23 de agosto de 2011

Capítulo 62.

Puzle.

Llevaba más de un año sin sentir tanta calma como la que estaba sintiendo en esos momentos sentada en el banco del parque que había formado una parte necesaria de mi infancia. Era un lugar pequeñito, acogedor, rodeado de árboles y con cuatro columpios ruidosos y oxidados en el centro. Se encontraba en la entrada del pueblo, cerca de la tienda donde en días especiales nos gastábamos nuestra propina. También por allí estaba la casa de una de mis mejores amigas, Cristina, en la que había pasado largas tardes junto con todas las demás.
A ese parque solía ir con mi abuelo, probablemente una de las cinco personas más importantes en toda mi vida. Me columpiaba durante horas mientras me contaba historias, cuentos, chistes… Cualquier cosa con tal de entretenerme, de ver reír a su “pequeña niña”, como él me llamaba. Fue ahí donde me regaló las pulseras que ahora Michael y yo compartimos. Sobra decir que el día más triste de mi vida fue cuando él me faltó, y a veces pienso que una de las razones que me obligó a escapar de todo lo que me había rodeado durante mis 17 años era esa: lo vacío que se había quedado todo sin él, lo vacía que me sentía yo.
Por supuesto, estuve rodeada de mucha gente: Eva, Sonia, Ana, Anun, María, Luis, Mario, Óscar, Adrián, Patricia, Andrea, Marta… Tantos y tantos amigos que supieron estar ahí en ese momento, y en todos los anteriores. Porque si con alguien he compartido mi vida, dejando a un lado a mis tres ángeles, es con todas las personas que formaban parte del pueblo, especialmente con ese grupo inseparable que habíamos formado a la tierna edad de 6 o 7 años. No había nada que nos ocultáramos, no había nada que no supiéramos los unos de los otros, no había maldad. Sólo cariño. Y eso es imposible dejar de quererlo nunca; y una vez que falta, es inevitable echarlo de menos.
22 de noviembre de 1979. Cumplo 19 años y en lugar de estar rodeada de todas estas personas que no paran de ir y venir de mi cabeza, estoy sentada en mi parque de siempre, recordándolas.
Y precisamente a esto me refería cuando trataba de explicarle a Michael lo que necesitaba. Necesitaba disfrutar de la soledad, necesitaba disfrutar de la satisfacción de estar un rato con uno mismo sin nada más; pero pensando en todo aquello que te rodea.
Hacer un recuento. Medir la balanza. Ver qué cosas has perdido; y ver qué has ganado. Y saber qué vale más.
Michael. Michael. Michael. Su nombre resonaba en mi cabeza cada pocos minutos. Y lo hacía varias veces, como tratando de recordarme a mí misma porque debía volver a irme de ese lugar que me lo había dado todo y que tanto amaba. Michael.
Siempre he tenido una especie de teoría de que todos somos como un pequeño puzle. Venimos descompuestos y a medida que va pasando el tiempo y vas aclarando ideas te vas formando. Pero a veces te caes y te rompes, y necesitas de los demás para volver a unir todas las piezas y volver a ser tú mismo. Otras veces una pieza se pierde y lo único que puedes hacer es sentirte incompleto. Cuesta encontrarla y puede resultar difícil unirla ya que ha pasado demasiado tiempo alejada del conjunto. Pero cuando finalmente consigues colocarla junto al resto de piezas, observas el puzle de nuevo y ves que nunca había estado ni más hermoso ni más completo.
Michael. Michael era esa última pieza.
Pero el puzle es mucho más que una última pieza, y eso es algo que había comprendido ahora después de mucho tiempo. Todas las personas que habían ayudado a formar el puzle de mi vida ya no estaban conmigo para reconstruirle cuando fuera necesario, porque yo había decidido que eso fuera así. Y a cambio, ¿qué había ganado? Michael.
¿Una única pieza puede ser más poderosa que un puzle entero? Sin ella no termina, pero sin las demás no empieza nada.
El sonido de un pájaro revoloteando sobre el árbol de mi derecha hizo que se desvanecieran por unos instantes todos esos pensamientos. Aquel inesperado ruido me hizo sobresaltarme e inmediatamente una palabra aterrizó en el aeropuerto de mi cabeza: miedo.
Michael me habló de miedo antes de que yo llegara a España. Él temía acerca de algo y yo no era capaz de comprenderlo; es más, me resultaba absurdo aquello de lo que me hablaba. ¿Estar mejor sin él? ¿Olvidarlo? Ideas que antes se me antojaban ilógicas y que ahora no iban más allá de lo poco probable.
Era ilógico porque desde el primer segundo que tuve contacto con él hizo mella en mí. Todo dio un giro inmenso y desde entonces no había pasado un solo día en que no deseara estar con él. Era ilógico porque desde que le conocí había sido absolutamente incapaz de vivir sin él.
Pero ahora él no estaba. Y yo estaba bien. Total, ¿qué sabe la lógica de lo que sientes cuando te sientas en tu pequeño parque de siempre?
Contemplé el cielo nublado tratando de hallar la respuesta a todos esos interrogantes que, sin haberlo pretendido, habían aparecido en mi cabeza. Eso es algo que también había aprendido de mi última pieza: mirar al cielo. Como si allí fuera a encontrar algo a lo que aferrarme para poder responder o solucionar cualquier aspecto de mi vida.
Comprendí que en poco menos de cuarto de hora iba a comenzar a llover, así que lo mejor era volver a casa, donde seguramente estaría ya toda mi familia para celebrar juntos mis 19 años. Después, por la tarde, Eva se inventaría cualquier excusa para mantenerme alejada de todos los demás mientras me preparaban una fiesta sorpresa en casa de cualquiera de nosotros. Y por la noche saldríamos a bailar y a divertirnos hasta que no tuviéramos más remedio que irnos a casa, cuando nos hubieran echado de todos los lugares a los que pretendiéramos ir.
Así de fácil era mi vida aquí. Y de fantástica.
Me levanté del banco y decidí que ya había tenido bastante por hoy, la tortura y las millones de preguntas que de pronto me asaltaban podía esperar a mañana, cuando ya estuviera empapada del cariño de toda mi gente.
El puzle estaba completo y es lo que importaba. La última pieza no se había perdido y podía tener la seguridad de que, en el caso de caerme, ahora sí contaba con toda la gente necesaria para recomponerlo de nuevo.
Michael. No quería que se perdiera. Pero nunca hasta ahora había comprendido la cantidad de cosas que había dejado atrás por estar con él.
¿Una única pieza puede ser más poderosa que un puzle entero?

7 comentarios:

  1. Eso en impepinable *_____* Michael es la pieza mas importante XD
    Me encanta como no puedes imaginarte ^^ Es todo tan hermoso
    Tienes que seguirla porqué si no me da un chungo XD
    Besitos!!!

    ResponderEliminar
  2. Me da miedo a que no quiera volver.

    ResponderEliminar
  3. Guauuu!!! que ético y filosófico a sido esta cap ^^ me gusta esa reflexión del puzle... porque en cierto modo la vida es asi...
    Cuidate, besos ^^

    ResponderEliminar
  4. QUIERO OTRO PLEASE! ME HIZO REFLEXIONAR ESTE CAP, LA VERDAD TU MANERA DE UTILIZAR TUS PALABRAS PARA EXPRESAR DISTINTOS MODOS DE PERSPECTIVAS Y SENTIMIENTOS ME PARECE ASOMBROSA, CON MUCHA COHERENCIA ADEMAS DE SENTIDO Y ME LLEGAN...
    BESOS.

    ResponderEliminar
  5. Sí, la verdad es que me encanta los ejemplos que pones, para explicar algo tan díficil.
    Judith, que cada día me gusta más esto, dirás: jolin siempre me pone lo mismo.. pero aber, es lo que pienso cielo!
    Lo haces genial, y espero pronto la conti!
    Un beso enoooooorme.
    Paola♥

    ResponderEliminar
  6. Judi, ya sabes que adoro tu novela. La amo !
    Me parece tan real todo lo que esta pasando...eso es lo que e gusta de esta novela.
    Espero que Judi no decida algo equivocado !, y que publiques pronto, porque ya sabes, muero xd !

    ResponderEliminar
  7. Me ha encantado!
    Este capítulo ha sido especial porque es la clase de cosas que te ayudan a ver las cosas más claras, que te abren los ojos.

    Ahora sólo espero que a Judith no le entre en la cabeza que en realidad puede vivir sin Michael.

    Dios! Debes seguir pronto!
    Un beso, linda!

    ResponderEliminar