26 de junio de 2012

Capítulo 73.


Sólo quiero que me entiendas

Un mes después de la marcha de Lorena ninguna nos habíamos hecho todavía a la idea. La casa se había quedado medio vacía, faltaban cosas e incluso sobraban otras. A las tres nos inundaba un sentimiento que mezclaba tristeza con enfado, quizá también decepción. Desde luego, no estábamos pasando por nuestro mejor momento.
Y como parece que los males nunca llegan solos, a Marina acababan de despedirla del pequeño museo en el que estaba trabajando desde hacía algún tiempo. No tenía mucha afluencia de público así que sobraba personal y Marina había sido una de las últimas en incorporarse. Nunca nos había faltado el trabajo a ninguna y justo ahora, cuando más lo necesitábamos, de repente se esfumaba.
Tras marcharse Lorena hablamos durante un par de días de la necesidad de encontrar otra compañera de piso que nos ayudara con los gastos de la casa. Como teníamos ciertos ahorros guardados y las tres contábamos con un buen trabajo, decidimos que no corría prisa, que no merecía la pena volverse locas buscando a alguien. Lo haríamos con calma. Pero la cosa había dado un giro enorme con el despido de Marina: ahora sí necesitábamos a esa compañera si teníamos la intención de seguir viviendo como hasta ahora. Tanto Adrien como Daniel se ofrecieron a ayudarnos aunque fuera mínimamente con los pequeños gastos que nos fueran surgiendo, pero ninguno de los dos andaba especialmente bien de dinero así que lo rechazamos inmediatamente.
Michael, por supuesto, también se ofreció. Si le hubiera dejado nos hubiera comprado el piso entero. Al contrario de lo que sucedió cuando Adrien y Daniel nos ofrecieron su ayuda, las chicas en esta ocasión no dijeron nada, permanecieron calladas a la espera de que yo respondiera. Mi respuesta era la que todos esperábamos: no. Nos apañaríamos con lo que tuviéramos y sólo si era completamente necesario dejaría que Michael nos ayudara.
Además, últimamente las cosas con él no andaban muy bien. Desde que me contó aquello de sus padres no había vuelto a ser el mismo, incluso había días en que parecía que le costaba acercarse a mí. Me había devanado los sesos durante dos semanas intentando averiguar si dije algo que le molestara o que le hubiera podido herir. Finalmente hablé con él sin rodeos, pero su respuesta fue muy simple: “No te preocupes por ello, está todo bien pequeña”. Así que llegué a la conclusión de que era cosa suya, todos tenemos derecho a pasar por malas rachas y él estaba en una de ellas… Sólo me quedaba estar a su lado.
Con todo esto en la cabeza, y mucho más, me hallaba la mañana del 31 de enero tumbada en la cama, con mil pañuelos a mi alrededor y estornudando tres veces por segundo. Dos gruesas mantas me arropaban hasta la nariz y una inmensa botella de agua descansaba sobre mi mesilla. No entendía cómo pero había cogido el catarro del siglo.
Oí el timbre a lo lejos y supuse que era el cabezota de Michael. Había telefoneado a eso de las 11 de la mañana para ver cómo me encontraba, y como ni siquiera fui capaz de levantarme a hablar con él decidió que debía venir a verme pese a que Nana insistió en que me encontraba, al menos, aceptable. No quería que viniera por el simple hecho de que podía pegárselo, y no me imaginaba a Michael un día entero en la cama sin hacer nada.
Golpearon suavemente a mi puerta y medité durante un par de segundos si hacerme la dormida o no. La puerta se entornó y abrí ligeramente un ojo, vi cómo Michael se asomaba lentamente a la habitación y no pude evitar que se me escapara una risilla. Entonces él también sonrió, entró, cerró la puerta y se tiró a mi lado en la cama antes de que yo pudiera decir ni siquiera “hola”.
- He conocido esquimales que iban menos abrigados que tú en estos momentos –me dio un beso en la mejilla y buscó mi mano para sostenerla-. ¿Puedes hablar o te has quedado sin voz?
Me llevé la mano a la garganta y le indiqué con un gesto que me era imposible pronunciar una sola palabra. Me miró incrédulo.
- Qué fatal se te da mentir, de verdad. Siempre te pillo, deberías practicar más.
- Tonto –reí.
- ¿Cómo estás? Aparte de horriblemente horrible.
- Aparte de horriblemente horrible –le taladré con la mirada- bastante bien. Hoy sólo he estornudado tres millones de veces –sonreí. Y estornudé.
- Eso lo has hecho a posta, para darme pena, estoy seguro. No teníamos que haber estado ayer tanto tiempo fuera de casa, no sé cómo no me di cuenta que eres una nubecita de enfermedades y agarras todos los virus que están sueltos por el aire.
- ¡Oye!
- Es la verdad… -susurró inclinándose para besarme.
- Chssss… -aparté su cara de la mía y me miró con un gesto de desaprobación-. No vaya a ser que esta nubecita de enfermedades te pegue algo.
Se apartó, recostándose en la almohada y me sacó la lengua.
- ¿Sabes lo que te vendría bien para recuperarte?
- Sorpréndeme.
- Unas vacaciones.
Enarqué una ceja.
- Tienes razón, como estamos tan bien de dinero lo mejor que podría hacer ahora es pedirle a mi jefe unas vacaciones. A lo mejor con suerte me las da. O mejor aún, si está generoso podría hasta despedirme y así tengo vacaciones permanentes. Es una gran idea, Mike, sí.
Puso los ojos en blanco y me incorporé para dar un trago de agua. Estaba agotada, así que tardé poco en volverme a tumbar.
- Si me dejaras ayudarte a pagar las cosas no tendríamos este problema.
- Ya hemos hablado de esto…
- Podemos volver a hablarlo.
- Voy a decirte exactamente lo mismo que te dije entonces. No he cambiado de opinión ni lo voy a hacer. Trataremos de seguir adelante con el dinero que tengamos, y sólo cuando la cosa se ponga realmente fea acudiremos a alguien. Siempre hemos sido independientes, siempre nos hemos buscado la vida y siempre nos ha salido bien. No queremos cambiar ahora.
Permaneció callado varios segundos mirando al techo y después volvió a mirarme.
- Pero yo quiero ayudarte.
- Ayudaría bastante que ahora no hablásemos de esto, no tengo el cuerpo para fiestas por si no te habías dado cuenta ya –me incorporé de nuevo, tosiendo, y busqué otra vez la botella de agua. Le miré y comprendí que había sido demasiado borde diciéndole aquello-. Lo siento, pero es que estoy agotada.
Volví a tumbarme y le abracé lo más fuerte que pude. Me correspondió y nos quedamos varios minutos callados, sin decir nada.
- Si al menos me dejaras que te pagara unas vacaciones… No sé por qué tienes que negar siempre mi ayuda -susurró al fin. Suspiré lo suficientemente bajito para que no me oyera. ¿Acaso quería enfadarme?
- No puedo irme de vacaciones ahora mismo, siento que no puedas comprenderlo pero tengo responsabilidades.
- ¿Como qué? –preguntó sorprendido.
Me senté en la cama a la velocidad del rayo y le miré sin entender nada.
- ¿Como trabajar?
- Podría hablar con tu jefe…
- No –le corté-. No quiero que hables con nadie, no quiero que hagas nada. Sólo que seas capaz de entender que, por desgracia, ahora no puedo permitirme irme una semana o dos a otro lugar. Ahora no, Mike.
- ¿No puedes o no quieres?
Cerré los ojos y respiré profundamente. Sí, quería enfadarme.
- ¿Ni siquiera estando así me das un respiro? ¿Es que quieres que acabemos discutiendo?
- ¿Necesitas un respiro? –se sentó él también, manteniendo cierta distancia entre nosotros.
- Necesito que dejes de cuestionar cada cosa que hago al menos durante un par de días.
- No cuestiono cada cosa que haces, sólo digo que… -soltó un enorme suspiro y negó con la cabeza-. Da igual.
Me acerqué hasta él y le sostuve la cara.
- ¿Qué te pasa? Y no me digas que nada, porque llevas así varias semanas.
- Nada, no me pasa nada. Sólo que necesito irme de aquí, desconectar un poco.
- Michael, si no aguantas el ambiente de tu casa siempre puedes venirte aquí dos, tres, cuatro días. Los que necesites para aislarte un poco de todos. Sabes que puedes hacerlo.
- No es sólo mi casa, es todo. Es esta ciudad, es todo esto que me rodea. De verdad necesito irme, aunque sea una semana. A cualquier lado donde pueda respirar y sentirme a gusto. Lo necesito y me voy a ir. Contigo o sin ti.
Quité mis manos de su cara y sólo entonces me miró de nuevo.
- Pues ya sabes –fue todo lo que dije.
- No quiero que te enfades… Sólo quiero que me entiendas…
- ¿Por qué tengo que te entenderte yo a ti y tú no puedes comprenderme a mí? No puedo irme ahora mismo, Michael, tenemos problemas que hay que afrontar. ¿Crees que no me gustaría irme una semana contigo a cualquier lugar donde nadie nos molestara? Me iría tres meses. O tres años. Pero no puedo, simplemente… No puedo –tosí hasta hacerme daño en la garganta y después volví a estornudar. Tres veces seguidas. No tuve más remedio que empezar un nuevo paquete de pañuelos que había en mi mesilla.
Esta vez fue él quien se aproximó más a mí. Acarició mi mejilla con su mano izquierda y se inclinó para besarme. Ni pude ni quise negárselo. Temía que este tema desembocara en una discusión, pero por suerte comprendió que hoy no era el día más adecuado para tener una conversación de este tipo. Estaba realmente cansada, había dormido poco esta noche y llevaba sin comer algo consistente casi un día.
Separó poco a poco nuestros rostros y buscó mi mirada.
- Has dormido poco hoy, ¿verdad?
- Muy poco…
- Tengo un plan –curvó sus labios y yo hice lo mismo-. Nos dormimos un par de horas y después te preparo algo calentito para comer.
- ¿Tú cocinando? –sonreí ampliamente.
- Psss, ¿qué pasa? –preguntó simulando enfado-. Últimamente estoy hecho todo un cocinero.
Reí de buena gana.
- Claro que sí, anda… -me giré buscando la botella de agua y dio un largo trago.
- Me duele tu escepticismo.
Tiré de su jersey hacia abajo y le hice tumbarse a la vez que lo hacía yo. Me besó de nuevo y comenzó a cantar suavemente…
- “Looking in my mirror, took me by surprise… I can’t help but see you running often through my mind…”
No tardé mucho en quedarme dormida. 

2 comentarios:

  1. Ha sido muy tiernooooooooo! *____* brrr!!! Pobre Judi, enfermita .___. Muy buen capitulo, chica. Situacion muy realista. Me guuuuuuuuuusta! ^^ Cuidate!

    ResponderEliminar
  2. Judiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii gracias por volver ! no sabes cuanto extrañaba tu novela, yo simplemente la amo <3

    ResponderEliminar