3 de julio de 2013

Capítulo 86



Muy simple

Un par de minutos después aún no le había dirigido ni una sola mirada. ¿Cómo era capaz, después de todo, de seguir desconfiando de mí? ¿Cómo, después de meses demostrándole un amor absoluto, era capaz de decir que le ocultaba cosas? ¿Cómo era capaz de decirme todo aquello sabiendo que me dolía? Era como si me clavaran un puñal en el corazón. Después de todo lo que había hecho por él, ¿aún seguía teniendo dudas acerca de mí?
- No entiendo que te enfades –comentó, de pronto.
Esta vez sí le miré.
- ¿No lo entiendes? –Pregunté, con un notable tono de molestia en mi voz.
- No, no lo entiendo. Esto no estaría pasando si me hubieras dicho lo que ha pasado desde un principio.
Resoplé, cerré los ojos y traté de calmarme. Traté de ponerme en su lugar y llegué a comprender mínimamente que le hubiera molestado. Sólo mínimamente.
- Michael –dije, tratando de sonar relajada-, no te lo he dicho antes porque estabas hablando tú. Te he visto preocupado y nervioso, y he pensado que sería mejor que te tranquilizaras antes de contarte algo que estaba claro que te iba a poner más nervioso.
Volví a mirarle, mostrando seguridad. No tenía nada que ocultarle. Y sinceramente me dolía que pensase que fuera así.
Creía que se había tomado sus pequeñas vacaciones para poder acabar con el estrés que venía soportando desde hace meses, y que volvería más tranquilo. Pero parecía exactamente la misma persona que se había marchado semanas atrás.
De nuevo la misma pregunta acudió a mí: ¿iba a ser siempre así?
- Cuéntamelo, por favor –suplicó a los segundos.
- Iba a hacerlo de todos modos, aunque no me lo pidieras –carraspeé ligeramente y comencé a hablar-. John ha venido a pedirme perdón. Cuando ha aparecido por la puerta no he querido escucharle pero, no se cómo, he caído en la cuenta de algo que nunca había pensado –espere unos segundos, tratando de encontrar las mejores palabras para explicar aquello. Supuse que no las habría, iba a sentarle mal de igual modo-. Yo también le hice daño –soltó una risita y giró la cabeza hacia otro lado-. Mike, estaba con él, teníamos una relación, y de la noche a la mañana dejé de verle, de llamarle y de contestar a sus llamadas. ¿Eso no es hacer daño a una persona?
- ¿Eso justifica que se comportara como se comportó contigo?
- Jamás he dicho que lo justificase. Sólo digo que… Se merecía que le escuchase, porque hasta hace nada siempre había pensado que la culpa era suya y sólo suya. Y no es así. Yo también tuve parte de culpa.
Agachó la cabeza y comenzó a hacer movimientos de negación. Hubiera dado un millón de dólares por saber lo que estaba pensando.
Si los tuviera, claro.
- Oye, escucha –me acerqué más a él, salvando la distancia entre nosotros, y atrapé sus manos-. Me he quitado un peso de encima y no ha significado nada más que eso. Me alegro de haber podido hablarlo con él. Alégrate tú también, por favor, aunque sólo sea por mí.
Me miró de reojo.
- Por favor –insistí.
- No es justo que utilices el chantaje emocional.
Reí. ¿Había recuperado su buen humor? Si no era así, estaba dispuesta a devolvérselo.
- Tú también deberías disculparte con él, la culpa de todo fue tuya, en realidad –los ojos se le salieron de sus órbitas y, cuando estaba a punto de decir algo, coloqué mi dedo índice sobre sus labios-. Me robaste el corazón, ¿recuerdas? Si no fuera por tu culpa –recalqué esas palabras, dándolas el sentido que quería que tomaran-, yo seguiría con John.
Sonrió y suspiré de alivio.
- No te enfades, por favor, te prometo que iba a contártelo. No soporto que desconfíes de mí de esa manera, Mike, te lo aseguro. Eso sí que no es justo.
Esta vez, quien suspiró fue él.
- Lo siento. Sé que últimamente no me estoy portando bien.
- No es eso.
- Sí es eso. Estoy demasiado alterado.
- Lo estás –admití-, pero todos tenemos malas épocas.
- ¿Y la mía cuándo se va a acabar?
- Cuando menos te lo esperes.
Acaricié su rostro con lentitud y se acurrucó junto a mí. No soportaba verle así pero con el paso del tiempo había aprendido que había poco que podía hacer al respecto. No era mi culpa que se sintiera como se sentía; al contrario, sino fuera por mí, estaría aún peor. Eso lo sabía, era muy consciente de ello, y estaba orgullosa de poder significar tanto para él. De poder salvarle, como me dijo en una ocasión.
El problema es que no podía salvarle de todo lo que pasaba por su cabeza. Era alguien tan simple y tan complicado a la vez.
Era increíblemente fácil hacer que disfrutara con cualquier mínimo detalle, hacer que sonriera, hacer que estuviera contento… Y sin embargo, al mismo tiempo, era increíblemente difícil hacer que mantuviera esa sonrisa. ¿Por qué? Seguramente se debiera a la magnitud de ideas que pasaban a lo largo del día por su cabeza. Ideas que le habían acompañado desde la niñez y que, probablemente, sería muy difícil que abandonara algún día. Ideas como la desconfianza. Ideas como la soledad. Había crecido con ellas, había aprendido a ver el mundo con ellas, a través de ellas. Sintiéndose solo y desconfiando de las personas. Así era él.
Cuando, a medianoche, el cansancio hizo que ambos nos fuéramos a la cama, todo eso que había estado dando vueltas durante gran parte del día volvió a mí de nuevo. Michael me abrazó como solía hacer siempre y, en sus brazos, fui capaz de entender algo muy simple; y muy complicado a la vez.
La misma pregunta aterrizó en mi cabeza de nuevo: ¿iba a ser siempre así? ¿Iba a desconfiar siempre de mí? Ahora ya tenía una respuesta. Sí, sería siempre así. Michael desconfiaba de mí, y con casi total seguridad lo haría durante toda su vida. Y yo, ¿estaba dispuesta a aguantarlo?
Y entonces fue cuando lo entendí. Allí, en sus brazos, fui totalmente consciente de ello.
Era muy complicado, pues su desconfianza me dañaba de una manera que pocas personas podían siquiera sospechar, por lo que era complicado que cualquier entendiera que quisiera estar con él el resto de mi vida. Pero realmente quería. Y la razón de esto, era muy simple: lo amaba. Y lo que viniera, si venía a su lado, lo superaría.

2 de julio de 2013

Capítulo 85



Eso mismo me pregunto yo

Cerré la puerta con delicadeza y caminé hasta el salón, donde se encontraba John, de pie junto al sofá. Parecía realmente nervioso y me miraba como si llevara años sin verme. Y como si no supiera qué esperar de mí.
Noté como mi anterior expresión de enfado había desaparecido por completo; sorprendentemente, no estaba tan enfadada como cabía esperar en un principio. Y la razón no era ni más ni menos la creciente culpabilidad que estaba experimentando. Por supuesto, no estaba dispuesta a olvidar lo horriblemente mal que me trató, pero desde luego estaba dispuesta a escucharle; y eso era más de lo que podía haber dicho hacía tan solo cinco minutos.
- Siéntate –le dije al cabo de unos segundos, tendiéndole la mano hacia el sofá.
Lo hizo al instante y me senté en el mismo sofá que él, pero alejada unos cuantos centímetros.
- Siento muchísimo todo lo que pasó –se aproximó a mí con lentitud y dudé de sus intenciones-. Me porté realmente mal contigo.
- ¿Esto es alguna especie de truco para conseguir algo? –Pregunté, desconfiada.
- Es un lo siento de veras, porque de veras lo siento –Su voz me recordó al chico que fue conmigo en los inicios de nuestra relación-. No sé cómo pude hacerte aquello, no sé cómo pude actuar de esa manera. Yo te quería realmente, y… Te hice un daño espantoso.
Parecía sincero. Mantuve mi mirada fija en él en busca de algún gesto que me indicara que debía seguir desconfiando, pero todo en él me decía que estaba diciendo la verdad. Lo sentía de veras.
- Entiendo que no quieras saber de mí, y entiendo incluso que no seas capaz de perdonarme, pero necesitaba decírtelo. Desde que pasó todo aquello hasta hoy he estado reuniendo las fuerzas necesarias para venir aquí y conseguir pedirte perdón. No te imaginas lo mal que lo he pasado.
- Reconozco mi parte de culpa –dije al instante-. Yo tampoco debí haberme portado así contigo, fue… -Agaché la cabeza-. Estuvo mal –dije al fin-. De pronto dejé de contestar a tus llamadas y cambié radicalmente contigo y tú no merecías eso después de cómo te portaste –hice una pausa-. Así que yo también lo siento.
Asintió, y la ausencia de palabras creó uno de esos silencios incómodos que no gustan a nadie. Aparté mi mirada de él aunque era consciente de que él no haría lo mismo. Tenía la sensación de que quería decirme algo más.
- ¿Qué tal te va todo? –Preguntó tras unos segundos.
- Bien –sonreí tímidamente-, no me quejo, ya sabes. ¿Y a ti? –Pregunté educadamente.
- Bien, todo bien. Conocí a una chica –dijo de pronto, haciendo que volviera a mirarle-, pocos meses después de terminar lo nuestro. Estoy muy feliz con ella.
Sonreí de nuevo.
- Me alegro. Seguro que es una chica fantástica.
- Se parece mucho a ti.
No debía haber dicho eso. Volví a posar mi mirada en otra parte.
- Perdona, yo…
- Tranquilo.
El silencio incómodo dio paso a una conversación incómoda que cada vez deseaba más que terminara.
- ¿Tú estás con…?
Dejó la frase inacabada. ¿Debía decirle que sí, que estamos juntos y felices, o eso le enfadaría? “La verdad por delante…”
- Con Michael, sí. Estamos bien.
- Y… ¿Cómo es? ¿Te trata bien?
Daba la sensación de estar… ¿Preocupado? Le miré confusa.
- Es genial. Y sí, muy bien.
- ¿Le quieres?
Bajé la cabeza en señal de afirmación.
- Me alegro. No mereces que nadie te haga sufrir.
¿Por qué de repente todo el mundo parecía preocuparse por mi relación con Michael?
Supuse que era el momento de acabar con todo aquello, pero tomó la palabra de nuevo.
- Si algún día quieres quedar a tomar algo… Sólo como amigos –aclaró a los segundos-. Sabes donde encontrarme –exhibió una sonrisa demasiado forzada.
- Vale, sí. No estaría mal. Esto… Tengo que hacer varias cosas por aquí –mentí-, puede que otro día nos veamos.
- Sí, claro, ya me voy.
Se levantó con rapidez del sofá y yo hice lo mismo.
- Bueno… -Se giró hacia mí y me tocó suavemente el hombro-. Cuídate.
- Y tú –sonreí.
Recorrió la distancia que le separaba de la puerta y salió de casa.
No había ido tan mal. ¿No? Parecía realmente arrepentido por lo que había pasado, y estaba tan calmado que por un momento me hizo olvidar todo lo que había pasado con él. Hasta me había quitado un peso de encima, pues nunca me había parado a pensar realmente en el daño que yo le hice a él. Y seguramente fue mucho. Él me quería, claro que me quería, y le traté como si no hubiera significado nada para mí. Michael apareció y me olvidé de todo lo anterior de una manera tan brusca… Y nunca me había parado a pensar en el daño que pude hacer a otras personas. No fue justo por mi parte y me alegraba sinceramente haber podido disculparme con él.
Ahora venía la segunda parte de la cuestión. Contárselo al pariente.
Sabía que Michael se enfadaría por cinco cosas. La primera, haberle querido escuchar. La segunda, haberle dejado entrar en casa. La tercera, haberme quedado sola con él. La cuarta, haberle pedido yo perdón. Y la quinta, no habérselo querido contar en cuanto le viera.
Porque no, no haría tal cosa. A nadie que conociera a Michael y que estuviera en su sano juicio se le ocurriría contarle una cosa tan seria justo después de haber pasado horas al lado de su padre. Sabía que se enfadaría por no habérselo querido contar antes, pero acabaría entrando en razón. Solo necesitaba unas horas para que se relajara a mi lado y después sería perfectamente informado de todo.
Media hora después apareció, sorprendentemente, en casa.
- ¡Mike! –Me abalancé sobre él-. Qué pronto has venido.
- Estoy exhausto –caminó hasta el sofá sin ni siquiera darme un beso y se tumbó en el más grande-. Ha sido una mañana agotadora. ¿Cómo una sola persona puede acabar con toda tu energía? –Colocó las manos sobre la frente y cerró los ojos.
Evidentemente, ahora no era buen momento para contarle nada.
- Bueno, pero ahora estás aquí, conmigo –me arrodillé en el suelo y le besé dulcemente en la mejilla, inclinándome hacia él-. ¿Tan mal ha ido?
- Vamos a retrasar la grabación del disco hasta Abril.
Mentalmente, aplaudí, hice mil volteretas en el aire y lloré de felicidad. Más tiempo para mí.
- ¿Por qué? –Fingí indignación y traté de ocultar una sonrisa.
- Lo creen mejor así. De momento vamos a ultimar los detalles de la nueva canción y después pasaremos a lo demás.
- ¿Y qué opinas de eso?
- ¿Importa?
Enarqué una ceja.
- A mí sí.
Sonó más borde de lo que me hubiera gustado y me miró al instante. Se acercó más a mí y rodeó mi cuello con su brazo izquierdo.
- Ya sé que a ti sí –me aproximó hasta él para poder besarme y no tuve intención alguna de apartarme-. Es sólo que… Parece que a nadie más le importa, y eso que soy el artífice del disco.
“Y tus hermanos”, pensé, pero tampoco era buen momento para añadir algo así. Lo cierto es que no me gustaba mucho meterme en todos esos asuntos familiares que se traían. Es cierto que no se portaban nada bien con Michael, pero muchas veces él tampoco se portaba bien con ellos. Era como el pez que se muerde la cola; jamás finalizaría todo aquello.
Continuó explicándome todo lo que habían acordado esa mañana y a medida que lo hacía la poca vitalidad con la que había entrado por la puerta se desvaneció por completo. Al rato oímos cómo se abría la puerta y se incorporó en el sofá.
- Seguro que es Nana –comenté para que volviera a tumbarse. Asintió y permaneció sentado, así que me levanté del suelo y me senté a su derecha, sosteniendo sus manos.
- Hola, Michael –saludó Nana, colocando las bolsas de la compra sobre la mesa del salón-. ¿Te quedas a comer, no?
- Si me invitas… –sonrió.
- Siempre estás invitado –se acercó hasta nosotros y me miró. Supe al instante lo que iba a decir y comencé a negar sutilmente con la cabeza, pero fue demasiado tarde-. ¿Qué tal con John?
Permanecí inmóvil y sentí como, a mi lado, Michael se giraba para mirarme. Para asesinarme con la mirada, más bien.
- ¿Qué John? –Preguntó.
Torcí el labio indicándole a Nana que había metido la pata hasta el fondo.
- ¿Ha venido John? –Continuó preguntando.
- Voy a hacer la comida… -Dijo Nana, girándose lentamente-. O a meter un rato la cabeza en la pila, a ver si con suerte me ahogo.
- ¡¿Ha venido John?!
- Aguanta media hora bajo el agua Nana, y ya luego me cuentas qué tal –elevé la voz para que pudiera oírme, pues ya había entrado en la cocina.
Michael seguía a lo suyo.
- ¿Ha venido John y no me has dicho nada?
Me enfrenté a él reuniendo el valor de donde pude. Sabía que se enfadaría por no decírselo nada más verle, tal y como ya había pensado antes, pero no contaba con el hecho de que fuera a ser otra persona quien se lo dijera. Eso le enfadaría aún más.
- Mike –comencé con tranquilidad, girándome por completo hacia él-, estabas contándome qué tal tu mañana, no iba a interrumpirte. Cuando acabaras…
- Que John haya venido es más importante que un estúpido disco –me cortó.
- ¿Es más importante para ti? Porque para mí desde luego no.
- Te hizo daño –fue todo lo que dijo-. Y se presenta aquí, sin aviso… –Su rostro cambió de pronto-. ¿O no es la primera vez que viene?
Le miré con incredulidad.
- ¿Qué estás diciendo?
- ¿Ha venido más veces?
- ¡¡No!! –Exclamé-. Claro que no, de ser así te lo habría contado.
- ¿Igual que me has contado esto?
- Michael, iba a contártelo. ¿Por qué iba a ocultártelo?
- Eso mismo me pregunto yo.
- Oh, por favor –puse los ojos en blanco y retiré mi mirada de él.
La misma desconfianza de siempre volvía a estar presente. Y con ella, desde luego, no contaba.
¿Iba a ser siempre así?

1 de julio de 2013

Capítulo 84



Culpa

Una semana después todo parecía haber vuelto a la normalidad; y la tranquilidad también había vuelto a mí. Ese lunes, incluso, tenía día libre en el restaurante. Habían sabido reconocer mi trabajo duro de esas últimas semanas y me habían compensado con dos días para que me relajara. Lo agradecí tan profundamente que estuve a punto de llorar al conocer la noticia; me contuve, por suerte.
Y por suerte también, nuestra particular relación con Alex marchaba a las mil maravillas. Era un chico más simpático aun de lo que había parecido en un principio, colaboraba con todas las tareas de la casa sin rechistar ni escaquearse, incluso hubo un par de días en los que nos había preparado una cena exquisita. Nos dijo que era un regalo por la buena acogida que había tenido; no se daba cuenta de que él sí había sido un regalo para nosotras. Que todo fuera bien con él significaba dos cosas. Una: estaba segura de que, por fin, había encontrado un amigo de verdad en Los Ángeles, algo que echaba mucho de menos desde que me fui de España. La segunda: se acabaron las horas extra en el restaurante. Alex parecía tener un buen colchón económico que nos permitía estar, de nuevo, aliviadas con el piso. No es que nos sobrara, pero por primera vez desde la marcha de Lorena no nos faltaba, y eso era importante. Muy importante.
Así que gracias a mi día libre y a mi buen humor esa noche dormí más de diez horas seguidas del tirón, algo que hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no conseguía hacer. La noche anterior Michael había decidido no quedarse a dormir para hoy poder madrugar y ultimar los detalles para la grabación de su nuevo disco, que sería inminente. Por una parte, lo lamenté; siempre era fantástico poder disfrutar de la compañía de mi precioso novio. Pero por otra… Toda la cama para mí sola. Necesitaba dormir como lo había hecho y lo disfruté realmente.
- Buenos días, dormilona –sonrió Nana desde el sofá, una vez que reuní fuerzas para dejar de hacer pereza y levantarme.
- ¡Buenos días! Qué bien he dormido, ya podría ser siempre así.
Me senté a su lado y me estiré todo lo que fui capaz, al tiempo que se me escapaba un bostezo.
- No creo que sigas teniendo sueño –comentó.
Negué con la cabeza mientras me hacía un ovillo en el sofá y sonreí. Qué bien me encontraba.
- ¿Vas a salir a algún lado?
- Tengo que ir a comprar varias cosas, estaba esperando que te levantaras para decírtelo. Marina se ha ido a otra entrevista de trabajo.
- Ojala haya suerte.
- Ojala.
Todos lo deseábamos profundamente.
El sonido del timbre nos sobresaltó a las dos, y Nana me dirigió una mirada de sorpresa.
- ¿Michael? –Preguntó.
- No creo, iba a estar toda la mañana ocupado.
Me levanté de un salto, albergando la esperanza de que sí fuera Michael. Sabía que era difícil que se presentara allí tan pronto, hacía un par de días me había comentado que ese disco le iba a mantener muy ocupado y algo alejado de mí durante un tiempo. Maldije el disco y a la música en general; pero entonces me tarareó un par de canciones y se me pasó. El mundo también debía disfrutar de él.
Era difícil que fuera él, pero no imposible, desde luego. Se trataba de Michael, ¿había algo que fuera imposible viniendo de él?
Caminé deprisa hasta la puerta y la abrí, ni corta ni perezosa.
La vida es curiosa, y cuando menos te lo esperas tiene algo preparado para sorprenderte. Hay cosas que no vemos venir y que ni siquiera somos capaces de imaginarnos, y, de repente… Ocurren.
- Hola.
La voz de John al otro lado de la puerta me resultó extraña; y desagradable. Tanto tiempo sin saber de él, ¿qué quería de mí ahora? Es más, ¿qué quería yo de él? Nada. ¿Para qué aguantar sus tonterías? No tenía por qué.
Mi primer impulso fue cerrar de nuevo la puerta, sin ni siquiera dirigirle la palabra, pero su brazo me lo impidió.
- Por favor, escúchame. Necesito hablar contigo.
- No veo por qué puede interesarme lo que vayas a decirme.
Seguí empujando para acabar definitivamente con aquello, pero, como siempre había ocurrido, era más fuerte que yo. Imaginé otra escenita como las pasadas y una punzada de nervios se clavó en mi estómago. ¿Qué querría? Temía sinceramente que viniera a hacerme daño.
- Si no te vas llamaré a la policía –mi nerviosismo era absolutamente perceptible-. Lo digo en serio. Vete.
- Vale, escucha.
Levantó las manos, dejando de empujar la puerta, por lo que definitivamente fui capaz de cerrarla de un portazo. Me apoyé en ella, haciendo más presión y suspirando profundamente. Nana apareció ante mí al instante, interrogándome con la mirada.
- John está al otro lado.
- ¿John el capullo?
- El mismo –suspiré nuevamente.
¿Qué narices hacía ahí?
- Judith, escúchame, por favor –oíamos su voz, ligeramente distorsionada por la separación que había puesto entre nosotros-. Por favor, te lo pido por favor.
No contesté. Permanecimos en silencio, los tres.
- De acuerdo, lo haremos así entonces –tomó la palabra de nuevo al cabo de unos segundos-. Aunque seas incapaz de creerme, vengo a pedirte perdón. Me porté como un auténtico imbécil y llevo meses intentando reunir el valor suficiente para venir aquí a suplicarte que me perdones. ¿Cómo pude tratarte así? Ni siquiera me reconozco cuando miro atrás –las últimas palabras fueron menos audibles que las demás, y acto seguido suspiró-. Sabía que esto iba a ser así, que ni siquiera ibas a querer escucharme, pero al menos me quedo tranquilo sabiendo que he sido capaz de reconocer lo que hice y de pedir perdón.
“He sido capaz de reconocer lo que hice y de pedir perdón”. Repetí mentalmente aquellas palabras.
Entonces, la imagen del John que conocí acudió a mí. El mismo John que me ayudó a adaptarme nada más llegar, el mismo John que me ayudó a encontrar trabajo, el mismo John que me enseñó Los Ángeles sin ninguna otra intención que pasar tiempo a mi lado. Nunca me lo había preguntado, pero… ¿Qué fue, de repente, de ese John? Cuando todos los problemas empezaron, ¿dónde quedó ese chico agradable y generoso? ¿Dónde quedó ese buen chico que creía haber conocido?
La punzada de nervios que había sentido instantes antes se convirtió en culpa. Por alguna razón siempre había atribuido todo lo que pasó a su personalidad. Ahora, mirándolo con perspectiva, por primera vez, reconocí que tenía mucha culpa en todo lo que pasó. Él me trató mal, muy mal; pero yo tampoco me porté nada bien con él.
¿Dónde quedó ese buen chico? Yo había hecho que se encondiera.
Al menos, merecía ser escuchado.
Me giré con la intención de abrir la puerta y Nana se colocó al instante a mi lado.
- ¿Qué se supone que haces?
- Tengo que hablar con él.
- ¿Desde cuándo? –Nana parecía sorprendida. ¿O enfadada?
- Desde que hace cinco segundos me he dado cuenta de que yo también tengo gran parte de culpa de todo lo que pasó.
- ¡Te empujó y acabaste en el suelo! –Chilló.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar aquello.
- Tienes razón. Y eso no lo va a borrar nadie. Pero quiero hablar con él.
Abrí la puerta y me le encontré cabizbajo, con las manos juntas y moviéndolas con nerviosismo. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos y comprendí que estaba verdaderamente arrepentido. Me hice a un lado mostrándole que le dejaba pasar y me susurró un “gracias”.
Cuando me giré para contemplar a Nana parecía incluso más hostil que antes.
- Vete a comprar lo que tengas que comprar, no pasa nada –le dije, una vez que John ya se había dirigido al salón.
- No pienso dejarte sola con él –me espetó.
- Voy a estar bien. De verdad, confía en mí.
- Confío en ti. En quien no confío es en él.
- Tú le has visto igual que yo. ¿Le veías enfadado? –No dijo nada-. Está arrepentido. Por favor, déjanos solos.
Nana miró para otro lado. Ella sí estaba enfadada. Seguramente no entendía por qué quería hacer eso, pero realmente quería. De pronto me sentía profundamente culpable. Había estado tan pendiente de Michael y de lo que pasaba con él que no había sido verdaderamente consciente del daño que le había hecho a John.
- Por favor –la supliqué de nuevo.
Volvió a mirarme con malos humos y se alejó de mí, dejándome completamente pasmada. Odiaba que se enfadara conmigo.
En menos de diez segundos había aparecido bolso en mano; dispuesta a salir de casa. La sostuve por los hombros y la di un abrazo.
- Estaré bien.
- Eso espero –correspondió mi abrazo y salió por la puerta.
Suspiré. Yo también lo esperaba.