Nosotros lo somos
Dormir, lo
que se dice dormir… Esa noche dormí más bien poco. Di vueltas y vueltas en la
cama tratando de buscar algo de lógica a todo lo que había pasado y sólo llegué
a una conclusión: no había lógica alguna. Primero Michael me había reprochado
el haber cruzado cuatro frases con un hombre que estaba interesado en mí y
después me daba la noticia de que se iba de vacaciones con una mujer que estaba
interesada en él. Aham.
No tuve
más remedio que reírme por no llorar y volver a pensar que Michael, en muchas
ocasiones, era como un niño pequeño que protestaba si las cosas no eran de su
total agrado.
A la
mañana siguiente el enfado había desaparecido en mí –normalmente solía durarme
muy poco-, pero tardé poco más de media hora en darme cuenta de que no iba a
ceder y ser yo la que le llamara a él.
Tampoco
hizo falta.
Una hora
después de que me despertara, Michael vino a verme. Le abrió la puerta Nana y
en menos de 10 segundos estaba frente a mí. Le dirigí un “hola” indiferente y seguí
sentada en el sofá, leyendo Luces de bohemia, un regalo que me hizo mi tía la
última vez que visité España.
- Hola
–susurró. Vi con el rabillo del ojo como se acercaba al sofá haciendo intención
de sentarse, pero descartó esto último al ver que continuaba impasible. Al cabo
de unos segundos, retrocedió un par de pasos-. ¿Podemos hablar, por favor?
Cerré el
libro de inmediato con un gesto de enfado y volví a mirarle. No estaba
realmente molesta, pero tampoco iba a comportarme como si nada hubiera pasado;
ni se lo iba a poner fácil.
- Si
podemos tardar poco, mejor. He quedado con mi súper-admirador Edward en
aproximadamente quince minutos. No me gustaría llegar tarde –volví a coger el
libro y lo abrí, aunque no sabría decir por cuál página. Sólo quería evitar su
mirada.
Se acercó
a mí, me arrebató el libro y se sentó en el sofá. Le miré sorprendida, desde
luego no me esperaba una reacción así.
- Eso no
lo digas ni en broma –dijo con absoluta seriedad.
- ¿Quién
te dice que es una broma?
- Judith,
por favor.
- Si está
tan interesado en mí cómo no va a proponerme que quedemos. Y si te enfadas cada
vez que hablo con él es porque de alguna manera me ves interesada, así que cómo
voy a rechazar su proposición. Siguiendo tu teoría lo raro es que no quedemos
–ironicé todo lo que pude y él cerró los ojos.
- Siento…
Siento lo de ayer –dijo al poco tiempo. Hizo una pausa y supe lo que iba a
venir a continuación-. Pero es que no soporto verte con él, es superior a mí.
- ¿Y qué
culpa tengo yo de eso?
Seguramente
no se esperaba una respuesta –o pregunta- así, por lo que permaneció callado
durante unos segundos, pero sin apartar sus ojos de mí. Parecía estar
pidiéndome perdón con la mirada.
- Estás
hablando con una persona que tiene que aguantar cómo millones de chicas gritan
el nombre de su novio –continué en vista de su silencio-, ¿crees que mi
situación en ese sentido es fácil? ¿Crees que me gusta? Tú únicamente tienes
que ver como un chico, cada cierto tiempo, me cuenta cuatro tonterías. ¿No
viste cómo reaccioné? No me interesa lo que tenga que decirme –afirmé
absolutamente convencida-. No te pido que veas con buenos ojos que se acerque a
mí, sólo te pido que no lo pagues conmigo, porque no tengo ninguna culpa de
nada.
- Podrías
no hablarle, simplemente.
- No, no
puedo. Parece que no lo entiendes pero forma parte de mi trabajo ser
mínimamente simpática con la gente. Y ya no digamos educada. Tú tampoco ignoras
a tus fans, porque es algo que no puedes hacer.
- ¿Forma
parte de tu trabajo seguirle la corriente?
- ¿Le sigo
la corriente? –Levanté el tono de voz-. No sigas por ahí, Michael.
Apreció el
tono de enfado que cobró mi voz y se acercó más a mí, justo en el momento en
que decidí dejar de mirarle. Aprisionó mi mano izquierda entre sus manos y
susurró un “lo siento” mientras se le quebraba la voz. Volví a dirigir mis ojos
hacia él y traté de calmarme de nuevo.
- No
quiero que discutamos –dijo al fin.
- Entonces
no saques problemas de donde no les hay.
- El
problema es que sí me resulta un problema que Edward se acerque tanto a ti –me
dispuse a hablar pero me detuvo-. Después lo pienso y sé que no tienes la culpa
de su interés, aunque creo que sí podrías disminuirlo.
- En qué
quedamos, ¿le sigo la corriente o no tengo la culpa?
Cerró los
ojos y apretó con más fuerza mis manos.
- Siento
haber dicho eso…
- No
puedes decir las cosas que dices esperando que no tengan consecuencias. Un “lo
siento” muchas veces no sirve de nada. De hecho, ahora no me sirve. Lo sientes
en estos momentos, ¿qué pasará cuando se vuelva a dar una situación como la de
ayer? No es la primera vez que nos pasa esto y siempre es igual.
- No
volverá a pasar…
- No te
creo –dije firmemente. Claro que no le creía-. No voy a cambiar mi forma de
ser, no voy a volverme alguien antipático ni siquiera con personas como Edward.
Soy como soy, así he sido siempre, así he ganado amigos en todas partes y así
seguiré siendo.
- ¡No
quiero que cambies! –Esta vez fue él quien habló más fuerte y giró ligeramente
su cuerpo para colocarse más en frente de mí, todo lo que el sofá permitía-. De
verdad que no lo quiero, no pienses eso ni por un solo segundo.
-
¿Entonces? –pregunté. Fue una pregunta demasiado general, pero él entendió qué
significaba. ¿Entonces qué hago? ¿Entonces qué hacemos? ¿Entonces qué pasará la
próxima vez? Muchas preguntas resumidas con un “entonces”.
- Entonces
la próxima vez dame un tortazo cuando me ponga tonto –lo dijo con cierta
diversión así que me provocó una inevitable sonrisa-. No va a volver a pasar,
de verdad. Sé que piensas que no confío en ti pero…
- Pero
nada –le corté-, en muchas ocasiones no lo haces, reconócelo.
- No es
desconfianza, es miedo –dijo al instante-. Nunca he tenido algo como lo que
tengo ahora y nunca he querido a nadie como te quiero a ti, me da miedo
perderte en cualquier momento. Y ese “cualquier momento” lo veo cerca cuando
alguien como Edward aparece.
- No confías
en mí –dije al fin, riendo por pura desesperación-. Si te digo que te quiero y
que no quiero a nadie más, ¿de qué tienes miedo?
- De que
cambies de opinión.
Suspiré
cuando recordé cómo era yo antes: un día decía que sí y al siguiente que no. Y
suspiré de nuevo cuando recordé la conversación que tuvimos hace meses acerca
de eso. Él me dijo que confiaba en mí y que estaba seguro de que no le fallaría,
pero fui yo la que me mostré dubitativa en ese aspecto: no estaba nada
convencida de que mi cabecita loca se asentara de una vez. Pero ahí estuvo él,
dándome la seguridad que necesitaba y mucha más. Me pregunté desde cuando se
acabó esa confianza en mí; me pregunté desde cuando empezó a vivir con miedo.
- Hace ya tiempo
te dije que no estaba del todo segura acerca de esto porque temía fallarte de
un día para otro, lo recuerdas, ¿no? –Realicé la pregunta aunque conocía la
respuesta. Afirmó al instante-. Olvídate de eso. Quiero estar contigo, hoy,
mañana y pasado mañana. Si esto sigue así, si tú sigues siendo así, como eres,
te aseguro que eres la persona que voy a querer que esté a mi lado toda la
vida. Así que no tienes por qué tener miedo porque… Simplemente no vas a
perderme.
Por
supuesto, no le convencí de ello. Lo vi en su rostro y en su mirada, seguiría
con la misma opinión que tenía hasta este momento. No importaba: con el paso
del tiempo se daría cuenta de que lo que le decía iba en serio.
- ¿Sigues
enfadada? –preguntó tras un par de minutos en silencio.
- Me
enfada que me reproches cosas que tú vas a hacer también. No tiene sentido que
te enfades porque hable con Edward y a los cinco minutos me digas que te vas
con Natalie de vacaciones.
- Con
Natalie no; con mi familia y la suya.
- Y con
ella.
- Ella no
me importa y lo sabes.
- A mí
tampoco me importa Edward pero resulta que no eres capaz de creerme. Me exiges
confianza pero no me la devuelves y, sí, eso me enfada.
- No
quiero seguir dando vueltas a lo de Edward, por favor… -Se inclinó ligeramente
y apoyó su cabeza en mi hombro, dándome un suave beso en el cuello. Rodeé el
suyo y acaricié sus rizos. De repente recobró la postura que había tenido hasta
entonces y sostuvo mi rostro con firmeza-. Confío en ti. Lo hago, de verdad
–enarqué una ceja y protestó con la mirada-. Prometo hacerlo absolutamente a
partir de ya. Así que confía tú en mí.
- Siempre
he confiado en ti.
- No dejes
de hacerlo ahora.
- No me
has dado ningún motivo para empezar a desconfiar de ti, ni siquiera que te
vayas con ella. Sé que necesitas alejarte de aquí y alejar a tu madre de todo
esto, lo entiendo. Si ellos te han dado la oportunidad, adelante.
- ¿De
verdad piensas eso?
- Sí,
Mike. Ayer me enfadé por tus reproches sin sentido, y creo que llevaba bastante
razón… -Asintió y volvió a buscar mis manos para hacerse con ellas-. Y en
cierto modo sí me molesta que te vayas con ella, pero confío en ti, sé que me
quieres. Punto y final.
Trasladó
sus manos a mi rostro y me besó con tanta fuerza que me retiré riéndome de él.
Observé sus ojos fijamente y me mordí los labios.
- ¿Me
tenías ganas? –pregunté divertida.
- Odio
discutir contigo.
- Algo a
nuestro favor es que se nos pasa pronto.
- Lo odio
de todas formas.
- No hay
parejas perfectas, Mike.
- Nosotros
lo somos.
Sin darme
oportunidad a contestar se abalanzó sobre mí, tumbándome en el sofá y besándome
como hacía días. Se lo agradecí de buena gana y desde el segundo cero no tuve
ninguna intención de soltarle en toda la mañana. Ya me contaría cuándo, dónde y
cómo serían sus vacaciones con mi “mejor amiga” Natalie y su familia. Ahora
teníamos un momento para nosotros.
No sé si
éramos la pareja perfecta o no, pero tampoco me importaba. Éramos nosotros. Y
ese “nosotros” sí sonaba perfecto.
me encanto...pero no quiero que se vaya con ellaaa
ResponderEliminar