29 de junio de 2010

Capítulo 28.

Cuando un montón de barro se vuelve especial.

- Que pelota eres a veces -dije, una vez me había bajado de sus brazos.
- ¿Yo? Si eres tú la que se pasa todo el día: “Michael, que guapo eres”, “Mike, que no sé que” -agarró mi mano y sonrió. Hizo una pausa y rió de nuevo-. “Michael que sonrisa más bonita” -miró mi cara, que mostraba una total incredulidad y se echó a reír a carcajadas.
- Serás idiota. No te preocupes que de mi boca no volverá a salir ni una sola palabra bonita. A ver cuánto eres capaz de sobrevivir sin mi “peloteo”.
- Ni 5 segundos.
Volvió a levantarme por los aires y me apoyó contra un árbol, sujetándome firmemente por las piernas.
- Suéltame, eres demasiado feo para mí -sonreí, acariciando sus mejillas con mi nariz. Pude ver su deslumbrante sonrisa de reojo y después de darme unos cuantos besos, de esos que tanto me gustaban, por el cuello, volvió a dejarme en el suelo.
- Vamos deportista, aun nos quedan muuuchos rincones que explorar.
Agarró mi mano y continuamos andando.
Íbamos a un ritmo lento para poder contemplar todo el paisaje perfectamente. Sabía muy bien que Michael adoraba la naturaleza y todo lo que tuviera que ver con ésta. He de decir que era un panorama totalmente cautivador. Llevábamos siguiendo desde hacía un buen rato un pequeño camino que él conocía a la perfección. Había árboles a ambos lados de éste, todos ellos de un verde intenso e inmensamente altos. Más próximos al camino se hallaban diferentes arbustos, llenos de flores que yo no sabía ni que existían. Mike iba contándome todo lo que sabía acerca de ellas, y recogía una flor de cada tipo para mí.
- Una flor para otra flor -me decía sonriente.
- Luego soy yo la que pelotea...
Después de media mañana recorriendo ese camino, Mike comentó que debíamos adentrarnos en el bosque para poder llegar a un claro con un lago, donde comeríamos. No pude evitar acordarme de aquel maravilloso día en su casa, donde empezó todo. Él lo notó y agarró más fuerte mi mano, sonriendo.
- Espera, ¿me estás diciendo que vamos a tener que caminar por aquí? -dije mientras contemplaba el poco agradable sendero que había ante nosotros. Estaba todo lleno de barro, pues dos días antes había llovido y no parecía nada seguro para alguien que tiene una gran capacidad para resbalar en cualquier parte.
- Oh, venga ya, no seas quejica. Vamos.
Tiró de mí de mala gana y en cuanto puse el pie en la primera piedra me di cuenta de que llegaría a casa siendo, no una persona con barro, sino un montón de barro con una persona apenas visible debajo.
Cavilé cada mínimo movimiento para evitar caerme y vi como Michael iba de piedra en piedra sin ninguna dificultad. ¿Por qué tenía que ser tan absolutamente perfecto en todo?
- Eh, SuperMichael, ¿serías tan amable de esperarme?
Se giró y me observó con esa sonrisa burlona en su cara.
- No sé que decirte, todavía te quedan unos cuantos años hasta llegar a donde estoy yo.
- ¡Lo que daría para verte revolcado en el barro después de un gran resbalón!
Se acercó hasta donde yo estaba y me tendió la mano.
- Anda, ven. No me extraña que me pelotees tanto, soy más bueno que el pan.
- Que el pan duro, querrás decir -hice una mueca y le miré-. Yo no paso por ahí -el peligro se hallaba ante mí. Había una distancia considerable desde donde yo estaba hasta el siguiente lugar donde era recomendado pisar.
- No seas miedica, no te vas a caer.
- ¿Y si lo hago que?
- Pues no pasará nada excepto que me reiré de ti -sonrió.
- Ah, es un consuelo -hice ademán de dar un salto, pero antes le miré con desconfianza-. Agárrame, por favor.
- Que si...
Inspiré profundo mientras oía su risita de fondo, lo cual no ayudó mucho. Di una gran zancada y puse un pie en un trocito de hierba, con tan mala suerte que resultó que ésta también estaba inundada. Resbalé y me agarré a Michael con fuerza, sintiendo cerca mi salvación. Pero, por primera vez, vi un gesto torpe por parte suya al resbalar él también.
Michael cayó al suelo, y yo encima de él.
- ¿Estás bien? -dije, mientras revisaba su rostro.
- Sí, eso creo. ¿Y tú?
- He caído en blandito -sonreí, mientras le acariciaba el pecho-. Que torpe eres, ¿no?
- Has sido tú, patosa. Has resbalado y me has hecho resbalar a mí.
- Ya, claro, excusas. Anda vamos.
Me incorporé de un salto, haciendo gala de lo bien que me encontraba y le observé tirado en el suelo, intentado limpiar sus brazos. Revisé toda mi ropa, sin una gota de suciedad y le volví a mirar. No pude evitar reírme. Me taladró con la mirada y se levantó él también. Decir que estaba manchado era poco, por lo que reí a carcajada limpia.
- Estás un poco lleno de barro, ¿no?
Volvió a clavar su mirada en mí y curvó las comisuras de sus labios. En un segundo adiviné sus intenciones, pero en medio segundo él ya las había realizado. Me cogió por la cintura, levantándome otra vez como si fuera un simple papel, y me depositó en el suelo con cuidado, pero en el sitio preciso, es decir, donde más sucio estaba todo.
- ¿Decías...? -sonrió, al tiempo que se inclinaba para besarme.
Detuve sus labios con mi dedo índice y le gruñí como un perro.
- Tus besos no te van a salvar ahora -le dije fríamente. Notaba el barro húmedo debajo de mi pequeño cuerpo y sentí como impulsos asesinos comenzaban a crecer en mí. Michael iba a pagar esto que me acababa de hacer-. Es más, no los voy a querer nunca más.
Quitó mi dedo de su boca y depositó sus labios en los míos. Me besó como siempre lo hacía, de una forma dulce pero pasional, y consiguió que mi pulso adquiriera una velocidad frenética. Recorrió con su mano mi cuerpo y separó unos milímetros su boca de la mía. Yo, vergonzosamente débil a sus encantos, como siempre, busqué sus labios con urgencia, pero él se apartó aún más y sonrió.
- ¿Perdona? -dijo, riendo-. Creí haberte escuchado que no ibas a querer más mis besos.
Le miré durante unos segundos con confusión, hasta que fui capaz de reaccionar.
- Pues claro que no les quiero. ¿Y tú los míos?
Reuní todas las fuerzas que tenía y conseguí empujarlo, tirándolo contra el barro de nuevo. Sonrió y pude sentir como se estremecía ligeramente. Acerqué mis labios y recorrí con ellos su cuello, observando como él los buscaba de igual modo que había hecho yo antes: con necesidad. Le di un tímido beso y clavé mis ojos en su profunda mirada. Entreabrió la boca, se humedeció los labios y se acercó hasta los míos. Pero me aparté, como él había hecho anteriormente y reí.
- Eh... No, no. Yo tampoco quiero los tuyos -dijo, mientras se levantaba, haciendo que yo cayera de nuevo en el barro. Extendió su mano y yo la agarré con firmeza, sin apartar mi mirada de la suya-. ¿Ves? Por esto es por lo que te quiero.
- ¿Porque te niego los besos? -sonreí, al tiempo que el hacía lo mismo.
- Porque haces que cualquier cosa, cualquiera, sea mágica.
Me aproximé a él y rodeé su cintura, todavía con la mirada fija en sus ojos.
- “Judi, que bien me lo paso contigo”, “Judi, que especial lo haces todo” -dije, intentando imitar su voz. Hice una pausa y observé como se mordía el labio inferior-. No hace falta que me pelotees tanto, ¿eh? -sonreí-. Si quieres que vuelva a concederte mis besos, solo tienes que pedírmelo.
- Um... -rozó mis labios con su dedo y sonrió-. ¿Me das uno?
Le di uno, sólo uno, entre risas y me separé pronto de él, siendo consciente de que por su gran capacidad que tenía como imán, podría tirarme horas y horas besándole y no sería capaz de separarme.
Comenzamos a andar de nuevo, manchados hasta el último centímetro, pero felices como solo nosotros podíamos estarlo.
- Eres genial -dijo, de pronto.
- Lo sé -reí.
- Boba.
- No, en serio, sé que lo soy -dije, echándome el pelo para atrás y riéndome aún más-. Pero bueno, estoy intrigada. ¿A cuál de todas mis maravillosas cualidades has recurrido para hacer ese comentario ahora?
- Verás... Cualquier otra persona a la que hubiera tirado al barro, se hubiera levantado hecha un basilisco y yo hubiera acabado, seguramente, colgado de un árbol. Pero tú, sin embargo, sólo me niegas tus besos. Y ni eso, mira que poco has tardado en darme otro -acarició mi oreja con sus labios y agarró más fuerte mi mano-. Eres muy diferente a los demás. Y eso es genial.
Medité durante unos segundos lo que me había dicho, y suspiré.
- ¿Sabes? Creo que eres capaz de sacar lo mejor de mí. Porque reconozco que he tenido impulsos asesinos cuando me he visto tirada en el suelo, pero... En fin, tú estabas allí conmigo, así que... Los impulsos asesinos han dejado paso a otro tipo de impulsos -mordí mi labio inferior y sonreí-. Tú consigues que todo vaya mejor, aunque sea tumbada en un montón de barro.
- No es cuestión de mí, de que yo esté allí. Yo no hago nada. Eres tú, Judi. Tu forma de ser. No podrías enfadarte con nadie, porque todo te lo tomas bien; hasta cierto punto, claro. Pero, lo que te quiero decir... Es que no hay muchas personas que se tomen las cosas con una sonrisa y tú eres una de las que lo hacen. Por eso, entre otras cosas, eres tan genial.
- Me voy a poner roja, cállate.
- Siempre estás roja, así que no sería ninguna novedad -sonrió, acariciando mis mejillas-. Mira, aquí es.
Decir que era precioso se quedaba corto. Desde que estaba con Michael no hacía más que descubrir lugares verdaderamente maravillosos y éste no era una excepción. Los árboles rodeaban un lago, que, sin ser muy grande, resultaba muy bonito. El inmenso sol se reflejaba en el claro agua y daba a las plantas y la hierba un aspecto de frescura.
- ¡Guau! -exclamé, con la boca abierta.
- Te dije que te gustaría. ¿Qué te parece si nos damos un baño antes de comer?
Le miré aún con la boca abierta y mostré una sonrisa casi más amplia que toda mi cara.
- Me parece perfecto.

28 de junio de 2010

Capítulo 27.

SuperMichael.

Resultó que lo de Isa sí era urgente. Hacía unas horas había discutido con Fran, su novio, y la pobre estaba destrozada. Se querían muchísimo, pero muchas veces no se ponían de acuerdo en cosas que realmente eran importantes y entonces en su casa se desencadenaba la Tercera Guerra Mundial.
Yo la adoraba y no podía permitir que nada la hiciera daño; aunque intentar ayudarla significara posponer el incendio que se había preparado en el sofá...
Mientras hablaba con ella, Michael dio mil quinientas cincuenta y nueve vueltas. Se sentó, se tumbó, me miró con cara de desesperación, se tiró al suelo, me lanzó cojines, se puso su camiseta, se la volvió a quitar, se acercó hasta mí, me tapó los oídos para que no escuchara... Una infinidad de cosas que me hicieron comprender que a él tampoco le había sentado muy bien esta llamada telefónica.
Finalmente, a las dos horas y pico, me despedí de ella recordándola que para cualquier cosa, me llamara. Recé porque no lo hiciera en otro momento como el de antes.
Cuando colgué, Michael había abandonado el salón. Suspiré, más bien, gruñí, y me encaminé a la cocina, imaginando que estaría allí. Y en efecto, estaba sacando dos platos del fregadero y un par de cubiertos.
- ¿Lo ha dejado con Fran? -preguntó.
- No, sólo han discutido. Pero estaba verdaderamente mal -me acerqué hasta el mueble y saqué una cazuela para empezar a hacer los spaguettis-. ¿Te has divertido, verdad? -sonreí.
- No sabes cuanto... -se apreciaba el tono de aburrimiento en su voz y recordé todas las cosas que había hecho para intentar entretenerse mientras yo hablaba con Isa. Caminé hacia él y le rodeé.
- Te recuerdo que tenemos toda la noche para nosotros... -besé dulcemente sus labios y su aroma me embriagó por completo una vez más. Sólo de pensar que volvería a tenerle de esa manera hizo que todo comenzara a dar vueltas de nuevo.
- Em... Mientras me lo estaba pasando tan tan bien tirado en el sofá viendo como nuestro momento se hacía pedazos... Pensé que mañana podríamos ir a dar un paseo a una especie de bosque que hay aquí cerca. Te hablé de él, ¿te acuerdas? -asentí, sin comprender que tenía que ver una cosa con la otra-. Pues... Para ello deberíamos levantarnos pronto, porque luego hará mucho calor, y será imposible hacer nada. ¿No crees? -asentí de nuevo y me preparé para escuchar lo que sabía que iba a decir-. Entonces, quizá, deberíamos acostarnos pronto y descansar... ¿No?
Me llevé la mano a la frente, oculté los millones de suspiros que iba a soltar y con la mejor de las sonrisas le miré.
- Claro. Tienes toda la razón del mundo.
Me di la vuelta y eché los spaguettis en la cazuela.
Genial. Seguramente dentro de 20 o 25 años, cuando al señorito le apeteciera de nuevo, podríamos volver a intentarlo. Estupendo.
- No te enfades -me abrazó por detrás y besó mi cuello. De verdad que detestaba cuando hacía eso, porque era capaz de hacer temblar hasta partes de mi cuerpo que no sabía ni que existían-. Tenemos mucho tiempo para nosotros. Una vida entera son muchos años, ¿verdad? Pues eso es todo lo que tenemos -me giró y me besó-. Espero que te salgan buenos. Voy a ver la tele.
Y se fue, como los rayos, como hacía siempre. Sí, definitivamente, le odiaba.
Cenamos en el salón, tirados en el sofá y me pregunté durante todo el rato como éste había sido capaz de sobrevivir ante tantas llamas... Terminamos de ver una peli y nos fuimos, como él había dicho, prontito a la cama. Me dormí maldiciendo a quien hubiera inventado el estúpido teléfono.
A eso de las 6 de la mañana me despertó con delicados besos.
- Venga, no seas perezosa... -rodeé su cuello y me tiré encima de él, con los ojos aun medio cerrados.
- Es muy temprano Mike, ¿por qué no nos quedamos un ratito aquí? -le besé mientras acariciaba su pecho.
- Suena tentador, pero... -detuvo mis manos y sonrió-. Venga, anda, me apetece mucho dar un paseo. Va a ser precioso, ya verás.
Mi mirada le perforó y se echó a reír a carcajadas.
- Te va a encantar.
- O vas sin camiseta y sin pantalones o dudo mucho que me guste tanto como... -tapó mi boca y escuché su risa de nuevo.
- No digas tonterías y vamos.
Desayunamos deprisa y nos preparamos una mochilita para llevarnos algo por si llegaba la hora de comer y aún no habíamos llegado. Echamos a andar hacia una especie de montaña que había detrás de la casa y supe que iba a ser una mañana muuuy larga. No es que no me gustara andar, es que me gustaba hasta cierto punto. Y como Michael era más bien un SuperMichael, jamás se cansaría.
- ¿Qué piensas? -me dijo, una vez adentrados en ese pinar/bosque extraño.
- En cuantas veces te tendré que pedir que me lleves a caballito hasta que por fin accedas a hacerlo.
- Pues... Prueba con unas veinte mil. Quizá a la veinte mil una te lleve.
- Comenzaré pues.
En realidad fue una mañana muy entretenida. A todo le encontrábamos una diversión, algo interesante, o algo sobre lo que hablar. Realmente nunca había conectado tan bien con alguien.
- Mis sospechas de que eres un súper héroe se confirman después de verte así.
Michael estaba subido encima de una piedra enorme que daba a un precipicio, por lo que parecía que no había nada después de él. Había encontrado antes un palo relativamente grande, y se le había quedado porque le consideraba “muy gracioso”. Lo estaba moviendo de un lado a otro, pinchando las hojas que había alrededor de la piedra.
- ¿De qué quieres que te salve? -dijo dando un salto, con una sonrisa espléndida y rodeándome con el palo.
- A veces me gustaría que me salvaras de tus encantos. Ahora, por ejemplo, mi corazón late a doscientos por hora.
- A ver... -se agachó a la altura de mi pecho y escuchó-. Ah, pues tienes razón. Que curioso. El mío ni se inmuta -Rió, y volvió a su altura habitual.
- Que te den. -dije secamente-. ¿Sabes qué? Me has desenamorado -le solté, desafiándole con la mirada.
Tiró el palo con un gesto de tristeza en su cara; miró al suelo, me miró a mí, volvió a mirar al suelo y dijo:
- Perdona, señor palo, pero tengo una preciosa muchacha a la que volver a conquistar.
Me cogió como a una princesa y entré risas me besó de tal modo que, una vez más, me hizo comprender lo mucho que significaba para él.

23 de junio de 2010

Capítulo 26.

Shhh... Calla.

Mi cabeza dio vueltas, y tuve que volver a controlar mi respiración para que no se acelerara de esa manera tan vergonzosa. Michael exhibió una tímida sonrisa, se acercó hasta mí, agarró mi mano y comenzó a andar de nuevo hacia la casa siguiendo ese caminito que estaba trazado. Entramos por una puerta que daba a la cocina, una cocina enorme y llena de trastos aquí y allá. Las paredes eran de un tono gris claro y había una pequeña mesa donde Michael y yo desayunábamos cada mañana.
- Voy a darme una ducha, ¿vale? Después nos ponemos la peli que quieras -besó mi mejilla y salió disparado.
Caminé hasta el salón y me senté en uno de esos inmensos sofás que había. Nunca dejaría de sorprenderme ante tanta grandiosidad. Los Jackson y sus lujos. Jermaine había decorado la casa de tal modo que hacía que, aunque fuera mucho más pequeña que Hayvenhurst, ciertos lugares parecieran más grandes. Ese era el caso del salón. Las paredes eran de un blanco impoluto, y había varios cuadros colocados en diferentes puntos. Una gran mesa estaba en el centro del todo, y a su izquierda tres sofás, rodeando la televisión. En un rincón se hallaba una figura de mármol, que no entendía muy bien que representaba, pero se la había regalado su suegro, así que la conservaban como si de oro se tratase.
Sin saber por qué, ni cómo, mientras estaba admirando todo eso, la frase de Michael volvió a mi cabeza.
“Esta noche te quiero a ti.” ¿De verdad iba a dar el paso? ¿De verdad iba a...pasar? Tenía claro, muy claro, lo que él pensaba de ese asunto; de momento no quería que pasara nada. Y probablemente no pasaría en bastante tiempo. Como me había dicho más de una vez, él no era como los demás. No le interesaba todo eso. E incluso cierta ocasión había comentado algo acerca de que esperar hasta el matrimonio no le parecía tan disparatado como mucha gente pensaba. Fue una auténtica tortura para mí oír eso, sobre todo porque aunque para mí tampoco fuera demasiado importante en el sentido de que podía sobrevivir sin ello, tenerle delante complicaba bastante mi capacidad de autocontrol, y sobre todo mis deseos. A la vista de cualquier chica, Michael era un joven guapo, sexy y muy apetecible. Y por supuesto yo pensaba exactamente lo mismo. Más de una vez me había sido bastante difícil controlarme y parar...
Pero él no. Él controlaba perfectamente sus deseos y todo lo que conlleva tenerlos. ¿Por qué iba a querer darlos rienda suelta ahora? ¿Por qué iba a cambiar de opinión?
Además, yo prometí esperarle. Prometí respetar sus ideas, sus pensamientos, sus creencias, o lo que fuera que le impedía hacerlo. No. Seguramente hubiera malinterpretado sus palabras; o simplemente lo había dicho para, una vez más, dejarme con la miel en los labios. Michael era así de juguetón...
Cuando le vi aparecer por la puerta, con esa camiseta amarilla que tanto adoraba, unos pantalones cortos, y sus simpáticos rizos mojados cayéndole por la frente, todas mis ideas acerca del autocontrol se hicieron pedacitos, una por una.
- ¿Vas a ducharte tú también?
- No... No me apetece nada la verdad. Y lavarme el pelo para volvérmelo a ensuciar mañana... Uf -mientras yo decía aquello, cruzó el salón, se sentó a mi lado y agarró mi mano-. Si quieres pon ya la peli.
- ¿Me lo dices cuando ya estoy sentado? -me taladró con la mirada.
- Si es que no me das tiempo a nada -protesté-. No es mi culpa que hagas todo tan admirablemente deprisa.
- Ni la mía que hoy estés tan admirablemente preciosa.
Y entonces desató todo el poder de su mirada de nuevo. No sabía como lo hacía, ni siquiera que hacía exactamente; pero lo cierto es que hubiera convencido a cualquiera de cualquier cosa si le miraba de esa manera. Era imposible decirle que no a algo.
Soltó mi mano, aferró mi cara y me besó.
No sé cuánto tiempo continuó haciéndolo; perdí la noción una vez que trasladó su boca a mi cuello, tan solo para volver a mis labios segundos después. Cuando todo daba vueltas a mi alrededor, agarró mi cintura con más firmeza y me hizo tumbarme, haciendo él lo mismo pero encima de mí. Sus manos se movían seguras y sutiles a través de mi cintura y bajaron de igual modo a mis piernas, descubiertas casi por completo con aquella falda que llevaba. En un momento de cordura, recé porque estuviera convencido de lo que hacía, porque si realmente no quería nada más no estaba bien jugar de esa forma conmigo. Con su mano izquierda condujo a la mía hasta su pecho y bajó hasta donde acababa su camiseta, tirando de ella hacía arriba y lanzándola al sofá de al lado. Recorrí su torso con mi dedo índice y me agaché ligeramente para poder besarlo, al mismo tiempo que él recorría mi cuello una vez más. Enganchó mi camiseta y de un solo tirón acabó en el mismo destino que la suya. Aferró mi cintura con solidez y se incorporó, llevándome con él. Buscó mis labios con urgencia y yo se los ofrecí de buena gana. Retiró mi pelo y nuevamente besó mi cuello de tal forma que no pude evitar que un leve gemido se escapara de mi boca. Pude observar su sonrisa mientras me agarraba de nuevo y me tumbaba encima de él. Acaricié con mis labios cada rincón de su cuello, para bajar después a su pecho. Sentí como se estremecía y de repente me entró la duda: nunca habíamos llegado tan lejos. Abandoné su torso y me incorporé hasta que nuestros ojos chocaron; podría jurar que había verdadero fuego en los suyos.
- Michael...
- Shhh... Calla -me interrumpió-. No digas nada...
Atrajo mi cara de nuevo hasta él y continuó besándome. Bajó sus manos y comenzó a bajar la corta falda que llevaba. Entonces supe que sí, ese era el momento. Le besé con llamas en mis labios y desabotoné el primer botón de su pantalón.
Entonces sonó el teléfono. Me separé de sus labios y le interrogué con la mirada. Seguía habiendo ardor en sus ojos, pero supe que, en un sólo instante, todo ese fuego que nos había poseído se había perdido.
Sinceramente, me importaba poco, incluso nada, quien era el que estuviera al otro lado del teléfono, ni lo que le hubiera ocurrido. Sólo me importaba que le tenía allí y ahora.
- No lo cojas... -dije con un hilillo de voz.
- ¿Y si es importante?
- Nada es más importante que esto -busqué sus labios, pero el me rechazó.
- Seguramente sólo será un momento -me separó de él y se levantó. Caminó hasta el teléfono y todas mis esperanzas se hicieron picadillo.
- No lo cojas, por favor...
- ¿Si? -contestó, al tiempo que yo me hundía en el sofá-. Sí, aquí está, ahora la digo que se ponga. Muy oportuna, por cierto.
Se desplazó hacía mí mientras abrochaba de nuevo aquel botón y la desilusión se apoderó de mí.
- Es Isa, dice que es importante.
- La voy a dar yo un capón importante en cuanto la vea... -me levanté y caminé de mala gana hasta allí.
- Venga, pequeña, tenemos más tiempo para nosotros.
- No sé que decirte, la verdad.
Se incorporó de nuevo, agarró mi mano y sonrió.
- Te quiero -susurró.
Fue suficiente para hacer que yo sonriera también.

22 de junio de 2010

Capítulo 25.

Esta noche te quiero a ti.

Caminé sonriente hasta la orilla, a pesar de saber que esta noche me tocaría estar a su disposición a la hora de cocinar. La parte buena es que Michael no comía mucho; la mala, que a pesar de ello me obligaría a hacer millones de platos por pura diversión. Ya era la segunda vez que perdía una apuesta de ese tipo y en la anterior había sobrado comida para 3 días.
Me acerqué hasta él, que estaba recogiendo las toallas, y le lancé una de esas miradas que tan bien se me daban cuando quería recriminar algo.
- No me mires así -sonrió.
- Haces trampas. Siempre. Eres peor que un niño -me limité a decir, y comencé a andar, sabiendo que él me seguiría al instante.
Se situó a mi lado, colocó las toallas en su hombro izquierdo y me rodeó con sus brazos.
- En el fondo te encanta -susurró.
Sí, en el fondo me encantaba, tenía mucha razón.
Continuamos andando en silencio hasta llegar a la mansión de su hermano, a unos pocos minutos de la playa. Entramos en el gran jardín que tenía, donde, miraras hacia donde miraras, había árboles.
De repente escuché su risita. Le interrogué con la mirada y sonrió aún más.
- Quiero spaguettis -levantó las cejas y rio con más fuerza-. Y tortilla española. Y...
- Michael, no voy a hacer quinientos platos como la otra vez, te lo aseguro.
- Te recuerdo que has perdido...
- Pero sólo porque has hecho trampa.
- No, eso no es verdad.
- ¿Ah no?
- No.
- Sí.
- No -se detuvo e hizo que yo hiciera lo mismo. Utilizó todo el poder de su mirada mientras sus labios se iban aproximando a los míos y una vez que estuvieron cerca, demasiado cerca, susurró:- No es verdad.
Debido a esa acción, totalmente inesperada, mi corazón se aceleró, al igual que mi respiración. Mi cuerpo seguía siendo excesivamente débil a sus encantos, a pesar de llevar expuesta a ellos bastante tiempo.
Me besó con la delicadeza a la que me tenía acostumbrada, para después retirar sus labios unos centímetros y sonreír.
- No es justo que hagas esto... -dije, una vez que recuperé, más o menos, el pulso normal-. No es nada justo y deberías pagar por ello. Deberían encerrarte, o algo así. ¿Te crees que puedes ir provocando taquicardias a la gente? Te odio-. Me separé de él y eché a andar hacia la casa.
- No, no lo haces.
- Sí, si lo hago.
- No, no lo haces. Y vamos a parar ya de hablar con monosílabos y frases cortas, por favor, no me gusta nada. Parece que estamos enfadados.
- Yo lo estoy, deberías saberlo.
- No, no lo estás.
- Sí, sí lo estoy.
- No, no lo... ¿Otra vez con lo mismo?
Agarró mi mano, obligándome a girar y ponerme frente a él, y cogiéndome por la cintura me llevó hasta el tronco de uno de esos gigantes árboles que se alzaban por encima de nosotros. De nuevo clavó sus ojos en mí y comenzó a deslizar su mano suavemente, primero por mi hombro y después por mi cintura. Sujetó mi cara con su otra mano, y, como había hecho antes, acercó su boca a la mía. Enganchó mi labio inferior con sus dientes y tiró de él levemente. Para entonces yo ya estaba temblando.
- No me odias... -susurró de nuevo, con esa voz tan irremediablemente atrayente.
Entonces dirigió su boca a mi cuello, el cual besó con tal sutileza que si lo que quería era volverme loca, definitivamente lo había conseguido. Acaricié su cabello con una mano, mientras que con la otra busqué el final de su camiseta. Tiré de ella hacia arriba, y él, rápidamente, se deshizo de ella tirándola al suelo. Sus labios volvieron a encontrarse con los míos. Su forma de besarme era delicada, pero arrebatadora; y él lo sabía. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer para desatar la locura.
Comprendí que saldríamos ardiendo de allí si no parábamos pronto.
De una forma imprevista, como si hubiera oído mis pensamientos, detuvo mis manos que acariciaban su cuello y se separó de mí.
- Um... Pequeña, creo que deberíamos parar -su rostro mostraba preocupación y no lograba entender por qué. ¿Qué había de malo en todo eso?-. Esto se nos va de las manos... -se mordió el labio inferior-. ¿Vemos una peli, y después cenamos?
Se agachó y recogió las dos toallas que había dejado en el suelo. Entendí que, una vez más, no quería llegar más lejos. Sin embargo, cuando se volvió para mirarme, lo que me encontré fue fuego en sus ojos.
- ¿Sabes? He pensando que no quiero ni spaguettis, ni tortilla, ni nada de eso esta noche.
- ¿Y qué quieres entonces?
- A ti. Esta noche te quiero a ti.

20 de junio de 2010

Capítulo 24.

La chica más feliz del mundo.

Un sol inmenso que irradiaba calor, un cielo de un color azul intenso, una playa desierta, un mar calmado con agua cristalina...; paz, armonía, tranquilidad, hermosura...; pero, sobre todo, ÉL.
Él sonriendo, el mirándome, él abrazándome, él caminando a mi lado, él cogiendo mi mano...; su sonrisa, su mirada, su perfecta figura...; su sutileza, su elegancia, su perfección...; ÉL.
Mientras estaba tumbada en aquella toalla de Mickey que me había regalado, sólo podía pensar en toda aquella belleza que llevaba cautivándome meses, especialmente los dos últimos. Aún recordaba aquel tímido, pero revelador beso, en el lago de su casa de Los Ángeles, y seguía temblando cada vez que lo hacía. Desde entonces habían pasado dos meses llenos de complicidad, confianza y magia, mucha magia.
Ahora, 17 de julio de 1979, le veía correr por la playa, esquivando las pocas olas que rompían contra la arena, y podía decir que, sí, era la chica más feliz del mundo.
Hacía poco más de dos semanas que me había propuesto realizar este viaje; me habló de una playa tranquila, apartada de todo el mundo, donde Jermaine tenía una casa que podíamos ocupar todo el tiempo que quisiéramos, ya que él apenas venía. Más que bien, sonaba perfecto.
Hacía algo más de una semana que estábamos aquí. Dicho y hecho. Así es Michael. Quiso que nos fuéramos y en menos de dos días lo tenía todo listo. Había aprendido a acostumbrarme a su rapidez a la hora de tomar decisiones, y sobre todo a la hora de realizarlas.
- ¡Judi! ¡Ven a ver esto! -su voz me sacó de mis pensamientos de inmediato. Esa era otra gran capacidad que tenía, la de conseguir que prestara atención a algo que provenía de él tan rápidamente como me permitían mis sentidos.
Me levanté y caminé dando saltos hasta allí. Un millón de mariposillas recorrieron mi estómago, como ya era habitual, una vez que me iba acercando a él. Estaba mucho mucho mucho más que guapo. Lucía un bañador azul clarito, que potenciaba aún más el tono de su piel. Tenía el torso descubierto, lo que hacía que mi corazón se disparara a mil por hora cuando estaba a menos de un metro de distancia. A eso si que nunca me iba a acostumbrar. Desprendía tanta belleza que nunca, jamás, ni las palabras, ni las imágenes, ni los hechos, podrían hacerle justicia.
- Dime, Mike.
- Mira este cangrejo. ¿No es raro? -observé su cara, con una total concentración, y no pude evitar que se me escapara una risita.
- No sé, yo le veo normal. ¿Por qué es raro?
- Está raro. No es su color. Tiene un color raro, ¿no?
Rompí a reír a carcajadas. No podía hacer otra cosa viendo la expresión de su gesto, totalmente abstraído del mundo, con la atención en ese cangrejo. Era increíble como se interesaba por cada mínimo detalle, de cada mínima cosa.
- Bueno, no creo que se vaya a desatar una guerra si no damos con el diagnóstico de lo que le pasa a este cangrejo, así que... -le rodeé con mis brazos, besando su cuello-, ¿por qué no te vienes a la toalla?
- Espera, espera. Se está moviendo. ¡Mira, mira, mira! Que gracioso. Me pregunto de qué especie será.
- ¡Oye! No me ignores.
Me taladró con la mirada y me rodeó el a mí también.
- No te ignoro, pequeña. Sabes que no -posó sus labios sobre los míos y buscó mi mano. Separó nuestras cabezas y comenzó a andar. Yo, como siempre, le dejé que me guiara, y comprobé que su destino no era la toalla, sino el mar.
Nos adentramos hasta que el agua nos cubría, más o menos, por la cintura, y me atrajo hasta él con esos movimientos ágiles que le caracterizaban. Tomó mi cara y besó cada parte de ella, para después hacer lo propio con mi cuello, hecho que, por supuesto, me hizo temblar.
- Estás preciosa -sonrió, mientras besaba mi nariz.
- Mira quien fue a hablar...
- Tú lo eres un millón de veces más y lo sabes.
- Si, bueno, si me comparas con un cangrejo puede, pero sino...
- No, sin compararte con nadie. Si te comparo con ese cangrejo sales perdiendo. Era tan gracioso -sonrió aún más.
- ¡Pero bueno! -me zafé de sus brazos y comencé a salpicarle agua a montones-. ¡Qué clase de novio me he buscado!
- ¡Pues el mejor! -se sumergió en el agua y como adiviné sus intenciones comencé a caminar torpemente para intentar que no me pillara. Pero, tal y como esperaba, dio conmigo y me cogió, levantándome hacia arriba-. Um... Ahora podría ahogarte y así quedarme con el cangrejo para siempre. No es un mal plan, pero quiero oír tus propuestas. ¿Sugieres otro plan mejor?
- Sí, se me ocurren unos cuantos...
Aferré su cara su decisión y le miré intensamente a los ojos. Sabía que no tenía tanto poder como él en la mirada, pero había aprendido que algo sí poseía, ya que alguna vez le había arrancado más de un escalofrío. Sin dejar de mirarle, bese delicadamente sus labios y desplacé mi mano izquierda hacia su pecho. Me aproximó más hacia él y sostuvo también mi cara.
- ¿Cuánto crees que va a durar esto? -pregunté aún con mis labios en su cuello.
- Siempre -respondió con seguridad.
Sonreí y levanté la mirada. Vi dulzura en sus ojos y quise que realmente durase para siempre.
- No, no digo lo nuestro. Esa respuesta ya la conocía -le saqué la lengua-. Digo esto: el sol, la playa, tú, yo...
- Pues... No lo sé. Supongo que aún nos queda mucho tiempo, no te preocupes.
- Ojala pudiéramos quedarnos siempre aquí...
- Algún día lo haremos pequeña; algún día nos apartaremos de todo el mundo y nos iremos muy muy lejos, los dos solos. Te lo prometo.
Acaricié su rostro, constantemente perfecto, y sonreí más ampliamente.
- ¡Te echo una carrera hasta la orilla! -dijo de pronto, soltándome inesperadamente y haciéndome caer entera al agua.
- ¡Eh! ¡Ya estás haciendo trampas! ¡Eso no vale!
- ¡El último que llegue hace la cena!
Oía su risa mientras le veía correr a través del agua, y pensé que realmente si alguien más estuviera aquí, caería rendido ante tanto esplendor.