17 de julio de 2012

Capítulo 75


Nosotros lo somos

Dormir, lo que se dice dormir… Esa noche dormí más bien poco. Di vueltas y vueltas en la cama tratando de buscar algo de lógica a todo lo que había pasado y sólo llegué a una conclusión: no había lógica alguna. Primero Michael me había reprochado el haber cruzado cuatro frases con un hombre que estaba interesado en mí y después me daba la noticia de que se iba de vacaciones con una mujer que estaba interesada en él. Aham.
No tuve más remedio que reírme por no llorar y volver a pensar que Michael, en muchas ocasiones, era como un niño pequeño que protestaba si las cosas no eran de su total agrado.
A la mañana siguiente el enfado había desaparecido en mí –normalmente solía durarme muy poco-, pero tardé poco más de media hora en darme cuenta de que no iba a ceder y ser yo la que le llamara a él.
Tampoco hizo falta.
Una hora después de que me despertara, Michael vino a verme. Le abrió la puerta Nana y en menos de 10 segundos estaba frente a mí. Le dirigí un “hola” indiferente y seguí sentada en el sofá, leyendo Luces de bohemia, un regalo que me hizo mi tía la última vez que visité España.
- Hola –susurró. Vi con el rabillo del ojo como se acercaba al sofá haciendo intención de sentarse, pero descartó esto último al ver que continuaba impasible. Al cabo de unos segundos, retrocedió un par de pasos-. ¿Podemos hablar, por favor?
Cerré el libro de inmediato con un gesto de enfado y volví a mirarle. No estaba realmente molesta, pero tampoco iba a comportarme como si nada hubiera pasado; ni se lo iba a poner fácil.
- Si podemos tardar poco, mejor. He quedado con mi súper-admirador Edward en aproximadamente quince minutos. No me gustaría llegar tarde –volví a coger el libro y lo abrí, aunque no sabría decir por cuál página. Sólo quería evitar su mirada.
Se acercó a mí, me arrebató el libro y se sentó en el sofá. Le miré sorprendida, desde luego no me esperaba una reacción así.
- Eso no lo digas ni en broma –dijo con absoluta seriedad.
- ¿Quién te dice que es una broma?
- Judith, por favor.
- Si está tan interesado en mí cómo no va a proponerme que quedemos. Y si te enfadas cada vez que hablo con él es porque de alguna manera me ves interesada, así que cómo voy a rechazar su proposición. Siguiendo tu teoría lo raro es que no quedemos –ironicé todo lo que pude y él cerró los ojos.
- Siento… Siento lo de ayer –dijo al poco tiempo. Hizo una pausa y supe lo que iba a venir a continuación-. Pero es que no soporto verte con él, es superior a mí.
- ¿Y qué culpa tengo yo de eso?
Seguramente no se esperaba una respuesta –o pregunta- así, por lo que permaneció callado durante unos segundos, pero sin apartar sus ojos de mí. Parecía estar pidiéndome perdón con la mirada.
- Estás hablando con una persona que tiene que aguantar cómo millones de chicas gritan el nombre de su novio –continué en vista de su silencio-, ¿crees que mi situación en ese sentido es fácil? ¿Crees que me gusta? Tú únicamente tienes que ver como un chico, cada cierto tiempo, me cuenta cuatro tonterías. ¿No viste cómo reaccioné? No me interesa lo que tenga que decirme –afirmé absolutamente convencida-. No te pido que veas con buenos ojos que se acerque a mí, sólo te pido que no lo pagues conmigo, porque no tengo ninguna culpa de nada.
- Podrías no hablarle, simplemente.
- No, no puedo. Parece que no lo entiendes pero forma parte de mi trabajo ser mínimamente simpática con la gente. Y ya no digamos educada. Tú tampoco ignoras a tus fans, porque es algo que no puedes hacer.
- ¿Forma parte de tu trabajo seguirle la corriente?
- ¿Le sigo la corriente? –Levanté el tono de voz-. No sigas por ahí, Michael.
Apreció el tono de enfado que cobró mi voz y se acercó más a mí, justo en el momento en que decidí dejar de mirarle. Aprisionó mi mano izquierda entre sus manos y susurró un “lo siento” mientras se le quebraba la voz. Volví a dirigir mis ojos hacia él y traté de calmarme de nuevo.
- No quiero que discutamos –dijo al fin.
- Entonces no saques problemas de donde no les hay.
- El problema es que sí me resulta un problema que Edward se acerque tanto a ti –me dispuse a hablar pero me detuvo-. Después lo pienso y sé que no tienes la culpa de su interés, aunque creo que sí podrías disminuirlo.
- En qué quedamos, ¿le sigo la corriente o no tengo la culpa?
Cerró los ojos y apretó con más fuerza mis manos.
- Siento haber dicho eso…
- No puedes decir las cosas que dices esperando que no tengan consecuencias. Un “lo siento” muchas veces no sirve de nada. De hecho, ahora no me sirve. Lo sientes en estos momentos, ¿qué pasará cuando se vuelva a dar una situación como la de ayer? No es la primera vez que nos pasa esto y siempre es igual.
- No volverá a pasar…
- No te creo –dije firmemente. Claro que no le creía-. No voy a cambiar mi forma de ser, no voy a volverme alguien antipático ni siquiera con personas como Edward. Soy como soy, así he sido siempre, así he ganado amigos en todas partes y así seguiré siendo.
- ¡No quiero que cambies! –Esta vez fue él quien habló más fuerte y giró ligeramente su cuerpo para colocarse más en frente de mí, todo lo que el sofá permitía-. De verdad que no lo quiero, no pienses eso ni por un solo segundo.
- ¿Entonces? –pregunté. Fue una pregunta demasiado general, pero él entendió qué significaba. ¿Entonces qué hago? ¿Entonces qué hacemos? ¿Entonces qué pasará la próxima vez? Muchas preguntas resumidas con un “entonces”.
- Entonces la próxima vez dame un tortazo cuando me ponga tonto –lo dijo con cierta diversión así que me provocó una inevitable sonrisa-. No va a volver a pasar, de verdad. Sé que piensas que no confío en ti pero…
- Pero nada –le corté-, en muchas ocasiones no lo haces, reconócelo.
- No es desconfianza, es miedo –dijo al instante-. Nunca he tenido algo como lo que tengo ahora y nunca he querido a nadie como te quiero a ti, me da miedo perderte en cualquier momento. Y ese “cualquier momento” lo veo cerca cuando alguien como Edward aparece.
- No confías en mí –dije al fin, riendo por pura desesperación-. Si te digo que te quiero y que no quiero a nadie más, ¿de qué tienes miedo?
- De que cambies de opinión.
Suspiré cuando recordé cómo era yo antes: un día decía que sí y al siguiente que no. Y suspiré de nuevo cuando recordé la conversación que tuvimos hace meses acerca de eso. Él me dijo que confiaba en mí y que estaba seguro de que no le fallaría, pero fui yo la que me mostré dubitativa en ese aspecto: no estaba nada convencida de que mi cabecita loca se asentara de una vez. Pero ahí estuvo él, dándome la seguridad que necesitaba y mucha más. Me pregunté desde cuando se acabó esa confianza en mí; me pregunté desde cuando empezó a vivir con miedo.
- Hace ya tiempo te dije que no estaba del todo segura acerca de esto porque temía fallarte de un día para otro, lo recuerdas, ¿no? –Realicé la pregunta aunque conocía la respuesta. Afirmó al instante-. Olvídate de eso. Quiero estar contigo, hoy, mañana y pasado mañana. Si esto sigue así, si tú sigues siendo así, como eres, te aseguro que eres la persona que voy a querer que esté a mi lado toda la vida. Así que no tienes por qué tener miedo porque… Simplemente no vas a perderme.
Por supuesto, no le convencí de ello. Lo vi en su rostro y en su mirada, seguiría con la misma opinión que tenía hasta este momento. No importaba: con el paso del tiempo se daría cuenta de que lo que le decía iba en serio.
- ¿Sigues enfadada? –preguntó tras un par de minutos en silencio.
- Me enfada que me reproches cosas que tú vas a hacer también. No tiene sentido que te enfades porque hable con Edward y a los cinco minutos me digas que te vas con Natalie de vacaciones.
- Con Natalie no; con mi familia y la suya.
- Y con ella.
- Ella no me importa y lo sabes.
- A mí tampoco me importa Edward pero resulta que no eres capaz de creerme. Me exiges confianza pero no me la devuelves y, sí, eso me enfada.
- No quiero seguir dando vueltas a lo de Edward, por favor… -Se inclinó ligeramente y apoyó su cabeza en mi hombro, dándome un suave beso en el cuello. Rodeé el suyo y acaricié sus rizos. De repente recobró la postura que había tenido hasta entonces y sostuvo mi rostro con firmeza-. Confío en ti. Lo hago, de verdad –enarqué una ceja y protestó con la mirada-. Prometo hacerlo absolutamente a partir de ya. Así que confía tú en mí.
- Siempre he confiado en ti.
- No dejes de hacerlo ahora.
- No me has dado ningún motivo para empezar a desconfiar de ti, ni siquiera que te vayas con ella. Sé que necesitas alejarte de aquí y alejar a tu madre de todo esto, lo entiendo. Si ellos te han dado la oportunidad, adelante.
- ¿De verdad piensas eso?
- Sí, Mike. Ayer me enfadé por tus reproches sin sentido, y creo que llevaba bastante razón… -Asintió y volvió a buscar mis manos para hacerse con ellas-. Y en cierto modo sí me molesta que te vayas con ella, pero confío en ti, sé que me quieres. Punto y final.
Trasladó sus manos a mi rostro y me besó con tanta fuerza que me retiré riéndome de él. Observé sus ojos fijamente y me mordí los labios.
- ¿Me tenías ganas? –pregunté divertida.
- Odio discutir contigo.
- Algo a nuestro favor es que se nos pasa pronto.
- Lo odio de todas formas.
- No hay parejas perfectas, Mike.
- Nosotros lo somos.
Sin darme oportunidad a contestar se abalanzó sobre mí, tumbándome en el sofá y besándome como hacía días. Se lo agradecí de buena gana y desde el segundo cero no tuve ninguna intención de soltarle en toda la mañana. Ya me contaría cuándo, dónde y cómo serían sus vacaciones con mi “mejor amiga” Natalie y su familia. Ahora teníamos un momento para nosotros.
No sé si éramos la pareja perfecta o no, pero tampoco me importaba. Éramos nosotros. Y ese “nosotros” sí sonaba perfecto.

1 comentario: