una vez que nos separamos-. Hacía muchísimo frío y sabes que uno de mis mayores miedos es morir congelada. Se ofreció a llevarme a casa y acepté. Sabe que estoy contigo.
- ¿Se lo dijiste? –Parecía sorprendido.
- No, ya lo sabía, no me dijo cómo pero lo sabía.
- Aham. Sigue.
- Poco más –mentí.
- Judith.
Que pronunciara mi nombre de aquella manera me hizo entender que significaba un “Judith, cuéntamelo todo”.
- Vale –me rendí-. Básicamente me dijo que no entendía cómo podía estar contigo cuando era evidente que me quitabas un montón de cosas.
- ¿Y qué le dijiste?
- Que no se atreviera a hablar de ti o de lo que tenemos cuando no tenía la más mínima idea de nada.
Permaneció callado.
- ¿Y qué piensas?
- Que no tiene la más mínima idea de nada.
Sonrió.
- ¿Te quito cosas?
- Sí –dije con sinceridad-. ¿Y? –Mi pregunta le sorprendió-. La pregunta no es qué me quitas, sino qué me aportas.
- ¿Y qué te aporto?
Parecía nervioso.
- Todo.
Nunca había sido más sincera en mi vida. Él me lo daba todo.

Capítulo 82



Ahora la decisión es tuya

Un sábado en el restaurante siempre es ajetreado, y, por supuesto, aquel sábado 16 de febrero no iba a ser una excepción. No estaba segura de si era mi impresión o si realmente estaba más lleno de lo habitual. En cualquier caso, lo cierto es que no me faltó trabajo. Cualquiera podría pensar que eso era justo lo que necesitaba, porque en muchas  ocasiones el trabajo era lo único que conseguía liberar a mi mente de los pensamientos que solían rondarla.
Por alguna razón, ese sábado sí fue una excepción en ese sentido. El exceso de trabajo se juntó con mi nerviosismo y ocasionó más de un incidente: platos en el suelo, despistes, incluso alguna que otra mala contestación muy impropia de mí.
Pero no podía evitarlo: estaba realmente nerviosa. Era consciente de que cuando regresara a casa Michael iba a estar esperándome allí. ¿Cómo no estar nerviosa?
Por otra parte, no podía evitar pensar que quizá habría decidido no ir a verme, puesto que salía tarde de trabajar y él estaría agotado por el viaje. Eso me ponía más nerviosa aún.
Cuando por fin, a eso de las dos de la madrugada, ascendía las escaleras de mi portal, no podía evitar pensar en esa segunda opción. ¿Y si no había venido? No, no, no. Moví rápidamente la cabeza de un lado a otro evitando seguir pensando en aquello y, respirando hondo, introduje la llave en la cerradura de la puerta de mi casa. Nervios.
- ¿Hola? –Susurré, dando por hecho que el 75% de los habitantes de esa casa estarían dormidos; todos, excepto yo.
No hubo respuesta.
¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido?
Caminé despacio hasta el salón, echando un rápido vistazo por si, tal vez, se había quedado dormido en el sofá.
Negativo. Allí no había nadie.
Nervios.
¿Y si no había venido?
Sólo quedaba una opción y no estaba dispuesta a que mis ideas me torturaran mucho más tiempo: si no había venido, quería saberlo ya. Así que caminé deprisa hasta mi habitación y abrí la puerta con energía.
Por supuesto, allí estaba.
Abrazado a uno de mis peluches. Y dormido como un angelito.
Ahogué la risa que me provocaba esa imagen y me fustigué a mí misma mentalmente. ¿¡Cómo no iba a venir!?
Caminé despacio hasta él y le di un tierno beso en la frente. Respiré su olor y el mundo me pareció un lugar mejor. Acaricié su dulce rostro con cuidado, siendo consciente de que si seguía así le despertaría. Quería que continuara dormido pero, por otra parte, no podía evitarlo. ¡Llevaba demasiado sin verle! Y había sido demasiado duro. ¡Y ahora estaba allí!
Sonreí en la penumbra y me mordí el labio. ¿Existía un ser más bonito en toda la tierra?
Decidida a dejarle dormir, me alejé de la cama lo suficiente para desvestirme sin hacer excesivo ruido. Deposité la ropa en la pequeña silla que siempre estaba presente en mi cuarto, me puse mi viejo pantalón para dormir y rebusqué cuidadosamente una manta en el armario para echársela por encima al angelito que tenía dormido en mi cama.
Me acurruqué junto a él y fue justo entonces cuando noté que su respiración cambiaba. Me incorporé ligeramente para comprobar su estado y pude apreciar cómo sonreía ligeramente. Se abalanzó sobre mí y me estrujó entre sus brazos.
- Mmmm… -Susurró.
Reí. Seguía completamente dormido.
- A dormir, señorito Jackson.
- De eso nada… -Susurró de nuevo mientras buscaba mis labios. Me dio un tierno y duradero beso que me hizo recordar por qué estaba con ese hombre. Lo amaba realmente. Se separó de mí unos centímetros y me besó, de nuevo con ternura, en la frente-. Te he echado de menos, y ahora te tengo, ¿crees que voy a seguir durmiendo?
Su voz sonaba más despejada y deduje que realmente no tenía intención alguna de volverse a dormir.
- Mañana me seguirás teniendo –insistí-. Y pasado. Y dentro de diez días.
- ¿Y de diez meses?
- Y de diez años –asentí, acariciándole de nuevo. Se había colocado sobre mí y sus perfectos rizos caían sobre mi frente.
- ¿Estás cansada? –Preguntó a los pocos segundos.
- Un poco, he tenido bastante trabajo –hice una mueca recordando lo patosa que había estado hoy. Después, hice otra mueca recordando lo pesada que, también, había estado. “¿Y si no viene?”, me repetí a mí misma con burla, “qué idiota puedo ser a veces. ¿Cómo no iba a venir?”
- Entonces si quieres, sólo si tú quieres, nos dormimos.
Dormir era lo último en lo que estaba pensando.
- ¿Llevas mucho esperándome?
- Casi veintiún años.
Su respuesta me dejó perpleja. Realmente me había echado de menos.
- Qué bobo eres.
- Por suerte has aparecido. Y ahora, eres mía –susurró junto a mi oído, provocándome un cosquilleo indescriptible.
- Toda tuya.
Busqué sus labios con urgencia, como acostumbraba a hacer. Sostuvo mi cara y me besó de buena gana durante un largo rato.
Entonces caí en la cuenta de algo. Sin saber cómo, aterrizó en mis pensamientos. ¿Por qué Kate quería que se olvidara de mí durante unos días?
Y al preguntarme aquello, fui consciente de otra cosa. No estaba en absoluto preocupada por lo que hubiera pasado con Natalie, porque sabía que no había pasado nada. ¿Había aprendido, por fin, a confiar en él absolutamente?
- ¿Qué ocurre?
Michael me conocía bien, y había notado que me había “desentendido” ligeramente de sus besos. Sólo ligeramente.
- Nada –contesté al instante. No eran horas para hablar de esos temas.
- Si vuelves a mentirme te mataré a cosquillas –afirmó convencido, provocando mi risa.
Reí, sí, pero realmente me daba miedo. La última vez que me había dicho aquello había estado, sin exagerar, cuarto de hora torturándome a cosquillas. Sin parar. No estaba dispuesta a que volviera a suceder tal cosa.
- Vale, es algo –confesé-. Pero no creo que sea un buen momento para hablar de ello.
- Siempre es buen momento para que hablemos.
- Mike, hace quince minutos estabas completamente dormido.
De pronto, se levantó de un salto y sin previo aviso encendió la luz de la habitación.
- Y ahora estoy completamente despierto –abrió los ojos todo lo que pudo y volvió a tumbarse, esta vez a mi lado.
- Vale… Cabezota –atrapé uno de sus rizos y comencé a juguetear con él-. Sólo me preguntaba por qué Kate querría que te alejaras de mí estos días –le dije sin rodeos.
- Bueno… -se incorporó un poco, atrayéndome con él-. Al principio yo tampoco lo entendía, la verdad. Cuando llegamos allí me hizo jurar que no cogería el teléfono hasta que volviéramos. ¿Cómo iba a decirla que no? Se lo prometí y no hice más preguntas. Supuse que necesitaba tranquilidad para todos. Pero cuando pasaron dos días la necesidad de saber de ti se volvió más grande que cualquier promesa –sonreí ante aquellas palabras-. Y hablé con ella. La dije que sólo quería saber si estabas bien. Y entonces…
- ¿Y entonces? –Pregunté, inquieta.
- Me dijo que los últimos meses no habían sido fáciles para ninguno de los dos. Y que era mucho más que evidente lo mucho que nos queríamos, pero quizá… -Permaneció callado unos segundos, supuse que estaba sopesando cómo hablarme de ello-. Quizá ninguno de los dos estábamos preparados para una relación tan seria, más teniendo en cuenta que ambos habíamos huido de ellas toda nuestra vida. Y que probablemente de ahí vinieran parte de nuestros problemas. Gran parte de culpa también la tiene la vida que yo llevo –clavó sus ojos en mí, que hasta entonces habían estado vagando por la habitación-. Entiendo que pueda resultarte difícil una relación así, con tantas… Restricciones –hizo una mueca-. Y ahí fue cuando me dijo que debía pensar, porque ahora vienen tiempos mucho más difíciles de los que hemos tenido hasta entonces. Grabaciones de disco, conciertos… Demasiado tiempo con Joseph. Además de los problemas que mi madre y él están teniendo últimamente, que es algo que me afecta inevitablemente.
Me sorprendió la madurez de sus palabras.
- Pero… ¿Y en qué tenías que pensar? –Pregunté, sin acabar de comprender.
- En si realmente lo que sentía por ti era tan fuerte como para involucrarte en todo lo que viene a partir de ahora.
Tomé aire. Y recé porque fuera más que fuerte.
- Así que he estado pensando bastante y… -Rió-. Me ha parecido una tontería, la verdad. No he llegado a ninguna conclusión que no supiera. Te quiero. Y no me imagino mi vida sin ti. Ni quiero imaginármela –me lancé sobre él y le abracé con fuerza-. Ahora la decisión es tuya –dijo a los pocos segundos.
Me separé de él y le interrogué con la mirada.
- Puedes decidir alejarte de mí antes de que todo empiece. Ni te imaginas lo que viene por delante.
- ¿De verdad me estás preguntando esto?
Estaba atónita. ¿Alejarme?
- Sí, de verdad quiero saberlo.
- Michael –sostuve su cara con firmeza y le miré fijamente-. Hasta el final –fue toda mi respuesta.

25 de junio de 2013

Capítulo 81

 Estoy completamente seguro

Con la aprobación de mis dos amigas en el bolsillo, la tarde después de la charla y todo el día siguiente se me hicieron mucho más cortos que el resto de los anteriores. Era impresionante cómo seguía necesitando de ellas para aclarar mis ideas, ¿iba a ser así toda la vida? Yo sola no había sido capaz de deducir lo que ellas me habían dicho claramente en apenas tres minutos: es mucho más lo que me aporta que lo que me quita. Nadie, absolutamente nadie a lo largo de mi vida, me había dado tantísimo como me daba Michael.
Y aun así, de vez en cuando seguía teniendo dudas acerca de nuestra relación. ¿Por qué? Bueno, con los ánimos mucho más calmados llegué a la conclusión de que las dudas forman parte de la naturaleza del ser humano. Y no iba a renunciar a ella.
Así que fin del problema. O al menos de ese problema.
La verdadera duda que me asaltaba ahora era si Michael me seguía queriendo, y todas las evidencias parecían estar gritándome un rotundo “no”. ¿Cuántos días llevaba sin saber de él? ¿Mil, más o menos? Suspiré mientras abría la puerta del portal y, antes de cerrarla, eché un último vistazo al cielo cubierto de estrellas.
Mientras subía las escaleras caí en la cuenta de que ese era el día que habíamos concertado para que Alex se trasladara a vivir a nuestra casa definitivamente, así que imaginé que la tarde había supuesto una cantidad de idas y venidas con sus pertenencias. Lo cierto era que, aunque en un principio no me hizo excesiva gracia, en esos momentos la idea me agradaba bastante. Una nueva amistad siempre significaba un poco de aire fresco en cualquier vida; y teniendo en cuenta cómo estaba la mía, me venía bien que alguien me ayudara a respirar.
- ¡Hola! –Exclamé al entrar, soltando una risita por la cantidad de cajas que vi tiradas por el suelo.
Mi risita se convirtió en carcajada cuando observe a los tres, Marina, Alex y Nana, tumbados en el sofá medio adormilados. Alex fue el único que se dignó a levantarse para saludarme y lo agradecí con un beso en la mejilla.
- ¿Así que por fin te has instalado? Me alegro –me quité la bufanda y la chaqueta y la dejé en una silla del salón.
- Instalarme no es precisamente la palabra que yo emplearía. ¿Ves todas esas cajas? Las hemos abandonado a las ocho de la tarde –volvió a sentarse en el sofá y vi cómo Marina asentía, sin ni siquiera mirarme.
Me senté en el sillón de al lado y observé la estampa. Parecía que se conocían de toda la vida. Alex estaba sentado en medio de las dos y los tres tenían los pies apoyados en la pequeña mesa que teníamos junto al sofá.
- Así que habéis estado ayudándole. Me sorprendes, Marina -hizo una especie de ruido con la boca, haciéndome entender que se sentía incapaz de hablar-. Creo que deberías irte a la cama.
- Apoyo la moción –se levantó con tal lentitud que me pareció imposible que llegara a su cuarto antes de tres o cuatro horas-. Buenas noches –nos levantó la mano y, sin mirarnos, siguió caminando. Estaba completamente dormida.
- Yo también me voy, chicos –Nana se incorporó también y nos dio un beso a cada uno-. Hasta mañana.
Me reí con ganas y miré a Alex.
- Acostúmbrate -ambos reímos-. ¿Ha sido muy dura la mudanza?
- No sabía que tenía tantas cosas en mi poder, de verdad. Cuando hemos empezado a sacar cajas y más cajas he creído oportuno venderlo todo para no colocarlo. Y seguramente me haría rico, porque no sabes la cantidad de cosas que tengo ahí guardadas –señaló las cajas amontonadas en el suelo y reí de nuevo.
- ¿Y Marina te ha ayudado? Si que debe estar aburrida.
- Ha colaborado como la que más.
- Deberías saber que eso ocurre pocas veces. Llamarla “vaga” me parece bastante insuficiente para calificar cómo es -rió a carcajadas y lo lamenté por él. No sabía lo que le esperaba con Marina en ese sentido-. Ya lo irás comprobando, no quiero asustarte.
- Vale, gracias por el aviso. ¿Hay algo más de vosotras que deba saber?
- Mmm...
Y, de pronto, se me ocurrió. ¿Debería contarle lo mío con Michael? Claro que debería. ¿Qué haría Alex, sino, el día que Michael aparecería en casa de pronto? Abrir la boca hasta el suelo, sin duda. Reí mentalmente ante la idea. Ese era el efecto que Michael provocaba en las personas.
- ¿Tan malo es lo que tienes que contarme? ¿No me digas que voy a tener que salir corriendo?
- No, tranquilo. Sólo que deberías saber… -lo sopesé unos segundos y elevé las cejas. No se lo creería-. Estoy saliendo con Michael Jackson.
Permanecí callada mirándole y observé la expresión de diversión en su rostro.
- Oh, sí. Y yo con Diana Ross, pero chsss… -Susurró-. Es un secreto.
Puse los ojos en blanco.
- Es cierto.
- ¡Y lo mío! ¿Cuándo hacemos una cena de parejitas?
Iba a contestarle pero de pronto ya nada me parecía importante. El teléfono estaba sonando y eran más de las doce de la noche. ¿Quién iba a llamar un viernes casi a la una de la madrugada? Corrí al teléfono y contesté al instante.
- ¿Sí?
- ¿Judi?
Su voz hizo que mi corazón latiera a cinco mil por hora. Sin embargo, permanecí muda. Tragué saliva y cerré los ojos; cuando volví a abrirlos, vi que Nana y Marina habían salido de su cuarto, y me miraban adormiladas.
- ¿Estás ahí?
- Sí –contesté, escueta.
No es que estuviera enfadada –bueno, quizá un poco-, ¿pero por qué no había llamado hasta ahora?
- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
Permaneció en silencio.
- Siento no haberte llamado, pequeña –supuse que había notado algo extraño en mi tono de voz-. Mañana me tienes de vuelta. Tengo ganas de contarte todo. Y tengo ganas de abrazarte. Te he echado de menos.
- Sí, se ve… -Susurré.
- Perdóname, de verdad. Mi madre no me dejaba estar cerca del teléfono, y…
- ¿Ni siquiera para llamarme? –Le corté. Cerré los ojos de nuevo. ¿Debería ser así de brusca?
- Ni siquiera para eso. Quería que… Desconectara.
Vaya, eso era nuevo. Su madre quería que Michael desconectara de mí. Su madre, Kate, esa persona que en repetidas veces me había demostrado su adoración, esa persona que en tantas ocasiones me había dado las gracias por estar con Michael… Quería que su hijo desconectara de mí.
- También quería que pensara en todo lo que nos ha pasado en los últimos meses.
Esa frase también me pilló desconcertada. ¿Quería que Michael pensara? ¿En qué? Como no podía ser menos viniendo de mí, me asusté.
- ¿Y has llegado a alguna conclusión? –Pregunté finalmente.
- Sí –esperé impaciente-. Estoy completamente seguro de que eres lo mejor que me ha pasado.
Suspiré aliviada ante tan repentina declaración y agradecí que siguiera siendo mío. Observé que las chicas me miraban inquietas y sonreí como pude. Obviamente, después de aquello estaba mucho más tranquila.
- No sabes cómo me alegra oír eso.
- Tengo que colgar, tengo que terminar de hacer la maleta. En unas horas estaré allí de nuevo y, en cuanto llegue, correré a verte. Te quiero, pequeña.
- Y yo a ti Mike.
“Siempre”.
En cuanto colgué el teléfono las chicas avanzaron hacia mí.
- ¿Era él?
- Sí –conseguí decir tras unos segundos y unos cuantos suspiros-. Está bien, y vuelve mañana.
- Parecías preocupada.
- Es que me ha dicho que su madre ha querido que desconectara de todo, incluso de mí –esperé a que las chicas dijeran algo, pero ante su silencio hice una mueca-. ¿Por qué Kate querría eso?
- Mucho sentido no tiene, la verdad… -Marina miró a Nana y después ambas me miraron.
- También me ha dicho que ha estado pensando en los últimos meses.
- ¿Y? –Preguntaron al unísono.
- Dice que está seguro de que soy lo mejor que le ha pasado.
Ambas sonrieron. Y yo también.
Después dirigí mi mirada hacia Alex, que nos miraba atónito desde el sofá.
- ¿Crees que podrá presentarme a Diana Ross? –Preguntó al fin.
Los cuatro reímos. Y por primera vez en unos cuantos días, me fui a la cama con buenas sensaciones.