16 de febrero de 2011

Capítulo 47.

29 de agosto de 1979 (VI)

No sé cuánto tiempo permanecí tumbado en la hierba, mirando como las escasas nubes se desplazaban lentamente por el cielo azulado. Mi cabeza daba vueltas de un recuerdo a otro, de una imagen a otra, releyendo cada palabra que me había escrito la persona más maravillosa que había conocido hasta ahora; la persona más maravillosa que, estaba seguro, existía en toda la tierra. O al menos, la verdadera maravilla de este mundo para mí.
Me incorporé aturdido en cuanto recordé que aún no había acabado esto. No sabía qué me esperaba ahora, ni en qué lugar de aquel maravilloso paraje, pero desde luego no iba a esperar mucho más para descubrirlo. Coloqué los cuadros en el árbol más cercano, y supliqué para mis adentros que no se hubieran acabado las pinturas que encerraban momentos entre nosotros. Decoraría mi cuarto con cada imagen que me había regalado. Así tendría al alcance de mis ojos el motivo más maravilloso para levantarme cada mañana.
- Maravilla… -repetí en voz alta. Había perdido la cuenta de las veces que había necesitado esa palabra en los últimos minutos para describir todo lo que me estaba pasando.
No anduve más de 10 pasos hasta que me detuvo, de nuevo, esa forma cuadrangular que tanto ansiaba. Sonreí ampliamente, y me mordí el labio. Me acerqué hasta ella y sosteniéndola entre mis manos me deshice del papel que la envolvía.
Un cielo azul despejado. Un sol espléndido al fondo. Aguas cristalinas. Pequeños peces casi invisibles bajo éstas. El horizonte. Y nosotros. Las manos entrelazadas. Mirándonos. Y sonriendo.
No necesité más de 10 de segundos para saber de qué se trataba. No era un mar cualquiera, ni un cielo cualquiera, ni unas aguas normales y corrientes. Ni siquiera la luz del cuadro era la misma que había en otros.
Era nuestro mar, nuestro cielo, nuestras aguas y nuestra luz. Nuestras manos unidas y nuestras sonrisas resplandecientes; en nuestros días, en nuestra playa.
Sonreí ante aquel manantial de recuerdos, y extraje la nota que, como siempre, incluía el marco.
“Y llegados a este punto, yo me pregunto… ¿Para qué quiero el mundo? ¿Para qué quiero las calles, los edificios y los coches? ¿Para qué quiero las prisas, las impaciencias y las esperas que vivo día a día en el mundo? Incluso… ¿Para qué quiero la comida? Podría decir que hasta me sobra el aire.
¿Nos vamos? Vámonos.
¿A dónde? No sé, da igual. Lejos. Muy lejos. A nuestra playa. O a otro sitio. A cualquiera que podamos calificar como “nuestro” desde el primer momento que lo pisemos. Vámonos a… Vivir a un árbol. O a la orilla de un río. O a un desierto. O al Polo Norte. O al Sur. O al País de Nunca Jamás. Da igual dónde si vamos los dos.
No necesito calles mientras tú sigas siendo mi camino, porque eres el principio y el final al cual quiero llegar siempre; mi punto de partida y mi punto de llegada. Tampoco necesito edificios que me cobijen, tú eres mi guarida y el mejor lugar para descansar; y para vivir. Tú eres mi vehículo para ir a cualquier parte, y el único lugar dónde quiero estar es contigo. Porque contigo no hay prisas, ni impaciencias, ni esperas: todo es eterno, sencillo, y sin esperas: está aquí, y ahora; no hay temor a que falte. Me sobra la comida si puedo alimentarme de tus sonrisas, de tus besos y de tu voz. Y lo único que puede robarme el aire es tu ausencia.
Contigo sólo me falta tiempo. Tiempo para explicarte todo lo que has cambiado, todo lo que has hecho, todo lo que me importas y todo lo que te necesito.
Por eso un árbol puede ser el lugar perfecto, por poco que parezca. Y la orilla de un río puede resultar acogedora contigo al lado. El desierto será también perfecto si me agarras la mano. Y sentiré calor en cualquier parte si tú me abrazas. Y hasta podré llegar volando a Nunca Jamás si me sonríes…
¿Para qué quiero el mundo? Para qué le quiero si hace tiempo construí uno perfecto a tu alrededor y es el único que hoy día me importa de verdad.
Así que… Vámonos. Donde quieras, ¡da igual dónde me lleves! Lo único importante es que estemos los dos, ¿verdad? Vámonos lejos de tanta mentira, de tanta envidia, de tanta hipocresía y de tanta maldad. Vámonos a cualquier parte donde no le debamos nada a nadie. Vámonos donde sólo exista lo que los dos queramos que exista.”