25 de agosto de 2011

Capítulo 64.

¿Permanentemente fácil?

- No lo acabo de entender… -Sonia se rascó la cabeza, símbolo de que estaba pensando, y yo no tuve más remedio que soltar una risita.
- Pues es muy fácil, querida.
- Sergio te besó.
- Sí.
- Y tú querías que él te besará –afirmó María.
- Sí, pero no sólo porque sintiera deseos de besarle… -miré hacia otro lado y decidí ser sincera conmigo misma y con todas las demás-. Que también, a quien pretendo engañar. Ha sido una persona muy importante en mi vida, me guste o no, quiera olvidarlo o no. Ha sido muy importante porque ha sido el primero en todo, aunque nunca hayamos llegado a concretar la relación estaba claro que la había. Llevaba un año sin verle y estaba arrebatadoramente guapo. Así que sí, tenía ganas de besarle. Pero no era ese el único motivo –esperé la intervención de alguna de las chicas pero todas callaron, expectantes por mi continuación-. Es muy fácil, en serio –sonreí-. Yo quería que me besara porque quería saber si realmente quería que me besara.
- Esa frase es la misma que has pronunciado antes y nos has dejado igual a todas –suspiró Sonia.
Reí de nuevo y me mordí el labio.
- Quería saber qué sentía si volvía a besarme la persona que, antes que Michael, había sido importante.
- ¿Ves? Así sí –comentó Eva.
- ¿Y bien? –Ana realizó la pregunta que todas estaban deseando hacer.
- Nada de nada. Por eso le di las gracias. Porque siempre me había ayudado con todo y esta vez no ha sido menos. No me gusta haber tenido dudas de nuevo pero por suerte se han ido rápidamente. Y ha sido gracias a que Sergio me volvió a besar.
- Sabes que Sergio te quiere, aunque nunca te lo haya dicho… -dijo Eva al cabo de unos segundos.
- Lo sé, y yo también le quiero por todo lo que hemos vivido. Pero ahora…
Ahora sólo quería que me besaran otros labios. Y que me miraran otros ojos. Unos más oscuros. Y más bonitos. Miré al cielo y quise pensar que Michael estaba haciendo lo mismo. Mirar al cielo y pensar en mí.
Lamentaba haber tenido dudas pero he comprendido que es algo de lo que nunca vamos a podernos librar. Tenemos dudas a la hora de decidir qué hacer de comida, qué ponernos cada día, qué camino tomar para dirigirnos a un lugar… ¿Cómo no vamos a dudar en algo tan serio y fundamental como son las relaciones? Las dudas nos hacen crecer, nos hacen madurar. Y cuando se van sientes la satisfacción inmensa de tenerlo todo claro de nuevo. Sabes que volverán, sé que volverán, pero hasta entonces…
- Entonces te vuelves a ir.
- Me volvería a ir estuviera Michael o no. No puedo dejar a las chicas allí tiradas, las prometí que volvería –sonreí al tiempo que lo hacían todas.
- ¿No crees que con Sergio todo sería más fácil? Podrías quedarte aquí, nos tendrías a todos cerca. A ninguno de nosotros se nos escapa lo mucho que nos echabas de menos.
- Bueno, la palabra fácil es relativa. Sería fácil porque, como tú has dicho, os tendría a todos a mi lado, como siempre he querido y como siempre querré. Pero no sería nada fácil mirarle a los ojos y verlos verdes, y no negros –las guiñé un ojo y bajé la cabeza-. Puede que con Michael todo sea más complicado porque es quien es y vive donde vive, pero… Jamás había sido nada tan… No sé si podéis imaginaros cómo me siento cuando estoy con él. Hace que todo cambie de color, lo transforma todo. Es…
- Permanentemente fácil –sonrió Ana.
- Sí, justo eso –sonreí por la expresión utilizada y las miré de nuevo-. Él hace que cada momento no tenga la más mínima complicación. Es como si su norma general, y la única que puedes utilizar a su lado, fuera sonreír siempre. La energía, la vitalidad, la alegría que transmite… Hace que todo sea permanentemente fácil –sonreí de nuevo y agradecí encontrar, más o menos, las palabras exactas-. Claro que Sergio tiene sus ventajas y por supuesto que me gustaría quedarme, pero a la larga se me haría difícil, creedme. Me faltaría algo.
- Una última pieza, ¿puede ser?
Sonreí de nuevo.
- Sí –me detuve frente a la puerta de mi casa y las miré a todas-. Os he echado mucho de menos.
- Apunta, María, nos lo ha dicho ya trescientas noventa y cinco veces –todas reímos y Eva señaló a María-. Lo está apuntando, no me lo estoy inventando –sonrió también.
- Ya… Y lo que os gusta oírlo, ¿qué? ¿Eh? Voy a cenar algo, después me espera una charla telefónica de unas cuatro horas.
- Pobre, estará impaciente.
- Seguro que piensa que ya me he olvidado de él.
- Si yo fuera la mitad de guapa de lo que es él no sería tan insegura… -comentó María.
- Es parte de su encanto –sonreí.
- Dale recuerdos y dile que algún día iremos a conocerle.
Las mostré una última sonrisa e irrumpí en casa con ganas de cena familiar.

Me había pasado los últimos veinte minutos con el teléfono en la mano. Por alguna extraña razón no localizaban a Michael en su propia casa. Cuando ya habían pasado diez minutos y se habían puesto Caroline, la cocinera, por tercera vez para decirme que siguiera esperando, mis nervios se multiplicaron por trescientos. Por lo menos.
- ¿Hola?
Solté un enorme suspiro.
- Mike, por fin.
- Hola, Judi… -susurró con un tono preocupante en su voz.
- Um… Te iba a decir que lo sentía pero que me había olvidado de ti, pero si me hablas con esa voz lo descarto –no dijo nada y supuse que se lo había tomado en serio-. Era una broma, bobo. ¿Cómo estás?
- Bien –dijo al cabo de unos segundos, aunque el tono de su voz decía exactamente lo contrario. Preferí ignorarle y mostrarme alegre para así poder charlar animadamente.
- ¿Dónde estabas? Han tenido que llamar a varios policías para encontrarte.
- Eh… En el jardín, paseando.
Genial, había estado esperando con el teléfono en la oreja más de veinte minutos para que ahora no fuera capaz de decirme cinco palabras seguidas. Estupendo.
- Vale, supongo que no te he llamado en un buen momento; o no sé. Ya hablaremos.
- Espera –dijo cortante-. ¿Por qué no llamaste ayer?
- ¿Es todo lo que quieres saber de mí?
- Quiero saber por qué no pude felicitar a mi novia el día de su cumpleaños. ¿Estabas demasiado ocupada para hablar conmigo?
- No digas tonterías.
- No son tonterías, es una realidad.
- A veces te pones de un infantil que no hay quién pueda contigo, de verdad –le espeté. Había agotado mi paciencia definitivamente-. Me hicieron una fiesta sorpresa en la que se encontraban personas que llevaba sin ver más de un año, no sé si lo recuerdas.
- Y ahora que estás rodeada de tanta gente no hay un hueco para mí, ¿verdad?
- Si lo que quieres es que te cuelgue, te lo estás ganando a pulso.
Permanecimos unos segundos en silencio y empezaron a chirriar mis dientes. ¿Por qué no era capaz de entender que llevaba muchísimo tiempo sin sentir el cariño de las personas que habían estado junto a mí toda mi vida?
- Lo único que te pedí fue que me llamaras cada noche –dijo finalmente.
- Perdóname la vida por no poderlo hacer una noche -si él pretendía ser borde, es que no me conocía. Ni siquiera me había preguntado cómo estaba, cómo había ido todo. ¿Sólo le preocupaba la estúpida llamada que no había podido hacer?-. Voy a tener que colgar.
- ¿Cuándo piensas volver?
Abrí la boca hasta el suelo.
- ¿Cómo?
- Que cuándo vas a volver.
- ¿Sólo te preocupa eso?
- Cuando contestes a mi pregunta contestaré yo a la tuya.
Esta vez me faltó suelo para abrir la boca.
- ¿Sabes qué? A veces tengo la sensación de que no me quieres, que sólo…
- ¿Qué? –me cortó-. ¿Cómo puedes decir eso?
Ignoré su pregunta y seguí hablando.
- Sólo quieres a alguien cerca, alguien que esté a tu lado. Sólo quieres no sentirte solo. Perfecto, Michael. Llama a Natalie, ella sí está allí, y seguro que está dispuesta a llamarte todas las noches. Yo no soy ningún perro de compañía.
Y colgué.
Y no sabía cuándo volvería.
Ni pensaba decírselo el día que decidiera hacerlo.
¿Permanentemente fácil? Genial.
Me di la vuelta dispuesta a ir a mi habitación pero mi madre se cruzó en mi camino y escrutó mi rostro como si su vida dependiera de ello.
- Uy, uy. ¿Qué ha pasado?
- ¿Matar todavía es un delito?
Sonrió y me llevó hasta su habitación. Me sentó en la cama y me interrogó con la mirada.
- A Michael no le ha gustado nada que no llamara ayer. No sé por qué no entiende que ahora necesito estar con vosotros, puede que no vuelva a veros hasta dentro de otro año… Se comporta como un auténtico crío.
- Entiéndele tú a él también. Seguro que te echa de menos.
- Muchas veces pienso que no es a mí a quién echa de menos, es la compañía. No es a mí a quien quiere; lo que quiere es no sentirse solo.
Bajé la cabeza y sonreí por pura incredulidad. No podía creer que tuviéramos que discutir aún a kilómetros de distancia; era lo último que quería.
- ¿Por qué no te vas a la cama? –acarició mi pelo y me lo colocó como a ella siempre la había gustado: todo para atrás. Sonreí tímidamente ante ese gesto-. Echa el freno, llevas muchos días sin descansar. Mañana será otro día.
La di un beso y caminé hasta mi cuarto.
Caí rendida en la cama y de inmediato sucumbí al sueño.
Mañana sería otro día.

24 de agosto de 2011

Capítulo 63.

Fácil.

- Nada menos que Michael Jackson… -repitió Eva mientras daba una patada a una piedra que se cruzó en nuestro camino-. Es de cuento de hadas, no me digas que no.
- Es la tercera vez que dices eso –reí-. ¿Alguna tiene una aportación más interesante?
- Entiéndenos –contestó María-, estamos en shock. Sabíamos que tenías una relación con él, pero de ahí a que nos cuentes toda la historia… La verdad es que es de cuento de hadas.
- Es increíble, ¿por qué siempre consigues lo que te propones?
Ana me dio un codazo y bajó mi cabeza apretando sus nudillos en ella.
- Eh, yo no me propuse conseguirle. Surgió.
- Michael Jackson…
- Eva.
- Vale, vale. Ya paro. El cansancio no me deja ir más allá, a lo mejor mañana puedo darte una valoración más amplia.
Cansancio. Mucho cansancio. Como no podía ser menos anoche la preparamos por todo lo alto. ¿La excusa? Mi diecinueve cumpleaños. ¿La realidad? Las inmensas ganas de estar todos juntos por fin. Como había pronosticado, Eva me entretuvo durante toda la tarde mientras la casa de Patricia era transformada radicalmente. Hasta ahí me lo esperaba, pero llegar y encontrarme gente que vive lejos de aquí y que aun así había venido… No sé si alguna vez había sonreído tanto en tan poco tiempo. Y después de haber dormido poco y mal tras una larga noche, lo que tocaba hoy era el típico paseo al pueblo mientras comentabas las mejores jugadas del día anterior.
Sólo que esta vez el tema de conversación giraba en torno a mi novio. Querían saberlo todo y no las culpaba por ello. Respondí encantada a cada pregunta y las relaté tranquilamente algunas cosas importantes que me habían ocurrido. Me sorprendí a mí misma nombrando al tal Edward que hacía apenas una semana había conocido, y hablando de Natalie con odio, algo que pocas veces había ocurrido. Disfrutaron con mi felicidad como si fuera la suya y me arroparon cuando mi voz se trataba frente a los problemas.
Las adoraba. Y las había echado mucho de menos.
- ¡Hombre! Si están aquí las profesionales de la juerga.
Nuestra charla animada se detuvo al escuchar la voz de Joaquín junto a la escuela, por la que ahora pasábamos. Él también había estado anoche demostrándome porque este pequeño pueblo es mi sitio; a pesar de que me sacaba ocho años siempre nos habíamos entendido a la perfección y el cariño que le tenía sólo era comparable con el que me tenía él a mí. Junto a él estuvieron Rubén, Jesús, Dani, Diego… Cuando el día anterior les vi aparecer por la puerta busqué inconscientemente la presencia de Sergio, pero no estaba.
Algo que no ocurría en esos momentos.
Sus ojos se cruzaron con los míos y se levantó de inmediato, lo que provocó un pequeño escalofrío en mí. Le recordaba alto, pero no tanto. Y le recordaba guapo… Pero no tanto.
Mientras todos charlaban animados yo sólo podía observar cómo Sergio avanzaba hacia a mí ajeno a lo demás. Se detuvo frente a mí y sostuvo mi mano.
- No pude ir ayer –fue todo lo que dijo.
- No tienes que disculparte –sonreí.
- Tuve que trabajar.
- Tampoco tienes que excusarte –sonreí de nuevo mientras rezaba porque no se me trabara la voz. Era la clase de cosas que me pasaban antes cuando le tenía cerca. No sabía si ahora mis reacciones serían las mismas.
- Me alegro de volver a verte. Mucho –sonrió él también y no tuve más remedio que abrazarle de tal manera que hubiera podido romperle-. ¿Dónde has ganado tanta fuerza? –preguntó a los pocos segundos.
Reí y me separé de él.
-Quizá es que tú la has perdido.
Exhibió uno de sus fuertes brazos y aún cubiertos por la cazadora que llevaba podía apreciarse la dureza de éstos. Recordé cómo me habían abrazado siempre que lo había necesitado y me estremecí de nuevo. Busqué sus ojos verdes y por un breve, pero real segundo, deseé que el tiempo no hubiera pasado para nosotros.
- ¿Por qué no hablamos un rato y me cuentas cómo estás? –preguntó ignorando la expresión que había envuelto mi rostro.
Asentí en silencio y comenzó a andar en dirección al pequeño parque donde anteriormente siempre nos habíamos encontrado. Durante el trayecto me habló de lo contento que estaba con su trabajo, de cómo le reconocían las funciones que realizaba, de la posibilidad de ascenso si todo seguía así a pesar de su juventud… Y, como siempre, era como si esa barrera de siete años de diferencia no existiera entre nosotros. Era tan fácil hablar con él, era tan fácil entendernos. Habíamos compartido tanto tiempo juntos que durante un largo rato me pregunté si alguna vez eso lo podría borrar alguien.
- ¿Y tú? –la pregunta mágica salió a la luz al tiempo que nos sentábamos en el banco que había estado presente en tantos momentos entre nosotros-. Imagino que todo te va muy bien para haber estado sin aparecer por aquí un año.
Sonreí.
- La verdad es que la vida allí es otro mundo. No puedo quejarme, tengo un buen trabajo. Y creo que ahora mismo sé hablar mejor inglés que castellano.
Ambos reímos.
- Pensé que no volverías- entreabrí los labios para hablar pero no logré averiguar qué era lo que debía decir en esos momentos-. ¿Alguna vez te has planteado no volver?
- No –contesté segura-. Os quiero demasiado a todos como para no volveros a ver.
- ¿Y por qué has tardado tanto? Pensé que ibas a volver en junio como muy tarde, aunque fuera una visita rápida.
Sonreí ante el recuerdo de lo que eran mis primeras intenciones. Claro que pensaba regresar en junio, pero apareció Michael y trastocó mis planes, mi mundo y mi cabeza. Y por aquellas fechas lo que menos quería era separarme de él aunque fueran unos pocos días porque tenía la sensación de que lo que teníamos se podía desvanecer en cualquier momento; de que él se podía desvanecer en cualquier momento.
- Ya estoy aquí, eso es lo importante, ¿no? –contesté finalmente.
- Sin duda –aferró mi mano y cerré los ojos con fuerza. Conocía ese gesto-. Te he echado de menos. Y no cómo tú piensas -le interrogué con la mirada y le dejé continuar-. Piensas que lo nuestro no era importante para mí, al menos no mucho, pero sí lo era. Y cuando te fuiste me di aún más cuenta. No sabes cuánto…
- Alto, alto, alto –le corté. No estaba dispuesta a caer en sus redes, aunque no podía negar que por momentos lo deseara-. Yo también me alegro de verte, Sergio, y es verdad que te he echado de menos porque he pasado prácticamente toda mi vida contigo y dejar de verte de repente me costó. Pero igual que me costó dejar de ver a todo el mundo.
- ¿Qué ha cambiado? –preguntó a los pocos segundos.
Suspiré y me levanté.
- Será mejor que volvamos.
- Espera –sujetó mi cintura y me obligó a mirarle. La imagen de Michael apareció en mi cabeza y me zafé como pude de sus brazos-. Habla claro. ¿Has conocido a otro?
- No –contesté inmediatamente.
Ladeé la cabeza y tragué saliva. ¿Por qué había contestado aquello? Claro que había conocido a otro. No, a otro no, había conocido a ese, a él. A la última pieza, había conocido a mi complemento perfecto, a la persona que me hacía estar completa. ¿Por qué ese no? ¿Por qué esa negación?
¿Por qué esos ojos verdes mirándome así?
¿Por qué esas dudas de nuevo?
Levantó mi mentón y me obligó a mirarle. De nuevo Michael. Michael. Michael.
- ¿Vas a volverte a ir? –su profunda mirada me impidió contestar con seguridad y preferí ignorarle-. Quédate –susurró. Cerré los ojos de nuevo y le supliqué con otro inmenso suspiro que me dejara marchar.
- Sergio, por favor… Tú y yo… Esto… Ya estaba hablado. Yo no…
- Chssss. Ahora tengo las cosas mucho más claras, Judi. Siempre has sido muy importante pero me faltó verlo en su día y pedirte que te quedaras. Ahora lo tengo claro, quiero que te quedes, te quiero a mi lado.
- Calla, por favor.
- Vamos a intentarlo de nuevo.
Aferró mi cara con fuerza y desplazó la suya a unos pocos centímetros. Nuestros labios quedaron peligrosamente cerca y tuve que admitir que deseaba que lo hiciera. Deseaba que me besara y había varias razones por lo que lo deseaba. Como colándose en mi mente y escuchando mi petición, inclinó aún más la cabeza y presionó sus labios contra los míos…
A los pocos minutos se separó de mí sonriendo ampliamente, aunque mi sonrisa superaba a la suya. Le miré y de pronto comprendí todo. Me abracé a él con fuerza y él me devolvió el abrazo de buena gana, aunque estaba segura de que desconocía el motivo de mi sonrisa y de mi abrazo.
- Gracias… -susurré.
- Gracias a ti por haber vuelto.
Busqué sus ojos verdes que estaban resplandecientes y le acaricié el rostro.
- Siempre fuiste especial para mí, entre otras cosas porque me hacías la vida más fácil. Era como si a tu lado todo se resolviera, como si de pronto la bombilla se encendiese y los problemas desaparecieran. Lo has vuelto a hacer, así que gracias –le besé en la mejilla y caminé hacia la salida del parque.
- ¡Judith! –exclamó-. ¿A qué te refieres?
Sonreí y seguí avanzando.
Yo sonreía y mis pensamientos volaban.
Michael. Michael. Michael.
Qué fácil lo veía todo de pronto.

23 de agosto de 2011

Capítulo 62.

Puzle.

Llevaba más de un año sin sentir tanta calma como la que estaba sintiendo en esos momentos sentada en el banco del parque que había formado una parte necesaria de mi infancia. Era un lugar pequeñito, acogedor, rodeado de árboles y con cuatro columpios ruidosos y oxidados en el centro. Se encontraba en la entrada del pueblo, cerca de la tienda donde en días especiales nos gastábamos nuestra propina. También por allí estaba la casa de una de mis mejores amigas, Cristina, en la que había pasado largas tardes junto con todas las demás.
A ese parque solía ir con mi abuelo, probablemente una de las cinco personas más importantes en toda mi vida. Me columpiaba durante horas mientras me contaba historias, cuentos, chistes… Cualquier cosa con tal de entretenerme, de ver reír a su “pequeña niña”, como él me llamaba. Fue ahí donde me regaló las pulseras que ahora Michael y yo compartimos. Sobra decir que el día más triste de mi vida fue cuando él me faltó, y a veces pienso que una de las razones que me obligó a escapar de todo lo que me había rodeado durante mis 17 años era esa: lo vacío que se había quedado todo sin él, lo vacía que me sentía yo.
Por supuesto, estuve rodeada de mucha gente: Eva, Sonia, Ana, Anun, María, Luis, Mario, Óscar, Adrián, Patricia, Andrea, Marta… Tantos y tantos amigos que supieron estar ahí en ese momento, y en todos los anteriores. Porque si con alguien he compartido mi vida, dejando a un lado a mis tres ángeles, es con todas las personas que formaban parte del pueblo, especialmente con ese grupo inseparable que habíamos formado a la tierna edad de 6 o 7 años. No había nada que nos ocultáramos, no había nada que no supiéramos los unos de los otros, no había maldad. Sólo cariño. Y eso es imposible dejar de quererlo nunca; y una vez que falta, es inevitable echarlo de menos.
22 de noviembre de 1979. Cumplo 19 años y en lugar de estar rodeada de todas estas personas que no paran de ir y venir de mi cabeza, estoy sentada en mi parque de siempre, recordándolas.
Y precisamente a esto me refería cuando trataba de explicarle a Michael lo que necesitaba. Necesitaba disfrutar de la soledad, necesitaba disfrutar de la satisfacción de estar un rato con uno mismo sin nada más; pero pensando en todo aquello que te rodea.
Hacer un recuento. Medir la balanza. Ver qué cosas has perdido; y ver qué has ganado. Y saber qué vale más.
Michael. Michael. Michael. Su nombre resonaba en mi cabeza cada pocos minutos. Y lo hacía varias veces, como tratando de recordarme a mí misma porque debía volver a irme de ese lugar que me lo había dado todo y que tanto amaba. Michael.
Siempre he tenido una especie de teoría de que todos somos como un pequeño puzle. Venimos descompuestos y a medida que va pasando el tiempo y vas aclarando ideas te vas formando. Pero a veces te caes y te rompes, y necesitas de los demás para volver a unir todas las piezas y volver a ser tú mismo. Otras veces una pieza se pierde y lo único que puedes hacer es sentirte incompleto. Cuesta encontrarla y puede resultar difícil unirla ya que ha pasado demasiado tiempo alejada del conjunto. Pero cuando finalmente consigues colocarla junto al resto de piezas, observas el puzle de nuevo y ves que nunca había estado ni más hermoso ni más completo.
Michael. Michael era esa última pieza.
Pero el puzle es mucho más que una última pieza, y eso es algo que había comprendido ahora después de mucho tiempo. Todas las personas que habían ayudado a formar el puzle de mi vida ya no estaban conmigo para reconstruirle cuando fuera necesario, porque yo había decidido que eso fuera así. Y a cambio, ¿qué había ganado? Michael.
¿Una única pieza puede ser más poderosa que un puzle entero? Sin ella no termina, pero sin las demás no empieza nada.
El sonido de un pájaro revoloteando sobre el árbol de mi derecha hizo que se desvanecieran por unos instantes todos esos pensamientos. Aquel inesperado ruido me hizo sobresaltarme e inmediatamente una palabra aterrizó en el aeropuerto de mi cabeza: miedo.
Michael me habló de miedo antes de que yo llegara a España. Él temía acerca de algo y yo no era capaz de comprenderlo; es más, me resultaba absurdo aquello de lo que me hablaba. ¿Estar mejor sin él? ¿Olvidarlo? Ideas que antes se me antojaban ilógicas y que ahora no iban más allá de lo poco probable.
Era ilógico porque desde el primer segundo que tuve contacto con él hizo mella en mí. Todo dio un giro inmenso y desde entonces no había pasado un solo día en que no deseara estar con él. Era ilógico porque desde que le conocí había sido absolutamente incapaz de vivir sin él.
Pero ahora él no estaba. Y yo estaba bien. Total, ¿qué sabe la lógica de lo que sientes cuando te sientas en tu pequeño parque de siempre?
Contemplé el cielo nublado tratando de hallar la respuesta a todos esos interrogantes que, sin haberlo pretendido, habían aparecido en mi cabeza. Eso es algo que también había aprendido de mi última pieza: mirar al cielo. Como si allí fuera a encontrar algo a lo que aferrarme para poder responder o solucionar cualquier aspecto de mi vida.
Comprendí que en poco menos de cuarto de hora iba a comenzar a llover, así que lo mejor era volver a casa, donde seguramente estaría ya toda mi familia para celebrar juntos mis 19 años. Después, por la tarde, Eva se inventaría cualquier excusa para mantenerme alejada de todos los demás mientras me preparaban una fiesta sorpresa en casa de cualquiera de nosotros. Y por la noche saldríamos a bailar y a divertirnos hasta que no tuviéramos más remedio que irnos a casa, cuando nos hubieran echado de todos los lugares a los que pretendiéramos ir.
Así de fácil era mi vida aquí. Y de fantástica.
Me levanté del banco y decidí que ya había tenido bastante por hoy, la tortura y las millones de preguntas que de pronto me asaltaban podía esperar a mañana, cuando ya estuviera empapada del cariño de toda mi gente.
El puzle estaba completo y es lo que importaba. La última pieza no se había perdido y podía tener la seguridad de que, en el caso de caerme, ahora sí contaba con toda la gente necesaria para recomponerlo de nuevo.
Michael. No quería que se perdiera. Pero nunca hasta ahora había comprendido la cantidad de cosas que había dejado atrás por estar con él.
¿Una única pieza puede ser más poderosa que un puzle entero?

12 de agosto de 2011

Capítulo 61.

Confío en ti.

- ¿Has metido suficientes pantalones? Que te conozco, luego quieres ponerte ocho al día.
- Sí, mamá Marina, he metido alrededor de tres millones.
- ¿Y chaquetas?
- Que chaquetas ni que leches, jerséis es lo que tiene que meter, que allí es invierno.
- Allí es invierno igual que aquí –respondí exhausta tras la revisión de ropa de mis tres amigas-. Y sí, he metido chaquetas y jerséis.
- ¿Y calzado de invierno? –oí al fondo, acompañado de una leve risa.
Me giré para observar a Michael tumbado en el sofá jugueteando con un libro.
- Tú también no, por favor –supliqué.
Se levantó al instante y caminó hacia nosotras.
- Chicas, siento interrumpir vuestra intervención, pero tenemos que irnos o perderá el avión y dará igual lo que haya metido en la maleta.
- Sólo espero que lleves todo y no tengas que llamarnos desesperadas, porque yo no voy a ir a llevarte nada –sentención Nana.
- Descuida que si me falta algo lo último que haré será llamarte.
La asesiné con la mirada y cogí la maleta, tambaleándome por el peso de ésta. Michael rió y se acercó hasta mí.
- Déjame, anda, no quiero que llegues lesionada.
- Tú tampoco es que tengas una gran fuerza… -comenté al tiempo que me cruzaba de brazos, mientras veía cómo Michael levantaba la maleta sin un gran esfuerzo y con el equilibrio y la compostura en perfecto estado.
- Más que tú, como todos hemos podido apreciar.
Me sacó la lengua y caminó hasta la puerta, dejándonos, supuse, algo de intimidad para despedirnos.
- Bueno… -comencé a decir.
- Siempre he odiado esto.
- Y yo.
- Yo también.
- Idem –concluyó Nana.
- Entonces cuanto antes mejor. En pocos días me tendréis aquí de nuevo.
- Te vamos a echar de menos, pero tampoco mucho… -sonrió Marina.
Las cuatro nos abrazamos como acostumbrábamos a hacer y tragué saliva para ocultar el nudo en la garganta. Llevaba sin separarme de ellas mucho tiempo y podía imaginar lo mucho que iba a echar de menos la convivencia con mis tres ángeles.
- Cuidaros mucho, ¿vale? –Sonreí mientras caminaba hacia la puerta-. Os quiero, pero poco.
- ¡Nosotras a ti casi nada también! –Exclamó Marina.
Eché un último vistazo a la casa y salí al portal, donde me esperaba Michael, que en seguida sostuvo mi mano.
- ¿Has bajado ya la maleta?
- Con una rapidez admirable, ¿verdad? Hasta yo me he asombrado.
Sonreí.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo que me resulta raro que después de 16 años juntas nos vayan a separar tantísimos kilómetros.
- Sólo serán unos días. Y te vendrán muy bien, ya lo verás.
Le mostré otra sonrisa, completamente segura de que necesitaba verla, y bajamos las escaleras en silencio.
- ¿Estás nerviosa? –Preguntó al entrar en el coche-. Llevas mucho tiempo sin ver a mucha gente.
- Estoy nerviosa, sí. Pero sobre todo estoy ansiosa. Tengo ganas, ganas y ganas de ver a todo el mundo. Ganas de tomarme un café en mi bar favorito, ganas de pasear por mi pueblo… Tengo muchas ganas, Michael, no te imaginas cuántas.
Me abrazó con dulzura y me dio un suave beso en la frente. De inmediato me di cuenta que aún no había hablado con él e imaginé que jamás encontraría el momento adecuado, así que decidí dejar de buscarle y limitarme a decírselo ahora que había vuelto a recordarlo.
- Esto, Michael… Respecto a la elección…
- No pasa nada.
Le miré estupefacta.
- ¿Qué?
- Que no pasa nada, no importa.
- Aún no te he dicho lo que he pensado…
- Olvidas un pequeño detalle.
- ¿Cuál?
- Que te conozco muy bien.
Permanecí callada ante su atenta mirada y forzó una tímida sonrisa.
- Si hubieras querido llevarme contigo me lo hubieras dicho desde un primer momento.
- Michael, escucha…
- No tienes que disculparte.
- Pero sí explicártelo.
- Puedes explicarme lo que quieras, pero borra esa cara, por favor. Parece que has matado a alguien y no estás haciendo nada malo, ¿vale? Ten claro eso.
- Michael, me encantaría que te vinieras conmigo a cualquier parte, de verdad. Sabes que cualquier lugar para mí es el doble de perfecto si estás tú conmigo, pero esto… Esto es diferente. Necesito abrazar a mucha gente, necesito conversar durante horas con mucha gente… Y quiero que conozcas todo lo que forma parte de mi mundo, pero creo que ahora no es el momento.
- Lo entiendo.
- ¿De verdad?
- Sí. Todo lo que me has dicho lo entiendo.
Suspiré y me abracé con fuerza a él.
- ¿Hay algo más? –Preguntó de pronto. Le miré confusa y aferró mis manos-. Aparte de todo eso, ¿hay alguna razón más por la que no quieras que vaya?
- Creo… -traté de encontrar las palabras adecuadas-. Creo que necesito un poco de soledad, porque me gusta disfrutar de ella, de los momentos que te proporciona el estar uno consigo mismo, sin nadie más. Puede que tú no te des cuenta, pero mi vida ha cambiado radicalmente en apenas un año. No sé si he sido consciente de todos los cambios que se han producido en muy poco tiempo, de todos los asuntos en los que he estado involucrada, de la cantidad de movimiento que ha habido en mi vida. Necesito tranquilidad, paz, calma. Y tú me aportas todo eso, pero ahora… Ahora lo necesito yo sola.
- ¿Cambiará algo cuando vuelvas? –Interrogó a los pocos segundos.
- Absolutamente nada.
Bajó la cabeza y esta vez suspiró él.
- Me da un poco de miedo todo lo que acabas de decir, la verdad –sonrió por pura incomodidad y sujeté su rostro, que había cambiado completamente de expresión-. ¿Y si cuando vuelvas te das cuenta de que estás mejor sin mí?
- No contemplo esa posibilidad. De hecho, no existe esa posibilidad, créeme.
- Has estado dos meses sin mí.
- Tú mismo dijiste ayer que eso no era vivir, era subsistir como malamente podía –sonreí, pero él no lo hizo-. Te quiero y es algo que no va a cambiar.
- Eso no lo sabes.
- Sí, sí lo sé. Confía en mí.
Busqué sus labios y les presioné con dulzura.
- ¿Confías en mí?
- ¿Cómo voy a hacerlo si ni siquiera tú misma confías en que esto vaya a durar? –replicó de pronto-. Recuerda tu teoría acerca de las relaciones. ¿Y qué pasará cuando veas a un montón de chicos por los que anteriormente has sentido algo?
Continué mirando su semblante serio mientras me daba cuenta de que todo lo que decía tenía bastante sentido. ¿Cómo va a confiar en mí si hace apenas dos días le dije que era yo quien no confiaba en las relaciones? Y ahora le estaba diciendo que quería irme unos días sin él. Había metido la pata hasta el fondo, hasta el más profundo y maloliente hoyo que existía en la tierra.
- Está bien, perdona. ¿Sabes qué? Esto es una tontería. Mejor no voy a España –dije completamente sincera. Si él no iba a estar bien, desde luego yo no quería ir.
Levantó la cabeza y me miró con expresión de reproche.
- Es mi regalo de cumpleaños.
- Me estás regalando algo que no sólo no vas a poder disfrutar conmigo, sino que además te va a alejar de mí. ¿Quieres eso?
- Quiero que seas feliz –contestó con seguridad.
- ¿Y cómo voy a ser feliz dejándote aquí así?
- Estaré bien.
- No te creo.
- Confía en mí –exhibió una tímida sonrisa y volvió a sujetar mis manos-. De verdad quiero que vayas.
- Haberlo pensado antes de haberme hecho sentir un ser horrible.
Me incliné para avisar a Sam de que diera media vuelta pero sujetó mi cintura y me obligó a recostarme de nuevo contra el asiento.
- Lo siento. Quiero que vayas y disfrutes, con o sin mí. Pero con una condición… -ignoré su petición y traté de levantarme de nuevo con el mismo propósito que antes, pero también fue inútil-. Que me llames todas las noches.
- ¿Esa es tu única condición?
- Sí.
Miré al frente y debatí conmigo misma esa posibilidad. Seguía sin estar segura de que Michael fuera a estar bien, y eso, como siempre, era lo primordial para mí.
- No voy a dejar que te quedes –susurró a los pocos segundos, haciendo que finalmente sonriera.
- ¿Confías en mí?
- Confío en ti.
- Prométemelo.
- Por lo que quieras.
- Por nosotros.
Sonrió.
- Prometido.
Sostuvo mi cara y me besó con fuerza. Después me apoyé en su hombro, mantenido un tranquilo silencio. A los pocos minutos llegamos al aeropuerto. Michael hizo intención de salir, pero se lo impedí al instante.
- Ni se te ocurra. No quiero quedarme sin novio –le acaricié la cara y sonrió-. Al menos de momento…
Abrió la boca y se la cerré con un suave beso.
- No digas eso ni en broma.
- ¿Quién te ha dicho que era una broma?
- Judith…
- Vale. Miedica.
- Me lo has pegado.
Le saqué la lengua y me devolvió el gesto.
- Voy a echarte de menos…
- Y yo a ti, Mike. Mucho. Pero nos veremos en poco tiempo, de verdad.
Observé por el cristal como Sam había bajado ya la maleta y me dispuse a salir.
- Cuídate mucho, mucho, muchísimo. Voy a estar aquí antes de que te dé tiempo a echarme de menos, ya lo verás.
- Disfruta, es lo único que tienes que hacer.
- Te quiero. Muchísimo.
- Y yo a ti, pequeña.
Le di un último beso convencida de que a ninguno nos supo a despedida. Tan sólo serían unos pocos días hasta volvernos a ver y no perderíamos el contacto por nada del mundo.
- No olvides lo mucho que te quiero –susurré antes de cerrar la puerta.
- No olvides que te estaré esperando.
Ambos sonreímos y nos miramos fijamente durante un par de segundos, reteniendo en la memoria ese último instante.
Cerré la puerta del coche y me dirigí hacia mi destino, teniendo claro que, a pesar de la dolorosa distancia que estaba poniendo entre ambos, estaba haciendo lo correcto. Necesitaba ese tiempo para mí, para rememorar todas las cosas que había amado toda mi vida. Aún no era el momento de que Michael fuera partícipe de ellas; primero debía disfrutarlas yo de nuevo.
Pocos minutos antes de despegar aún tenía esa extraña sensación que le embriaga a uno cuando sabe que está a punto de separarse de la persona que quiere durante algún tiempo. Ya sean unos días o unos meses, siempre sientes que un pequeño cacho de ti se queda en el lugar de esa persona.
Los últimos pensamientos que recuerdo antes de quedarme dormida en el avión giraban en torno a esa otra sensación mucho más placentera: la de quien está completamente seguro de que no olvidará toda esa magia que comparte con alguien, y no importa cuántos kilómetros haya de por medio.