Casi nada
Habían
pasado dos días desde aquella mañana en la que afirmé no soltarle… Y no había
vuelto a verle. Prometió venir a casa esa tarde y quedarse a dormir aunque al
día siguiente tuviera que levantarse temprano para marcharse. Según él no había
venido hasta entonces porque tenía que preparar todo el viaje. Según yo… Odiaba
sus repentinas vacaciones. No es que no pudiera pasar un día entero sin él,
claro que podía, en muchas ocasiones habíamos estado tres o cuatro días enteros
sin vernos por sus compromisos. Me resultaba pesado porque me había
acostumbrado a verle en mi día a día, pero no era algo horriblemente
insoportable.
Ahora
bien, esto era distinto. No le veía porque estaba organizando todo para irse a
muchos kilómetros de aquí con uno de los pocos habitantes que yo odiaba en este
planeta; probablemente ocupaba la primera posición en mi lista de odios.
Había
prometido confiar en él –siempre lo había hecho- y así iba a ser, pero la idea de
que se fueran no me hacía gracia; y era comprensible. Trataba de no darle
muchas vueltas a toda la historia de la perfecta Natalie con mi perfecto
Michael, pero cada vez que lo hacía me daban ganas de romper cuatro o cinco
platos del restaurante. Contaba hasta diez y me recordaba a mí misma que no
tenía nada que temer. O eso quería pensar.
Salí del
restaurante a eso de las seis de la tarde, cuando las comidas habían finalizado
y estaba todo perfectamente recogido. Sam estaba esperándome en la puerta y
sonreí al instante, imaginando que Michael ya estaría en casa.
- Hola, Sam.
Espero que no lleves demasiado aquí –le di un beso en la mejilla cuando me
acerqué a él y me sonrió cortésmente. La relación que tenía con Sam era
estupenda, habíamos llegado a cogernos mucho cariño en este tiempo.
- No se
preocupe en absoluto, hubiera esperado mucho más tiempo –me indicó con un gesto
el camino a seguir hasta el coche y emprendí la marcha en cuanto le divisé, a
unos pocos pasos de nosotros.
- ¿Has
llevado a Michael hace mucho a mi casa? Debe estar muriéndose del aburrimiento.
- El señorito
Michael está esperando dentro del coche.
Me detuve
en seco y le miré estupefacta.
- ¿En
serio?
- Por
supuesto.
Sonreí
ampliamente y corrí hacia el coche. Abrí la puerta trasera a toda prisa y allí
estaba. Se quitó las gafas de sol y me miró con cara de sorpresa por mi
alborotada entrada. Me tiré encima de él y le besé con ganas, en medio de sus
risas.
- No
esperaba que vinieras hasta aquí –susurré cuando decidí retirar mis labios de
los suyos. Aunque no sería por mucho tiempo.
- De eso
se trataba –acarició mi cara y sonrió-. ¿Todo bien?
- Muy
bien.
El coche
arrancó haciendo que me sobresaltara. Ni siquiera me percaté de que Sam había
entrado cuando ya estábamos iniciando el trayecto a mi casa.
- En
realidad estoy cansada –abrí la puerta de casa y fui directa a tumbarme al sofá
esperando que Michael hiciera lo mismo-. Ha habido bastante gente hoy comiendo.
Estoy segura de haber visto a un actor pero no recuerdo muy bien su nombre.
Henry… Henry algo.
- ¿Algo?
–Sonrió sentándose a mi lado-. Algo es un apellido muy común, lástima no
apellidarme “algo”. Michael Algo. Suena bien.
- Otra
cosa no, pero reírte de mí se te da de lujo.
Me
acurruqué contra el brazo del sofá y se movió hasta colocarse muy cerca de mí.
- No es lo
único que se me da bien, preciosa.
Me besó
dulcemente y no tuve ninguna intención de apartarle; fue él quien puso un poco
de “calma” entre nosotros.
- ¿No
quieres saber ningún detalle de mi viaje?
- Ahora
mismo no quiero saber nada de nada –volví a arrastrarle hasta mí sosteniendo su
cuello, pero como siempre su fuerza de voluntad fue mayor que nada. Sonrió y se
incorporó ligeramente. No me quedó otra opción que hacer lo mismo-. Si
insistes… Cuéntame.
- Lo hago
por ti, pequeña. Si tú te fueras de vacaciones me gustaría saber con quién, a
dónde, cuánto tiempo…
- El con
quién ya lo sé –le corté con una mueca en el rostro y dirigiendo mi mirada a
otro lado-. ¿Sabes lo que me gustaría saber? El por qué. No por qué quieres
irte tú, eso lo imagino. Más bien quiero saber por qué os han dicho que vayáis con
ellos.
- Mi madre
y Michelle son buenas amigas desde hace años, se conocen bien. Supongo que
habrá notado el estado anímico de mi madre y no hace falta ser adivino para
saber cuál puede ser la razón. No he hablado de esto con ella, pero estoy
convencido de que le ha propuesto alejarse un poco de todo este entorno con la
esperanza de que vuelva a ser la Kate que todos conocemos –hizo una pausa a la
espera de que yo dijera algo pero me mantuve callada. Hasta ahora, todo me
parecía normal. Lo extraño comenzaba en la parte en la que Michael y Natalie
entraban en ese viaje de amigas-. ¿Por qué voy yo? Imagino que mi madre querrá
tenerme con ella, y sabe que tampoco es un buen momento para mí. Por la misma
razón también viene Janet, es una niña, es mejor que desconecte un poco aunque
sea por unos días. Ese es el por qué –sonrió. Noté cómo buscaba comprensión por
mi parte así que asentí con media sonrisa.
- ¿Y el
por qué de que vaya Natalie?
- Eso ya
no lo sé –admitió-. Supongo que pocas personas rechazarían un viaje a Nueva
York, aunque según tengo entendido ella suele viajar mucho allí.
Hice otra
mueca. Si quería le decía yo la razón por la que Natalie se había apuntado al
viaje.
- ¿Cuántos
días vais a estar? –Pregunté obviando el tema de mi mejor amiga.
- En un
principio siete días.
- Define
“en un principio” –enarqué una ceja. No me gustaba como sonaba.
Por lo
visto le hizo gracia. Comenzó a reír y se acercó para darme un rápido beso.
- La
intención es quedarse siete días y creo que así va a ser.
- “Creo”
–repetí.
- ¿Vas a
echarme mucho de menos?
- Pssss,
poquito… -Tiré de su camiseta hacia mí pero le impedí besarme cuando hizo
intención-. ¿Y tú a mí?
- Casi
nada… -susurró.
- ¿Y dónde
vais? –Seguí interrogándole y evitando que me besara, algo que sabía que le impacientaba.
Para variar, fue más rápido que yo y sostuvo mi cara robándome un beso. Rió y
le di un suave empujón que le apartó ligeramente de mí.
- A Nueva
York, te lo he dicho ya. Me encanta ver cómo me ignoras, preciosa.
- Idiota,
me he enterado de eso. Me refiero a dónde os vais a alojar.
- William
y Michelle tienen una casa allí. No es enorme, pero sí lo suficiente como para
que quepamos todos.
- Nada de
compartir cama –levanté mi dedo índice haciéndole ver que era una orden. Rió a
carcajadas.
- Te lo prometo.
Le obligué
a sentarse erguido y me coloqué encima de él, acariciando su frente con mi
nariz.
- Una
semana sin verte…
- Se te va
a hacer corta, ya verás. Antes de que te des cuenta ya estaré de nuevo aquí.
Le observé
fijamente concentrándome en el brillo de sus ojos. Siempre había pensado que
era capaz de mirarle durante días sin necesitar nada más que saber que sigue
ahí conmigo. Acaricié su rostro, que cada día me resultaba más hermoso,
mientras veía cómo su sonrisa se iba ampliando.
- Tienes
que prometerme otra cosa…
- Pide por
esa boquita.
Sonreí
ante aquella expresión.
- Cuando
vuelvas quiero que me cuentes todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo
–repetí. Estaba dispuesta a decirlo las veces que hiciera falta-. No quiero que
me ocultes nada, y mucho menos algo que tenga que ver con Natalie. Los dos
sabemos que volverá a intentar algo contigo, no quiero que no me hables de ello
por temor a que me enfade o a que me ponga triste. Quiero saberlo. Promete que
me contarás todo lo que ocurra, sea lo que sea.
- Te lo
prometo –dijo al cabo de unos segundos-. Ahora prométeme tú que confías en mí.
- Sabes
que sí.
-
Promételo.
Le besé en
el cuello y le susurré al oído un “te lo prometo” tan convincente que no hizo
falta nada más para que nos olvidáramos de todo ese tema.
Tras media
hora perdida en sus labios, Marina volvió a casa, lo que indicaba que era hora
de preparar la cena. Nos confió la tarea a Michael y a mí aun a riesgo de que
no termináramos nunca, porque como nos había pasado siempre que entrábamos en
mi cocina, cada objeto se convertía en un pequeño juguete. Todavía no había
averiguado qué tenía ese sitio para nosotros, pero raro era el día en el que no
preparáramos alguna.
En esta
ocasión nos limitamos a tirar unas cuantas servilletas a Marina y también a
Nana cuando entró en casa.
Viéndonos
así era difícil pensar que algo se pudiera interponer entre nosotros. Nos
complementábamos tanto que a veces me daba miedo imaginar qué sería del uno
cuando el otro ya no estuviera. Quién me iba a decir que a mis 19 años iba a
tener tan claro cómo quería pasar el resto de mi vida; pero lo sabía. Sabía que
quería ver su sonrisa hasta el fin de mis días, sabía que quería disfrutar con
nuestras cosas hasta que la edad no perdonara, sabía que estaba más que dispuesta
a sufrir con él cuando fuera necesario. Y sabía que él sentía lo mismo, lo que
me convertía en la chica más afortunada de la tierra.
Cuando
acabamos de cenar nos obligaron a irnos a la habitación, evitando que
tuviéramos cualquier tipo de contacto con el agua y todo lo que conllevaba.
Hacía casi un año que habíamos convertido mi cocina en una piscina por primera
vez, pero no había sido la última. Nos temían. Y eso era genial.
Así que
entre risas y amenazas a las chicas llegamos a la habitación y nos tiramos en
la cama. Nos pasamos más de una hora mirándonos el uno al otro sin apenas
articular palabra. No hacía falta, los dos sabíamos lo que pasaba por la cabeza
del otro.
Sabía que
pocos podían llegar a entender cómo una persona podía convertirse en alguien
tan importante en tu vida en apenas ocho meses, pero Michael me había
demostrado que era posible. Si ahora mismo me le arrebataran me quitarían una
gran parte de mí, y no era capaz de explicar por qué pero así lo sentía.
Supongo que en eso consisten las relaciones de verdad, en que uno no es capaz
de explicar exactamente por qué una persona es tan imprescindible. No hay
palabras suficientes, simplemente se siente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario