22 de septiembre de 2011

Capítulo 66.

No quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.

- Genial… -susurré. Era lo que menos me esperaba y, para ser sincera, lo que menos me apetecía. Estaba enfadada con él, estaba muy enfadada con él.
- Hola… -susurró también.
Las chicas abandonaron la habitación inmediatamente y Michael se sentó en la cama, aunque a una distancia considerable de mí. Su rostro me indicaba que él también estaba molesto.
- ¿Estás enfadado? –pregunté seriamente sin darle tiempo casi a acomodarse.
- Sí, la verdad es que sigo bastante enfadado –su tono cobró seguridad y me regañó con la mirada.
- Pues no sé a qué has venido, esta vez no seré yo quien de su brazo a torcer si es lo que esperas que haga –le espeté para su asombro.
Esperó unos segundos en los que observé sus intenciones de hablar; intenciones que debió desechar al instante pues bajó la cabeza y juntó ambas manos sobre sus rodillas.
- ¿Qué nos está pasando? –murmuró-. ¿Por qué no hacemos otra cosa que discutir? No me esperaba algo así…
- ¿Y qué te esperabas? ¿Una chica que te diera la razón en todo? ¿Alguien que te bailara el agua aunque no estuviera de acuerdo con lo que haces o dices? Lo siento, Michael, pero yo no soy así. Tengo mi carácter y no tengo porque dejar que tú pases por encima de él –resoplé y continué mirándole. Me dolía verle así y me dolía todo aquello, pero si buscaba alguien dócil a quien manejar a su antojo se había equivocado de persona.
- No me refiero a eso –elevó levemente la cabeza y me miró de reojo como sorprendido por lo que acababa de escuchar-. Me gusta como eres, me gusta que tengas carácter. No quiero arrebatártelo porque es algo tuyo y además algo que aprecio. No sé por qué has dicho todo eso -Le miré sin entender y me acerqué ligeramente a él-. No esperaba tantas discusiones y tantos problemas en tan poco tiempo. No hablo sólo de ti, también hablo de mí. No sé que nos pasa pero quiero que acabe ya porque te quiero y quiero estar contigo. Y odio esta situación. Odio que estés sentada lejos de mí y odio no poder abrazarte cuando llevo tanto tiempo sin verte.
Levantó, esta vez sí, la cabeza del todo y posó su mirada en mí quizá esperando que le dijera algo. Pero llevaba tanta razón en todo lo que había dicho que parecía que cualquier cosa que yo pudiera comentar en estos momentos sobraba. Así que salvé la distancia entre nosotros y apoyé mi mano en su hombro. La sostuvo delicadamente y la acercó hasta sus labios.
- Siento no haberte llamado la noche aquella. Me hicieron una fiesta, apenas tuve tiempo para respirar, y luego estaba agotada y… Siento no haberlo hecho, en serio, pero tú tampoco debiste haber reaccionado así.
- Pero, ¿cómo crees que me sentía? Te hice un regalo de cumpleaños que muy pocas personas hubieran sido capaces de hacer, y no hablo del dinero que costó, habló de lo que significó. Significó tenerte lejos en un día que siempre ibas a recordar; acepté que no quisieras que fuera contigo con la única condición de que me llamaras todas las noches. Y la noche que de verdad tenías que llamar no lo hiciste. Y no sabes lo que me dolió. El día de tu cumpleaños, Judi, un montón de gente felicitándote y yo pegado al teléfono como un bobo –bajó la cabeza de nuevo y me sentí horrible. Pasé mi brazo por su cuello y le besé en el pelo dulcemente-. Sólo quería estar contigo de alguna forma posible y no me diste la oportunidad de hacerlo.
- Me siento fatal… -el nudo en la garganta apareció y me mordí el labio inferior en señal de aguante; no quería dar rienda suelta a lo que me rondaba la cabeza-. No sé ni qué decirte. Perdóname…
- Y después me dices que no te quiero, que sólo quiero a alguien cerca –me miró con media sonrisa y supuse que no le hacía ninguna gracia-. ¿Cómo puedes decir eso? Es algo que no me emociona excesivamente, pero si salgo a la calle tengo a mil chicas tirándose a mi cuello. Si sólo quisiera no sentirme solo me buscaría a una chica que no me trajera tantos quebraderos de cabeza como me traes tú –me apuntó con el dedo índice y me miró de esa forma que sólo él sabe hacer-. Si simplemente quisiera estar con alguien, si no me importara con quien, me buscaría a alguien más manejable y no a un terremoto como eres tú, que arrasas con todo; y me incluyo –sonrió de nuevo y volvió a bajar la cabeza-. Pero te quiero a ti y no quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.
- No quiero que dejes de hacerlo… -musité-. Nunca.
Me miró de nuevo y me dio un tierno y rápido beso en los labios. Acaricié sus mejillas y me recosté contra él.
- Por eso veo absurdo tantas discusiones. ¿Me quieres? –preguntó a los pocos segundos.
- ¿Ya estás otra vez con preguntas que no tienen ningún sentido? Claro que lo hago y no quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.
Ambos sonreímos y me retiró el pelo de la cara.
- ¿Puedo contarte algo?
- Sí –respondí segura.
- Llamé a Natalie -apreté los labios y fruncí el ceño. Eso sí que no me lo esperaba-. Y las veces que no contesté a tu llamada… La mayoría estaba con ella. Y no quise ponerme. No quería hablar contigo y ella era una de las razones. El primer día que la llamé estuvimos todo el día juntos. El segundo durmió en mi casa. A la mañana siguiente me besó. Y no protesté, ni siquiera me importó –bajé la cabeza y me rompí en pedazos. Me sujetó el mentón y elevó mi rostro para que pudiera mirarle de nuevo-. Escúchame –susurró-. La pedí tiempo, la dije que no quería que volviera a hacerlo porque tú estabas lejos y no era justo que pasara nada y que ni siquiera pudieras saberlo, que primero debía hablar contigo y… –no daba crédito a lo que estaba oyendo así que me levanté y caminé nerviosa por la habitación. Él se levantó al tiempo y trató de coger mis manos pero me zafé de él.
- ¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?
- ¿Te das cuenta de que no me has dejado terminar?
- ¿Te das cuenta de que no quiero escuchar nada más?
Rió y me dieron ganas de darle un inmenso bofetón.
- ¿Y te ríes?
- Déjame acabar.
- No quiero.
- Vas a tener que hacerlo.
- ¿Me vas a obligar?
- Sí.
Nos miramos durante unos segundos y me apoyé en la mesa de espaldas. No quería escuchar más. No sabía ni cómo sentirme, ni qué decir, ni de qué forma matarles a los dos. Maldito diablo, siempre buscando el momento para colarse en la vida de Michael.
- Estaba enfadado, recuérdalo.
- Yo también estaba enfadada contigo pero no por eso caí en los brazos de cualquiera. Y no porque no tuviera oportunidades, ¿eh?
- Luego me contarás eso –levantó una ceja y sujetó mis hombros quedándose frente a mí-. Estaba muy enfadado y Natalie me había hecho pasar unos buenos días mientras que tú no me habías dado nada más que…
- ¿Quebraderos de cabeza? –le corté.
- Unos meses muy confusos –resopló-. Y yo quería estar bien de una vez y por un momento me planteé lo que habías dicho. ¿Y si no te quería a ti tanto como creía? ¿Y si sólo necesitaba a alguien? Tenía a Natalie y estaba bien, ¿por qué no intentarlo con ella?
- ¿Es absolutamente necesario que me cuentes todo esto? –solté una pequeña lágrima que atrapó en seguida y acarició mi cara.
- Sí.
- No sé a dónde pretendes llegar pero no me interesa.
- Te quiero. A ti. Sólo a ti. Ahí es a donde pretendo llegar. No quiero la compañía de otra persona, no quiero a Natalie, no quiero a nadie que no seas tú. Todos tenemos dudas, ¿no? Yo las tuve pero te aseguro que no las volveré a tener. He aprendido, Judi. He aprendido de todo esto mucho. Si estoy aquí es porque, a pesar de que estuviera enfadado, te quiero. Te quiero mucho. A ti.
Sonreí medianamente y rodeé su cintura con los brazos apoyándome en su pecho.
- ¿Y Natalie?
- Ni siquiera fue ella el motivo de mis dudas. Estaba ella igual que pudo estar otra persona. Lo único que me pasó fue que estaba enfadado y en lugar de romper cosas me dio por pensar. Es que no te imaginas lo enfadado que estaba –rió-. No recuerdo haber estado así nunca –se mordió el labio inferior y agradecí que estuviera ahí, conmigo.
- ¿No la has vuelto a ver?
- Sí. La dije que lo sentía pero que no podía llegar a sentir por ella lo que sentía por ti, por mucho que pasara el tiempo… Sois tan diferentes –me clavó su mirada y ambos sonreímos-. En serio, sois tan completamente diferentes que no sé en qué momento se me pudo pasar por la cabeza la estupidez de intentarlo con ella –rió de nuevo y le abracé con fuerza.
- Te he echado de menos –le di un beso en la oreja y comprobé cómo se estremecía. Sonreí ante aquel gesto y busqué sus labios con necesidad, con urgencia.
- Y yo a ti. Te diría que empezáramos de cero pero no me parece justo. Hemos pasado muy buenos momentos juntos y no quiero olvidarlos ni hacer como si no hubiesen existido. Pero podríamos olvidarnos de los últimos meses, eso sí. Por favor. Como si lleváramos sin separarnos desde que nos conocimos, ¿vale?
- Me parece bien. Pero, ¿qué les contaremos a nuestros hijos cuando nos pregunten que hicimos durante todo este tiempo?
Se rascó la cabeza y le abracé aún más fuerte. Que guapo era.
- Tenemos tiempo para inventarnos algo, ¿no crees?
Asentí y le besé de nuevo.
- Chicos… -la puerta se tornó ligeramente y Lorena asomó la cabeza-. La comida ya está, luego podéis seguir con la reconciliación.
- ¿Qué reconciliación? –preguntó.
- ¿Alguna vez hemos estado enfadados? –Le miré y sonreímos de nuevo.
Lorena suspiró y se fue murmurando al salón.
- Te quiero –susurré.
- Y no quieres dejar de hacerlo, ¿verdad? Porque voy a querer que lo hagas siempre.

20 de septiembre de 2011

Capítulo 65.

Lecciones.

Tres semanas después no sabía definir con exactitud cómo me encontraba, ni sabía ordenar la cantidad de cosas que pasaban por mi cabeza a cada momento del día. Todo formaba una especie de torbellino que me atrapaba sin posibilidad de escapar, lo que provocaba que yo misma sumara más cosas a ese torbellino y se fuera haciendo más y más grande hasta el punto de volverse imparable incluso cuando, en teoría, estaba durmiendo o descansando. Era el pez que se mordía la cola: cuánto más pensaba más problemas encontraba; cuántos más problemas encontraba más pensaba. No sabía cómo salir de todo eso. Al menos hasta hacía un par de días tenía claro dónde quería salir de eso: en mi casa, en mi pueblo, en mi ciudad, con mi gente. Pero ahora empezaba a echar demasiado de menos varias cosas. Sobre todo a mis tres ángeles; de las que llevaba una semana sin tener noticias. Las llamaba y no contestaban y ni siquiera tenía muy claro el motivo, porque lo había intentado a todas horas. No lograba dar con ellas y estaba empezando a preocuparme de verdad. Y a angustiarme.
Luego, Michael. Con la calma y la tranquilidad que me habían trasmitido muchas personas había decidido, tres días después de la discusión, volver a llamarle y solucionar las cosas. No podía estar tranquila si algo iba mal. Se había comportado como un crío, sí, pero yo tampoco había sido demasiado justa. Y como, por suerte, nunca había pecado de orgullosa, no me importaba dar yo el primer paso y pedirle perdón. Pero no contestó a esa llamada. Pensé que simplemente no estaba en casa y podría volver a intentarlo. Pero lo intenté y me dieron la misma respuesta: no puede ponerse. Diez llamadas más tarde la respuesta continuaba siendo la misma y lo único que había obtenido había sido una breve conversación con Janet. Ni una sola explicación salvo la que me tejí yo misma: su enfado no se había pasado. Así que mi orgullo de pronto creció y decidí no volver a llamarle. Y todo este asunto estaba empezando a hacerme replantear ciertas cosas.
Y para rematar estaba Sergio. Había perdido la cuenta de las veces que le había explicado que el beso para mí no había significado nada más que la confirmación de que quería a otra persona. Pero parecía ser que no lo entendía o que no lo quería entender. En cualquier caso lo que fuera que sentía por mí daba señales de ir aumentando, pues no me dejaba ni a sol ni a sombra. Y estaba empezando a agobiarme.
Así que preocupada, angustiada, pensativa y agobiada como estaba, una mañana tomé la decisión de volverme a Los Ángeles. Y la tomé como suelo tomar todas las decisiones: en un par de segundos. Me desperté, me incorporé en la cama y supe que había llegado el momento de regresar y enderezar un poco mi vida que, extrañamente, se había revuelto al volver al lugar que siempre me había hecho ser feliz. La vida tiene cosas extrañas y poco podemos hacer por entenderlas; estás muy a gusto en un sitio y al día siguiente decides que tienes que cambiar y marcharte.
No es que fuera a renunciar a mi lugar de origen, ni mucho menos, pero tuve la sensación de que mi estancia allí se había acabado al menos en un tiempo.
- ¿Lo has pensado mucho? –preguntó mi madre por enésima vez en la comida, que se había convertido en una tortura después de comunicarles mi decisión.
La miré confirmando con la mirada que no tenía vuelta atrás y me volví hacia mi padre, convencida de que estaba a punto de darme tres mil razones para que me quedara un par de días más. Pero todo lo que hizo fue sonreír.
- Lo echas de menos, ¿verdad?
- Y yo que pensaba que cuando te hablara de él ibas a protestar por el simple hecho de que hubiera un chico en mi vida… -sonreí yo también.
- Te veo ilusionada y feliz. Así que… -se pasó los dedos por la boca en señal de silencio y continuó comiendo.
- Mañana iré al pueblo a despedirme de todos y en dos días cogeré el avión –levanté la cabeza y miré al frente. Quise creerme que estaba tomando la decisión correcta.

Y correcto o no… En tres días estaba pisando de nuevo suelo americano. Nadie fue a recogerme al aeropuerto como en las películas, aunque tampoco me esperaba ningún tipo de recibimiento teniendo en cuenta que nadie sabía que había vuelto. Traté de llamar a las chicas pero, como los días anteriores, no había obtenido respuesta. Mi angustia creció cuando pensé de nuevo en ello y corrí a buscar un taxi que me reuniera con ellas de una vez por todas.
Todo estaba tal y como lo había dejado. Las calles, las personas, los teatros, los viejos monumentos. Mi portal, su escalera y la puerta de mi casa. Introduje la llave sin tener muy claro qué esperaba encontrarme después de tanto tiempo y abrí la puerta lentamente. Asomé la cabeza y comprobé que allí también estaba todo como lo había dejado. Avancé un par de pasos y vi a las tres frente a mí, con el evidente signo de haberse levantado de un sobresalto. Con sorpresa en sus rostros. Y alegría.
Corrieron hacia mí y las abracé de buena gana mientras oía como me habían echado de menos. Nos separamos a los pocos segundos y las miré a las tres en busca de señales de que algo andaba mal. Pero se mostraban como siempre, incluso más felices de lo habitual. Suspiré por pura incredulidad y esperé a que dijeran algo. Pero sólo se limitaron a hacerme trescientas preguntas a la vez sin dejarme siquiera contestar a alguna de ellas.
- Vale, vale, vale –dije al cabo de unos segundos de absoluta locura-. Lo primero de todo, ¿se puede saber por qué no contestabais mis llamadas? –reproché-. Me teníais preocupada. Mucho.
- ¿Ah, sí? –rió Marina.
- No veo porque esto puede causarte gracia –caminé hasta el sofá y me desplomé en él. No me había dado cuenta hasta ahora, pero estaba cansada.
- ¿Verdad que no? –preguntó Nana mientras las tres me rodeaban. Las observé sin entender y las di paso con la mirada para que me explicaran de una vez qué estaba pasando-. Es simple. Tú no dabas señales a Michael, nosotras no te las dábamos a ti.
Abrí la boca hasta el suelo.
- ¿Tenéis idea de lo preocupada que me habéis tenido? –prácticamente chillé-. ¡Y todo por una tontería!
- ¿Una tontería? –Preguntó Lorena-. Has estado a muchos kilómetros de tu novio y no le has llamado. Simplemente le hicimos un favor e hicimos que te sintieras como se sentía él: preocupado. Y confundido.
- Hace semana y media nos llamó pidiendo noticias tuyas. Dijo que hacía un par de días que no le llamabas y que no sabía cómo localizarte para saber si estabas bien. Le dijimos que todo estaba en orden y que no se preocupara. Pero, ¿qué íbamos a hacer? ¿Dejarlo como estaba? Sabes que somos mucho de dar lecciones –Sonrió Nana.
- Y ahora, cuéntanos la historia, el por qué de tu desaparición.
Mi cara de asombro solo era comparable con la sensación de enfado que se había apoderado de mí.
- La próxima vez que queráis dar lecciones os informáis un poco mejor de cómo está el asunto –me levanté del sofá y me giré para recriminarlas su actitud-. Michael y yo discutimos y después de eso le llamé unas quinientas veces para tratar de solucionarlo. Pero no contestó. Ni una sola llamada –sus caras cambiaron completamente y Marina se levantó del sofá tratando de hablar pero la callé-. Intenté dar con él a todas horas del día pero no quería ponerse. Cuando dejé de llamar debió arrepentirse y entonces habló con vosotras. Y vosotras, en lugar de hablar conmigo, decidisteis darme una lección. Ya está, fin de la historia. Me voy a dormir.
Salí del salón tan rápido como mis cansadas piernas me permitían y me encerré en mi habitación de un portazo. No sabía con quien estaba más enfadada de todos, sólo sabía que en esos momentos odiaba al mundo entero. Me puse boca abajo tratando de acabar con toda clase de pensamientos y, para mi sorpresa, concilié el sueño en pocos minutos.

- Judith… -apreté los ojos con fuerza y me di la vuelta. No sabía quién era, pero me daba igual-. Despierta, anda. Tenemos que hablar contigo –reconocí confundida aún la voz de Nana y resoplé.
- ¿Y si lo dejamos para luego?
- No… Tiene que ser ahora.
- Me habéis despertado, sabéis que os voy a odiar.
- Preferimos que nos odies por despertarte a que sueñes con matarnos mientras duermes.
- No estaba soñando con mataros… Sólo con daros una paliza.
- Nos quedamos más tranquilas. Venga –Marina tiró de mi brazo y me obligó a incorporarme-, tiene que ser ahora.
Las miré medio dormida y me arrasqué la cabeza.
- No soy persona, no sé qué queréis de mí.
- Te hemos preparado una cena riquísima para compensarte por lo de estos últimos días –sonrió Nana.
- Lo sentimos, en serio, pero Michael no nos contó nada de lo que había pasado.
- Si hubiéramos sabido que no fue culpa tuya no lo habríamos hecho, y lo sabes.
Sabía que estaban arrepentidas pero no iba a rendirme y a perdonarlas tan fácilmente… Al menos no iba a mostrarlas que ya lo había hecho.
- ¿Qué hay de cenar? –pregunté, aparentemente aún enfadada.
Se miraron y sonrieron.
- Espaguetis.
Reí.
- Perdonadas.
Nos abrazamos durante unos segundos y cuando estaba a punto de levantarme me retuvieron en la cama.
- Aún hay una última cosa que debes hacer antes de probar nuestros exquisitos espaguetis.
Las miré sin entender y entonces Michael apareció por la puerta.