17 de julio de 2012

Capítulo 76


Casi nada

Habían pasado dos días desde aquella mañana en la que afirmé no soltarle… Y no había vuelto a verle. Prometió venir a casa esa tarde y quedarse a dormir aunque al día siguiente tuviera que levantarse temprano para marcharse. Según él no había venido hasta entonces porque tenía que preparar todo el viaje. Según yo… Odiaba sus repentinas vacaciones. No es que no pudiera pasar un día entero sin él, claro que podía, en muchas ocasiones habíamos estado tres o cuatro días enteros sin vernos por sus compromisos. Me resultaba pesado porque me había acostumbrado a verle en mi día a día, pero no era algo horriblemente insoportable.
Ahora bien, esto era distinto. No le veía porque estaba organizando todo para irse a muchos kilómetros de aquí con uno de los pocos habitantes que yo odiaba en este planeta; probablemente ocupaba la primera posición en mi lista de odios.
Había prometido confiar en él –siempre lo había hecho- y así iba a ser, pero la idea de que se fueran no me hacía gracia; y era comprensible. Trataba de no darle muchas vueltas a toda la historia de la perfecta Natalie con mi perfecto Michael, pero cada vez que lo hacía me daban ganas de romper cuatro o cinco platos del restaurante. Contaba hasta diez y me recordaba a mí misma que no tenía nada que temer. O eso quería pensar.
Salí del restaurante a eso de las seis de la tarde, cuando las comidas habían finalizado y estaba todo perfectamente recogido. Sam estaba esperándome en la puerta y sonreí al instante, imaginando que Michael ya estaría en casa.
- Hola, Sam. Espero que no lleves demasiado aquí –le di un beso en la mejilla cuando me acerqué a él y me sonrió cortésmente. La relación que tenía con Sam era estupenda, habíamos llegado a cogernos mucho cariño en este tiempo.
- No se preocupe en absoluto, hubiera esperado mucho más tiempo –me indicó con un gesto el camino a seguir hasta el coche y emprendí la marcha en cuanto le divisé, a unos pocos pasos de nosotros.
- ¿Has llevado a Michael hace mucho a mi casa? Debe estar muriéndose del aburrimiento.
- El señorito Michael está esperando dentro del coche.
Me detuve en seco y le miré estupefacta.
- ¿En serio?
- Por supuesto.
Sonreí ampliamente y corrí hacia el coche. Abrí la puerta trasera a toda prisa y allí estaba. Se quitó las gafas de sol y me miró con cara de sorpresa por mi alborotada entrada. Me tiré encima de él y le besé con ganas, en medio de sus risas.
- No esperaba que vinieras hasta aquí –susurré cuando decidí retirar mis labios de los suyos. Aunque no sería por mucho tiempo.
- De eso se trataba –acarició mi cara y sonrió-. ¿Todo bien?
- Muy bien.
El coche arrancó haciendo que me sobresaltara. Ni siquiera me percaté de que Sam había entrado cuando ya estábamos iniciando el trayecto a mi casa.
- En realidad estoy cansada –abrí la puerta de casa y fui directa a tumbarme al sofá esperando que Michael hiciera lo mismo-. Ha habido bastante gente hoy comiendo. Estoy segura de haber visto a un actor pero no recuerdo muy bien su nombre. Henry… Henry algo.
- ¿Algo? –Sonrió sentándose a mi lado-. Algo es un apellido muy común, lástima no apellidarme “algo”. Michael Algo. Suena bien.
- Otra cosa no, pero reírte de mí se te da de lujo.
Me acurruqué contra el brazo del sofá y se movió hasta colocarse muy cerca de mí.
- No es lo único que se me da bien, preciosa.
Me besó dulcemente y no tuve ninguna intención de apartarle; fue él quien puso un poco de “calma” entre nosotros.
- ¿No quieres saber ningún detalle de mi viaje?
- Ahora mismo no quiero saber nada de nada –volví a arrastrarle hasta mí sosteniendo su cuello, pero como siempre su fuerza de voluntad fue mayor que nada. Sonrió y se incorporó ligeramente. No me quedó otra opción que hacer lo mismo-. Si insistes… Cuéntame.
- Lo hago por ti, pequeña. Si tú te fueras de vacaciones me gustaría saber con quién, a dónde, cuánto tiempo…
- El con quién ya lo sé –le corté con una mueca en el rostro y dirigiendo mi mirada a otro lado-. ¿Sabes lo que me gustaría saber? El por qué. No por qué quieres irte tú, eso lo imagino. Más bien quiero saber por qué os han dicho que vayáis con ellos.
- Mi madre y Michelle son buenas amigas desde hace años, se conocen bien. Supongo que habrá notado el estado anímico de mi madre y no hace falta ser adivino para saber cuál puede ser la razón. No he hablado de esto con ella, pero estoy convencido de que le ha propuesto alejarse un poco de todo este entorno con la esperanza de que vuelva a ser la Kate que todos conocemos –hizo una pausa a la espera de que yo dijera algo pero me mantuve callada. Hasta ahora, todo me parecía normal. Lo extraño comenzaba en la parte en la que Michael y Natalie entraban en ese viaje de amigas-. ¿Por qué voy yo? Imagino que mi madre querrá tenerme con ella, y sabe que tampoco es un buen momento para mí. Por la misma razón también viene Janet, es una niña, es mejor que desconecte un poco aunque sea por unos días. Ese es el por qué –sonrió. Noté cómo buscaba comprensión por mi parte así que asentí con media sonrisa.
- ¿Y el por qué de que vaya Natalie?
- Eso ya no lo sé –admitió-. Supongo que pocas personas rechazarían un viaje a Nueva York, aunque según tengo entendido ella suele viajar mucho allí.
Hice otra mueca. Si quería le decía yo la razón por la que Natalie se había apuntado al viaje.
- ¿Cuántos días vais a estar? –Pregunté obviando el tema de mi mejor amiga.
- En un principio siete días.
- Define “en un principio” –enarqué una ceja. No me gustaba como sonaba.
Por lo visto le hizo gracia. Comenzó a reír y se acercó para darme un rápido beso.
- La intención es quedarse siete días y creo que así va a ser.
- “Creo” –repetí.
- ¿Vas a echarme mucho de menos?
- Pssss, poquito… -Tiré de su camiseta hacia mí pero le impedí besarme cuando hizo intención-. ¿Y tú a mí?
- Casi nada… -susurró.
- ¿Y dónde vais? –Seguí interrogándole y evitando que me besara, algo que sabía que le impacientaba. Para variar, fue más rápido que yo y sostuvo mi cara robándome un beso. Rió y le di un suave empujón que le apartó ligeramente de mí.
- A Nueva York, te lo he dicho ya. Me encanta ver cómo me ignoras, preciosa.
- Idiota, me he enterado de eso. Me refiero a dónde os vais a alojar.
- William y Michelle tienen una casa allí. No es enorme, pero sí lo suficiente como para que quepamos todos.
- Nada de compartir cama –levanté mi dedo índice haciéndole ver que era una orden. Rió a carcajadas.
- Te lo prometo.
Le obligué a sentarse erguido y me coloqué encima de él, acariciando su frente con mi nariz.
- Una semana sin verte…
- Se te va a hacer corta, ya verás. Antes de que te des cuenta ya estaré de nuevo aquí.
Le observé fijamente concentrándome en el brillo de sus ojos. Siempre había pensado que era capaz de mirarle durante días sin necesitar nada más que saber que sigue ahí conmigo. Acaricié su rostro, que cada día me resultaba más hermoso, mientras veía cómo su sonrisa se iba ampliando.
- Tienes que prometerme otra cosa…
- Pide por esa boquita.
Sonreí ante aquella expresión.
- Cuando vuelvas quiero que me cuentes todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo –repetí. Estaba dispuesta a decirlo las veces que hiciera falta-. No quiero que me ocultes nada, y mucho menos algo que tenga que ver con Natalie. Los dos sabemos que volverá a intentar algo contigo, no quiero que no me hables de ello por temor a que me enfade o a que me ponga triste. Quiero saberlo. Promete que me contarás todo lo que ocurra, sea lo que sea.
- Te lo prometo –dijo al cabo de unos segundos-. Ahora prométeme tú que confías en mí.
- Sabes que sí.
- Promételo.
Le besé en el cuello y le susurré al oído un “te lo prometo” tan convincente que no hizo falta nada más para que nos olvidáramos de todo ese tema.
Tras media hora perdida en sus labios, Marina volvió a casa, lo que indicaba que era hora de preparar la cena. Nos confió la tarea a Michael y a mí aun a riesgo de que no termináramos nunca, porque como nos había pasado siempre que entrábamos en mi cocina, cada objeto se convertía en un pequeño juguete. Todavía no había averiguado qué tenía ese sitio para nosotros, pero raro era el día en el que no preparáramos alguna.
En esta ocasión nos limitamos a tirar unas cuantas servilletas a Marina y también a Nana cuando entró en casa.
Viéndonos así era difícil pensar que algo se pudiera interponer entre nosotros. Nos complementábamos tanto que a veces me daba miedo imaginar qué sería del uno cuando el otro ya no estuviera. Quién me iba a decir que a mis 19 años iba a tener tan claro cómo quería pasar el resto de mi vida; pero lo sabía. Sabía que quería ver su sonrisa hasta el fin de mis días, sabía que quería disfrutar con nuestras cosas hasta que la edad no perdonara, sabía que estaba más que dispuesta a sufrir con él cuando fuera necesario. Y sabía que él sentía lo mismo, lo que me convertía en la chica más afortunada de la tierra.
Cuando acabamos de cenar nos obligaron a irnos a la habitación, evitando que tuviéramos cualquier tipo de contacto con el agua y todo lo que conllevaba. Hacía casi un año que habíamos convertido mi cocina en una piscina por primera vez, pero no había sido la última. Nos temían. Y eso era genial.
Así que entre risas y amenazas a las chicas llegamos a la habitación y nos tiramos en la cama. Nos pasamos más de una hora mirándonos el uno al otro sin apenas articular palabra. No hacía falta, los dos sabíamos lo que pasaba por la cabeza del otro.
Sabía que pocos podían llegar a entender cómo una persona podía convertirse en alguien tan importante en tu vida en apenas ocho meses, pero Michael me había demostrado que era posible. Si ahora mismo me le arrebataran me quitarían una gran parte de mí, y no era capaz de explicar por qué pero así lo sentía. Supongo que en eso consisten las relaciones de verdad, en que uno no es capaz de explicar exactamente por qué una persona es tan imprescindible. No hay palabras suficientes, simplemente se siente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario