9 de abril de 2010

Capítulo 9.

Amigas en medio de un estúpido y ridículo mar de dudas.

Sé que ellas me adoraban y que solo querían lo mejor para mí. Por eso siempre me recomendaban esto y lo otro, pero sobre todo, me hacían mantenerme en la tierra.
- ¿Cómo ha ido? -preguntó Marina, a la que todas llamábamos Nana para no confundirla con la otra.
- Muy bien, la verdad. Lo hemos pasado muy bien.
- Ven aquí -dijo Lorena, cogiéndome de la mano y sentándome en el sofá, junto a ellas.
- ¿Te gusta, verdad? -preguntó Marina.
- No... -dije, bajando la cabeza
- No nos mientas. Se te nota.
- ¿La bronca que me vais a echar sería menor si os dijera toda la verdad?
- No te vamos a echar ninguna bronca. Somos tus amigas, te apoyamos -dijo Nana.
- ¿En serio? -pregunté, no muy segura de que estuvieran diciendo la verdad.
- Puedes contarnos todo... -concluyó Lorena.
Entonces, comencé a explicarles que Michael era la persona con la que mejor había conectado en mi vida. Las conté lo maravillosa que me sentía a su lado y lo maravilloso que era él. Me faltaron adjetivos para describirle y para describir como había sido esa tarde. Las conté cada cosa que habíamos hablado, cada mínimo detalle que había hecho.
Eran las 4 de la mañana cuando acabé de hablar y juntas llegamos a una misma conclusión: Estaba atrapada.

Entonces, todas me abrazaron. Me sentía ridícula, realmente ridícula. Estaba perdiendo los papeles con alguien que solo acababa de conocer. Y encima, para rematar, tenía novio.
Había una cosa que tenía clara: no iba a pasar nada con Michael, nada excepto volver a pasar tardes así a su lado. Él nunca sentiría por mi algo más que amistad, pertenecíamos a mundos distintos, como bien me venía repitiendo estas semanas de atrás. El problema es que yo me estaba derritiendo por un simple beso en la mejilla. ¿De verdad podía continuar así sin volverme loca? Dos tardes con él, y mi mundo había dado un giro de 360 grados.
- Judith, escúchanos -dijo Nana, tan comprensiva como siempre-. No haces daño a nadie siendo su amiga, ¿no? Tú misma lo has dicho. Entonces, ¿por qué no seguir? Pásalo bien con él, que sabemos que lo haces, y... Ya se verá lo tiene que pasar.
- No va a pasar nada más que lo que hay... -conseguí decir entre sollozos.
- Eso no lo sabes -dijo Lorena-. Venga, vete a la cama. Mañana si quieres hablamos, pero ahora es tarde. Y deja de llorar, que te vas a borrar la cara de tanto limpiarla con lágrimas.
La saqué la lengua a Lorena, y las di un abrazo y un beso a cada una. Eran unos ángeles.
Caminé hacia mi cuarto, y tiré la chaqueta en mitad del suelo. No tenía ganas de andar colocando nada. Así que me tumbé en la cama con la ropa puesta.
La cabeza, como era de esperar, comenzó a trabajar para obtener respuestas a las innumerables preguntas que me surgían.
¿Qué había hecho? No yo, sino Michael. Qué había hecho para atraparme de esa manera. Yo no era así, nunca había sido así con ningún chico. Nunca le daba 300 vueltas a las cosas, simplemente dejaba que el tiempo hablase; dejaba que pasaran las cosas sin forzarlas, sin pensar en ellas. Y si no pasaban, es que simplemente no tenían que pasar.
Y sin embargo... En solo dos tardes Michael me había hechizado totalmente. No sabía qué era, qué tenía. No lo entendía. Tras varios minutos dándolo vueltas, supuse que no iba a llegar a ningún punto en concreto, así que aparqué esa pregunta. Al fin y al cabo, ¿qué más daba? Estaba irremediablemente atada a él, y daba igual que supiera por qué. Lo estaba y punto.
- En solo dos tardes... Mira que eres inútil -me dije a mi misma, apretando los ojos con fuerza.
Pasé a intentar encontrar soluciones a lo siguiente que martilleaba mi cabeza... ¿Qué haría ahora? ¿Seguía viéndome con él? No, no podía hacerlo... No podía... No por mi propia salud mental.
Pero claro, tampoco podía dejar de hacerlo. Cualquiera renunciaba a él después de haberlo conocido...
Es decir, que a esta pregunta tampoco iba a encontrar ninguna respuesta. Bueno, tenerla, la tenía: No podía verle, pero tampoco dejar de hacerlo. Genial.
- Un estúpido y ridículo mar de dudas, eso es lo que eres -continué hablando sola.
Me di la vuelta, y me puse mirando a la pared.
Después de dar ochenta mil vueltas a todo, llegué a la conclusión de que como no podía luchar contra el poder que Michael tenía sobre mí y como aunque intentara no verle finalmente lo haría... Entonces, no lo iba a intentar. Seguiría viéndole. Lo más razonable era cortar por lo sano, pero siempre me había importado poco la razón, así que esta vez no iba a ser menos. Le quería a mi lado. No quería alejarme de él.
Además, ¿tenía alguna otra opción? Me había hecho prisionera, totalmente.
Así que me rendí y cerré los ojos. Recuerdo que lo último que pensé fue en su sonrisa a la luz del sol...

1 comentario:

  1. Soy como el monstruo de las galletas.
    YO QUERER MÁAAAS :D:D
    Y eso que dices es cierto, creo que NUNCA nadie podrá decir que tenía él para hechizar de esa manera...

    (LLLLLLLLLLLLLL)

    ResponderEliminar