8 de diciembre de 2011

Capítulo 67.

¿Te había dicho ya...?

- ¿Vas a contarme de una vez cómo fue todo? –me recriminó con un gesto de enfado poco creíble. Cerró la puerta y se acercó hasta mí. Me mordí el labio inferior y sonrió.
- ¿Vas a quedarte a dormir? –Le besé y rodeé su cintura.
- ¿Vas a contestar alguna de mis preguntas? –puso los ojos en blanco y sonreí, abrazándole con más fuerza. Casi había olvidado lo maravilloso que era su olor. Casi.
- Depende, ¿vas a contestar tú a las mías?
- Depende, ¿vas a contestar a las mías tú? –me besó en la frente y suspiré-. Te prometo que algún día contaré las veces que suspiras en tan sólo 24 horas.
- Eres odioso.
- Oh, sí. Opinan lo mismo las millones de chicas que, de igual modo, suspiran por mí a lo largo de 24 horas –levantó las cejas y rió.
- Te lo tienes muy creído últimamente.
Le miré, tirando de su camiseta hacía mí y obligándole a besarme. Lo hizo de buena gana y lo agradecí, aun siendo perfectamente consciente que en menos de dos minutos iba a detener ese beso que me había ofrecido. Por alguna extraña razón que todavía no comprendía, Michael era capaz de dar prioridad a su curiosidad y su deseo de saber. Incluso cuando llevábamos varios días sin vernos.
Por tanto, no me extrañó cuando aferró mi cara con sus manos y me obligó a sentarme en la cama con una mirada. Obedecí, por supuesto. Pero no estaba dispuesta a rendirme tan fácilmente y continúe besándole; sabiendo, sin embargo, que él había dado por finalizado ese momento. Retiró su rostro con delicadeza y me clavó sus ojos.
- ¿Te había dicho ya que eres odioso?
Sonrió.
- Quiero que me cuentes cómo ha ido todo, después haremos lo que quieras.
- Define “lo que quieras” –sonreí con picardía.
Agachó la cabeza y me miró de reojo. Sonrió de nuevo.
Me abalancé sobre él, haciendo que se tumbara completamente y aferró mi cintura con sus manos; sin borrar la sonrisa de su boca. Le besé de nuevo y después me detuve a mirarle.
- Eres arrebatadoramente guapo.
- Y tú estás arrebatadoramente esquiva –mi rostro reflejó la confusión que me produjeron sus palabras. ¿Esquiva? ¿Yo? ¿Por qué iba a estarlo?-. ¿Pasó algo por lo que no quieras hablarme de tu viaje?
Y de repente lo recordé.
Sergio.
Me incorporé, dándome cuenta que ni siquiera había pensando en la forma de explicarle a Michael lo que había ocurrido con él. No sólo cómo había insistido para que me quedara, sino el deseo que había sentido yo porque me besara.
Porque sí, iba a contárselo. Aun con el riesgo de que se enfadara. Quería ser completamente sincera con él. Aun con el riesgo de que perdiera parte de su confianza en mí.
- No me asustes…
Desvié mi mirada hacía sus ojos. Él también se había incorporado y su rostro lucia una mayor confusión que la mía. Le acaricié mientras exhibía una media sonrisa para así tranquilizarle.
- No es nada.
-¿Desde cuando reaccionas así cuando se trata de “nada”?
Me mordí el labio de nuevo y por un momento odié que me conociera tanto.
- En serio, no es nada –traté de quitarle importancia-. Pasó algo, sí, pero no pienso contártelo hasta que no me des tu palabra de que no vas a preocuparte.
- Primero rehúyes hablar de ello y después me dices que no me preocupe… Aham, definitivamente estoy preocupado.
- No seas tonto, no he rehuido hablar de ello. Acabo de acordarme ahora mismo, fíjate la importancia que le concedo al asunto –le miré, esperando que le hubiera convencido mi explicación. Pero continuaba observándome confuso, incluso con cierta impasibilidad-. Vale, vale. Ya te lo cuento. Pero prométeme que…
- Habla –me cortó-. Y después veremos qué puedo prometerte –susurró. Estaba realmente preocupado; incluso temeroso. Y odiaba que se sintiera así. Me acerqué hasta él y me acurruqué en su pecho. Aferró mis manos y me sentí más segura.
- Es una tontería y no debes darle más importancia que la que tiene, ¿de acuerdo? –hice una pausa, esperando que respondiera. Pero no lo hizo así que decidí continuar con todas las consecuencias- La noche de mi cumpleaños me montaron una fiesta, como ya sabes. Y fue un montón de gente a la que esperaba ver, incluso más de lo que creía. Fue increíble –sonreí al recordarlo-. Pero no pudieron estar todos los que hubieran querido ir, y al día siguiente me encontré con varias de las personas que no pudieron y me explicaron sus motivos. Una de esas personas fue Sergio –dije la última frase de carrerilla para que no me costara tanto trabajo. Sentí como la figura de Michael se volvía más rígida y aún sin mirarle podía adivinar su expresión-. Me contó que estuvo trabajando, y que lo había sentido mucho, que le hubiera gustado ir y…
- ¿Y? –me interrumpió. Bajé la cabeza ante su tono cortante pero entendí su reacción.
- Dimos un paseo por el pueblo contándonos cómo nos iba todo.
- ¿Le hablaste de mí? –volvió a cortarme.
Me sentí incapaz de responder así que continué por dónde iba.
- Me llevó hasta el parque donde siempre nos habíamos visto e imaginé qué quería que yo recordara todo lo que había pasado entre nosotros.
- Pero no le detuviste a pesar de que sabías por qué te llevaba allí –susurró-. Y todavía no has contestado a mi pregunta.
No aguanté más y cambié de postura para que nuestros ojos quedaran a la misma altura, pero con cierta distancia. Observé su rostro serio y desanimado y pasé suavemente mi mano por él.
- Déjame acabar –susurré. Asintió y volví a sostener sus manos-. Me dijo que cuando me fui se dio cuenta de lo importante que era para él y que sentía no haberlo podido saber antes, porque me hubiera pedido que me quedara –enarcó una ceja y sonreí tímidamente ante ese gesto que tanto repetía-. Y después me besó.
Hizo ademán de hablar un par de veces pero siempre volvía a cerrar sus labios. Después de varios segundos me miró de nuevo y me dirigió las palabras con un cierto tono de reproche.
- Y tú le dejaste que lo hiciera.
- Sí –afirmé. No podía mentirle. No ahora-. Y lo hice por varias razones. Sobre todo por dos. La primera es que después de tanto tiempo, después de todo lo que tuve con él y después de tanto tiempo sin verle… Tenía ganas –lo dije tan bajo que no estaba segura de que me hubiera escuchado.
Cuando se levantó de la cama y se apoyó en la mesa entendí que sí.
- No puedo creerlo… No puedo creer que…
- Para el carro –esta vez fui yo la que le corté-. Te recuerdo que tú hiciste lo mismo con Natalie –levantó levemente su cabeza y dejó de mirar a la pared para colocarse de nuevo frente a mí.
- Yo nunca he tenido dudas.
- Esos días las tuviste.
- No respecto a otras personas. Siempre supe que te quería a ti.
- Mike, no tengo dudas, se acabaron hace tiempo. Estoy aquí y te quiero a ti –me miró de nuevo-. Déjame acabar.
- Las tuviste.
- Por unos minutos. Déjame acabar.
- ¿Qué pasará cuando esos segundos sean días? -bajó la cabeza de nuevo-. Acaba –susurró.
- Lo deseaba, sí. Pero lo deseaba también por qué quería estar de nuevo convencida de que no quiero que me besen otros labios que no sean los tuyos. Tuve dudas durante, quizá, unos minutos. Pero quería que lo hiciera porque en cuanto notara que lo que estaba pasando era real mis dudas iban a desaparecer. Yo te quiero a ti, y necesitaba algo lo suficientemente fuerte para volver a tenerlo claro de nuevo. Es extraño, pero es así. No estoy orgullosa de haberlo deseado, pero no puedo mentirme, ni a mí misma ni a ti. Porque no quiero hacerlo. Hubiera sido más fácil ocultarte todo esto pero quiero ser completamente sincera contigo, porque es lo que mereces. No hay dudas, no hay miedos. No hay nada de eso. Te lo aseguro. He vuelto cuando podía haberme quedado. Pero he vuelto. Y eso es por algo -me miró de nuevo y observé como la calma se había vuelto a instalar en su rostro-. Sé que no es muy fácil, pero confía en mí. Por favor.
Pasó su mano por mi mejilla y sonrió, indicándome que lo haría.
Se desplazó hasta la entrada de la habitación y, para mi sorpresa, apagó la luz. En menos de tres segundos había vuelto a acercarse a mí y me abrazaba dulcemente.
- En pocas ocasiones he dejado de confiar en ti –susurró. Pasó el dedo por mis labios y los besó. Tuve la sensación de que estaba sonriendo mientras lo hacía-. ¿Te había dicho ya que me quedo a dormir?
Sonreí yo también, casi incrédula por la poca importancia que le había dado. Imaginé que quería darme la seguridad que necesitaba, la confianza que necesitaba. Y se lo agradecí.
Con un solo movimiento hizo que los dos cayéramos a la cama. Sonriendo aún más. Busqué sus labios con urgencia y me los ofreció como siempre hacía.
- Tienes que contarme todo… -murmuró a los pocos minutos-. Pero creo que puede esperar, ¿no?
Reí y besé su cuello haciendo que se estremeciera.
- ¿Te había dicho ya que te he echado de menos?
Se tumbó sobre mí y acarició mi cara.
- ¿Te había dicho ya que te quiero?
Sus ojos centellearon aun en la oscuridad.