20 de julio de 2012

Capítulo 79


Cansancio

Los dos días siguientes se resumieron en dormir, trabajar y comer –lo último más bien poco-. Me despertaba cada día con el tiempo justo para ir al trabajo cuando lo normal en mí no era eso. Siempre me había gustado levantarme “pronto” para aprovechar el día, pero las tres noches que había pasado desde el lunes había decidido alargarlas todo lo que podía, por algo que podía resumirse con una sola palabra: cansancio.
Cansancio físico porque pasaba demasiadas horas en el restaurante, porque iba caminando hasta él y volvía de igual modo y porque el frío se había vuelto aún peor, y eso que creía que no era posible. Quería pensar que todo eso merecía la pena y que nos iba a servir para estar un poco más aliviadas con el dinero, y me decía a mí misma que no importaba tener que trabajar una semana duramente. Luego llegaba a la conclusión de que no iba a ser sólo una semana, porque los problemas económicos no se acabarían porque yo trabajara algo más durante 7 días. Así que cada noche regresaba a casa rezando porque finalmente Alex, el amigo de Dani, viniera a vivir con nosotras y se acabara todo ese agobio que sufríamos.
Cuando me desperté esa mañana estaba especialmente cansada. El día anterior, a pesar de ser miércoles, el restaurante había contado con una cantidad importante de gente ya que había una fiesta en un local cercano que no conocía; nunca me había molestado en adivinar dónde se celebraban todas las fiestas a las que acudían las personas que después cenaban en el restaurante.
Me levanté y me dirigí al calendario, sonriendo irónicamente: 14 de febrero. Jamás había dado excesiva importancia al día de San Valentín, el día de los enamorados, pero no hay que ser hipócritas: siempre hace ilusión pasarlo con tu pareja al lado. Un detalle, una rosa, cualquier regalo por minúsculo que sea consigue sacar una sonrisa a la mayoría de las personas en un día como ese. Y yo no iba a tener ni detalles, ni rosas, ni un regalo minúsculo. Ni siquiera un simple abrazo.
También tenía un gran cansancio mental. No sabía nada de Michael desde que se había ido y aunque quería con todas mis fuerzas confiar en él no podía entender que no me hubiera llamado ni una sola vez. Eso me enfadaba y me entristecía a la vez; y me hacía no parar de pensar en ello. Además, le echaba de menos. Mucho. Probablemente estos días con tanto trabajo se hubieran pasado más rápidamente si él hubiera estado a mi lado, pero estaba a kilómetros de aquí y quién sabe qué estaría haciendo. Prefería no pensar en ello porque cada vez que lo hacía me daban ganas de cogerme un avión; y no estábamos para derrochar.
Y con mi habitual sinceridad conmigo misma, tenía que admitir que había dado muchas vueltas a lo que había hablado con Edward; y a Edward en sí. Es cierto que me enfadó profundamente todo lo que me dijo, pero una vez que el enfado se marchó pensé seriamente en nuestra conversación. Primero llegué a la evidencia de que encontraba interesante a ese chico, al menos hasta cierto punto. La manera en la que hablaba, la forma de mirar, sus gestos… Mostraba tanta confianza, tanta seguridad en sí mismo que me resultaba inevitable no sentirme al menos mínimamente atraída por él. Tenía que aceptarlo, tampoco estaba cometiendo ningún pecado ni traicionando a Michael de ninguna manera. Seguramente él también se sentía atraído por otras chicas y no pasaba nada mientras sólo se quedara en eso: atracción. Y lo mío, lógicamente, no pasaba de ahí.
Después pensé en lo otro, que era lo que más importancia tenía para mí. “Una relación tiene que aportarte, no tiene que quitarte”. Aquellas palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez, una y otra vez. El caso era que en parte estaba en lo cierto: Michael podía quitarme ciertas cosas que cualquier otro chico podía darme fácilmente. No podía negarme a mí misma que eso era verdad, aunque desde luego a Edward no le iba a dar el gusto de darle la razón porque eso significaría más esperanza para él y era lo último que quería. Cosas tan simples como ir a pasear o comer un helado en un parque no podía dármelas; cosas que realmente no necesitaba mientras pudiera correr por su jardín o comer espaguetis en mi casa. Él siempre me había dicho que acabaría cansándome de esta relación a medias y yo siempre le había llamado idiota por pensar eso. A día de hoy seguía creyendo que era un idiota, él y cualquiera que pudiera pensarlo. Pero de pronto me invadió la duda de saber si toda una vida así no sería demasiado. Me sentí horriblemente mal por pensar eso y decidí no volverlo a hacer.
Ahora mismo una vida entera así no me parecía demasiado, me parecía insuficiente. Insuficiente tiempo para estar a su lado. Y eso era lo que más me importaba en estos momentos. ¿No?
Por otro lado estaban las chicas. Cuando les conté todo lo que había pasado con Edward la reacción que tuvieron me dejó aún más desconcertada de lo que ya estaba. Pensaba que levantarían el hacha de guerra e irían en busca de ese tal Edward que se había atrevido a decirme cosas así sin conocerme de nada, pero lo único que hicieron fue preguntarme cómo me sentía yo y si me gustaba. En total la conversación no duró más de 15 minutos; y 9 los gasté yo hablando de lo que había pasado. Después se hizo el silencio; incómodo no, porque entre nosotras nunca era incómodo.
Por alguna razón que no acerté a adivinar en su momento, no las pregunté qué opinaban de lo que me había dicho ni por qué se habían quedado tan calladas. Un día después supe que no se lo había preguntado por miedo a que me dijeran lo que no quería oír, lo que en el fondo sabía que opinaban: que Edward llevaba razón en lo que me había dicho.
No quería oír semejante cosa de la boca de mis dos ángeles, pero tenía que ser consecuente conmigo misma, con lo que siempre había predicado: la verdad por delante. Así que esa noche del 14 de febrero, mientras caminaba hacia casa después de otro día duro en el restaurante, determiné que cuando llegara iba a hablar con ellas de todo eso. Y no aceptaría otra cosa que no fuera la verdad.
Sin embargo, al entrar en casa mis planes cambiaron de inmediato. Dejé las llaves sobre la mesa del salón y, frunciendo el ceño por el desconocimiento, no paré de clavar la mirada a un joven chico que estaba sentado en un sofá de nuestro salón. Vestido de una manera informal, sonreía mientras él también me miraba y se levantó cuando me aproximé hacia él. Guau, que alto era. Y muy rubio.
- Hola –sonrió mientras me extendía la mano.
- Judith, te presento a Alex. Alex, esta es Judith.
Cambié el gesto y suspiré de alivio cuando le estreché la mano. Por fin.
- Encantada –sonreí-. Me alegra mucho verte por aquí, de verdad.
- A mí también me alegra estar aquí –mostró una sonrisa sincera y volvió a sentarse en el sofá. Yo me senté en el otro, al lado de Marina.
- Ha venido hace una hora y media –explicó Nana-. Hemos empezado a hablar de todo un poco, la casa, el precio, cómo sería la convivencia, le he contado un poco cómo somos, aunque a mí ya me conoce claro. Ha preferido esperar a que vinieras tú y así todas diéramos el visto bueno.
- Qué detalle –sonreí.
- Me han dicho que trabajas como camarera en el restaurante más de moda de la ciudad.
- Son unas exageradas. Además, fíjate a la hora que llego, no sé si me merece la pena trabajar allí o debería buscarme un trabajo en el que no tenga que estar de pie tres mil horas al día, como me pasa con este.
- Y las exageradas somos nosotras… -suspiró Marina haciendo que todos riéramos.
Durante alrededor de una hora Alex me estuvo hablando de todo lo que se le puede hablar a una persona a la que acabas de conocer; y de mucho más. Me contó cómo es su trabajo, cuando empezó a trabajar, dónde dejó sus estudios, qué soñaba ser de niño, me habló de sus padres, de sus tres hermanos, de sus amigos de la infancia, de la relación que tiene con Dani, de lo bien que le cae Nana, de lo increíble que le parecía que no nos conociéramos… Y yo, como no podía ser menos, hice lo mismo. Entre todas le describimos un poco cómo era España y hablamos de cuatro o cinco costumbres que reinan en todo el país, todo ello en un buen ambiente. Resultó que Alex, aparte de ser agradable y simpático como se había mostrado al principio, era un chico muy divertido, muy bromista, con muchas anécdotas por contar con las que morirte de risa. Además, era responsable e inteligente, y cuando tuvo que hablar de su novia lo hizo con total respeto, y con algo más… Supuse que aún seguía queriéndola.
Cuando afirmó que ya era tarde y debía irse creo que todas pensamos lo mismo: ojala pudiera quedarse un ratito más. Así que la cosa estaba hecha, si se venía a vivir con nosotras tendríamos ración de risas con él las 24 horas del día. Acordamos volver a vernos al día siguiente y dejarlo ya todo completamente apalabrado para que en los próximos días pudiera trasladarse al piso.
Después de que se marchara nos quedamos las tres charlando en el sofá y todas compartíamos la misma opinión: era el adecuado para vivir con nosotras. Nana, que le conocía desde hace bastante tiempo, nos contó todavía más cosas de él que no hicieron más que confirmar lo que ya pensábamos: era un buen chico.
Se supone que aquel era el momento en que debía preguntarlas por todo el asunto de Edward, pero el buen ambiente que había reinado en la casa desde que había llegado me echó para atrás. Era un tema delicado y que seguramente nos llevaría mucho tiempo hablar de ello, así que las di un beso de buenas noches a cada una y decidí dejarlo para otro día.
Taché en el calendario el 14 de febrero y volví a sonreír de la misma manera en que lo había hecho por la mañana. Seguía sin saber nada de él y no me gustaba. Por suerte para mí, el cansancio hizo que me durmiera en seguida.

4 comentarios:

  1. que nervios quiero saber que carajo esta haciendo Michael...

    ResponderEliminar
  2. Madreee... Cómo esta la vida! Pobre Judi, pasando el día de San Valentín sola e.e Por lo menos Michael podría haberla llamado. Dos minutos habrían bastado ¿Qué estará haciendo? ¡Por DIOS! .____. Gracias por seguir, besos! Cuidate!

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado el capitulo, yo también trabajo de camarera y me siento algo identificada jajajaj :)

    Lo echaba de menos y me ha encantado leer tantos capìs de golpe, espero que no dejes de escribir, por cierto judith sabes algo de isa?

    Dejó back to the 90's de lado...y echo de menos la novela.

    Si pudieses contactar con ella, estaría superbien que le comentases si puede seguir.

    Ojalá continúes pronto la novela, es fantástica y perfecta, no cambiaría nada excepto que no terminase nunca :)

    un besazo enorme y felicidades por ese talento.

    ResponderEliminar
  4. :( por qué no la terminas?

    ResponderEliminar