8 de diciembre de 2011

Capítulo 67.

¿Te había dicho ya...?

- ¿Vas a contarme de una vez cómo fue todo? –me recriminó con un gesto de enfado poco creíble. Cerró la puerta y se acercó hasta mí. Me mordí el labio inferior y sonrió.
- ¿Vas a quedarte a dormir? –Le besé y rodeé su cintura.
- ¿Vas a contestar alguna de mis preguntas? –puso los ojos en blanco y sonreí, abrazándole con más fuerza. Casi había olvidado lo maravilloso que era su olor. Casi.
- Depende, ¿vas a contestar tú a las mías?
- Depende, ¿vas a contestar a las mías tú? –me besó en la frente y suspiré-. Te prometo que algún día contaré las veces que suspiras en tan sólo 24 horas.
- Eres odioso.
- Oh, sí. Opinan lo mismo las millones de chicas que, de igual modo, suspiran por mí a lo largo de 24 horas –levantó las cejas y rió.
- Te lo tienes muy creído últimamente.
Le miré, tirando de su camiseta hacía mí y obligándole a besarme. Lo hizo de buena gana y lo agradecí, aun siendo perfectamente consciente que en menos de dos minutos iba a detener ese beso que me había ofrecido. Por alguna extraña razón que todavía no comprendía, Michael era capaz de dar prioridad a su curiosidad y su deseo de saber. Incluso cuando llevábamos varios días sin vernos.
Por tanto, no me extrañó cuando aferró mi cara con sus manos y me obligó a sentarme en la cama con una mirada. Obedecí, por supuesto. Pero no estaba dispuesta a rendirme tan fácilmente y continúe besándole; sabiendo, sin embargo, que él había dado por finalizado ese momento. Retiró su rostro con delicadeza y me clavó sus ojos.
- ¿Te había dicho ya que eres odioso?
Sonrió.
- Quiero que me cuentes cómo ha ido todo, después haremos lo que quieras.
- Define “lo que quieras” –sonreí con picardía.
Agachó la cabeza y me miró de reojo. Sonrió de nuevo.
Me abalancé sobre él, haciendo que se tumbara completamente y aferró mi cintura con sus manos; sin borrar la sonrisa de su boca. Le besé de nuevo y después me detuve a mirarle.
- Eres arrebatadoramente guapo.
- Y tú estás arrebatadoramente esquiva –mi rostro reflejó la confusión que me produjeron sus palabras. ¿Esquiva? ¿Yo? ¿Por qué iba a estarlo?-. ¿Pasó algo por lo que no quieras hablarme de tu viaje?
Y de repente lo recordé.
Sergio.
Me incorporé, dándome cuenta que ni siquiera había pensando en la forma de explicarle a Michael lo que había ocurrido con él. No sólo cómo había insistido para que me quedara, sino el deseo que había sentido yo porque me besara.
Porque sí, iba a contárselo. Aun con el riesgo de que se enfadara. Quería ser completamente sincera con él. Aun con el riesgo de que perdiera parte de su confianza en mí.
- No me asustes…
Desvié mi mirada hacía sus ojos. Él también se había incorporado y su rostro lucia una mayor confusión que la mía. Le acaricié mientras exhibía una media sonrisa para así tranquilizarle.
- No es nada.
-¿Desde cuando reaccionas así cuando se trata de “nada”?
Me mordí el labio de nuevo y por un momento odié que me conociera tanto.
- En serio, no es nada –traté de quitarle importancia-. Pasó algo, sí, pero no pienso contártelo hasta que no me des tu palabra de que no vas a preocuparte.
- Primero rehúyes hablar de ello y después me dices que no me preocupe… Aham, definitivamente estoy preocupado.
- No seas tonto, no he rehuido hablar de ello. Acabo de acordarme ahora mismo, fíjate la importancia que le concedo al asunto –le miré, esperando que le hubiera convencido mi explicación. Pero continuaba observándome confuso, incluso con cierta impasibilidad-. Vale, vale. Ya te lo cuento. Pero prométeme que…
- Habla –me cortó-. Y después veremos qué puedo prometerte –susurró. Estaba realmente preocupado; incluso temeroso. Y odiaba que se sintiera así. Me acerqué hasta él y me acurruqué en su pecho. Aferró mis manos y me sentí más segura.
- Es una tontería y no debes darle más importancia que la que tiene, ¿de acuerdo? –hice una pausa, esperando que respondiera. Pero no lo hizo así que decidí continuar con todas las consecuencias- La noche de mi cumpleaños me montaron una fiesta, como ya sabes. Y fue un montón de gente a la que esperaba ver, incluso más de lo que creía. Fue increíble –sonreí al recordarlo-. Pero no pudieron estar todos los que hubieran querido ir, y al día siguiente me encontré con varias de las personas que no pudieron y me explicaron sus motivos. Una de esas personas fue Sergio –dije la última frase de carrerilla para que no me costara tanto trabajo. Sentí como la figura de Michael se volvía más rígida y aún sin mirarle podía adivinar su expresión-. Me contó que estuvo trabajando, y que lo había sentido mucho, que le hubiera gustado ir y…
- ¿Y? –me interrumpió. Bajé la cabeza ante su tono cortante pero entendí su reacción.
- Dimos un paseo por el pueblo contándonos cómo nos iba todo.
- ¿Le hablaste de mí? –volvió a cortarme.
Me sentí incapaz de responder así que continué por dónde iba.
- Me llevó hasta el parque donde siempre nos habíamos visto e imaginé qué quería que yo recordara todo lo que había pasado entre nosotros.
- Pero no le detuviste a pesar de que sabías por qué te llevaba allí –susurró-. Y todavía no has contestado a mi pregunta.
No aguanté más y cambié de postura para que nuestros ojos quedaran a la misma altura, pero con cierta distancia. Observé su rostro serio y desanimado y pasé suavemente mi mano por él.
- Déjame acabar –susurré. Asintió y volví a sostener sus manos-. Me dijo que cuando me fui se dio cuenta de lo importante que era para él y que sentía no haberlo podido saber antes, porque me hubiera pedido que me quedara –enarcó una ceja y sonreí tímidamente ante ese gesto que tanto repetía-. Y después me besó.
Hizo ademán de hablar un par de veces pero siempre volvía a cerrar sus labios. Después de varios segundos me miró de nuevo y me dirigió las palabras con un cierto tono de reproche.
- Y tú le dejaste que lo hiciera.
- Sí –afirmé. No podía mentirle. No ahora-. Y lo hice por varias razones. Sobre todo por dos. La primera es que después de tanto tiempo, después de todo lo que tuve con él y después de tanto tiempo sin verle… Tenía ganas –lo dije tan bajo que no estaba segura de que me hubiera escuchado.
Cuando se levantó de la cama y se apoyó en la mesa entendí que sí.
- No puedo creerlo… No puedo creer que…
- Para el carro –esta vez fui yo la que le corté-. Te recuerdo que tú hiciste lo mismo con Natalie –levantó levemente su cabeza y dejó de mirar a la pared para colocarse de nuevo frente a mí.
- Yo nunca he tenido dudas.
- Esos días las tuviste.
- No respecto a otras personas. Siempre supe que te quería a ti.
- Mike, no tengo dudas, se acabaron hace tiempo. Estoy aquí y te quiero a ti –me miró de nuevo-. Déjame acabar.
- Las tuviste.
- Por unos minutos. Déjame acabar.
- ¿Qué pasará cuando esos segundos sean días? -bajó la cabeza de nuevo-. Acaba –susurró.
- Lo deseaba, sí. Pero lo deseaba también por qué quería estar de nuevo convencida de que no quiero que me besen otros labios que no sean los tuyos. Tuve dudas durante, quizá, unos minutos. Pero quería que lo hiciera porque en cuanto notara que lo que estaba pasando era real mis dudas iban a desaparecer. Yo te quiero a ti, y necesitaba algo lo suficientemente fuerte para volver a tenerlo claro de nuevo. Es extraño, pero es así. No estoy orgullosa de haberlo deseado, pero no puedo mentirme, ni a mí misma ni a ti. Porque no quiero hacerlo. Hubiera sido más fácil ocultarte todo esto pero quiero ser completamente sincera contigo, porque es lo que mereces. No hay dudas, no hay miedos. No hay nada de eso. Te lo aseguro. He vuelto cuando podía haberme quedado. Pero he vuelto. Y eso es por algo -me miró de nuevo y observé como la calma se había vuelto a instalar en su rostro-. Sé que no es muy fácil, pero confía en mí. Por favor.
Pasó su mano por mi mejilla y sonrió, indicándome que lo haría.
Se desplazó hasta la entrada de la habitación y, para mi sorpresa, apagó la luz. En menos de tres segundos había vuelto a acercarse a mí y me abrazaba dulcemente.
- En pocas ocasiones he dejado de confiar en ti –susurró. Pasó el dedo por mis labios y los besó. Tuve la sensación de que estaba sonriendo mientras lo hacía-. ¿Te había dicho ya que me quedo a dormir?
Sonreí yo también, casi incrédula por la poca importancia que le había dado. Imaginé que quería darme la seguridad que necesitaba, la confianza que necesitaba. Y se lo agradecí.
Con un solo movimiento hizo que los dos cayéramos a la cama. Sonriendo aún más. Busqué sus labios con urgencia y me los ofreció como siempre hacía.
- Tienes que contarme todo… -murmuró a los pocos minutos-. Pero creo que puede esperar, ¿no?
Reí y besé su cuello haciendo que se estremeciera.
- ¿Te había dicho ya que te he echado de menos?
Se tumbó sobre mí y acarició mi cara.
- ¿Te había dicho ya que te quiero?
Sus ojos centellearon aun en la oscuridad.

22 de septiembre de 2011

Capítulo 66.

No quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.

- Genial… -susurré. Era lo que menos me esperaba y, para ser sincera, lo que menos me apetecía. Estaba enfadada con él, estaba muy enfadada con él.
- Hola… -susurró también.
Las chicas abandonaron la habitación inmediatamente y Michael se sentó en la cama, aunque a una distancia considerable de mí. Su rostro me indicaba que él también estaba molesto.
- ¿Estás enfadado? –pregunté seriamente sin darle tiempo casi a acomodarse.
- Sí, la verdad es que sigo bastante enfadado –su tono cobró seguridad y me regañó con la mirada.
- Pues no sé a qué has venido, esta vez no seré yo quien de su brazo a torcer si es lo que esperas que haga –le espeté para su asombro.
Esperó unos segundos en los que observé sus intenciones de hablar; intenciones que debió desechar al instante pues bajó la cabeza y juntó ambas manos sobre sus rodillas.
- ¿Qué nos está pasando? –murmuró-. ¿Por qué no hacemos otra cosa que discutir? No me esperaba algo así…
- ¿Y qué te esperabas? ¿Una chica que te diera la razón en todo? ¿Alguien que te bailara el agua aunque no estuviera de acuerdo con lo que haces o dices? Lo siento, Michael, pero yo no soy así. Tengo mi carácter y no tengo porque dejar que tú pases por encima de él –resoplé y continué mirándole. Me dolía verle así y me dolía todo aquello, pero si buscaba alguien dócil a quien manejar a su antojo se había equivocado de persona.
- No me refiero a eso –elevó levemente la cabeza y me miró de reojo como sorprendido por lo que acababa de escuchar-. Me gusta como eres, me gusta que tengas carácter. No quiero arrebatártelo porque es algo tuyo y además algo que aprecio. No sé por qué has dicho todo eso -Le miré sin entender y me acerqué ligeramente a él-. No esperaba tantas discusiones y tantos problemas en tan poco tiempo. No hablo sólo de ti, también hablo de mí. No sé que nos pasa pero quiero que acabe ya porque te quiero y quiero estar contigo. Y odio esta situación. Odio que estés sentada lejos de mí y odio no poder abrazarte cuando llevo tanto tiempo sin verte.
Levantó, esta vez sí, la cabeza del todo y posó su mirada en mí quizá esperando que le dijera algo. Pero llevaba tanta razón en todo lo que había dicho que parecía que cualquier cosa que yo pudiera comentar en estos momentos sobraba. Así que salvé la distancia entre nosotros y apoyé mi mano en su hombro. La sostuvo delicadamente y la acercó hasta sus labios.
- Siento no haberte llamado la noche aquella. Me hicieron una fiesta, apenas tuve tiempo para respirar, y luego estaba agotada y… Siento no haberlo hecho, en serio, pero tú tampoco debiste haber reaccionado así.
- Pero, ¿cómo crees que me sentía? Te hice un regalo de cumpleaños que muy pocas personas hubieran sido capaces de hacer, y no hablo del dinero que costó, habló de lo que significó. Significó tenerte lejos en un día que siempre ibas a recordar; acepté que no quisieras que fuera contigo con la única condición de que me llamaras todas las noches. Y la noche que de verdad tenías que llamar no lo hiciste. Y no sabes lo que me dolió. El día de tu cumpleaños, Judi, un montón de gente felicitándote y yo pegado al teléfono como un bobo –bajó la cabeza de nuevo y me sentí horrible. Pasé mi brazo por su cuello y le besé en el pelo dulcemente-. Sólo quería estar contigo de alguna forma posible y no me diste la oportunidad de hacerlo.
- Me siento fatal… -el nudo en la garganta apareció y me mordí el labio inferior en señal de aguante; no quería dar rienda suelta a lo que me rondaba la cabeza-. No sé ni qué decirte. Perdóname…
- Y después me dices que no te quiero, que sólo quiero a alguien cerca –me miró con media sonrisa y supuse que no le hacía ninguna gracia-. ¿Cómo puedes decir eso? Es algo que no me emociona excesivamente, pero si salgo a la calle tengo a mil chicas tirándose a mi cuello. Si sólo quisiera no sentirme solo me buscaría a una chica que no me trajera tantos quebraderos de cabeza como me traes tú –me apuntó con el dedo índice y me miró de esa forma que sólo él sabe hacer-. Si simplemente quisiera estar con alguien, si no me importara con quien, me buscaría a alguien más manejable y no a un terremoto como eres tú, que arrasas con todo; y me incluyo –sonrió de nuevo y volvió a bajar la cabeza-. Pero te quiero a ti y no quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.
- No quiero que dejes de hacerlo… -musité-. Nunca.
Me miró de nuevo y me dio un tierno y rápido beso en los labios. Acaricié sus mejillas y me recosté contra él.
- Por eso veo absurdo tantas discusiones. ¿Me quieres? –preguntó a los pocos segundos.
- ¿Ya estás otra vez con preguntas que no tienen ningún sentido? Claro que lo hago y no quiero dejar de hacerlo mientras tú sigas queriendo que lo haga.
Ambos sonreímos y me retiró el pelo de la cara.
- ¿Puedo contarte algo?
- Sí –respondí segura.
- Llamé a Natalie -apreté los labios y fruncí el ceño. Eso sí que no me lo esperaba-. Y las veces que no contesté a tu llamada… La mayoría estaba con ella. Y no quise ponerme. No quería hablar contigo y ella era una de las razones. El primer día que la llamé estuvimos todo el día juntos. El segundo durmió en mi casa. A la mañana siguiente me besó. Y no protesté, ni siquiera me importó –bajé la cabeza y me rompí en pedazos. Me sujetó el mentón y elevó mi rostro para que pudiera mirarle de nuevo-. Escúchame –susurró-. La pedí tiempo, la dije que no quería que volviera a hacerlo porque tú estabas lejos y no era justo que pasara nada y que ni siquiera pudieras saberlo, que primero debía hablar contigo y… –no daba crédito a lo que estaba oyendo así que me levanté y caminé nerviosa por la habitación. Él se levantó al tiempo y trató de coger mis manos pero me zafé de él.
- ¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?
- ¿Te das cuenta de que no me has dejado terminar?
- ¿Te das cuenta de que no quiero escuchar nada más?
Rió y me dieron ganas de darle un inmenso bofetón.
- ¿Y te ríes?
- Déjame acabar.
- No quiero.
- Vas a tener que hacerlo.
- ¿Me vas a obligar?
- Sí.
Nos miramos durante unos segundos y me apoyé en la mesa de espaldas. No quería escuchar más. No sabía ni cómo sentirme, ni qué decir, ni de qué forma matarles a los dos. Maldito diablo, siempre buscando el momento para colarse en la vida de Michael.
- Estaba enfadado, recuérdalo.
- Yo también estaba enfadada contigo pero no por eso caí en los brazos de cualquiera. Y no porque no tuviera oportunidades, ¿eh?
- Luego me contarás eso –levantó una ceja y sujetó mis hombros quedándose frente a mí-. Estaba muy enfadado y Natalie me había hecho pasar unos buenos días mientras que tú no me habías dado nada más que…
- ¿Quebraderos de cabeza? –le corté.
- Unos meses muy confusos –resopló-. Y yo quería estar bien de una vez y por un momento me planteé lo que habías dicho. ¿Y si no te quería a ti tanto como creía? ¿Y si sólo necesitaba a alguien? Tenía a Natalie y estaba bien, ¿por qué no intentarlo con ella?
- ¿Es absolutamente necesario que me cuentes todo esto? –solté una pequeña lágrima que atrapó en seguida y acarició mi cara.
- Sí.
- No sé a dónde pretendes llegar pero no me interesa.
- Te quiero. A ti. Sólo a ti. Ahí es a donde pretendo llegar. No quiero la compañía de otra persona, no quiero a Natalie, no quiero a nadie que no seas tú. Todos tenemos dudas, ¿no? Yo las tuve pero te aseguro que no las volveré a tener. He aprendido, Judi. He aprendido de todo esto mucho. Si estoy aquí es porque, a pesar de que estuviera enfadado, te quiero. Te quiero mucho. A ti.
Sonreí medianamente y rodeé su cintura con los brazos apoyándome en su pecho.
- ¿Y Natalie?
- Ni siquiera fue ella el motivo de mis dudas. Estaba ella igual que pudo estar otra persona. Lo único que me pasó fue que estaba enfadado y en lugar de romper cosas me dio por pensar. Es que no te imaginas lo enfadado que estaba –rió-. No recuerdo haber estado así nunca –se mordió el labio inferior y agradecí que estuviera ahí, conmigo.
- ¿No la has vuelto a ver?
- Sí. La dije que lo sentía pero que no podía llegar a sentir por ella lo que sentía por ti, por mucho que pasara el tiempo… Sois tan diferentes –me clavó su mirada y ambos sonreímos-. En serio, sois tan completamente diferentes que no sé en qué momento se me pudo pasar por la cabeza la estupidez de intentarlo con ella –rió de nuevo y le abracé con fuerza.
- Te he echado de menos –le di un beso en la oreja y comprobé cómo se estremecía. Sonreí ante aquel gesto y busqué sus labios con necesidad, con urgencia.
- Y yo a ti. Te diría que empezáramos de cero pero no me parece justo. Hemos pasado muy buenos momentos juntos y no quiero olvidarlos ni hacer como si no hubiesen existido. Pero podríamos olvidarnos de los últimos meses, eso sí. Por favor. Como si lleváramos sin separarnos desde que nos conocimos, ¿vale?
- Me parece bien. Pero, ¿qué les contaremos a nuestros hijos cuando nos pregunten que hicimos durante todo este tiempo?
Se rascó la cabeza y le abracé aún más fuerte. Que guapo era.
- Tenemos tiempo para inventarnos algo, ¿no crees?
Asentí y le besé de nuevo.
- Chicos… -la puerta se tornó ligeramente y Lorena asomó la cabeza-. La comida ya está, luego podéis seguir con la reconciliación.
- ¿Qué reconciliación? –preguntó.
- ¿Alguna vez hemos estado enfadados? –Le miré y sonreímos de nuevo.
Lorena suspiró y se fue murmurando al salón.
- Te quiero –susurré.
- Y no quieres dejar de hacerlo, ¿verdad? Porque voy a querer que lo hagas siempre.

20 de septiembre de 2011

Capítulo 65.

Lecciones.

Tres semanas después no sabía definir con exactitud cómo me encontraba, ni sabía ordenar la cantidad de cosas que pasaban por mi cabeza a cada momento del día. Todo formaba una especie de torbellino que me atrapaba sin posibilidad de escapar, lo que provocaba que yo misma sumara más cosas a ese torbellino y se fuera haciendo más y más grande hasta el punto de volverse imparable incluso cuando, en teoría, estaba durmiendo o descansando. Era el pez que se mordía la cola: cuánto más pensaba más problemas encontraba; cuántos más problemas encontraba más pensaba. No sabía cómo salir de todo eso. Al menos hasta hacía un par de días tenía claro dónde quería salir de eso: en mi casa, en mi pueblo, en mi ciudad, con mi gente. Pero ahora empezaba a echar demasiado de menos varias cosas. Sobre todo a mis tres ángeles; de las que llevaba una semana sin tener noticias. Las llamaba y no contestaban y ni siquiera tenía muy claro el motivo, porque lo había intentado a todas horas. No lograba dar con ellas y estaba empezando a preocuparme de verdad. Y a angustiarme.
Luego, Michael. Con la calma y la tranquilidad que me habían trasmitido muchas personas había decidido, tres días después de la discusión, volver a llamarle y solucionar las cosas. No podía estar tranquila si algo iba mal. Se había comportado como un crío, sí, pero yo tampoco había sido demasiado justa. Y como, por suerte, nunca había pecado de orgullosa, no me importaba dar yo el primer paso y pedirle perdón. Pero no contestó a esa llamada. Pensé que simplemente no estaba en casa y podría volver a intentarlo. Pero lo intenté y me dieron la misma respuesta: no puede ponerse. Diez llamadas más tarde la respuesta continuaba siendo la misma y lo único que había obtenido había sido una breve conversación con Janet. Ni una sola explicación salvo la que me tejí yo misma: su enfado no se había pasado. Así que mi orgullo de pronto creció y decidí no volver a llamarle. Y todo este asunto estaba empezando a hacerme replantear ciertas cosas.
Y para rematar estaba Sergio. Había perdido la cuenta de las veces que le había explicado que el beso para mí no había significado nada más que la confirmación de que quería a otra persona. Pero parecía ser que no lo entendía o que no lo quería entender. En cualquier caso lo que fuera que sentía por mí daba señales de ir aumentando, pues no me dejaba ni a sol ni a sombra. Y estaba empezando a agobiarme.
Así que preocupada, angustiada, pensativa y agobiada como estaba, una mañana tomé la decisión de volverme a Los Ángeles. Y la tomé como suelo tomar todas las decisiones: en un par de segundos. Me desperté, me incorporé en la cama y supe que había llegado el momento de regresar y enderezar un poco mi vida que, extrañamente, se había revuelto al volver al lugar que siempre me había hecho ser feliz. La vida tiene cosas extrañas y poco podemos hacer por entenderlas; estás muy a gusto en un sitio y al día siguiente decides que tienes que cambiar y marcharte.
No es que fuera a renunciar a mi lugar de origen, ni mucho menos, pero tuve la sensación de que mi estancia allí se había acabado al menos en un tiempo.
- ¿Lo has pensado mucho? –preguntó mi madre por enésima vez en la comida, que se había convertido en una tortura después de comunicarles mi decisión.
La miré confirmando con la mirada que no tenía vuelta atrás y me volví hacia mi padre, convencida de que estaba a punto de darme tres mil razones para que me quedara un par de días más. Pero todo lo que hizo fue sonreír.
- Lo echas de menos, ¿verdad?
- Y yo que pensaba que cuando te hablara de él ibas a protestar por el simple hecho de que hubiera un chico en mi vida… -sonreí yo también.
- Te veo ilusionada y feliz. Así que… -se pasó los dedos por la boca en señal de silencio y continuó comiendo.
- Mañana iré al pueblo a despedirme de todos y en dos días cogeré el avión –levanté la cabeza y miré al frente. Quise creerme que estaba tomando la decisión correcta.

Y correcto o no… En tres días estaba pisando de nuevo suelo americano. Nadie fue a recogerme al aeropuerto como en las películas, aunque tampoco me esperaba ningún tipo de recibimiento teniendo en cuenta que nadie sabía que había vuelto. Traté de llamar a las chicas pero, como los días anteriores, no había obtenido respuesta. Mi angustia creció cuando pensé de nuevo en ello y corrí a buscar un taxi que me reuniera con ellas de una vez por todas.
Todo estaba tal y como lo había dejado. Las calles, las personas, los teatros, los viejos monumentos. Mi portal, su escalera y la puerta de mi casa. Introduje la llave sin tener muy claro qué esperaba encontrarme después de tanto tiempo y abrí la puerta lentamente. Asomé la cabeza y comprobé que allí también estaba todo como lo había dejado. Avancé un par de pasos y vi a las tres frente a mí, con el evidente signo de haberse levantado de un sobresalto. Con sorpresa en sus rostros. Y alegría.
Corrieron hacia mí y las abracé de buena gana mientras oía como me habían echado de menos. Nos separamos a los pocos segundos y las miré a las tres en busca de señales de que algo andaba mal. Pero se mostraban como siempre, incluso más felices de lo habitual. Suspiré por pura incredulidad y esperé a que dijeran algo. Pero sólo se limitaron a hacerme trescientas preguntas a la vez sin dejarme siquiera contestar a alguna de ellas.
- Vale, vale, vale –dije al cabo de unos segundos de absoluta locura-. Lo primero de todo, ¿se puede saber por qué no contestabais mis llamadas? –reproché-. Me teníais preocupada. Mucho.
- ¿Ah, sí? –rió Marina.
- No veo porque esto puede causarte gracia –caminé hasta el sofá y me desplomé en él. No me había dado cuenta hasta ahora, pero estaba cansada.
- ¿Verdad que no? –preguntó Nana mientras las tres me rodeaban. Las observé sin entender y las di paso con la mirada para que me explicaran de una vez qué estaba pasando-. Es simple. Tú no dabas señales a Michael, nosotras no te las dábamos a ti.
Abrí la boca hasta el suelo.
- ¿Tenéis idea de lo preocupada que me habéis tenido? –prácticamente chillé-. ¡Y todo por una tontería!
- ¿Una tontería? –Preguntó Lorena-. Has estado a muchos kilómetros de tu novio y no le has llamado. Simplemente le hicimos un favor e hicimos que te sintieras como se sentía él: preocupado. Y confundido.
- Hace semana y media nos llamó pidiendo noticias tuyas. Dijo que hacía un par de días que no le llamabas y que no sabía cómo localizarte para saber si estabas bien. Le dijimos que todo estaba en orden y que no se preocupara. Pero, ¿qué íbamos a hacer? ¿Dejarlo como estaba? Sabes que somos mucho de dar lecciones –Sonrió Nana.
- Y ahora, cuéntanos la historia, el por qué de tu desaparición.
Mi cara de asombro solo era comparable con la sensación de enfado que se había apoderado de mí.
- La próxima vez que queráis dar lecciones os informáis un poco mejor de cómo está el asunto –me levanté del sofá y me giré para recriminarlas su actitud-. Michael y yo discutimos y después de eso le llamé unas quinientas veces para tratar de solucionarlo. Pero no contestó. Ni una sola llamada –sus caras cambiaron completamente y Marina se levantó del sofá tratando de hablar pero la callé-. Intenté dar con él a todas horas del día pero no quería ponerse. Cuando dejé de llamar debió arrepentirse y entonces habló con vosotras. Y vosotras, en lugar de hablar conmigo, decidisteis darme una lección. Ya está, fin de la historia. Me voy a dormir.
Salí del salón tan rápido como mis cansadas piernas me permitían y me encerré en mi habitación de un portazo. No sabía con quien estaba más enfadada de todos, sólo sabía que en esos momentos odiaba al mundo entero. Me puse boca abajo tratando de acabar con toda clase de pensamientos y, para mi sorpresa, concilié el sueño en pocos minutos.

- Judith… -apreté los ojos con fuerza y me di la vuelta. No sabía quién era, pero me daba igual-. Despierta, anda. Tenemos que hablar contigo –reconocí confundida aún la voz de Nana y resoplé.
- ¿Y si lo dejamos para luego?
- No… Tiene que ser ahora.
- Me habéis despertado, sabéis que os voy a odiar.
- Preferimos que nos odies por despertarte a que sueñes con matarnos mientras duermes.
- No estaba soñando con mataros… Sólo con daros una paliza.
- Nos quedamos más tranquilas. Venga –Marina tiró de mi brazo y me obligó a incorporarme-, tiene que ser ahora.
Las miré medio dormida y me arrasqué la cabeza.
- No soy persona, no sé qué queréis de mí.
- Te hemos preparado una cena riquísima para compensarte por lo de estos últimos días –sonrió Nana.
- Lo sentimos, en serio, pero Michael no nos contó nada de lo que había pasado.
- Si hubiéramos sabido que no fue culpa tuya no lo habríamos hecho, y lo sabes.
Sabía que estaban arrepentidas pero no iba a rendirme y a perdonarlas tan fácilmente… Al menos no iba a mostrarlas que ya lo había hecho.
- ¿Qué hay de cenar? –pregunté, aparentemente aún enfadada.
Se miraron y sonrieron.
- Espaguetis.
Reí.
- Perdonadas.
Nos abrazamos durante unos segundos y cuando estaba a punto de levantarme me retuvieron en la cama.
- Aún hay una última cosa que debes hacer antes de probar nuestros exquisitos espaguetis.
Las miré sin entender y entonces Michael apareció por la puerta.

25 de agosto de 2011

Capítulo 64.

¿Permanentemente fácil?

- No lo acabo de entender… -Sonia se rascó la cabeza, símbolo de que estaba pensando, y yo no tuve más remedio que soltar una risita.
- Pues es muy fácil, querida.
- Sergio te besó.
- Sí.
- Y tú querías que él te besará –afirmó María.
- Sí, pero no sólo porque sintiera deseos de besarle… -miré hacia otro lado y decidí ser sincera conmigo misma y con todas las demás-. Que también, a quien pretendo engañar. Ha sido una persona muy importante en mi vida, me guste o no, quiera olvidarlo o no. Ha sido muy importante porque ha sido el primero en todo, aunque nunca hayamos llegado a concretar la relación estaba claro que la había. Llevaba un año sin verle y estaba arrebatadoramente guapo. Así que sí, tenía ganas de besarle. Pero no era ese el único motivo –esperé la intervención de alguna de las chicas pero todas callaron, expectantes por mi continuación-. Es muy fácil, en serio –sonreí-. Yo quería que me besara porque quería saber si realmente quería que me besara.
- Esa frase es la misma que has pronunciado antes y nos has dejado igual a todas –suspiró Sonia.
Reí de nuevo y me mordí el labio.
- Quería saber qué sentía si volvía a besarme la persona que, antes que Michael, había sido importante.
- ¿Ves? Así sí –comentó Eva.
- ¿Y bien? –Ana realizó la pregunta que todas estaban deseando hacer.
- Nada de nada. Por eso le di las gracias. Porque siempre me había ayudado con todo y esta vez no ha sido menos. No me gusta haber tenido dudas de nuevo pero por suerte se han ido rápidamente. Y ha sido gracias a que Sergio me volvió a besar.
- Sabes que Sergio te quiere, aunque nunca te lo haya dicho… -dijo Eva al cabo de unos segundos.
- Lo sé, y yo también le quiero por todo lo que hemos vivido. Pero ahora…
Ahora sólo quería que me besaran otros labios. Y que me miraran otros ojos. Unos más oscuros. Y más bonitos. Miré al cielo y quise pensar que Michael estaba haciendo lo mismo. Mirar al cielo y pensar en mí.
Lamentaba haber tenido dudas pero he comprendido que es algo de lo que nunca vamos a podernos librar. Tenemos dudas a la hora de decidir qué hacer de comida, qué ponernos cada día, qué camino tomar para dirigirnos a un lugar… ¿Cómo no vamos a dudar en algo tan serio y fundamental como son las relaciones? Las dudas nos hacen crecer, nos hacen madurar. Y cuando se van sientes la satisfacción inmensa de tenerlo todo claro de nuevo. Sabes que volverán, sé que volverán, pero hasta entonces…
- Entonces te vuelves a ir.
- Me volvería a ir estuviera Michael o no. No puedo dejar a las chicas allí tiradas, las prometí que volvería –sonreí al tiempo que lo hacían todas.
- ¿No crees que con Sergio todo sería más fácil? Podrías quedarte aquí, nos tendrías a todos cerca. A ninguno de nosotros se nos escapa lo mucho que nos echabas de menos.
- Bueno, la palabra fácil es relativa. Sería fácil porque, como tú has dicho, os tendría a todos a mi lado, como siempre he querido y como siempre querré. Pero no sería nada fácil mirarle a los ojos y verlos verdes, y no negros –las guiñé un ojo y bajé la cabeza-. Puede que con Michael todo sea más complicado porque es quien es y vive donde vive, pero… Jamás había sido nada tan… No sé si podéis imaginaros cómo me siento cuando estoy con él. Hace que todo cambie de color, lo transforma todo. Es…
- Permanentemente fácil –sonrió Ana.
- Sí, justo eso –sonreí por la expresión utilizada y las miré de nuevo-. Él hace que cada momento no tenga la más mínima complicación. Es como si su norma general, y la única que puedes utilizar a su lado, fuera sonreír siempre. La energía, la vitalidad, la alegría que transmite… Hace que todo sea permanentemente fácil –sonreí de nuevo y agradecí encontrar, más o menos, las palabras exactas-. Claro que Sergio tiene sus ventajas y por supuesto que me gustaría quedarme, pero a la larga se me haría difícil, creedme. Me faltaría algo.
- Una última pieza, ¿puede ser?
Sonreí de nuevo.
- Sí –me detuve frente a la puerta de mi casa y las miré a todas-. Os he echado mucho de menos.
- Apunta, María, nos lo ha dicho ya trescientas noventa y cinco veces –todas reímos y Eva señaló a María-. Lo está apuntando, no me lo estoy inventando –sonrió también.
- Ya… Y lo que os gusta oírlo, ¿qué? ¿Eh? Voy a cenar algo, después me espera una charla telefónica de unas cuatro horas.
- Pobre, estará impaciente.
- Seguro que piensa que ya me he olvidado de él.
- Si yo fuera la mitad de guapa de lo que es él no sería tan insegura… -comentó María.
- Es parte de su encanto –sonreí.
- Dale recuerdos y dile que algún día iremos a conocerle.
Las mostré una última sonrisa e irrumpí en casa con ganas de cena familiar.

Me había pasado los últimos veinte minutos con el teléfono en la mano. Por alguna extraña razón no localizaban a Michael en su propia casa. Cuando ya habían pasado diez minutos y se habían puesto Caroline, la cocinera, por tercera vez para decirme que siguiera esperando, mis nervios se multiplicaron por trescientos. Por lo menos.
- ¿Hola?
Solté un enorme suspiro.
- Mike, por fin.
- Hola, Judi… -susurró con un tono preocupante en su voz.
- Um… Te iba a decir que lo sentía pero que me había olvidado de ti, pero si me hablas con esa voz lo descarto –no dijo nada y supuse que se lo había tomado en serio-. Era una broma, bobo. ¿Cómo estás?
- Bien –dijo al cabo de unos segundos, aunque el tono de su voz decía exactamente lo contrario. Preferí ignorarle y mostrarme alegre para así poder charlar animadamente.
- ¿Dónde estabas? Han tenido que llamar a varios policías para encontrarte.
- Eh… En el jardín, paseando.
Genial, había estado esperando con el teléfono en la oreja más de veinte minutos para que ahora no fuera capaz de decirme cinco palabras seguidas. Estupendo.
- Vale, supongo que no te he llamado en un buen momento; o no sé. Ya hablaremos.
- Espera –dijo cortante-. ¿Por qué no llamaste ayer?
- ¿Es todo lo que quieres saber de mí?
- Quiero saber por qué no pude felicitar a mi novia el día de su cumpleaños. ¿Estabas demasiado ocupada para hablar conmigo?
- No digas tonterías.
- No son tonterías, es una realidad.
- A veces te pones de un infantil que no hay quién pueda contigo, de verdad –le espeté. Había agotado mi paciencia definitivamente-. Me hicieron una fiesta sorpresa en la que se encontraban personas que llevaba sin ver más de un año, no sé si lo recuerdas.
- Y ahora que estás rodeada de tanta gente no hay un hueco para mí, ¿verdad?
- Si lo que quieres es que te cuelgue, te lo estás ganando a pulso.
Permanecimos unos segundos en silencio y empezaron a chirriar mis dientes. ¿Por qué no era capaz de entender que llevaba muchísimo tiempo sin sentir el cariño de las personas que habían estado junto a mí toda mi vida?
- Lo único que te pedí fue que me llamaras cada noche –dijo finalmente.
- Perdóname la vida por no poderlo hacer una noche -si él pretendía ser borde, es que no me conocía. Ni siquiera me había preguntado cómo estaba, cómo había ido todo. ¿Sólo le preocupaba la estúpida llamada que no había podido hacer?-. Voy a tener que colgar.
- ¿Cuándo piensas volver?
Abrí la boca hasta el suelo.
- ¿Cómo?
- Que cuándo vas a volver.
- ¿Sólo te preocupa eso?
- Cuando contestes a mi pregunta contestaré yo a la tuya.
Esta vez me faltó suelo para abrir la boca.
- ¿Sabes qué? A veces tengo la sensación de que no me quieres, que sólo…
- ¿Qué? –me cortó-. ¿Cómo puedes decir eso?
Ignoré su pregunta y seguí hablando.
- Sólo quieres a alguien cerca, alguien que esté a tu lado. Sólo quieres no sentirte solo. Perfecto, Michael. Llama a Natalie, ella sí está allí, y seguro que está dispuesta a llamarte todas las noches. Yo no soy ningún perro de compañía.
Y colgué.
Y no sabía cuándo volvería.
Ni pensaba decírselo el día que decidiera hacerlo.
¿Permanentemente fácil? Genial.
Me di la vuelta dispuesta a ir a mi habitación pero mi madre se cruzó en mi camino y escrutó mi rostro como si su vida dependiera de ello.
- Uy, uy. ¿Qué ha pasado?
- ¿Matar todavía es un delito?
Sonrió y me llevó hasta su habitación. Me sentó en la cama y me interrogó con la mirada.
- A Michael no le ha gustado nada que no llamara ayer. No sé por qué no entiende que ahora necesito estar con vosotros, puede que no vuelva a veros hasta dentro de otro año… Se comporta como un auténtico crío.
- Entiéndele tú a él también. Seguro que te echa de menos.
- Muchas veces pienso que no es a mí a quién echa de menos, es la compañía. No es a mí a quien quiere; lo que quiere es no sentirse solo.
Bajé la cabeza y sonreí por pura incredulidad. No podía creer que tuviéramos que discutir aún a kilómetros de distancia; era lo último que quería.
- ¿Por qué no te vas a la cama? –acarició mi pelo y me lo colocó como a ella siempre la había gustado: todo para atrás. Sonreí tímidamente ante ese gesto-. Echa el freno, llevas muchos días sin descansar. Mañana será otro día.
La di un beso y caminé hasta mi cuarto.
Caí rendida en la cama y de inmediato sucumbí al sueño.
Mañana sería otro día.

24 de agosto de 2011

Capítulo 63.

Fácil.

- Nada menos que Michael Jackson… -repitió Eva mientras daba una patada a una piedra que se cruzó en nuestro camino-. Es de cuento de hadas, no me digas que no.
- Es la tercera vez que dices eso –reí-. ¿Alguna tiene una aportación más interesante?
- Entiéndenos –contestó María-, estamos en shock. Sabíamos que tenías una relación con él, pero de ahí a que nos cuentes toda la historia… La verdad es que es de cuento de hadas.
- Es increíble, ¿por qué siempre consigues lo que te propones?
Ana me dio un codazo y bajó mi cabeza apretando sus nudillos en ella.
- Eh, yo no me propuse conseguirle. Surgió.
- Michael Jackson…
- Eva.
- Vale, vale. Ya paro. El cansancio no me deja ir más allá, a lo mejor mañana puedo darte una valoración más amplia.
Cansancio. Mucho cansancio. Como no podía ser menos anoche la preparamos por todo lo alto. ¿La excusa? Mi diecinueve cumpleaños. ¿La realidad? Las inmensas ganas de estar todos juntos por fin. Como había pronosticado, Eva me entretuvo durante toda la tarde mientras la casa de Patricia era transformada radicalmente. Hasta ahí me lo esperaba, pero llegar y encontrarme gente que vive lejos de aquí y que aun así había venido… No sé si alguna vez había sonreído tanto en tan poco tiempo. Y después de haber dormido poco y mal tras una larga noche, lo que tocaba hoy era el típico paseo al pueblo mientras comentabas las mejores jugadas del día anterior.
Sólo que esta vez el tema de conversación giraba en torno a mi novio. Querían saberlo todo y no las culpaba por ello. Respondí encantada a cada pregunta y las relaté tranquilamente algunas cosas importantes que me habían ocurrido. Me sorprendí a mí misma nombrando al tal Edward que hacía apenas una semana había conocido, y hablando de Natalie con odio, algo que pocas veces había ocurrido. Disfrutaron con mi felicidad como si fuera la suya y me arroparon cuando mi voz se trataba frente a los problemas.
Las adoraba. Y las había echado mucho de menos.
- ¡Hombre! Si están aquí las profesionales de la juerga.
Nuestra charla animada se detuvo al escuchar la voz de Joaquín junto a la escuela, por la que ahora pasábamos. Él también había estado anoche demostrándome porque este pequeño pueblo es mi sitio; a pesar de que me sacaba ocho años siempre nos habíamos entendido a la perfección y el cariño que le tenía sólo era comparable con el que me tenía él a mí. Junto a él estuvieron Rubén, Jesús, Dani, Diego… Cuando el día anterior les vi aparecer por la puerta busqué inconscientemente la presencia de Sergio, pero no estaba.
Algo que no ocurría en esos momentos.
Sus ojos se cruzaron con los míos y se levantó de inmediato, lo que provocó un pequeño escalofrío en mí. Le recordaba alto, pero no tanto. Y le recordaba guapo… Pero no tanto.
Mientras todos charlaban animados yo sólo podía observar cómo Sergio avanzaba hacia a mí ajeno a lo demás. Se detuvo frente a mí y sostuvo mi mano.
- No pude ir ayer –fue todo lo que dijo.
- No tienes que disculparte –sonreí.
- Tuve que trabajar.
- Tampoco tienes que excusarte –sonreí de nuevo mientras rezaba porque no se me trabara la voz. Era la clase de cosas que me pasaban antes cuando le tenía cerca. No sabía si ahora mis reacciones serían las mismas.
- Me alegro de volver a verte. Mucho –sonrió él también y no tuve más remedio que abrazarle de tal manera que hubiera podido romperle-. ¿Dónde has ganado tanta fuerza? –preguntó a los pocos segundos.
Reí y me separé de él.
-Quizá es que tú la has perdido.
Exhibió uno de sus fuertes brazos y aún cubiertos por la cazadora que llevaba podía apreciarse la dureza de éstos. Recordé cómo me habían abrazado siempre que lo había necesitado y me estremecí de nuevo. Busqué sus ojos verdes y por un breve, pero real segundo, deseé que el tiempo no hubiera pasado para nosotros.
- ¿Por qué no hablamos un rato y me cuentas cómo estás? –preguntó ignorando la expresión que había envuelto mi rostro.
Asentí en silencio y comenzó a andar en dirección al pequeño parque donde anteriormente siempre nos habíamos encontrado. Durante el trayecto me habló de lo contento que estaba con su trabajo, de cómo le reconocían las funciones que realizaba, de la posibilidad de ascenso si todo seguía así a pesar de su juventud… Y, como siempre, era como si esa barrera de siete años de diferencia no existiera entre nosotros. Era tan fácil hablar con él, era tan fácil entendernos. Habíamos compartido tanto tiempo juntos que durante un largo rato me pregunté si alguna vez eso lo podría borrar alguien.
- ¿Y tú? –la pregunta mágica salió a la luz al tiempo que nos sentábamos en el banco que había estado presente en tantos momentos entre nosotros-. Imagino que todo te va muy bien para haber estado sin aparecer por aquí un año.
Sonreí.
- La verdad es que la vida allí es otro mundo. No puedo quejarme, tengo un buen trabajo. Y creo que ahora mismo sé hablar mejor inglés que castellano.
Ambos reímos.
- Pensé que no volverías- entreabrí los labios para hablar pero no logré averiguar qué era lo que debía decir en esos momentos-. ¿Alguna vez te has planteado no volver?
- No –contesté segura-. Os quiero demasiado a todos como para no volveros a ver.
- ¿Y por qué has tardado tanto? Pensé que ibas a volver en junio como muy tarde, aunque fuera una visita rápida.
Sonreí ante el recuerdo de lo que eran mis primeras intenciones. Claro que pensaba regresar en junio, pero apareció Michael y trastocó mis planes, mi mundo y mi cabeza. Y por aquellas fechas lo que menos quería era separarme de él aunque fueran unos pocos días porque tenía la sensación de que lo que teníamos se podía desvanecer en cualquier momento; de que él se podía desvanecer en cualquier momento.
- Ya estoy aquí, eso es lo importante, ¿no? –contesté finalmente.
- Sin duda –aferró mi mano y cerré los ojos con fuerza. Conocía ese gesto-. Te he echado de menos. Y no cómo tú piensas -le interrogué con la mirada y le dejé continuar-. Piensas que lo nuestro no era importante para mí, al menos no mucho, pero sí lo era. Y cuando te fuiste me di aún más cuenta. No sabes cuánto…
- Alto, alto, alto –le corté. No estaba dispuesta a caer en sus redes, aunque no podía negar que por momentos lo deseara-. Yo también me alegro de verte, Sergio, y es verdad que te he echado de menos porque he pasado prácticamente toda mi vida contigo y dejar de verte de repente me costó. Pero igual que me costó dejar de ver a todo el mundo.
- ¿Qué ha cambiado? –preguntó a los pocos segundos.
Suspiré y me levanté.
- Será mejor que volvamos.
- Espera –sujetó mi cintura y me obligó a mirarle. La imagen de Michael apareció en mi cabeza y me zafé como pude de sus brazos-. Habla claro. ¿Has conocido a otro?
- No –contesté inmediatamente.
Ladeé la cabeza y tragué saliva. ¿Por qué había contestado aquello? Claro que había conocido a otro. No, a otro no, había conocido a ese, a él. A la última pieza, había conocido a mi complemento perfecto, a la persona que me hacía estar completa. ¿Por qué ese no? ¿Por qué esa negación?
¿Por qué esos ojos verdes mirándome así?
¿Por qué esas dudas de nuevo?
Levantó mi mentón y me obligó a mirarle. De nuevo Michael. Michael. Michael.
- ¿Vas a volverte a ir? –su profunda mirada me impidió contestar con seguridad y preferí ignorarle-. Quédate –susurró. Cerré los ojos de nuevo y le supliqué con otro inmenso suspiro que me dejara marchar.
- Sergio, por favor… Tú y yo… Esto… Ya estaba hablado. Yo no…
- Chssss. Ahora tengo las cosas mucho más claras, Judi. Siempre has sido muy importante pero me faltó verlo en su día y pedirte que te quedaras. Ahora lo tengo claro, quiero que te quedes, te quiero a mi lado.
- Calla, por favor.
- Vamos a intentarlo de nuevo.
Aferró mi cara con fuerza y desplazó la suya a unos pocos centímetros. Nuestros labios quedaron peligrosamente cerca y tuve que admitir que deseaba que lo hiciera. Deseaba que me besara y había varias razones por lo que lo deseaba. Como colándose en mi mente y escuchando mi petición, inclinó aún más la cabeza y presionó sus labios contra los míos…
A los pocos minutos se separó de mí sonriendo ampliamente, aunque mi sonrisa superaba a la suya. Le miré y de pronto comprendí todo. Me abracé a él con fuerza y él me devolvió el abrazo de buena gana, aunque estaba segura de que desconocía el motivo de mi sonrisa y de mi abrazo.
- Gracias… -susurré.
- Gracias a ti por haber vuelto.
Busqué sus ojos verdes que estaban resplandecientes y le acaricié el rostro.
- Siempre fuiste especial para mí, entre otras cosas porque me hacías la vida más fácil. Era como si a tu lado todo se resolviera, como si de pronto la bombilla se encendiese y los problemas desaparecieran. Lo has vuelto a hacer, así que gracias –le besé en la mejilla y caminé hacia la salida del parque.
- ¡Judith! –exclamó-. ¿A qué te refieres?
Sonreí y seguí avanzando.
Yo sonreía y mis pensamientos volaban.
Michael. Michael. Michael.
Qué fácil lo veía todo de pronto.