Cuestión de confianza
Michael se
levantó –como ya me había dicho- demasiado pronto para poder ir a su casa con
el tiempo suficiente; últimamente no le gustaban nada las prisas, prefería la
tranquilidad y la calma. Me despedí de él a regañadientes y con los ojos aún
cerrados prácticamente del todo. Me negaba a dejarle ir, a que estuviera lejos
de mí durante unos días, pero sabía que ya no había vuelta atrás, así que le di
dos mil besos y prometí darle cuatro mil cuando volviera.
Después de
que se fuera no pude volver a dormir más de una hora del tirón, pero como hasta
las dos no tenía que ir a trabajar me negué a levantarme tan temprano y decidí
seguir en la cama. Así pasó buena parte de mi mañana, entre sueños extraños que
hacía un par de días venía teniendo. Con el tiempo había llegado a la
conclusión de que soñar mucho me parecía más una virtud que un defecto. Muchas
personas odiaban hacerlo argumentando que eso les impedía descansar de verdad;
a mí me sucedía lo contrario. Soñar significaba libertad total, sacar todo de
ti. Lo adoraba. Pero también tenía su parte negativa.
Esa mañana
tuve tres sueños. Dos los recordaba a la perfección, otro había detalles que se
me escapaban.
Del
primero que tuve podía hablar como si realmente lo hubiera vivido: en él
aparecíamos Michael y yo de la mano, sonriendo, hasta que una ráfaga de viento
se le llevaba volando y el sol que hasta entonces brillaba comenzaba a
descender y se rompía contra la carretera que se hallaba ante mí y que, de
repente, parecía infinita. Me quedaba a oscuras y completamente sola.
Mi segundo
sueño parecía una extensión del primero, aunque entre ellos hubiera habido una
interrupción cuando me desperté. Me encontraba en una carretera, hubiera jurado
que la misma que había hecho que el sol estallara en mil pedazos. Corría a
través de ella mientras a lo lejos se proyectaba una imagen de lo que parecía
ser una corona de cristal. Quería alcanzarla pero cuanto más corría más se
alejaba de mí, y la oscuridad iba estando presente poco a poco. Con el paso del
tiempo me encontré completamente a oscuras, como en el anterior sueño, corriendo
hacia ningún lugar y escuchando cómo Michael me llamaba. Trataba de gritar pero
carecía de voz. Y entonces me desperté.
Del tercer
sueño no recordaba tanto como de los anteriores, pero también era bastante
nítido. Me encontraba en una playa, frente a un agua cristalina que se extendía
hasta donde alcanzaba la vista. Como siempre, Michael aparecía en mi sueño;
estaba justo a mi lado, su voz sonaba cercana y la mía, al menos, era audible.
Me sonreía y me miraba como acostumbra a hacer, o eso recordaba. Pero entonces
comenzaba a llover y nosotros a correr. La confusión hizo que le perdiera en
medio de un bosque cuyos árboles tocaban las nubes y entre ellos aparecía la
figura de una chica joven y hermosa; y sonriente.
Cuando me
desperté sabía que esa chica era Natalie y también sabía el porqué de todo
aquello. Tenía miedo a que se marchara de mi lado, a que una simple ráfaga de
aire se lo llevara, a perseguirle y no encontrarle, a que le perdiera en medio
del caos, por cualquier desconcierto.
La corona
de cristal que se mostraba ante mí era otra historia y formaba parte de otro
tipo de miedo. Siempre había sabido que una corona así nunca pertenecería a una
chica como yo y no me importaba realmente. Lo que me afectaba, lo que siempre
me había atemorizado, era no estar a la altura del chico que merecía mil
coronas, y que desde hacía unos meses estaba –inexplicablemente- a mi lado.
Decidí no
darlo muchas vueltas, al fin y al cabo eran miedos que siempre habían rondado
en mí. Así que me levanté de la cama esperando que las chicas estuvieran en su
puesto habitual: el sofá. Y así fue.
- Buenos
días dormilona. ¿Eres consciente de que te quedan dos horitas para entrar a
trabajar? Estaba a punto de tirarme encima de ti para despertarte –sonrió
Marina-. Uy, que mala cara tienes. No habéis dormido mucho esta noche, ¿eh
pillina?
- Estúpida
–me reí mientras me sentaba a su lado-. Hasta que Michael se ha ido hemos
dormido –recalqué las dos últimas palabras- a la perfección. Ha sido al irse
cuando no he podido dormir mucho más, he tenido unos sueños horribles en los
que Michael desaparecía de pronto, me quedaba a oscuras, corría y no llegaba a
ningún lugar… –suspiré.
- Con lo
bien que te lo has tomado… Por algún lado tenías que explotar, estaba claro
-miré a Marina sorprendida pero ella ni se inmutó y continuó hablando con total
normalidad-. Si mi novio se fuera siete días con una chica que intenta
robármelo montaría la tercera guerra mundial. Y tú le dices que se lo pase
bien. Eres un ángel.
Levanté la
mirada y la dirigí hacia Nana, que asentía lentamente.
- Es una
cuestión de confianza –dije con seguridad.
- Cuestión
de lo que quieras pero te lo has tomado increíblemente bien –continuó Nana-. No
digo que tuvieras que enfadarte o amenazarle con dejarle, ni mucho menos, sabes
que no soy de montar escándalos y creo que nadie debería hacerlo. Pero aun así,
es una situación complicada, sabes las intenciones de Natalie y sin embargo le
dices que se vaya, que no te importa.
- ¿Y qué
podía hacer? ¿Prohibírselo? –No entendía por qué de repente me decían todo
aquello. ¿Querían que fuera tras él y le obligara a volver?
- ¿Ni
siquiera estás algo preocupada?
- ¿Debería
estarlo? –Mi voz sonó angustiada de pronto. ¿Mis mejores amigas estaban
preocupadas y yo no? ¿Significaba eso que era una ingenua o una estúpida, o
ambas cosas? Ninguna contestó a mi pregunta, me incorporé ligeramente en el
sofá y las miré a las dos un par de veces-. ¿Vosotras lo estaríais si
estuvierais en mi lugar?
- Sí,
seguramente –afirmó Marina-. Ayer cuando nos hablaste de ello lo hacías con
tanta calma, con tanta tranquilidad… Como si realmente no te importara que se
fuera con ella.
- Es que
no me importa –sonreí aunque no sabía bien por qué-. O no me importaba hasta
que me habéis empezado a meter miedo.
- No, no,
Judi no es eso. No pretendemos asustarte porque estamos seguras de que Michael
no hará absolutamente nada. Te quiere, es evidente, no va a arriesgar todo esto
por una tontería –Nana se levantó de su sofá y caminó hasta ponerse frente a
mí, dobló las rodillas y se colocó más o menos a mi altura-. Sólo nos asombra
lo bien que te lo has tomado.
- Ya no sé
ni qué pensar.
Desvié mi
mirada de ellas y me mordí el labio. Ingenua y estúpida, ambas cosas, sí. Mis
sueños y mis amigas habían tenido que decirme lo que yo no me atrevía a sacar
de mí: que en el fondo sí me preocupaba que se fuera con ella tantos días. Es
cierto lo que había pensado antes de levantarme de la cama, esos miedos siempre
habían estado presentes en mí, pero si en los últimos dos días habían regresado
con mayor insistencia era por algo. Suspiré alrededor de tres mil veces en los
dos minutos en que permanecieron calladas, sin saber qué decirme. Debería
odiarlas por haber sembrado la duda en mí pero después recordé que antes que
ellas habían sido mis sueños los que habían empezado con ello.
- No me
digas que ahora sí te has preocupado –Marina me dio un codazo que sirvió para
moverme un poco. Recobré la misma postura rígida al segundo y la miré.
- Y qué
quieres que haga si me decís estas cosas, listilla.
-
Ignorarnos.
- Cómo si
eso fuera posible –hice una mueca.
- Qué más
da lo que te digamos nosotras, lo que te digan los demás. Guíate por lo que
creas tú.
- ¿Yo o mi
subconsciente? Porque lleva varios días enseñándome lo que más temo.
- Lo que
más temes, no lo que va a pasar. Yo también temo que algún día vosotras os
vayáis de mi lado y eso no significa que vaya a pasar –miré a Nana. Esa frase
era justo lo que necesitaba-. Que sueñes eso significa que eres humana, que
tienes tus miedos igual que todo el mundo; no significa que vaya a suceder.
- De
hecho, no va a suceder –siguió Marina. Parecía que se habían repartido lo que
tenían que decirme-. Lo único que te hemos dicho es que nos extrañaba que no
estuvieras preocupada ni lo más mínimo, porque cualquier persona que quiere a
otra estaría preocupada en este caso. No lo des más vueltas, no hemos querido
decir nada más. Confiamos en Michael tanto o más que tú. Sino siempre podemos
acabar con él, ya sabes –juntó sus dos manos y formó un puño con una de ellas.
Fue inevitable que se me escapara una sonrisa.
- Sois
idiotas, con lo tranquila que estaba al levantarme, sin pararme a pensar en
ello.
-
Perdónanos y sigue tranquila, porque no va a pasar nada –Nana parecía segura de
lo que decía.
- Vale,
poneos en mi lugar por un instante. Si Michael fuera Adrien o Daniel, si
vosotras supierais que no va a pasar nada, si confiarais en ellos muchísimo…
¿Estaríais preocupadas aun así?
- Sí
–respondieron al unísono.
- ¿Seguro?
- Al ser
humano le gusta torturarse a sí mismo, siempre lo he dicho y siempre lo diré.
Nos gusta pensar las cosas alrededor de siete millones de veces y por lo
general somos más bien negativos. Le confiaría a Adrien mi vida y tú lo sabes…
-Marina puso esa cara que suele poner cuando quiere convencerme de algo y
asentí sonriendo- Pero pese a ello no podría evitar pensarlo. Aun sabiendo que
no haría nada, porque lo sé.
- ¿Tú
confías en él? –Preguntó Nana concentrando mi atención.
- Mucho.
- Pues fin
de la historia –se incorporó y volvió al sofá donde se encontraba antes-. No
dejes de hacerlo porque se ha ganado tu confianza.
- Punto y
final –sentenció Marina-. Calma y tranquilidad, como hasta ahora. Cuando vuelva
no dormiréis tan bien como esta noche porque vendrá con muchas ganas de ti
–levantó las cejas dos o tres veces y reímos las tres.
- No
cambiarás nunca –moví la cabeza en señal de negación.
- Ni
quieres que lo haga, a mí no me engañas.
Todavía
sonriendo me repetí ese “cuestión de confianza” que había dicho minutos antes.
Claro que confiaba en él, mucho, muchísimo, en ocasiones más que en mí misma.
No pasaría nada porque Michael me quería. Fin de la historia.
De camino
al restaurante me maldije a mí misma varias veces. Primero porque sólo a mí se
me ocurría ir andando en invierno, aunque quién me iba a decir que en Los
Ángeles iba a hacer tanto frío. Observaba a la gente por la calle y no les veía
tan abrigados como iba yo, entonces recordé lo sumamente friolera que siempre
había sido y volví a maldecirme.
Seguía
dando vueltas a lo que había hablado con las chicas esta mañana y por ello
también me maldije. Me repetía una y otra vez que confiaba en él pero era
inútil, la preocupación volvía a mí a la velocidad de la luz. Una vez que
tienes una duda en la cabeza es casi imposible aniquilarla hasta que no se
resuelve. Y ahora mismo lo único que podía resolverlo era que Michael llegara,
me dijera que me quería y me abrazara fuerte fuerte fuerte… Pero para eso
quedaba seis días enteros, con sus minutos y sus segundos. Y sus noches y mis
sueños. Me maldije otra vez.
Tras
cambiarme y ponerme el “uniforme” de trabajo, la imagen que me encontré en el
restaurante no mejoró el panorama que había tenido durante el día. Edward
conversaba con una joven mujer a la entrada, por lo que supuse que estaban
esperando a que se les concediera una mesa para comer. Era inevitable fijarse
en la mujer que estaba con él: con unos tacones impresionantes, lucía un
vestido color crema que realzaba su tono de piel. Su pelo castaño parecía
interminable y el blanco de sus dientes deslumbraba si la mirabas durante
demasiado rato. Arqueé una ceja y, ni corta ni perezosa, me acerqué hasta
ellos.
- Buenas
tardes –sonreí amablemente-, ¿quieren que les acompañe a una mesa?
- Sería un
placer –la joven mujer me devolvió la sonrisa y comprobé lo que había visto de
lejos: era realmente guapa y no tendría más de 35 años.
- Por
aquí, por favor.
Les llevé
hasta una de las mesas más alejadas de la puerta, suponiendo que querían algo
de intimidad. Fue un alivio comprobar que Edward venía acompañado de una mujer
joven y atractiva, y supuse que por fin se había dado por vencido. Pero también
me resultó asombroso comprobar que todavía no me había dirigido ni una palabra.
Quizá había decidido que, ante mi pasividad, lo mejor era dejar de insistir.
- En seguida
les traigo la carta –sonreí de nuevo y caminé deprisa.
Cuando me
dirigí de nuevo hacia ellos la mujer ya no estaba, y no pude evitar reírme de
nuevo.
-
Últimamente parece que vienes mucho por aquí –comenté indiferente mientras le
entregaba el menú.
- Sigo
tratando de convencerte para que me des una oportunidad -curvó los labios y me
miró como solía hacer. Mis esperanzas de su rendición acabaron con aquella
primera frase.
- Oh,
vamos, ni siquiera me conoces –susurré.
- Dame una
oportunidad para hacerlo –sostuvo mi mano y me obligó a mirarle. Sus ojos
brillaban demasiado y la sangre corrió hasta mis mejillas haciendo que me
sonrojara.
- Me
pregunto qué pensará tu acompañante de todo esto –me zafé de su mano y coloqué
la otra carta en el sitio donde debería estar la mujer-. ¿Ya la has espantado?
Para mi
sorpresa, rió a carcajadas. Tanto que los de la mesa de al lado se giraron y no
tuve más remedio que sonreír.
- ¿Estás
celosa?
- ¿Por qué
iba a estarlo? –Pregunté divertida.
- Eso
mismo me pregunto yo, porque esa mujer es mi hermana y la he traído a que te
conozca.
Boquiabierta
como estaba, decidí darme la vuelta y alejarme de allí. Estaba casi hasta
enfadada, ¿la ha traído a que me conozca? Imaginé que era otra de sus tonterías,
¿pero por qué tenía que mentirme de esa manera?
Les serví
todo lo que pidieron educadamente pero sin la menor gana, cada minuto en esa
mesa se me hacía interminable y notaba la mirada de ambos constantemente
clavada en mí. Pero educación y profesionalidad ante todo, así que en ningún
momento se borró la sonrisa de mi cara.
Cuando se
acercó a mí, una vez terminada la comida y con su supuesta hermana esperándole
en la puerta, mi sonrisa ya no estaba presente.
- Le has
parecido guapísima, sino fuera tan tímida te obligaría a cenar un día conmigo.
- Menos
mal que lo es, no me gustaría tener que contestarla mal.
Rió.
- ¿Por qué
te empeñas en decirme que no?
- ¿Quizá
por qué no me interesas?
-
¿Entonces por qué me miras así?
Antes de
contestarle una barbaridad conté hasta diez y me calmé.
- No sé
cómo crees que te miro, pero me da que estás equivocado.
- No –rió
de nuevo-, no lo estoy. Sientes curiosidad, eso como poco –se mordió el labio y
clavó tan fijamente sus ojos en mí que parecía que me iba a romper sólo con
mirarme-. ¿Trabajas esta noche o sales ya?
- No tengo
por qué contestar a esa pregunta –sonreí inmensamente.
- Claro
que no, ya lo averiguaré por mi cuenta. Probablemente te espere en la puerta
hasta que salgas, y no me importa si tengo que esperar horas, algo me dice que
hoy es mi día.
Se acabó
la calma. No podía permitir que siguiera diciendo esas cosas, no solamente por
mí, también por él. No iba a llegar a ningún lado, no iba a conseguir nada de
mí, así que lo mejor era que terminara ya con esto.
- Edward,
escucha…
- No,
escúchame tú a mí –me cortó-. Te estaré esperando y te acompañaré a casa, sin
ninguna intención que no sea conversar un rato contigo lejos de estas paredes.
Ya me he cansado de mirarte siempre a la distancia y de tener que arrancarte
tres frases que pronuncias siempre con educación. Quiero conocerte, conocerte
de verdad, saber cómo eres fuera. Que me insultes si es necesario, si así eres
realmente tú. Sólo déjame hacer eso, ¿lo harás? –Habló tan rápido que no me dio
tiempo a interrumpirle en mitad de su discurso y cuando quise responderle ya
había vuelto a abrir la boca-. Lo harás, porque eres una chica tremendamente
simpática y porque en el fondo te caigo bien. Y te intrigo, lo sé. Nos vemos
luego, preciosa.
Y sin más,
se fue.
Tengo que decirlo. Puto Edward! gfwahjk!!! Gracias por poner 3 capítulos seguidos, ha sido un subidón de buena mañana. Me han encantado, de verdad. Me declaro a mi misma del club de todos contra Natalie, porqué la odio e.e la odio mucho TT__TT Cómo intente algo yo misma le paso un bate de béisbol a Judi .-. Me ha matado cuándo Michael le ha dicho lo de que si se vuelve a poner tonto que ella le de una bofetada xD Yo de él no lo habría dicho... Espero que te lo pases bien en tu pueblo! Disfruta de tus vacaciones, si? ^^ Besos guapa, cuídate!
ResponderEliminaruy muy bueno...como se esta poniendo esto...sigo leyendo!!!
ResponderEliminar