27 de junio de 2013

Capítulo 82



Ahora la decisión es tuya

Un sábado en el restaurante siempre es ajetreado, y, por supuesto, aquel sábado 16 de febrero no iba a ser una excepción. No estaba segura de si era mi impresión o si realmente estaba más lleno de lo habitual. En cualquier caso, lo cierto es que no me faltó trabajo. Cualquiera podría pensar que eso era justo lo que necesitaba, porque en muchas  ocasiones el trabajo era lo único que conseguía liberar a mi mente de los pensamientos que solían rondarla.
Por alguna razón, ese sábado sí fue una excepción en ese sentido. El exceso de trabajo se juntó con mi nerviosismo y ocasionó más de un incidente: platos en el suelo, despistes, incluso alguna que otra mala contestación muy impropia de mí.
Pero no podía evitarlo: estaba realmente nerviosa. Era consciente de que cuando regresara a casa Michael iba a estar esperándome allí. ¿Cómo no estar nerviosa?
Por otra parte, no podía evitar pensar que quizá habría decidido no ir a verme, puesto que salía tarde de trabajar y él estaría agotado por el viaje. Eso me ponía más nerviosa aún.
Cuando por fin, a eso de las dos de la madrugada, ascendía las escaleras de mi portal, no podía evitar pensar en esa segunda opción. ¿Y si no había venido? No, no, no. Moví rápidamente la cabeza de un lado a otro evitando seguir pensando en aquello y, respirando hondo, introduje la llave en la cerradura de la puerta de mi casa. Nervios.
- ¿Hola? –Susurré, dando por hecho que el 75% de los habitantes de esa casa estarían dormidos; todos, excepto yo.
No hubo respuesta.
¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido? ¿Y si no había venido?
Caminé despacio hasta el salón, echando un rápido vistazo por si, tal vez, se había quedado dormido en el sofá.
Negativo. Allí no había nadie.
Nervios.
¿Y si no había venido?
Sólo quedaba una opción y no estaba dispuesta a que mis ideas me torturaran mucho más tiempo: si no había venido, quería saberlo ya. Así que caminé deprisa hasta mi habitación y abrí la puerta con energía.
Por supuesto, allí estaba.
Abrazado a uno de mis peluches. Y dormido como un angelito.
Ahogué la risa que me provocaba esa imagen y me fustigué a mí misma mentalmente. ¿¡Cómo no iba a venir!?
Caminé despacio hasta él y le di un tierno beso en la frente. Respiré su olor y el mundo me pareció un lugar mejor. Acaricié su dulce rostro con cuidado, siendo consciente de que si seguía así le despertaría. Quería que continuara dormido pero, por otra parte, no podía evitarlo. ¡Llevaba demasiado sin verle! Y había sido demasiado duro. ¡Y ahora estaba allí!
Sonreí en la penumbra y me mordí el labio. ¿Existía un ser más bonito en toda la tierra?
Decidida a dejarle dormir, me alejé de la cama lo suficiente para desvestirme sin hacer excesivo ruido. Deposité la ropa en la pequeña silla que siempre estaba presente en mi cuarto, me puse mi viejo pantalón para dormir y rebusqué cuidadosamente una manta en el armario para echársela por encima al angelito que tenía dormido en mi cama.
Me acurruqué junto a él y fue justo entonces cuando noté que su respiración cambiaba. Me incorporé ligeramente para comprobar su estado y pude apreciar cómo sonreía ligeramente. Se abalanzó sobre mí y me estrujó entre sus brazos.
- Mmmm… -Susurró.
Reí. Seguía completamente dormido.
- A dormir, señorito Jackson.
- De eso nada… -Susurró de nuevo mientras buscaba mis labios. Me dio un tierno y duradero beso que me hizo recordar por qué estaba con ese hombre. Lo amaba realmente. Se separó de mí unos centímetros y me besó, de nuevo con ternura, en la frente-. Te he echado de menos, y ahora te tengo, ¿crees que voy a seguir durmiendo?
Su voz sonaba más despejada y deduje que realmente no tenía intención alguna de volverse a dormir.
- Mañana me seguirás teniendo –insistí-. Y pasado. Y dentro de diez días.
- ¿Y de diez meses?
- Y de diez años –asentí, acariciándole de nuevo. Se había colocado sobre mí y sus perfectos rizos caían sobre mi frente.
- ¿Estás cansada? –Preguntó a los pocos segundos.
- Un poco, he tenido bastante trabajo –hice una mueca recordando lo patosa que había estado hoy. Después, hice otra mueca recordando lo pesada que, también, había estado. “¿Y si no viene?”, me repetí a mí misma con burla, “qué idiota puedo ser a veces. ¿Cómo no iba a venir?”
- Entonces si quieres, sólo si tú quieres, nos dormimos.
Dormir era lo último en lo que estaba pensando.
- ¿Llevas mucho esperándome?
- Casi veintiún años.
Su respuesta me dejó perpleja. Realmente me había echado de menos.
- Qué bobo eres.
- Por suerte has aparecido. Y ahora, eres mía –susurró junto a mi oído, provocándome un cosquilleo indescriptible.
- Toda tuya.
Busqué sus labios con urgencia, como acostumbraba a hacer. Sostuvo mi cara y me besó de buena gana durante un largo rato.
Entonces caí en la cuenta de algo. Sin saber cómo, aterrizó en mis pensamientos. ¿Por qué Kate quería que se olvidara de mí durante unos días?
Y al preguntarme aquello, fui consciente de otra cosa. No estaba en absoluto preocupada por lo que hubiera pasado con Natalie, porque sabía que no había pasado nada. ¿Había aprendido, por fin, a confiar en él absolutamente?
- ¿Qué ocurre?
Michael me conocía bien, y había notado que me había “desentendido” ligeramente de sus besos. Sólo ligeramente.
- Nada –contesté al instante. No eran horas para hablar de esos temas.
- Si vuelves a mentirme te mataré a cosquillas –afirmó convencido, provocando mi risa.
Reí, sí, pero realmente me daba miedo. La última vez que me había dicho aquello había estado, sin exagerar, cuarto de hora torturándome a cosquillas. Sin parar. No estaba dispuesta a que volviera a suceder tal cosa.
- Vale, es algo –confesé-. Pero no creo que sea un buen momento para hablar de ello.
- Siempre es buen momento para que hablemos.
- Mike, hace quince minutos estabas completamente dormido.
De pronto, se levantó de un salto y sin previo aviso encendió la luz de la habitación.
- Y ahora estoy completamente despierto –abrió los ojos todo lo que pudo y volvió a tumbarse, esta vez a mi lado.
- Vale… Cabezota –atrapé uno de sus rizos y comencé a juguetear con él-. Sólo me preguntaba por qué Kate querría que te alejaras de mí estos días –le dije sin rodeos.
- Bueno… -se incorporó un poco, atrayéndome con él-. Al principio yo tampoco lo entendía, la verdad. Cuando llegamos allí me hizo jurar que no cogería el teléfono hasta que volviéramos. ¿Cómo iba a decirla que no? Se lo prometí y no hice más preguntas. Supuse que necesitaba tranquilidad para todos. Pero cuando pasaron dos días la necesidad de saber de ti se volvió más grande que cualquier promesa –sonreí ante aquellas palabras-. Y hablé con ella. La dije que sólo quería saber si estabas bien. Y entonces…
- ¿Y entonces? –Pregunté, inquieta.
- Me dijo que los últimos meses no habían sido fáciles para ninguno de los dos. Y que era mucho más que evidente lo mucho que nos queríamos, pero quizá… -Permaneció callado unos segundos, supuse que estaba sopesando cómo hablarme de ello-. Quizá ninguno de los dos estábamos preparados para una relación tan seria, más teniendo en cuenta que ambos habíamos huido de ellas toda nuestra vida. Y que probablemente de ahí vinieran parte de nuestros problemas. Gran parte de culpa también la tiene la vida que yo llevo –clavó sus ojos en mí, que hasta entonces habían estado vagando por la habitación-. Entiendo que pueda resultarte difícil una relación así, con tantas… Restricciones –hizo una mueca-. Y ahí fue cuando me dijo que debía pensar, porque ahora vienen tiempos mucho más difíciles de los que hemos tenido hasta entonces. Grabaciones de disco, conciertos… Demasiado tiempo con Joseph. Además de los problemas que mi madre y él están teniendo últimamente, que es algo que me afecta inevitablemente.
Me sorprendió la madurez de sus palabras.
- Pero… ¿Y en qué tenías que pensar? –Pregunté, sin acabar de comprender.
- En si realmente lo que sentía por ti era tan fuerte como para involucrarte en todo lo que viene a partir de ahora.
Tomé aire. Y recé porque fuera más que fuerte.
- Así que he estado pensando bastante y… -Rió-. Me ha parecido una tontería, la verdad. No he llegado a ninguna conclusión que no supiera. Te quiero. Y no me imagino mi vida sin ti. Ni quiero imaginármela –me lancé sobre él y le abracé con fuerza-. Ahora la decisión es tuya –dijo a los pocos segundos.
Me separé de él y le interrogué con la mirada.
- Puedes decidir alejarte de mí antes de que todo empiece. Ni te imaginas lo que viene por delante.
- ¿De verdad me estás preguntando esto?
Estaba atónita. ¿Alejarme?
- Sí, de verdad quiero saberlo.
- Michael –sostuve su cara con firmeza y le miré fijamente-. Hasta el final –fue toda mi respuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario