Como una estatua
Una semana
después ya me encontraba en perfectas condiciones y hacía un par de días que
había vuelto al trabajo. Por suerte para mi salud mental, ya que como no puedo
parar quieta me resultaba una tortura tener que estar descansando en la cama
sin otra cosa que hacer que mirar al techo. Puede que lo necesitara un día cada
cierto tiempo, pero cuatro días seguidos en la cama… Insufrible.
Aunque
mucho más llevadero con alguien como Michael al lado. Me había cuidado tanto
durante estos días que al final acabó sufriendo las consecuencias y cogiendo el
también un pequeño catarro, aunque no tan dañino como el mío. No habíamos
vuelto a tocar el tema del dinero, ni de las vacaciones, y lo prefería. Sabía
que acabaríamos discutiendo de verdad si seguíamos hablando de ello, teníamos
opiniones demasiado diferentes al respecto y algo me decía que ninguno de los
dos daría su brazo a torcer. No temía que una fuerte discusión acabara con la
relación –sabía que eso no iba a suceder porque ninguno lo queríamos-, sólo me
asustaba el hecho de estar distantes durante algún tiempo.
Sacudí la
cabeza y retiré ese pensamiento de mi cabeza de inmediato. Miré al reloj
comprobando que iba a llegar con aproximadamente media hora de antelación al
restaurante, lo justo para cambiarme antes de que empezara a llegar la gente
para cenar.
Según me
había dicho esa misma tarde, Michael había decidido llevar a su madre a cenar
al restaurante para así alejarla un poco de todo el ambiente que últimamente se
estaba generando en la casa. Iban a entrar en una etapa –más o menos-
complicada, porque la grabación del nuevo disco se aproximaba, así que Joseph
estaba de los nervios, lo que hacía que todos los hermanos –incluido Michael-
lo estuvieran también. Eso no beneficiaba nada a Kate, cuyo humor seguía
estando lejos del que tenía cuando la conocí. En este último mes la había visto
en pocas ocasiones, pero pude comprobar que la alegría y la bondad que siempre
la habían caracterizado estaban dejando paso a la tristeza, el aburrimiento, la
pasividad. No sabía cómo, pero esa situación tenía que cambiar de alguna forma.
- ¡Qué
pronto llegas! –exclamó Angie al verme, con la misma cara de sorpresa que puse
yo al verla a ella.
- ¿Y me lo
dices tú? ¿La persona más tardona de este planeta llegando media hora antes? Me
pregunto qué milagro habrá ocurrido para que estés aquí tan pronto.
- Parece
increíble, ¿verdad? Es que me estoy haciendo mayor –sonrió ampliamente-. Venga,
vamos a cambiarnos.
Apenas
tres cuartos de hora después ya estábamos bandeja en mano y sonrisa puesta.
- ¿Sabes
quién ha venido? –Angie me alcanzó mientras caminaba hacia la cocina y sostuvo
mi brazo. Observé inquieta todas las mesas que estaban al alcance de mi vista
pero no vi a Michael, así que la interrogué con la mirada-. Edward –se rió y
siguió caminando, dejándome clavada en el suelo con cara de pocos amigos.
Edward.
Apenas tres meses antes había coqueteado conmigo por primera vez y desde
entonces no se había cansado de hacerlo; incluso en cierta ocasión me aseguró
que acabaría cayendo en sus brazos. A decir verdad, no me molestaba en exceso
que lo hiciera, era un hombre muy educado y siempre me decía todo con absoluto
respeto. Pero aquella noche no. Sabía que si Michael me veía hablando con él le
entraría uno de sus típicos ataques de celos y era lo último que deseaba.
Veinte minutos
después Michael apareció por la puerta acompañado de Kate. Sonreí ampliamente
al verlos y les indiqué con un gesto que esperaran unos segundos.
- Hola
–sonreí cuando estuve cerca de él, le rocé la mano suavemente y caminé hasta
Kate-. ¿Cómo estás? –la di un dulce abrazo y nuestros ojos se encontraron.
- Bien,
cielo –asentí a pesar de que su mirada me indicaba otra cosa-. Voy a buscar una
mesa, cariño –acarició suavemente mi hombro y comenzó a andar hacia la mesa
libre más próxima.
Michael
agachó la cabeza durante dos segundos y suspiró, después posó sus ojos en mí y
me acerqué hasta él.
- Es una
gran idea que la hayas traído a cenar, seguro que pasáis una buena noche, Mike.
Ya verás como la animas mucho.
- Eso
espero, aunque ya se me han agotado las ideas.
- Estoy
convencida de que valora mucho todo esto que estás haciendo por ella, pero
también tienes que comprender que cuando una persona pasa por una mala racha…
Es difícil sacarla de ahí. Así que no te culpes, ¿vale? Estás haciendo todo lo
que puedes y ella lo sabe –sonrió tímidamente y posé mi mano sobre su mejilla-.
Tengo que irme –susurré-, luego te veo.
- ¿Vienes
a dormir a casa? –preguntó antes de darme tiempo a empezar a caminar.
- Si
sigues queriendo, sí.
- Nunca
dejaré de querer.
Nos
miramos durante unos segundos y le lancé un beso apenas perceptible para los
demás. Sonrió y avanzó hasta donde se encontraba su madre. Ya me había alegrado
la noche.
- Vaya
novio más perfecto tienes –oí como me susurraba Angie cuando pasé por su lado. Razón
no la faltaba.
La noche
se pasó rápida y fue tranquila. Al ser miércoles no había muchas personas, así
que no sufríamos el estrés y el agobio que caracterizaban a noches de viernes o
sábado, cuando las fiestas eran habituales y llegábamos a un punto en el que no
cabía un alfiler en el restaurante.
Cuando
todo estaba completamente calmado decidí darme un respiro, así que tomé rumbo
hacia el baño. Una mano me detuvo y no hizo falta girarme para saber a quién
pertenecía esa mano.
- Buenas
noches, preciosa –susurró una dulce voz. Me giré educadamente y le sonreí-. Hoy
no me has hecho el más mínimo caso, debes saber que me marcho a casa muy
disgustado. Había traído a unos amigos para que conocieran a la chica más guapa
de este lugar y ni siquiera te has acercado a nosotros –puso cara de pena y reí
de nuevo. Nadie podía negar lo guapo que era.
- Espero
que algún día puedas perdonarme. De todas formas estoy segura de que has pasado
una noche agradable con una buena compañía, y ese es el objetivo de este
restaurante.
- Y tu
objetivo, ¿cuál es? –se acerco más a mí, pero retrocedí un par de pasos, lo que
provocó que se riera.
- El baño
–susurré.
- ¿Me
tienes miedo?
- ¿Por qué
iba a tenerte miedo?
- Te
alejas de mí.
- Quizá lo
que ocurre es que tú te acercas demasiado.
Rió de
nuevo y asintió con la cabeza.
- Me lo
estás poniendo realmente difícil, pero casi lo prefiero. Cuando las cosas son
difíciles se disfrutan más.
- Debo ser
rara –respondí al instante-, prefiero lo fácil, lo simple, lo que no conlleva
complicaciones. Debátelo con tus amigos, a ver qué opinión tienen –sonreí-.
Buenas noches, Edward.
Me di la
vuelta y seguí caminando hasta el baño mientras rezaba porque Michael no
hubiera estado pendiente de la escena. Evidentemente, no había nada por lo que
pudiera ponerse celoso de verdad, pero ya me había hecho saber en más de una
ocasión que le disgustaba que Edward se mostrara interesado en mí, repitiéndome
una y otra vez que no era la clase de hombre que aparentaba ser y que con tal
de lograr lo que quería hacía cualquier cosa. Me contó aquello y me pregunté
qué importancia podía tener eso para mí. Yo tenía lo que quería y no necesitaba
nada más.
Una hora y
media después ya estaba cambiada y lista para marcharme. Me despedí de todos
los compañeros y caminé hasta donde se encontraban Michael y Kate esperándome.
No había vuelto a hablar con ellos desde que habían llegado, pero sus caras me
decían que no había sido una mala noche. Kate se mostraba algo más alegre que
cuando había llegado y sostenía a Michael por el brazo, mientras éste la miraba
fijamente.
- Podemos
irnos –sonreí cuando me acerqué hasta ellos y agarré a Michael por el otro
brazo-. ¿Qué tal lo habéis pasado?
- Muy
bien, querida –para mi sorpresa fue Kate la que contestó-. La comida que servís
está realmente exquisita, Michael debería traerme más a menudo aquí.
- Eres muy
bien recibida, Kate. Si no te trae él, te traeré yo.
Ambas
reímos y observé cómo Michael apoyaba su mano en la de su madre. Traté de
buscar su mirada pero parecía que sólo tenía ojos para ella. Así que agaché la
cabeza y continúe hablando con Kate hasta que llegamos al coche.
El
silencio reinó prácticamente en todo momento en el trayecto hasta su casa.
Supuse que Katherine estaría cansada y me imaginé que Michael me había visto
hablar con Edward y estaría, más o menos, disgustado. En parte entendía que se
pusiera así, cada vez que yo le imaginaba cruzando dos palabras con Natalie… Me
veía capaz de cualquier cosa. Confiaba en él, pero no en ella. Y a él le pasaba
lo mismo.
- ¿Así que
tu política a partir de ahora es no volver a dirigirme la palabra? –le abracé
cuando ya estuvimos solos y le besé tiernamente-. Estás guapísimo hoy. Qué digo
guapísimo, estás guapisisisisisisimo o más –traté de hacerle reír; en vano. Así
que me decidí por ir al asunto sin rodeos-. Edward sólo ha venido a saludarme,
no te pongas así, por favor…
- Sabes
que no me gusta.
-
Compartimos opinión entonces, a mí tampoco me gusta nada de nada -observó mi
rostro divertido, pero no pareció hacerle gracia-. Vamos, Mike, es sólo un
cliente. Tengo que ser educada con él, no puedo echar sapos por la boca cada
vez que venga a decirme algo.
- No los
echas porque no te molesta que lo haga –afirmó con cierto tono de enfado en la
voz.
- ¿Estás enfadado?
¿De verdad?
- Me
molesta que no escuches lo que te digo. Me molesta que hables con un hombre
así, cuando sabes sus intenciones.
- Michael,
a mí él no me interesa. Nada. Menos que nada.
- Tú a él
sí, es evidente.
Hice
ademán de hablar pero me quedé en el intento. Que inútil me parecía tener otra
vez la misma discusión. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que no me interesaba
ningún hombre, además de él, en todo el planeta?
- Hace
frío y estamos en la calle pudiendo estar muy cómodos en tu espléndida casa,
¿qué te parece si entramos y allí me asesinas con la mirada todas las veces que
quieras? -Le cogí de la mano con la intención de andar hacia la puerta de
entrada pero él permaneció como una estatua. Así que mi buen humor desapareció
definitivamente-. ¿Has cambiado de opinión? ¿Ya no quieres que me quede a
dormir? Podrías habérmelo dicho antes de que me recorriera media ciudad para
venir hasta aquí.
- Tengo
algo que decirte y prefiero hacerlo ya –dijo rápidamente. Mi corazón comenzó a
latir a 3000 por hora y mi tripa se encogió como cada vez que me ponía
nerviosa.
- ¿Qué
pasa? –pregunté con un hilo de voz.
- Me
gustaría que no te enfadaras, pero sé que es un poco difícil. Si estuviera en
tu lugar yo también me enfadaría, mucho probablemente. Pero quiero que sepas,
aunque ahora no vayas a pensar en ello, que lo hago porque realmente necesito
irme de aquí unos días y esta es una buena oportunidad para hacerlo. Desearía
irme contigo pero sé que no es posible, así que…
- Michael
–le corté-, dilo ya.
- Durante
la cena, mi madre me ha dicho que me vaya con ella y Janet unos días a Nueva
York.
Solté una
risita.
- No voy a
enfadarme porque te vayas unos días con dos de las personas que más quieres.
¿Qué imagen tienes de mí, la de un monstruo? –me abracé a él y me correspondió
tímidamente. Ahí fue cuando supuse que había algo más, así que levanté la vista
y le miré fijamente.
- Nos han
invitado William y Michelle –habló bajito, como si no quisiera que le
escuchara. Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que pasaba.
- William
y Michelle son los padres de Natalie, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Natalie
va? –pregunté tras unos segundos, aunque conocía la respuesta.
- Sí…
Dirigí mi
mirada hacia otro lado, cualquiera. Así que eso era lo que pasaba. Deshice el
abrazo y me di cuenta de que mi cara cambiaba de expresión tres veces por
segundo prácticamente. Ni siquiera sabía cómo sentirme, hasta que recordé la
conversación que habíamos tenido dos minutos antes. Y volví a mirarlo.
- ¿Cómo
eres capaz de reprocharme que hable cinco minutos con una persona a la que le
intereso cuando tú te vas de vacaciones, en plan familia feliz, con una persona
a la que también le interesas?
Enfadada,
sí, ese era mi estado. No contestó a mi pregunta. Lo que hizo que me enfadara
aún más.
El ruido
de un coche hizo que dirigiera mi atención a éste y comprobé con alivio que era
Sam.
- Espero
que lo pases estupendamente, Michael.
Me zafé de
su mano que intentó sostener la mía y caminé deprisa –casi corriendo- hasta el
coche, que se movía lentamente. Le supliqué a Sam que me llevara a casa y en
menos de cinco segundos estaba montada.
Michael ni
siquiera hizo intención de ir detrás de mí. Seguía clavado como una estatua.
Joe, en parte los entiendo a los dos... Pero yo también me enfadaría si me reprochara lo mismo que va a hacer! Ayaya... Me muero de ganas de leer el próximo! Besos, cuídate! Felices vacaciones!
ResponderEliminar