27 de enero de 2011

Capítulo 46.

29 de agosto de 1979 (V)

Deposité el ramo en el suelo de nuevo y guardé la carta en el sobre, dejándolo encima de las margaritas. Escogí un par de conchas al azar y continué caminando observando la fecha de ambas.
Hacía un día estupendo. El sol brillaba intensamente, dotando a las plantas de un color sensacional y a los animales, y a mí mismo, de una gran sensación de vida. Amaba los días soleados. Y Judi también. Siempre decía que cuando se levanta de la cama con los rayos de sol cegándola sentía la misma alegría que cuando a cualquier otra persona le entregaban un millón de dólares. Esbocé una gran sonrisa al recordar ese comentario. Era tan diferente a todas las personas que había conocido; era tan especial… Yo vivía en un mundo lleno de fama y riquezas que parecía ser insignificante para ella. Era tal el contraste entre ella y todos los demás… Tropecé con una piedra y mis pensamientos se perdieron. Seguro que si ella hubiera estado allí se hubiera reído a carcajada limpia. Se lo contaría después, quizá así se quitara la idea de la cabeza de que todo lo que hacía, lo hacía de una manera “insultantemente perfecta”, como repetía cada medio minuto. Nunca nada es perfecto. Siempre hay que buscar más.
Vislumbré a unos pocos pasos de donde me encontraba una forma rectangular envuelta. Un cuadro, seguro. Corrí hacia él y la impaciencia hizo que me olvidara de la delicadeza al desenvolverlo. Lo sujeté con las dos manos y observé el nuevo dibujo que se mostraba ante mí. Judi y yo volvíamos a ser los protagonistas. Ella aparecía a la derecha, riendo, con el pelo al viento y dando sensación de movimiento. Yo me encontraba a la izquierda, también en movimiento, y girado completamente, mirándola, y sonriendo. Nuestras manos estaban en el centro de la imagen, enlazadas y resaltadas por la luz del sol que aparecía en la parte derecha superior, donde el marco escondía la nota que me dispuse a leer:
“A veces, las cosas no salen bien. A veces, se estropean. A veces, se acaban. A veces, las perdemos sin culpa alguna, y a veces nos sentimos culpables por haberlas perdido. A veces, no podemos recuperarlas. A veces, lloramos por ello. Y a veces, simplemente lloramos. Por cualquier cosa. Por una pérdida, por una pelea, por una discusión, por un mal momento, por una mala racha, e incluso simplemente porque nos apetece. Y entonces, a veces, nadie puede rescatarte del pozo en el que estás. Y a veces, lo que se siente es soledad. Pero también, hay veces, que una sola mano, de una sola persona, es suficiente para ver todo de otro modo…
He sentido miedo. He sentido dolor. He sentido rabia. He sentido impotencia. He llorado. He chillado. Me he vuelto loca. Y entonces… Entonces has aparecido. Una risa. Una caricia. Una mirada. Un paseo hasta el cine, una charla en mi sofá, una película en tu habitación, una canción susurrada en mi oído. Y el miedo, el dolor, la rabia y la impotencia se marchan. Y las lágrimas y los chillos cesan. Y sonrío. Y te acaricio. Y te miro. Y todo cobra sentido de nuevo.
Hoy es un día para felicitaciones, pero también lo es para agradecimientos. Tu madre te agradecerá 21 años de amor. Tus hermanos te agradecerán tantos años de cariño. Y yo te agradezco tantos días de sonrisas, caricias y miradas que consiguen apartarme de las cosas que no salen bien, de lo que se estropea, lo que se acaba o lo que pierdo. Me das tu mano y me haces huir de todo lo malo. Consigues que me refugie en el mejor lugar posible; en ti…”
- … ¿Y ella me da las gracias? –los ojos se me inundaron de lágrimas, y doblé el papel con la vista, nublada, puesta en el dibujo. Lo agarré con ambas manos fuerte, apretándolo contra mí.
Y entonces, el marco se desencajó, apareciendo una doble forma tras él. Enjugué mis lágrimas y tiré de ello, descolocándolo aún más. Lo extraje y comprobé que era otro cuadro. Dos siluetas tenues aparecían tumbadas en una cama. La chica apoyaba su cabeza en el hombro del chico, que la rodeaba con sus brazos y parecía susurrarle algo al oído. Sus rostros estaban difusos, pero supe al instante que se trataba una vez más de nosotros. Extraje la nota del marco izquierdo:
“También, hay veces que simplemente no se puede huir. Hay muchas veces que hay que hacer frente a los problemas, a lo que nos duele. Y aguantar.
¿Y sabes qué? He aprendido que la vida es como una montaña rusa, es un continuo juego de contrastes, de experiencias totalmente dispares. Hay momentos en que los tienes que estar abajo, donde todo parece inmenso para ti, donde parece imposible subir. Pero únicamente puedes llegar arriba si antes has estado abajo; y sólo si has conocido lo peor de la vida podrás llegar a entender la grandeza de las cosas buenas.
No me importa estar abajo, no me importa sentir dolor y no me importa no poder huir en ciertos momentos si te tengo a mi lado, abrazándome; si puedo estar contigo mientras me susurras al oído un dulce “voy a estar”. No me importar tener que soportar todo tipo de situaciones desagradables si voy a tenerte junto a mí para volver a subir, y entender que la verdadera grandeza la posees tú.”

26 de enero de 2011

Capítulo 45.

29 de agosto de 1979 (IV)

Me incorporé lentamente, releyendo cada línea y memorizando cada palabra. Giré la cabeza hacia la izquierda y comprobé como el camino de conchas me invitaba a que siguiera. ¿De dónde había sacado tantas? Nunca dejaría de sorprenderme.
Decidí que era el momento de descargar todos aquellos regalos, sospechando que aún quedaban unos cuantos. Así que deposité la fotografía, el cuadro, la nota con la dirección de su casa, y todas las conchas que había recogido hasta ahora. Les eché un último vistazo, sonriendo ampliamente, y continué andando. No tardé más de 10 segundos en divisar una silueta roja en un árbol, así que troté hasta allí; a medida que iba acercándome me di cuenta de que era el dibujo de un corazón.
- Pero, qué… -repasé con mis dedos la textura del árbol, comprobando que aquel color rojizo había penetrado completamente en la madera de ese tronco enorme.
En cualquier otro caso hubiera puesto el grito en el cielo porque alguien hubiera ensuciado algo que formaba parte de la naturaleza. Pero esta vez no. En esa ocasión sólo pude morderme el labio. Y contemplarlo. Y sonreír. Imaginé cuánto tiempo la había llevado hacer todo esto. Eso sólo podía significar que debía importarla mucho, ¿no? Sonreí aún más.
Volví a repasar el contorno de aquel rojo corazón, haciendo que pedacitos de madera cayeran al suelo. Les seguí con la mirada y sólo entonces vi, a los pies del árbol, un pequeño ramo de flores colocado encima de un sobre. Me agaché inmediatamente, y recogí ambas cosas. Margaritas. Las mismas que rodeaban el lago. Abrí el sobre:
“Lo primero, y antes de que grites y espantes a los pobres pajaritos que no tienen nada que ver… Siento haber tenido que utilizar uno de tus preciosos árboles para dibujarte un corazón, que por otro lado me ha quedado precioso, ¿verdad? Seguro que no te enfadas mucho. Lo segundo, antes de que sigas chillando por tus margaritas, siento haber tenido que recogerlas de los alrededores del lago, pero era necesario... ¡Ponlas en agua! O se estropearan, y entonces la culpa será tuya.
Y lo tercero… Puf, cuantos recuerdos, ¿no? El lago, las flores, los árboles. Tú. Yo. El agua cristalina y el sonido de los pájaros. Tú negándote a darte un baño. Yo obligándote. Tú haciéndome tragar agua. Mi indecisión y mi duda a la hora de confesarte todo. Tú haciéndome tragar agua de nuevo. Mi pregunta entre tartamudeos. Tu maravillosa respuesta. Y… Lo que se puede considerar como nuestro primer y verdadero beso.
Después de ese primero han venido muchos. Muchísimos. Puede que lleguemos al millón. Pero… Ese sabor del primero aún lo conservo. Aunque yo estuviera temblando, aunque tú no lo tuvieras tan claro como me hubiera gustado… Recuerdo tus ojos al separarme de ti y recuerdo tus brazos rodeándome. Recuerdo tu silueta alejándose hacia la orilla y recuerdo como los pájaros cantaban más vivamente que nunca, y todo resplandecía aún más.
Gracias a ese primer beso vinieron todos los demás, y por eso quiero regalarte este pequeño ramo de margaritas. Porque ellas también formaron parte de todo esto, de este armónico lugar, de las aguas cristalinas y los árboles esbeltos. Del sonido de los pájaros y de la luz del sol en tu cuerpo. De las cosquillas en la hierba y de las declaraciones de amor.
Como no puedo entregarte las transparentes aguas, ni los estilizados árboles, ni el susurro de los pájaros, ni la luz del sol, ni nuestras cosquillas ni nuestras declaraciones de amor… Te entrego las margaritas que estuvieron presentes en cada uno de esos instantes; cerca de las aguas, de los árboles, del piar de los pájaros, luciendo gracias al sol, bajo nuestras cosquillas y escuchando nuestras declaraciones de amor…”
Dirigí mi mirada de nuevo al cielo. Que ganas tenía de abrazarla. Volví a leer el escrito, y después lo deposité en mi bolsillo derecho. Olí las margaritas, que desprendían un suave y casi inapreciable aroma. ¡Cuántas ganas tenía de abrazarla!

24 de enero de 2011

Capítulo 44.

29 de agosto de 1979 (III)

Tras unos minutos observando el precioso dibujo, y preguntándome si realmente merecía tanto, decidí incorporarme y seguir caminando por donde las conchas me invitaban. Guardé la nota en mi bolsillo derecho, que, suponía, no tardaría demasiado en explotar. Con el dibujo aun en mis manos, y sin poder parar de recorrerlo con la mirada, me detuve ante el árbol donde me había llevado el camino. Me agaché para recoger lo que, nuevamente, tenía aspecto de cuadro, aunque bastante más pequeño. Sonreí ante esa posibilidad. Me gustaba la pintura, y más si reflejaba momentos felices. Lo desenvolví con el mismo cuidado que el anterior y observé que era una fotografía en blanco y negro. En ella aparecía una niña pequeña, de no más de 4 años, muy linda. Lucía una enorme sonrisa y 3 graciosos rizos le caían por la frente. Tenía la mano derecha alzada, y parecía que señalaba a alguien con su dedo índice. Aun en blanco y negro podía apreciarse el brillo de sus ojos; el mismo que tenía la primera vez que la conocí. El mismo que sigue conservando hoy día.
Extraje el papel que también contenía el marco de esta foto al tiempo que me sentaba, recostándome en el árbol:
“¿Sabes? He llegado a la conclusión de que hacerte reír no tiene mucho mérito. Te ríes de cualquier cosa, empezando por ti mismo, y acabando por el cangrejo aquel de la playa… ¿Te acuerdas? Hacerte reír no es algo grandioso, porque casi todo el mundo lo consigue.
De lo que realmente me siento orgullosa es de que hayas depositado tu confianza en mí. Puede decirse que casi desde un primer momento te abriste a mí y me dejaste ver cosas que muchas personas no habían visto tras varios años conociéndote. ¿Qué has visto en mí? No sé que tengo de diferente, pero lo conservaré tanto tiempo como a ti te haga sentirte seguro.
Recuerdo cuando me regalaste una fotografía tuya de hace más de 10 años. Recuerdo cómo me contaste que esos años habían sido importantes para ti porque, aun siendo un niño, habías aprendido muchas cosas que todavía hoy conservas como fundamentales. Recuerdo cómo me explicaste lo rápido que tuviste que crecer. Recuerdo tu entusiasmo al hablarme de tu amiga la música, y recuerdo tu tristeza al hablarme de tus amargos recuerdos. Recuerdo que dijiste que tenías un gran cariño a esa pequeña fotografía, por todo lo que encerraba. Nunca olvidaré cada palabra tuya al explicarme que una etapa tan dolorosa y a la vez tan feliz era difícil de relatar, pero pondrías todo de tu parte para poder contármelo y compartir tu pasado conmigo. Recuerdo cómo sonreías al decirme que querías compartir todo conmigo.
Por eso hoy te entrego esta pequeña fotografía. Valor, lo que se dice valor… No tiene mucho. Además, no salgo ni la mitad de guapa que tú, claro... Pero lo importante, como en todo, es el significado que guarda. Yo también quiero compartirlo todo contigo. Mi futuro te corresponde, casi por ley, porque jamás voy a separarme de ti; mi presente es todo tuyo, puedes hacer con él lo que quieras; y mi pasado te lo entrego, para que no haya nada que nos hayamos perdido el uno del otro… Ayer, hoy y siempre”.
Apoyé mi cabeza en el árbol y miré al cielo. Azul, completamente azul. Los pájaros cantaban. El lago seguía en calma. Y yo era la persona más feliz del mundo a cada rato que pasaba…

18 de enero de 2011

Capítulo 43.

29 de agosto de 1979 (II)

Cuando la impaciencia se hizo dueña de mí decidí echar a correr. No sabía qué es lo que podía encontrarme allí y no quería esperar mucho tiempo más para saberlo. Corrí bajo la sombra de los árboles hasta llegar al lago, y me detuve ante el pequeño camino que habíamos construido tiempo atrás y que conducía directamente a esas calmadas aguas cristalinas. Inspeccioné con la mirada cada mínimo rincón de ese lugar, y posé mi vista en el suelo. Bordeando el camino había un pequeño sendero de conchas, conchas de playa. Comencé a caminar lento sin apartar la mirada de ellas, con una mezcla de sorpresa y entusiasmo. ¿Todo eso lo había preparado ella? ¿Cuándo? ¿Cómo podía haberlo hecho? Descubrí un pequeño papel al lado de una de ellas, la más grande y bonita de todas.
“Si estás leyendo esto es porque ya estás recibiendo el primero de tus regalos: todas estas conchas que rodean el camino. Dirás, menuda tontería, ¿no? No… No porque no son conchas normales y corrientes de cualquier mar; son nuestras conchas, de nuestra playa, de nuestras primeras vacaciones juntos. Cada una de ellas encierra una fecha importante para nosotros dos (inscrita en la parte de atrás), para que nunca se nos olvide un mínimo detalle. Continúa por el camino que te he construido a base de estas pequeñas conchas de playa, porque irás recibiendo el resto de regalos. No tienen un valor cuantitativo, ya sabes. No valen una fortuna, y probablemente nunca sean expuestas en un museo. Pero no importa. Seguro que juntando todos los regalos que te van a dar a lo largo de este día no tienen ni la mitad de significado que todos estos. Continua, esto es sólo el principio…”
Guardé la nota en el bolsillo del pantalón y levanté un par de conchas comprobando que, como me había dicho, había una fecha inscrita en la parte de atrás. Sonreí agradecido, y continué caminando con la vista fija en el suelo, recogiendo todas aquellas que me era posible. No podía creer lo que estaba viendo.
Las conchas me guiaron hasta el tronco de un árbol, donde se encontraba un pequeño sobre. Su interior guardaba un papel amarillo, doblado por la mitad y que parecía usado, además de otro blanco, más nuevo y cuidado. Decidí abrir éste el primero:
“Todo empezó gracias a esto. Quien nos iba a decir que una dirección mal anotada en un papel iba a conducirnos a todo lo que hemos estado viviendo estos meses. Quiero que conserves esta nota porque gracias a ella pude “sufrir” el más perfecto accidente de mi vida: encontrarme contigo. Un absurdo detalle que significa precisamente eso para todo el mundo: una absurdez; un simple papel amarillo y arrugado. Y sin embargo encierra toda una historia dentro de él. Espero que sonrías tanto como yo cada vez que lo observes, porque gracias a este absurdo papel amarillo hoy estamos aquí, juntos. Ese día es el primer recuerdo que guardo de ti. Ese día es el primero de ese nuevo mundo que me hiciste construir a tu alrededor…”
Suspiré, y abrí el papel amarillo que más amaba de todo el mundo. Jamás existiría una obra de arte más perfecta que sus arrugas. Mi primer recuerdo de ella… Le di las gracias 20 veces, cada cual con más convencimiento.
- Gracias, papel amarillo. Que absurdo, sí. Pero que grandeza escondes a la vez.
Me guardé ambos en el bolsillo, rebosantes de conchas, y seguí el camino que éstas me indicaban hasta llegar a la orilla del lago. Lo que me encontré esta vez fue lo que parecía un cuadro, envuelto con papel de colores. Me agaché, abriéndolo con sumo cuidado. Tragué saliva, y me mordí el labio inferior. Suspiré, aún más profundo. En efecto, era un cuadro. Un dibujo de nosotros dos, en plena pelea de cojines. Aparecíamos riéndonos, en medio de un montón de plumas, al borde del sofá de su casa, y ambos con un cojín en cada mano. Yo estaba a punto de recibir un golpe por su parte, mientras, parecía, cargaba mi próximo ataque hacia ella. Extraje el papel que había en el marco inferior del cuadro, y comencé a leer:
“Dicen que la risa es el alimento del alma. A través de ella se pueden forzas vínculos muy fuertes. Nada más conocer a una persona, aunque no tengas ningún tipo de trato con ella, si te hace reír unos instantes ya deja una huella en ti. Cada risa y cada sonrisa producida nos proporcionan unos minutos más de vida, estoy segura.  
En un principio, hubo dos razones por las que conseguiste dejar una huella gigante en mí. Por todo lo que me haces disfrutar, sonreír, reír. Por cada momento tirados en el suelo sin poder controlar las carcajadas, por cada locura que viene seguida de risas incontrolables, por cada chiste malo que hace que nos doblemos en dos, por cada juego de palabras que produce sonrisas que se pueden apreciar desde España.
La otra razón es tu sonrisa en sí. Tu sonrisa sin nada más; sin suelos, ni locuras, ni chistes, ni juegos de palabras de por medio. Tu sonrisa, a secas. Producida por cualquier cosa; da igual el motivo, lo importante es que sonrías. Porque cuando lo haces… Juro que no me importaría que se escondiera el sol. Tendría suficiente con la luz que desprende el alimento de mi alma…”
Me senté en suelo, con lágrimas cayendo poco a poco. Y sonriendo. Mucho. Como a ella la gustaba. Como a los dos nos gustaba. Como me había enseñado a hacer. Como lo seguiría haciendo siempre, con la única condición de tenerla a mi lado.


____________________________
Lo primero, perdón por tardar >.< Tengo exámenes fuertes esta semana, aunque trataré de subir algún que otro capítulo :)
Lo segundo, otra aclaración, para Isa, y lo hago por aquí porque es la única forma de comunicarme contigo -.-" Tranquila cariño que no te malinterpreté, ¡para nada! Sé que tu comentario fue simplemente eso, un comentario, sin reproches ni historias de por medio. Así que perdóname tú a mí si mi comentario pareció que estaba escrito en tono de enfado, porque para nada fue así :)
ADORO cada comentario que me ponéis, diga lo que diga, incluso si son críticas lo adoro. Es lo que me hace crecer, como "escritora", y como persona. Así que infinitas gracias una vez más.
Y bueno... Los siguientes capítulos también serán desde la cabecita de nuestro querido Michael, ya que he decidido hacerlo un poco más grande y darle el regalo que se merece :)
GRACIAS, a todas, una vez más. Nunca me cansaré. Muchos, muchos besos.
It's all for L.O.V.E
Michael, you came and you changed my world.

13 de enero de 2011

Capítulo 42.

29 de agosto de 1979 (I)

Mis ojos se entreabrieron lentamente con los primeros rayos de sol lo suficientemente molestos que se colaron por la ventana. Aunque supongo que la palabra “molestos” no es la adecuada, porque esos rayos de sol indicaban que hacía un día espléndido. Oí como los pájaros cantaban fuera y sonreí, aún adormecido. Que agradable era despertarse con el sonido de la naturaleza.
Tardé varios segundos en orientarme y unos cuantos minutos en incorporarme por fin en la cama, cayendo en la cuenta de qué día era. 29 de agosto de 1979, lo que significaba que había cumplido 21 años. Después de este día muchas cosas iban a cambiar…
No debían de ser más de las 11 de la mañana, así que aún podía quedarme un rato en mi cuarto tranquilo, sin que nadie me molestara. Me levanté del todo y caminé hasta la ventana, corriendo las cortinas y contemplando el paisaje que cada mañana se presentaba ante mí. Sin ser excesivamente grande, lo cierto es que el jardín que poseíamos tenía una belleza admirable. Los árboles lucían verdes y esbeltos, y se llenaban de pajarillos alegres que cada día ponían aún más melodías a esta casa. Tenía una gran suerte ya que mi dormitorio estaba orientado en el sitio indicado para poder observar toda la naturaleza que se presentaba ante mí. Estaba seguro de que, dentro de no mucho tiempo, me haría con un prado enorme, donde construiría una pequeña casita, sencilla y sin lujos. El verde se extendería hasta donde no alcanzara la vista, y los árboles y los lagos cubrirían toda su extensión. Viviría allí el resto de mis días, junto a Judith.
Mi mente se detuvo en la persona que había alimentado mi felicidad estos últimos meses. Llevaba dos días sin saber de ella, y parecían una eternidad…
Oí como giraban el pomo de la puerta y me di la vuelta, descartando todo tipo de pensamientos. Janet asomó su pequeña cabeza por un espacio reducido entre la puerta y el marco de ésta, y exhibió una gran sonrisa cuando me vio observándola. Corrió hacia mí como si su vida dependiera de ello.
- ¡¡Felicidades, hermanito!! –exclamó, cubriéndome de besos y abrazos.
- Gracias, pequeña.
Nos sentamos en la cama, sonriendo ambos. Hablamos durante un rato hasta que me percaté de que tenía un pequeño sobre en la mano.
- ¿Qué es eso, Janet?
- Oh, sí. Casi lo olvido. Es de Judith, me dijo que te lo diera.
- ¿Judith? –pregunté confuso-. ¿Cuándo has visto a Judith?
- Ayer. No te enteraste, ¿eh? –me guiñó un ojo y pude ver en su sonrisa todo tipo de emociones.
- Vale, me lo contarás más tarde. No podrás escaparte, te lo advierto. Y ahora, ¿me dejas leerlo a solas?
- ¡Claro! –me dio un beso veloz y salió disparada.
Posé mis ojos en el pequeño sobre y lo abrí con cuidado. Era una carta escrita con una caligrafía perfecta. Judith y sus cosas, siempre tan perfeccionista. Lo curioso es que era ella la que siempre me reprochaba mi perfeccionismo… Me tumbé en la cama, impaciente por lo que iba a encontrarme. Respiré profundo, y comencé a leer:
“¿Sabes? He estado pensando mucho en lo que me dijiste, y creo que tienes razón. Si pudiera elegir una sola cosa en este mundo, te elegiría a ti, para siempre, y contigo a todos nuestros momentos. Me hubiera gustado haber tenido una cámara a mano para haber grabado nuestras charlas interminables, o nuestras peleas de cojines. Aquel primer beso. Aquella primera vez. Nuestras peleillas estúpidas, y nuestras preciosas reconciliaciones. Los días mágicos en la playa. Y en tu casa. Y en la mía. Y las escapadas al cine. Y las carreras en la calle. Y… A ti. Tumbado. De pie. Sonriendo. Corriendo. Riendo. Brillando más que el propio sol en un día de verano. Haciendo sentir envidia a las estrellas por lucir más que ellas por la noche. A ti. A nosotros.
La pena es no haberlo pensado antes, porque hubiera sido una buena idea conservarlo siempre, ¿no? Por suerte tenemos nuestra memoria, y algo con mucho más valor: nos tenemos el uno al otro. Prometo recordarte dentro de 10 años lo felices que fuimos manchándonos de barro en nuestras primeras vacaciones juntos. Y prometo recordarte dentro de 20 años lo felices que fuimos el 29 de agosto de 1979. Y tú, ¿me lo prometes? Seguro que sí.
No puedo regalarte coches caros, Michael. No puedo comprarte casas, ni cuadros que valen millones. Ni lujo. Ni riqueza. Pero puedo ofrecerte lo más valioso que tengo: mis recuerdos a tu lado. Te los regalo, porque en el fondo son tuyos, tú los hiciste posibles. Es lo más valioso que tengo, lo que más quiero. Y ahora son tuyos.
Si no te importa, me gustaría que te dirigieras a aquel maravilloso lago que hace más de 3 meses me enseñaste. Puedes ir ahora, o dentro de 5 minutos, o de 5 horas. En nuestro pequeño rincón he suplido la falta de lujo y riqueza con cariño y magia, mucha magia. La magia que tú desprendes.
Te quiero, ahora, mañana, y hasta que mi corazón deje de latir.
Y, por cierto… Felicidades”.
Recosté mi cabeza contra la almohada y noté las lágrimas que caían por mi mejilla, que mezclaban felicidad con agradecimiento. Sonreí mientras releí la carta.
Con tan sólo 20 años había perdido toda esperanza de encontrar a una persona con quien compartirlo todo, con quien los miedos y las dudas se fueran, con quien poder vivir sin vergüenza y sin más preocupación que conseguir mantenerla al lado de mi frenética vida. Y de repente… Apareció ella. Cayó como una estrella, y me salvó de todo, hasta de mí mismo. Y ahora… Ahora esto. Ahora, y ayer, y hace una semana, y hace un mes. ¿Y yo brillaba más que el sol? Ella era la auténtica luz en todo esto.
Me vestí todo lo rápido que pude, y me encaminé hacia el lugar que me había indicado, sin soltar la carta, y leyéndola tantas veces que antes de salir de casa ya me la había aprendido.
El sol me acompañó durante el trayecto a ese mágico lugar…


___

Chicas <3
Como bien ha dicho Isa en un comentario, es muy difícil saber lo que pasaba por su cabeza, así que no pretendo eso. No he supuesto que hubiera pensado en ese momento, simplemente he imaginado.
Sólo quería aclararlo :) Narrar un par de capítulos desde su punto de vista es una idea diferente sin la cual no podía hacer lo que tenía pensado, así que me he arriesgado aún sabiendo que era difícil. He tardado en escribir este capítulos casi el doble de lo que tardo con cualquier otro. Espero que el resultado no sea demasiado malo, aunque todavía no he terminado de "colarme" en su mente, el siguiente capítulo también será con Mike como vividor en 1º persona.
Muchas gracias a todas por cada comentario, y por todo en general :)
Nunca me cansaré de agradeceros el más mínimo gesto, porque me hace sonreír muchísimo, no os lo imaginais :)
Un besazo enorme para todas <3
IT'S ALL FOR L.O.V.E

12 de enero de 2011

Capítulo 41.

Preparativos.

Cuando las estrellas inundaron el cielo nos incorporamos, tras haber perdido la noción el tiempo una vez más. Nos miramos confundidos y se nos escapó una risita a ambos.
- Pero, ¿cuánto tiempo llevamos aquí? –preguntó Michael mientras trataba de ordenar su alborotado pelo. Después posó sus ojos en mí, soltó otra leve risa, e hizo lo propio con mis rizos-. Que guapa estás, no sabía que la hierba en el pelo fuera el nuevo complemento de la temporada.
- Muy gracioso –le saqué la lengua mientras me incorporaba, y le hice un gesto para que él también se levantara. Se había hecho tarde, demasiado-. Estás muy graciosillo hoy, ¿no? Ese es mi papel.
- Desde ahora lo compartiremos.
- Eso será si te dejo –agarré su mano y comencé a andar-. Anda, vamos, no sé cómo se ha podido hacer tan tarde.
- Um… Yo sí lo sé… -sonrió-. Además, no ha sido sólo culpa mía. Para perder el tiempo de esta forma se necesita más de un culpable…
Abrí la boca hasta el suelo. No, no, aún más. Hasta el centro de la tierra. Incluso más.
- No sé dónde has perdido tu vergüenza para hacer ese tipo de comentarios, pero desde luego tienes que empezar a buscarla porque se te va de las manos.
Rió a carcajadas y me besó en el pelo, de donde extrajo otra brizna de hierba. Le observé por unos segundos. Estaba guapísimo a la luz de la luna. Como siempre, claro. No había un solo momento del día en que su belleza no me cautivara. Hasta recién levantado, cuando no podía apenas abrir los ojos, era el ser más precioso de la tierra.
- ¿Qué piensas? –me dijo, siempre atento.
- En que es tarde, voy a empezar a echar a correr como no avancemos un poco más deprisa.
Se mordió el labio y leí su pensamiento, pero, como siempre también, fui más lenta que él. Echó a correr mucho antes de que yo hubiera realizado mi primera zancada. Otra carrera perdida. Bah, total, llevaba unas 893254 perdidas, por otra más…
- ¿Nunca te vas a cansar de ver como te gano? –me dijo con una sonrisa espléndida en los labios, nada más llegar. Recuperé el aliento y mostré indiferencia.
- Te estoy dejando ganar. Después vendrá mi venganza.
- Pues… O te das prisa o tendrás que remontar al menos 1000 carreras.
- Sí, claro, o 10.000. En fin, voy a llamar a un taxi y…
- Quédate a cenar.
- No, y no me mires así porque no voy a ceder –era horrible cuando me miraba con esos ojitos. Horrible porque era capaz de convencerme de cualquier cosa, claro.
- Vale, pues espera que llame a Sam y te lleva él.
- No, pobre, déjale. Siempre está liado con llevarme a un lado y a otro, como si fuera mi chofer.
- Es el mío, y por lo tanto, tuyo. Ahora vuelvo.
En menos de dos minutos Sam estaba en la puerta.
- Te llamo mañana –susurró Michael tras un suave beso. Comenzó a andar hacia la casa y, un día más, me sentí la persona más afortunada del planeta tierra.
Abrí la puerta delantera del coche, y me senté, sintiéndome culpable. Sam era una muy buena persona, de hecho habíamos ganado mucha confianza en estos meses. Y por supuesto no era mi chofer, ni nada por el estilo, no le sentía como tal. Por ello siempre solía sentarme en el asiento delantero, dándole compañía y conversación
- Siento que tengas que hacer estos trayectos, Sam. De verdad que yo no quería, no me importaba cogerme un taxi…
- No se preocupe señorita, su compañía siempre es muy agradable.
- Por favor, Sam, no me trates de usted. Me haces sentirme vieja.
- No es usted vieja –rió alegremente.
- Sam…
- Perdone… No eres vieja, señorita Judith.
- Suprimiendo lo de “señorita” estaría mejor, pero… Así me gusta –sonreí.
El trayecto fue ameno, y charlamos sobre sus hijos y, como no, el cumpleaños de Michael.
Con ese pensamiento entré en mi casa: con el cumpleaños de Michael…
Él mismo, sin quererlo, me había dado una idea que, sin ser brillante, al menos podía orientarse a lo que yo quería regalarle. Pero para ello necesitaba mucha cooperación, en muy poco tiempo además.
Lo primero que hice fue contárselo a las chicas, de las que recibí un apoyo incondicional. Además, necesitaba la ayuda de todas para realizarlo. Como carecía de tiempo para prepararlo todo, me puse manos a la obra en cuanto pude.
La primera que colaboró fue Lorena, llamando a la guardería y explicando que estaba enferma y que mañana no podría ir a trabajar. Como sabía que andaban escasos de personal, porque Isa continuaba de vacaciones, Lorena se prestó a hacer por mí ese día en el que yo iba a faltar de forma obligatoria. No sería difícil que la admitieran, ya que también trabajaba en una guardería. Además fue recomendación mía, ya que hablé con Vanessa simulando una voz ronca para darle más credibilidad al asunto. Cuando mi puesto de trabajo estuvo cubierto, yo cubrí de besos a Lorena.
Nana fue la siguiente en entrar en acción. Tenía claro qué quería hacer, y tenía claro quién quería que lo hiciera: Nana, cuyo talento estaba ya fuera de duda. No tardé mucho en convencerla del laborioso pero entretenido trabajo que tenía que realizar. Ambas nos sentamos en una mesa con un folio y un lápiz e hicimos una enorme lluvia de ideas con un tema concreto: Michael.
Me reencontré con mi cama a las 12 de la noche, cuando la lluvia de ideas había finalizado con un éxito total…

Me desperté a las 6 de la mañana, convencida de que no habían pasado más de 3 horas desde que me metí a la cama. Miré al calendario: 27 de agosto.
Caminé arrastrando los pies hasta la cocina donde estaba Marina, que sería la siguiente en colaborar conmigo. En menos de media hora estábamos abajo y listas para comenzar con lo que sería la tercera fase.
Cargamos dos mochilas con lo necesario, y otra completamente vacía, para llenarla con las adquisiciones que obtendría. Cogimos su coche, aun adormiladas, y nos encaminamos a una carretera que ya conocía por haberla recorrido un mes atrás. La emoción se hizo dueña de mí cuando recordé aquellos maravillosos días con Michael apartados en esa preciosa playa que parecía ser nuestro paraíso particular. Ahora regresaba a ella, sin Michael, pero con la certera convicción de que el largo viaje merecería la pena.
Nos perdimos, por supuesto. Pero no importó, supimos reírnos de nosotras mismas y preguntar a casi 50 personas cómo llegar a nuestro destino. Pasamos el día allí, donde me hice con lo que había ido a buscar, y la enseñé preciosos rincones que había conocido. El día se me hizo muy corto, como siempre que estaba al lado de Marina. Nuestros momentos juntas eran insustituibles en mi día a día. Además, por fin, ambas éramos completamente felices. Yo las tenía a ellas, y a Michael, y ella nos tenía a nostras, y a Adrien, con quien había compartido sus dos últimos meses, y del que cada día estaba más enamorada. Tras un agradable día a su lado emprendimos de nuevo el largo camino que nos llevaría a casa.
Cuando llegamos Nana me avisó de que Michael había llamado dos veces. No le había dado señales de vida en todo el día, así que entendí ese dato como normal. Saqué mis nuevas posesiones, que pronto pertenecerían a otra persona, y comencé a ordenarlas, a ellas y a mi pensamiento. Debía organizar todo con disimulo, y sin contar con la colaboración de nadie, excepto de una niña de 13 años que era desde hace unos meses mi cuñada, y que se convertiría al menos por un día en mi aliada perfecta. También tenía que rezar porque Michael no me pillara, cosa bastante difícil teniendo en cuenta varios factores: que querría saber de mí después de un día entero sin hacerlo, y que para preparar todo necesitaba algo fundamental en su vida: su casa.
Tras jurarlas amor y amistad eterna a los tres soles de mi vida, me fui a la cama, agotada por el viaje y el trabajo que mi cabeza llevaba realizando durante todo el día. Además, el día siguiente iba a ser nuevamente agotador…

El despertador sonó de nuevo más pronto de lo que me hubiera gustado. A las 10 de la mañana me puse en pie, observando como el calendario marcaban un 28 de agosto que se presentaba caluroso. Desayuné un par de galletas, y cogí el teléfono, rezando por enésima vez en pocas horas para que lo que tenía pensado me saliera bien.
Contestó una de las cocineras, Samantha, con la que también había congeniado bien. Pregunté por Janet y me dijo que aún no había bajado de su dormitorio y que cuando lo hiciera me avisaría de ello, con discreción, tal y como la pedí. Bueno, al menos tendría algo de tiempo para sentarme en el sofá y descansar.
El teléfono no tardó en sonar más de una hora, y me encontré al otro lado con la dulce voz de Janet, que se mostró sorprendida y alegre a la vez. La expliqué que necesitaría su ayuda sin que Michael supiera nada de ello, y se mostró encantada, primero por ayudarme, y segundo por burlarse de su adorado hermano al menos durante unas horas.
Antes de las 12 de la mañana me presenté en su casa, implorando una vez más que todo saliera bien. Si Michael me descubría, todo lo que había estado preparando rodaría por los suelos, y no me había costado poco precisamente.
- ¡¡Guau!! A Michael le va a encantar todo lo que has preparado para él –exclamó Janet, mientras nos dirigíamos al lugar que sería el centro de todo.
- En realidad no es nada del otro mundo, sólo pequeños detalles. No puedo permitirme regalarle lo que él realmente merece… -me detuve al decir esa frase. ¿Hay algo en este mundo que pudiera regalársele y que hiciera justicia con lo que él merece? No, no lo hay. Todo se le queda corto-. En realidad, nada está a su altura.
- ¿Sabes que te salen corazones de la cabeza cuando hablas de él?
- ¡No es verdad! –enrojecí.
- Sí, sí lo es. Pero tranquila, a Mike también le pasa lo mismo.
Sonreí ampliamente.
No tardamos demasiado tiempo en preparar lo que tenía en mente, poco más de dos horas. Tenía que estar todo colocado con sumo cuidado, y sin equivocaciones. Todo tenía que ser perfecto, ya que estaba destinado al hombre más perfecto que había pisado este planeta.
Me despedí de Janet agradeciéndola todo lo que había hecho por mí, y la entregué una carta que debía llegar a manos de su hermano nada más levantarse al día siguiente.
Pedí un taxi y me dirigí a la guardería. Agradecí el tener que trabajar para que así el día pasara con más rapidez.
No había comido nada, pero no importaba. Salí de esa mágica casa con la sensación de haber preparado algo mágico…

Abrí los ojos y observé el blanco techo de mi habitación. Me incorporé de inmediato, y mis ojos se dirigieron al reloj. Las 12 de la mañana. Las 12 de la mañana de un 29 de agosto de 1979.
Mi pensamiento voló hacia la casa de los Jackson. Supe, casi con total seguridad, que Michael estaba recibiendo su regalo. Entonces, imaginé cada gesto, cada sonrisa, cada pensamiento que podía tener en ese momento… Y yo también sonreí.

_______


Hola chicas :)
Vereis, un 29 de agosto de 1979 no es una fecha cualquiera, ¿verdad? ;)
Pues he pensado en hacer algo especial... Algo que no he hecho hasta ahora.
Como la sopresa que va a recibir Michael, la va a recibir sin Judith al lado, lo que haré en el próximo capítulo será colarme en la mente de Mike, y que descubramos como vivió ese día que con tanto trabajo le había preparado Judith.
Será algo totalmente nuevo, y que salvo casos excepcionales no creo que vuelva a repetir. Es sólo que me apetecía hacer algo diferente, y que mejor cosa que vivir un día coladas en la mente de Michael.
Probablemente no sea nada fácil, pero al menos quiero intentarlo :)
Para evitar confusiones en próximos capítulos, lo que narre desde el punto de vista de Michael irá en cursiva.
Muchas gracias, y espero que lo disfruteis :)
Un besazo ENORMÍSIMO a todas <3

10 de enero de 2011

Capítulo 40.

Quiero algo especial.

Durante el trayecto a su casa no pude evitar seguir dándolo mil y una vueltas a todo; además de que el hecho de tener a Michael a mi lado hacía que me sintiera hasta culpable. ¿Y si no le conocía tan bien como yo creía? Parecía una tontería, pero siempre le había dado mucha importancia a estos pequeños detalles, que en el fondo son los que nos hacen sonreír cada día. Quería sorprenderlo. Y no sabía como hacerlo. Que frustración.
- Ummm… Al final voy a tener que plantearme muy seriamente convertirme en detective… -susurró en mi oído, apartándome inmediatamente de mis pensamientos. Retiré mi mirada de la ventana y la posé en sus ojos, tan dulces como siempre. Me derretí, automáticamente-. Así quizá podría averiguar qué pasa por tu cabeza. ¿Qué te pasa, pequeña? Llevas unos días como… Triste.
Aferré sus manos con fuerza y enarqué una ceja ante el estúpido adjetivo que había utilizado al definir mi estado. ¿Triste?
- ¿Cómo voy a estar triste teniéndote a mi lado, Mike?
- ¿De verdad que no es eso?
- Claro que no –me incliné para darle un suave beso en el cuello y me acurruqué en su pecho, como hacía siempre.
- Entonces, ¿qué ocurre?
- No es nada, no te preocupes.
- Ah, cierto. Se me olvidaba que te conocí ayer y no sé cuándo te pasa algo y cuándo no –alcé la cabeza para ver la expresión de su rostro, y no pude evitar sonreír aún más. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo y miraba hacia el techo. Pobre, le estaba torturando.
- Vaya, ¿desde cuándo usas tanto la ironía?
- Desde que una chica rubia, y mentirosa, apareció en mi vida por sorpresa –tapó mis labios con su dedo, y continuó hablando-. Sí, mentirosa. ¿No vas a decirme lo que te pasa?
- Seguro que es un encanto de chica –acaricié su cuello con mi nariz.
- A veces la quiero mucho, pero otras me dan ganas de retroceder en el tiempo y pedirle a Jermaine que hubiera pisado más el acelerador.
- ¡¡Oye!!
- Es broma, boba –rió a carcajadas-. Qué haría yo sin ti. Pero cuéntamelo, en serio. Sea lo que sea. No me gusta verte así.
- Cuando lleguemos te lo cuento.
- ¿Prometido?
- Ahá.
Tras unos segundos intentando averiguar por mi gesto si mi promesa iba en serio, Michael entabló conversación con Sam, que llevaba callado todo el camino, escuchándonos, supongo, nuestras estúpidas, y geniales, conversaciones.
No tardamos más de media hora en llegar, y nada más hacerlo tiró de mí, como hacía siempre, y me llevó hacia el jardín.
- ¿No me dejas ni ver a tu hermana?
- No.
- ¿Ni a tu madre?
- No.
- ¿Y a Joseph? –dije, en un tono burlón.
- Mil veces no –sentenció, al tiempo que se sentaba al pie de un árbol. Estaba anocheciendo, así que el clima había refrescado. Se quitó su chaqueta y cubrió con ella mis hombros. Me miró a los ojos con seriedad, y supuse que las bromas se habían acabado.
En realidad, no era nada, no tenía por qué asustarse, y mucho menos enfadarse. Hasta me daba vergüenza contárselo…
- Habla.
- Mike, no es nada, en serio.
- Oh, estupendo.
- Sólo que llevo unos días más pensativa de lo habitual.
- ¿Y en qué piensas?
- Pues… En cosas.
- Que me influyen.
Le miré incrédula. ¿Tanto había estado alimentando su ego que tenía claro que lo que rondaba mi cabeza era directamente culpa suya?
- No me mires así, me influyen.
- ¿Cómo sabes eso? ¿Y si no va contigo la cosa?
- Me lo hubieras dicho desde el primer minuto en que pasó por tu cabeza. Te tropiezas con un bordillo y me lo cuentas. Se te quema una tostada y me lo cuentas. Sin embargo llevas días dándole vueltas a algo y no has dicho nada. Una de dos: o está relacionado conmigo, o no lo está y quieres ocultármelo por alguna razón que prefiero no pensar para no llevarme un disgusto –sonrió, convencido de que llevaba razón-. ¿Y bien?
Me quedé unos segundos observándole fijamente. ¿Cómo podía darse cuenta de absolutamente todo lo que pasaba? Nunca me cansaría de admirar, y a veces odiar como era el caso, esa capacidad suya de estar atento a todo, a cada segundo.
- Eres odioso. Mucho.
- Lo sé. ¿Y bien?
- No está relacionado contigo y prefiero no contártelo para no darte un disgusto.
- No me lo creo.
- ¿¡Por qué no!?
- Soy detective privado, ¿recuerdas? Lo sé todo.
Esta vez sí le taladré con la mirada.
- Si lo sabes todo no sé porque quieres…
- Judith –me cortó-, por favor.
- Vale, vale, vale. Si es que no es nada, Mike… Es simplemente que…
- Que.
- Pues que estamos a 26 de agosto, y…
- ¿Y?
- Y dentro de tres días…
- ¿Qué pasa?
- ¿Me quieres dejar hablar? –apretó los labios tras esconder una sonrisa, se pasó su dedo por ellos en un gesto de silencio, y me tendió la mano para que continuara. Sonreí, ampliamente-. Tu cumpleaños es dentro de tres días. Y yo, si pudiera, te bajaría la luna del cielo para ti solo. El sol no, que brillas más que él y le daría envidia –le guiñé un ojo y sonreí-. Pero como no puedo… Pues no se me ocurre nada más que pueda ofrecerte.
- ¡Uy! –Rompió su silencio-. A mí se me ocurren un montón de cosas.
- Ya, casas, coches, cuadros… Un montonazo de cosas, todas ellas fuera de mi alcance y, además, demasiado “corrientes”. Todos te van a regalar ese tipo de cosas, yo quiero ser diferente.
Hizo una mueca de desconcierto y agachó la cabeza. Después la levantó y se mordió el labio, mirándome fijamente.
- En realidad me refería a otras cosas –dijo al fin-. Lo que tú puedes regalarme no lo puede hacer nadie más… -sonrió-. ¿Sabes cuál sería un buen regalo?
- Cuál.
- Un beso.
- Eso te lo doy todos los días.
- Pero son besos de no cumpleaños; nunca me has dado un beso de cumpleaños. Sería un buen regalo.
- No seas tonto, anda, te estoy hablando en serio. Me he comido mucho la cabeza y no he llegado a ninguna conclusión.
- No, no seas tonta tú, Judi. Cualquier cosa que venga de ti, cualquiera, me hace mucha más ilusión que mil de los demás.
- No tengo nada que ofrecerte…
- No necesito nada más que lo que me das cada día.
Nos miramos a los ojos durante unos segundos. Estaba segura de que estaba siendo completamente sincero. Él no necesitaba de mí casas enormes ni coches lujosos, para eso ya estaban los demás. Pero aún así… Que no. Que no era suficiente, al menos está vez.
- Como sigas pensándolo…
- Qué –le corté-. Qué vas a hacerme. Tengo todo el derecho del mundo a pensar en lo que quiera.
- Vale –dijo alegremente-, pero tú verás si estás dispuesta a soportar las consecuencias. A muchas cosas has renunciado por temor a mis cosquillas, a mis ataques con los cojines y un largo etcétera –sonrió como sólo él sabía hacer.
- No me das ningún miedo –contesté desafiante-. No eres nada que…
No me había dado tiempo a terminar la frase cuando ya se había lanzado sobre mí. Me rodeó con su brazo derecho y me tumbó en el suelo, mientras con el izquierdo me iba matando a esas horribles y a la vez encantadoras cosquillas que siempre me hacía.
- No me hagas recordarte cuantísimo tiempo puedo seguir así.
- ¡Valeee! Para, por favor –conseguí decir entre risas-. Va a darme algo, ¡Michael!
Evidentemente, no se detuvo al instante. Siguió disfrutando de su momento de gloria mientras yo me hundía poco a poco en el infierno de las cosquillas. Cuando por fin decidió que ya me había “maltratado” bastante, me ayudó a incorporarme, siempre sonriendo.
- Si quieres tu beso de cumpleaños deberías dejar de hacer estas cosas, un día me va a dar algo.
- Sé cuando parar.
- Claro, tú lo sabes todo –le imité diciendo lo que anteriormente me había dicho él, mientras me quitaba briznas de hierba de la camiseta, y de su chaqueta.
- Ahá. Bueno, pero a lo que estábamos. En serio, no lo pienses.
- Ahora no lo estaba pensando, listo. Eres tú el que ha vuelto a ello.
- Mi mejor regalo eres tú –dijo, seriamente, mientras elevaba mi mentón y me obligaba a mirarle-. No necesito nada más. Sólo a ti.
- Y me alegro por ello –sonreí-. Pero, ¿no puedes entender que quiero hacerte algo especial?
- ¿Sabes lo que es especial? Poder recordar cada momento contigo. Tú, y nuestros recuerdos, sois el mejor regalo que tengo. Y no necesito esperar a mi cumpleaños para tenerlos. Si estás conmigo no puedo pedir nada más, pequeña.
Esta vez no dije nada. ¿Para qué? Él ya lo había dicho todo. Me acerqué a él, acariciando su rostro y dando gracias, una vez más, por tenerlo conmigo. Rocé sus labios con dulzura, esperé a que me rodeara con sus brazos y me perdí una vez más en ellos.

7 de enero de 2011

Capítulo 39.

Lo importante es lo que significa.

26 de agosto de 1979. Así lo indicaba el calendario de la guardería. ¿De verás se había pasado tan rápido el verano?
- Judi –me giré para observar a la pequeña Lizzy detrás de mí-, Dave me ha quitado mi muñeca y dice que la va a colgar del techo con un hilo que se ha encontrado antes –me explicó sollozando.
No pude evitar esbozar una sonrisa al verla así. Adoraba la inocencia de los niños y cómo eran capaces de sentir tanto cada cosa.
- No te preocupes, Lizzy. ¿No ves que Dave es bajito? No va a llegar al techo jamás –la guiñé un ojo-. Tú no le hagas caso, vete a jugar con otra cosa, ya verás como al final se cansará y te la devolverá. Y sino… Le cuelgo yo del techo –la volví a guiñar un ojo, y salió disparada hacia el lugar donde se encontraba Dave riendo a carcajada limpia.
La observé durante unos instantes y volví a concentrarme en el calendario. Apenas faltaban 3 días para el cumpleaños de Mike y ni siquiera sabía que regalarle. Tenía unos ahorrillos preparados para la ocasión, pero realmente sentía que comprara lo que comprara iba a ser insuficiente. ¿Cómo compensar todo el amor que me había estado regalando él durante 3 meses? Imposible.
Resoplé, y esta vez clavé la vista en el reloj. Quedaba media hora para que comenzaran a llegar los padres en busca de sus amigos, y después tendría la tarde libre. Quizá lo mejor era llegar a casa, sentarme en el sofá y esperar a que alguna idea brillante llegara a mi cabeza.
¿Y si le compraba un coche? No. Le regalarían mil quinientos, y yo quería hacerle algo diferente. ¿Otra casa? Tampoco, le dolería separarse de su madre y sus hermanos, además con mis estupendos ahorros únicamente podría comprarle una chabola…
- Judith, Lizzy dice que soy bajito… –me giré y observé la expresión triste de Dave. Sonreí de nuevo.
- ¿Sabes que los chicos bajitos son los más guapos?
Su rostro cambió de inmediato, y sonrió p.
- ¿Ah, si?
- Ahá.
Depositó sus ojos en la pared blanca, y entreabrió la boca, con una duda a punto de salir de ella.
- ¿Tu novio es guapo?
- Muchísimo.
- Entonces es bajito.
- Umm… -cavilé durante unos segundos. Casi me sacaba una cabeza, pero no era excesivamente alto-. Más o menos.
- Yo creo que a los chicos también nos gustan las chicas bajitas.
- ¿Tú crees, Dave? – Esta vez si reí con ganas. Un niño de 8 años explicándome qué le gustaba a los chicos. Como adoraba estar rodeada de niños. Siempre tenían ocurrencias para todo…
Siempre tenían ocurrencias para todo… Exacto. Había una posibilidad entre un millón, pero quizá él pudiera resolver el gran problema que se me presentaba en forma de cumpleaños.
- Esto... Dave, vas a ayudarme a hacer una cosa muy muy importante para mí, ¿vale? Verás… Dentro de tres días es el cumpleaños de mi novio, y no sé qué regalarle. ¿Qué te gustaría que te regalaran a ti?
- ¡Un camión! –suspiré al tiempo que reí. Bueno, lo había intentado-. Aunque mi papá siempre dice que lo importante no es el regalo –continuó-, sino lo que significa. Me contó una vez que mi mamá le regaló una bolsa de pipas cuando cumplieron 5 años porque para ellos era algo importante, aunque no me acuerdo por qué…
- Muchas gracias, Dave –sonreí.
- ¿Te he ayudado algo?
- Más de lo que crees, pequeñajo –le revolví el pelo mientras él también sonreía-. Corre, vete a jugar con todos.
Sí. Ahí estaba la clave. Lo importante no era el qué, lo importante era el por qué. Ahora sólo tenía que pensar en algo especial para nosotros y convertirlo en regalo.
Me giré de nuevo al calendario, que le estaba desgastando de tanto mirarle, me apoyé en la mesa y comencé a rescatar momentos especiales entre nosotros… Aquel primer beso en el lago, los días que pasamos en aquella playa, las noches en mi sofá muertos de risa, aquella primera vez… Uf, que difícil iba a ser elegir.
En seguida comenzaron a llegar los padres, saludando todos cordialmente e intentando rescatar a sus hijos, que aún continuaban corriendo de aquí para allá. Cuando ya no quedaba nadie excepto Vanessa, que era la encargada de cerrar, cogí mi bolso y despidiéndome de ella con la mano salí con la intención de llegar a casa lo antes posible para, con la ayuda de las chicas, como siempre, encontrar una idea suficientemente buena.
No había dado ni 5 pasos cuando alguien me agarró por la cintura y cubrió mis ojos, haciendo que me sobresaltara y pegará un codazo tras de mí.
- Si no quieres verme, sólo tienes que decírmelo, no acabes conmigo, por favor…
Reconocí su voz al instante. ¿Cómo no hacerlo? Destapó mis ojos y me giré, observando su mueca de dolor.
- Estás fuerte, ¿eh? Ya sé quién me va a defender de mi legión de fans histéricas.
Sonreí y le rodeé, dándole un suave beso.
- Bobo. ¿Qué haces aquí? La gente se va a volver loca cuando te reconozca.
- ¿Tú crees? Vaya, pues yo pensaba que no. Es más, no me he puesto estas gafas y este gorro para que no me reconozcan, sino porque me apetecía hoy…
- ¿Crees que puedes pasar aunque sea un solo día sin vacilarme?
- No, se ha convertido ya en un hábito –rió-. ¿Me quedan bien las gafas?
- Estupendamente, como todo –acaricié sus mejillas y sus labios delicadamente-. Así que te apetecía hoy…
- Sí, voy de incógnito, porque además soy detective privado –con un dedo bajó levemente sus gafas y enarcó una ceja mientras sonreía. Si el sol no estuviera brillando en ese momento hubiera dado igual, él lo acababa de iluminar todo.
- ¿Y que tienes que investigar? –sonreí yo también.
Meditó durante unos segundos, y se quitó las gafas.
- Si vienes conmigo te lo enseño. Además, estás implicada directamente en la investigación.
- Pero es que tengo cosas que hacer…
- Seguro que pueden esperar.
- Mike…
- ¿Cuántos por favor quieres que te diga para convencerte?
- Pues unos 3000.
- Vale, sube al coche que te los voy diciendo por el camino –agarró mi mano y me arrastró tras él.
Y yo, como siempre, no pude hacer otra cosa que seguirle. Le seguiría al fín del mundo.



________

Seré breve. Sólo quiero agradecer una vez más el apoyo y el cariño que me habeis dado durante todo este tiempo, a pesar de no haber podido subir ningún capítulo en medio año. Lo lamento más que nadie, espero que no lo olvideis.
Ahora que las cosas, por fín, se han calmado un poco, subiré capítulos con toda la frecuencia posible. Aunque estoy en un curso duro, el último ya en el instituto, siempre que pueda y tenga algo de tiempo lo dedicaré a escribir, aunque sea sólo para devolveros todo el cariño que me habeis dado que, de verdad, no sabeis cuánto lo aprecio.
MUCHAS GRACIAS A TODAS POR TODO. De verdad, de corazón :)
Y feliz año! :D
Michael, you came and you changed my world.