4 de julio de 2012

Capítulo 74


Como una estatua

Una semana después ya me encontraba en perfectas condiciones y hacía un par de días que había vuelto al trabajo. Por suerte para mi salud mental, ya que como no puedo parar quieta me resultaba una tortura tener que estar descansando en la cama sin otra cosa que hacer que mirar al techo. Puede que lo necesitara un día cada cierto tiempo, pero cuatro días seguidos en la cama… Insufrible.
Aunque mucho más llevadero con alguien como Michael al lado. Me había cuidado tanto durante estos días que al final acabó sufriendo las consecuencias y cogiendo el también un pequeño catarro, aunque no tan dañino como el mío. No habíamos vuelto a tocar el tema del dinero, ni de las vacaciones, y lo prefería. Sabía que acabaríamos discutiendo de verdad si seguíamos hablando de ello, teníamos opiniones demasiado diferentes al respecto y algo me decía que ninguno de los dos daría su brazo a torcer. No temía que una fuerte discusión acabara con la relación –sabía que eso no iba a suceder porque ninguno lo queríamos-, sólo me asustaba el hecho de estar distantes durante algún tiempo.
Sacudí la cabeza y retiré ese pensamiento de mi cabeza de inmediato. Miré al reloj comprobando que iba a llegar con aproximadamente media hora de antelación al restaurante, lo justo para cambiarme antes de que empezara a llegar la gente para cenar.
Según me había dicho esa misma tarde, Michael había decidido llevar a su madre a cenar al restaurante para así alejarla un poco de todo el ambiente que últimamente se estaba generando en la casa. Iban a entrar en una etapa –más o menos- complicada, porque la grabación del nuevo disco se aproximaba, así que Joseph estaba de los nervios, lo que hacía que todos los hermanos –incluido Michael- lo estuvieran también. Eso no beneficiaba nada a Kate, cuyo humor seguía estando lejos del que tenía cuando la conocí. En este último mes la había visto en pocas ocasiones, pero pude comprobar que la alegría y la bondad que siempre la habían caracterizado estaban dejando paso a la tristeza, el aburrimiento, la pasividad. No sabía cómo, pero esa situación tenía que cambiar de alguna forma.
- ¡Qué pronto llegas! –exclamó Angie al verme, con la misma cara de sorpresa que puse yo al verla a ella.
- ¿Y me lo dices tú? ¿La persona más tardona de este planeta llegando media hora antes? Me pregunto qué milagro habrá ocurrido para que estés aquí tan pronto.
- Parece increíble, ¿verdad? Es que me estoy haciendo mayor –sonrió ampliamente-. Venga, vamos a cambiarnos.
Apenas tres cuartos de hora después ya estábamos bandeja en mano y sonrisa puesta.
- ¿Sabes quién ha venido? –Angie me alcanzó mientras caminaba hacia la cocina y sostuvo mi brazo. Observé inquieta todas las mesas que estaban al alcance de mi vista pero no vi a Michael, así que la interrogué con la mirada-. Edward –se rió y siguió caminando, dejándome clavada en el suelo con cara de pocos amigos.
Edward. Apenas tres meses antes había coqueteado conmigo por primera vez y desde entonces no se había cansado de hacerlo; incluso en cierta ocasión me aseguró que acabaría cayendo en sus brazos. A decir verdad, no me molestaba en exceso que lo hiciera, era un hombre muy educado y siempre me decía todo con absoluto respeto. Pero aquella noche no. Sabía que si Michael me veía hablando con él le entraría uno de sus típicos ataques de celos y era lo último que deseaba.
Veinte minutos después Michael apareció por la puerta acompañado de Kate. Sonreí ampliamente al verlos y les indiqué con un gesto que esperaran unos segundos.
- Hola –sonreí cuando estuve cerca de él, le rocé la mano suavemente y caminé hasta Kate-. ¿Cómo estás? –la di un dulce abrazo y nuestros ojos se encontraron.
- Bien, cielo –asentí a pesar de que su mirada me indicaba otra cosa-. Voy a buscar una mesa, cariño –acarició suavemente mi hombro y comenzó a andar hacia la mesa libre más próxima.
Michael agachó la cabeza durante dos segundos y suspiró, después posó sus ojos en mí y me acerqué hasta él.
- Es una gran idea que la hayas traído a cenar, seguro que pasáis una buena noche, Mike. Ya verás como la animas mucho.
- Eso espero, aunque ya se me han agotado las ideas.
- Estoy convencida de que valora mucho todo esto que estás haciendo por ella, pero también tienes que comprender que cuando una persona pasa por una mala racha… Es difícil sacarla de ahí. Así que no te culpes, ¿vale? Estás haciendo todo lo que puedes y ella lo sabe –sonrió tímidamente y posé mi mano sobre su mejilla-. Tengo que irme –susurré-, luego te veo.
- ¿Vienes a dormir a casa? –preguntó antes de darme tiempo a empezar a caminar.
- Si sigues queriendo, sí.
- Nunca dejaré de querer.
Nos miramos durante unos segundos y le lancé un beso apenas perceptible para los demás. Sonrió y avanzó hasta donde se encontraba su madre. Ya me había alegrado la noche.
- Vaya novio más perfecto tienes –oí como me susurraba Angie cuando pasé por su lado. Razón no la faltaba.
La noche se pasó rápida y fue tranquila. Al ser miércoles no había muchas personas, así que no sufríamos el estrés y el agobio que caracterizaban a noches de viernes o sábado, cuando las fiestas eran habituales y llegábamos a un punto en el que no cabía un alfiler en el restaurante.
Cuando todo estaba completamente calmado decidí darme un respiro, así que tomé rumbo hacia el baño. Una mano me detuvo y no hizo falta girarme para saber a quién pertenecía esa mano.
- Buenas noches, preciosa –susurró una dulce voz. Me giré educadamente y le sonreí-. Hoy no me has hecho el más mínimo caso, debes saber que me marcho a casa muy disgustado. Había traído a unos amigos para que conocieran a la chica más guapa de este lugar y ni siquiera te has acercado a nosotros –puso cara de pena y reí de nuevo. Nadie podía negar lo guapo que era.
- Espero que algún día puedas perdonarme. De todas formas estoy segura de que has pasado una noche agradable con una buena compañía, y ese es el objetivo de este restaurante.
- Y tu objetivo, ¿cuál es? –se acerco más a mí, pero retrocedí un par de pasos, lo que provocó que se riera.
- El baño –susurré.
- ¿Me tienes miedo?
- ¿Por qué iba a tenerte miedo?
- Te alejas de mí.
- Quizá lo que ocurre es que tú te acercas demasiado.
Rió de nuevo y asintió con la cabeza.
- Me lo estás poniendo realmente difícil, pero casi lo prefiero. Cuando las cosas son difíciles se disfrutan más.
- Debo ser rara –respondí al instante-, prefiero lo fácil, lo simple, lo que no conlleva complicaciones. Debátelo con tus amigos, a ver qué opinión tienen –sonreí-. Buenas noches, Edward.
Me di la vuelta y seguí caminando hasta el baño mientras rezaba porque Michael no hubiera estado pendiente de la escena. Evidentemente, no había nada por lo que pudiera ponerse celoso de verdad, pero ya me había hecho saber en más de una ocasión que le disgustaba que Edward se mostrara interesado en mí, repitiéndome una y otra vez que no era la clase de hombre que aparentaba ser y que con tal de lograr lo que quería hacía cualquier cosa. Me contó aquello y me pregunté qué importancia podía tener eso para mí. Yo tenía lo que quería y no necesitaba nada más.
Una hora y media después ya estaba cambiada y lista para marcharme. Me despedí de todos los compañeros y caminé hasta donde se encontraban Michael y Kate esperándome. No había vuelto a hablar con ellos desde que habían llegado, pero sus caras me decían que no había sido una mala noche. Kate se mostraba algo más alegre que cuando había llegado y sostenía a Michael por el brazo, mientras éste la miraba fijamente.
- Podemos irnos –sonreí cuando me acerqué hasta ellos y agarré a Michael por el otro brazo-. ¿Qué tal lo habéis pasado?
- Muy bien, querida –para mi sorpresa fue Kate la que contestó-. La comida que servís está realmente exquisita, Michael debería traerme más a menudo aquí.
- Eres muy bien recibida, Kate. Si no te trae él, te traeré yo.
Ambas reímos y observé cómo Michael apoyaba su mano en la de su madre. Traté de buscar su mirada pero parecía que sólo tenía ojos para ella. Así que agaché la cabeza y continúe hablando con Kate hasta que llegamos al coche.
El silencio reinó prácticamente en todo momento en el trayecto hasta su casa. Supuse que Katherine estaría cansada y me imaginé que Michael me había visto hablar con Edward y estaría, más o menos, disgustado. En parte entendía que se pusiera así, cada vez que yo le imaginaba cruzando dos palabras con Natalie… Me veía capaz de cualquier cosa. Confiaba en él, pero no en ella. Y a él le pasaba lo mismo.
- ¿Así que tu política a partir de ahora es no volver a dirigirme la palabra? –le abracé cuando ya estuvimos solos y le besé tiernamente-. Estás guapísimo hoy. Qué digo guapísimo, estás guapisisisisisisimo o más –traté de hacerle reír; en vano. Así que me decidí por ir al asunto sin rodeos-. Edward sólo ha venido a saludarme, no te pongas así, por favor…
- Sabes que no me gusta.
- Compartimos opinión entonces, a mí tampoco me gusta nada de nada -observó mi rostro divertido, pero no pareció hacerle gracia-. Vamos, Mike, es sólo un cliente. Tengo que ser educada con él, no puedo echar sapos por la boca cada vez que venga a decirme algo.
- No los echas porque no te molesta que lo haga –afirmó con cierto tono de enfado en la voz.
- ¿Estás enfadado? ¿De verdad?
- Me molesta que no escuches lo que te digo. Me molesta que hables con un hombre así, cuando sabes sus intenciones.
- Michael, a mí él no me interesa. Nada. Menos que nada.
- Tú a él sí, es evidente.
Hice ademán de hablar pero me quedé en el intento. Que inútil me parecía tener otra vez la misma discusión. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que no me interesaba ningún hombre, además de él, en todo el planeta?
- Hace frío y estamos en la calle pudiendo estar muy cómodos en tu espléndida casa, ¿qué te parece si entramos y allí me asesinas con la mirada todas las veces que quieras? -Le cogí de la mano con la intención de andar hacia la puerta de entrada pero él permaneció como una estatua. Así que mi buen humor desapareció definitivamente-. ¿Has cambiado de opinión? ¿Ya no quieres que me quede a dormir? Podrías habérmelo dicho antes de que me recorriera media ciudad para venir hasta aquí.
- Tengo algo que decirte y prefiero hacerlo ya –dijo rápidamente. Mi corazón comenzó a latir a 3000 por hora y mi tripa se encogió como cada vez que me ponía nerviosa.
- ¿Qué pasa? –pregunté con un hilo de voz.
- Me gustaría que no te enfadaras, pero sé que es un poco difícil. Si estuviera en tu lugar yo también me enfadaría, mucho probablemente. Pero quiero que sepas, aunque ahora no vayas a pensar en ello, que lo hago porque realmente necesito irme de aquí unos días y esta es una buena oportunidad para hacerlo. Desearía irme contigo pero sé que no es posible, así que…
- Michael –le corté-, dilo ya.
- Durante la cena, mi madre me ha dicho que me vaya con ella y Janet unos días a Nueva York.
Solté una risita.
- No voy a enfadarme porque te vayas unos días con dos de las personas que más quieres. ¿Qué imagen tienes de mí, la de un monstruo? –me abracé a él y me correspondió tímidamente. Ahí fue cuando supuse que había algo más, así que levanté la vista y le miré fijamente.
- Nos han invitado William y Michelle –habló bajito, como si no quisiera que le escuchara. Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que pasaba.
- William y Michelle son los padres de Natalie, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Natalie va? –pregunté tras unos segundos, aunque conocía la respuesta.
- Sí…
Dirigí mi mirada hacia otro lado, cualquiera. Así que eso era lo que pasaba. Deshice el abrazo y me di cuenta de que mi cara cambiaba de expresión tres veces por segundo prácticamente. Ni siquiera sabía cómo sentirme, hasta que recordé la conversación que habíamos tenido dos minutos antes. Y volví a mirarlo.
- ¿Cómo eres capaz de reprocharme que hable cinco minutos con una persona a la que le intereso cuando tú te vas de vacaciones, en plan familia feliz, con una persona a la que también le interesas?
Enfadada, sí, ese era mi estado. No contestó a mi pregunta. Lo que hizo que me enfadara aún más.
El ruido de un coche hizo que dirigiera mi atención a éste y comprobé con alivio que era Sam.
- Espero que lo pases estupendamente, Michael.
Me zafé de su mano que intentó sostener la mía y caminé deprisa –casi corriendo- hasta el coche, que se movía lentamente. Le supliqué a Sam que me llevara a casa y en menos de cinco segundos estaba montada.
Michael ni siquiera hizo intención de ir detrás de mí. Seguía clavado como una estatua.

1 comentario:

  1. Joe, en parte los entiendo a los dos... Pero yo también me enfadaría si me reprochara lo mismo que va a hacer! Ayaya... Me muero de ganas de leer el próximo! Besos, cuídate! Felices vacaciones!

    ResponderEliminar