Sólo quiero que me entiendas
Un mes
después de la marcha de Lorena ninguna nos habíamos hecho todavía a la idea. La
casa se había quedado medio vacía, faltaban cosas e incluso sobraban otras. A
las tres nos inundaba un sentimiento que mezclaba tristeza con enfado, quizá
también decepción. Desde luego, no estábamos pasando por nuestro mejor momento.
Y como
parece que los males nunca llegan solos, a Marina acababan de despedirla del
pequeño museo en el que estaba trabajando desde hacía algún tiempo. No tenía
mucha afluencia de público así que sobraba personal y Marina había sido una de
las últimas en incorporarse. Nunca nos había faltado el trabajo a ninguna y
justo ahora, cuando más lo necesitábamos, de repente se esfumaba.
Tras
marcharse Lorena hablamos durante un par de días de la necesidad de encontrar
otra compañera de piso que nos ayudara con los gastos de la casa. Como teníamos
ciertos ahorros guardados y las tres contábamos con un buen trabajo, decidimos
que no corría prisa, que no merecía la pena volverse locas buscando a alguien.
Lo haríamos con calma. Pero la cosa había dado un giro enorme con el despido de
Marina: ahora sí necesitábamos a esa compañera si teníamos la intención de seguir
viviendo como hasta ahora. Tanto Adrien como Daniel se ofrecieron a ayudarnos
aunque fuera mínimamente con los pequeños gastos que nos fueran surgiendo, pero
ninguno de los dos andaba especialmente bien de dinero así que lo rechazamos
inmediatamente.
Michael,
por supuesto, también se ofreció. Si le hubiera dejado nos hubiera comprado el
piso entero. Al contrario de lo que sucedió cuando Adrien y Daniel nos
ofrecieron su ayuda, las chicas en esta ocasión no dijeron nada, permanecieron
calladas a la espera de que yo respondiera. Mi respuesta era la que todos
esperábamos: no. Nos apañaríamos con lo que tuviéramos y sólo si era
completamente necesario dejaría que Michael nos ayudara.
Además,
últimamente las cosas con él no andaban muy bien. Desde que me contó aquello de
sus padres no había vuelto a ser el mismo, incluso había días en que parecía que
le costaba acercarse a mí. Me había devanado los sesos durante dos semanas
intentando averiguar si dije algo que le molestara o que le hubiera podido
herir. Finalmente hablé con él sin rodeos, pero su respuesta fue muy simple:
“No te preocupes por ello, está todo bien pequeña”. Así que llegué a la
conclusión de que era cosa suya, todos tenemos derecho a pasar por malas rachas
y él estaba en una de ellas… Sólo me quedaba estar a su lado.
Con todo
esto en la cabeza, y mucho más, me hallaba la mañana del 31 de enero tumbada en
la cama, con mil pañuelos a mi alrededor y estornudando tres veces por segundo.
Dos gruesas mantas me arropaban hasta la nariz y una inmensa botella de agua
descansaba sobre mi mesilla. No entendía cómo pero había cogido el catarro del
siglo.
Oí el
timbre a lo lejos y supuse que era el cabezota de Michael. Había telefoneado a
eso de las 11 de la mañana para ver cómo me encontraba, y como ni siquiera fui
capaz de levantarme a hablar con él decidió que debía venir a verme pese a que
Nana insistió en que me encontraba, al menos, aceptable. No quería que viniera
por el simple hecho de que podía pegárselo, y no me imaginaba a Michael un día
entero en la cama sin hacer nada.
Golpearon
suavemente a mi puerta y medité durante un par de segundos si hacerme la
dormida o no. La puerta se entornó y abrí ligeramente un ojo, vi cómo Michael se
asomaba lentamente a la habitación y no pude evitar que se me escapara una
risilla. Entonces él también sonrió, entró, cerró la puerta y se tiró a mi lado
en la cama antes de que yo pudiera decir ni siquiera “hola”.
- He
conocido esquimales que iban menos abrigados que tú en estos momentos –me dio
un beso en la mejilla y buscó mi mano para sostenerla-. ¿Puedes hablar o te has
quedado sin voz?
Me llevé
la mano a la garganta y le indiqué con un gesto que me era imposible pronunciar
una sola palabra. Me miró incrédulo.
- Qué
fatal se te da mentir, de verdad. Siempre te pillo, deberías practicar más.
- Tonto
–reí.
- ¿Cómo
estás? Aparte de horriblemente horrible.
- Aparte
de horriblemente horrible –le taladré con la mirada- bastante bien. Hoy sólo he
estornudado tres millones de veces –sonreí. Y estornudé.
- Eso lo
has hecho a posta, para darme pena, estoy seguro. No teníamos que haber estado
ayer tanto tiempo fuera de casa, no sé cómo no me di cuenta que eres una
nubecita de enfermedades y agarras todos los virus que están sueltos por el
aire.
- ¡Oye!
- Es la
verdad… -susurró inclinándose para besarme.
- Chssss…
-aparté su cara de la mía y me miró con un gesto de desaprobación-. No vaya a
ser que esta nubecita de enfermedades te pegue algo.
Se apartó,
recostándose en la almohada y me sacó la lengua.
- ¿Sabes
lo que te vendría bien para recuperarte?
-
Sorpréndeme.
- Unas
vacaciones.
Enarqué
una ceja.
- Tienes
razón, como estamos tan bien de dinero lo mejor que podría hacer ahora es
pedirle a mi jefe unas vacaciones. A lo mejor con suerte me las da. O mejor
aún, si está generoso podría hasta despedirme y así tengo vacaciones
permanentes. Es una gran idea, Mike, sí.
Puso los
ojos en blanco y me incorporé para dar un trago de agua. Estaba agotada, así
que tardé poco en volverme a tumbar.
- Si me
dejaras ayudarte a pagar las cosas no tendríamos este problema.
- Ya hemos
hablado de esto…
- Podemos
volver a hablarlo.
- Voy a
decirte exactamente lo mismo que te dije entonces. No he cambiado de opinión ni
lo voy a hacer. Trataremos de seguir adelante con el dinero que tengamos, y
sólo cuando la cosa se ponga realmente fea acudiremos a alguien. Siempre hemos
sido independientes, siempre nos hemos buscado la vida y siempre nos ha salido
bien. No queremos cambiar ahora.
Permaneció
callado varios segundos mirando al techo y después volvió a mirarme.
- Pero yo
quiero ayudarte.
- Ayudaría
bastante que ahora no hablásemos de esto, no tengo el cuerpo para fiestas por
si no te habías dado cuenta ya –me incorporé de nuevo, tosiendo, y busqué otra
vez la botella de agua. Le miré y comprendí que había sido demasiado borde
diciéndole aquello-. Lo siento, pero es que estoy agotada.
Volví a
tumbarme y le abracé lo más fuerte que pude. Me correspondió y nos quedamos
varios minutos callados, sin decir nada.
- Si al
menos me dejaras que te pagara unas vacaciones… No sé por qué tienes que negar siempre
mi ayuda -susurró al fin. Suspiré lo suficientemente bajito para que no me
oyera. ¿Acaso quería enfadarme?
- No puedo
irme de vacaciones ahora mismo, siento que no puedas comprenderlo pero tengo
responsabilidades.
- ¿Como
qué? –preguntó sorprendido.
Me senté
en la cama a la velocidad del rayo y le miré sin entender nada.
- ¿Como
trabajar?
- Podría
hablar con tu jefe…
- No –le
corté-. No quiero que hables con nadie, no quiero que hagas nada. Sólo que seas
capaz de entender que, por desgracia, ahora no puedo permitirme irme una semana
o dos a otro lugar. Ahora no, Mike.
- ¿No
puedes o no quieres?
Cerré los
ojos y respiré profundamente. Sí, quería enfadarme.
- ¿Ni
siquiera estando así me das un respiro? ¿Es que quieres que acabemos
discutiendo?
-
¿Necesitas un respiro? –se sentó él también, manteniendo cierta distancia entre
nosotros.
- Necesito
que dejes de cuestionar cada cosa que hago al menos durante un par de días.
- No
cuestiono cada cosa que haces, sólo digo que… -soltó un enorme suspiro y negó
con la cabeza-. Da igual.
Me acerqué
hasta él y le sostuve la cara.
- ¿Qué te
pasa? Y no me digas que nada, porque llevas así varias semanas.
- Nada, no
me pasa nada. Sólo que necesito irme de aquí, desconectar un poco.
- Michael,
si no aguantas el ambiente de tu casa siempre puedes venirte aquí dos, tres,
cuatro días. Los que necesites para aislarte un poco de todos. Sabes que puedes
hacerlo.
- No es
sólo mi casa, es todo. Es esta ciudad, es todo esto que me rodea. De verdad
necesito irme, aunque sea una semana. A cualquier lado donde pueda respirar y
sentirme a gusto. Lo necesito y me voy a ir. Contigo o sin ti.
Quité mis
manos de su cara y sólo entonces me miró de nuevo.
- Pues ya
sabes –fue todo lo que dije.
- No quiero
que te enfades… Sólo quiero que me entiendas…
- ¿Por qué
tengo que te entenderte yo a ti y tú no puedes comprenderme a mí? No puedo irme
ahora mismo, Michael, tenemos problemas que hay que afrontar. ¿Crees que no me
gustaría irme una semana contigo a cualquier lugar donde nadie nos molestara?
Me iría tres meses. O tres años. Pero no puedo, simplemente… No puedo –tosí
hasta hacerme daño en la garganta y después volví a estornudar. Tres veces
seguidas. No tuve más remedio que empezar un nuevo paquete de pañuelos que
había en mi mesilla.
Esta vez
fue él quien se aproximó más a mí. Acarició mi mejilla con su mano izquierda y
se inclinó para besarme. Ni pude ni quise negárselo. Temía que este tema
desembocara en una discusión, pero por suerte comprendió que hoy no era el día
más adecuado para tener una conversación de este tipo. Estaba realmente
cansada, había dormido poco esta noche y llevaba sin comer algo consistente
casi un día.
Separó
poco a poco nuestros rostros y buscó mi mirada.
- Has
dormido poco hoy, ¿verdad?
- Muy
poco…
- Tengo un
plan –curvó sus labios y yo hice lo mismo-. Nos dormimos un par de horas y
después te preparo algo calentito para comer.
- ¿Tú
cocinando? –sonreí ampliamente.
- Psss,
¿qué pasa? –preguntó simulando enfado-. Últimamente estoy hecho todo un
cocinero.
Reí de
buena gana.
- Claro
que sí, anda… -me giré buscando la botella de agua y dio un largo trago.
- Me duele
tu escepticismo.
Tiré de su
jersey hacia abajo y le hice tumbarse a la vez que lo hacía yo. Me besó de
nuevo y comenzó a cantar suavemente…
- “Looking in my mirror, took me by surprise… I can’t
help but see you running often through my mind…”
No tardé
mucho en quedarme dormida.